Autor: PATRICIO WINCKLER ESCUELA DE INGENIERÍA OCEÁNICA UNIVERSIDAD DE VALPARAÍSO, CIGIDEN, ASOCIACIÓN CHILENA DE INGENIERÍA DE PUERTOS Y COSTAS
Caleta Montemar (32.957°S, 71.550°W)
Caleta Montemar (32.957 S, 71.550 W) OPINIÓN PATRICIO WINCKLER ESCUELA DE INGENIERÍA OCEÁNICA UNIVERSIDAD DE VALPARAÍSO, CIGIDEN, ASOCIACIÓN CHILENA DE INGENIERÍA DE PUERTOS Y COSTAS E s un espléndido sábado de invierno para ir a perderse en bicicleta por la bahía. Frente a la lobera de Montemar resuenan los bramidos de un par de juveniles. Más acá, resiste el edificio patrimonial de la Facultad de Ciencias del Mar, diseñado por el arquitecto Enrique Gebhard allá en los cuarenta. Bajo sus esbeltos pilares en V se acomodan un par de botes de fibra de vidrio, que evocan una época en que la pesca abundaba. Uno de esos botes es el "Juanillo", que usan los estudiantes de Biología Marina para practicar en la que es quizás la única área marina protegida urbana de Chile. Alguna vez un pescador me dijo que los peces volaban como mariposas, pero hoy son pocos los cardúmenes que asoman en estas aguas. Caleta Montemar sigue siendo reconocida nominalmente por el Estado, pero se ha ido transformando en un puesto ocasional de venta de mariscos y dulces para los turistas que vadean la costanera. Durante años hice clases acá, pero ahora solo ocasionalmente paso a saludar a pescadores y funcionarios, con los que hemos envejecido ante estas transformaciones. Montemar es una de las cinco caletas emplazadas en las bahías de Valparaíso y Concón, siendo una de las más pequeñas de la región. A nivel nacional, hay más de quinientas desperdigadas a lo largo de las costas, dando cuenta de una actividad descentralizada. Algunas son muy precarias y fugaces, como Ranchas en el desierto de Atacama, y otras se han transformado en grandes puertos pesqueros, como Tongoy, Talcahuano, Lebu o Carelmapu. El 45% de ellas son urbanas y las restantes rurales, lo que plantea desafíos diferenciados en el diseño y gestión de su infraestructura. Hoy, las caletas albergan múltiples actividades, que van desde el zarpe, atraque e izado de los botes, la venta del producto fresco, a otras tareas propias de pescadores, buzos y recolectores.
Hay algunas aisladas en cuyas instalaciones se improvisan mercadillos, se albergan escuelitas o se reciben a las juntas Caleta Montemar (32.957 S, 71.550 W) de vecinos y otras grandes en las que se practica la carpintería de ribera. Merced de la caída sistemática de las pesquerías, algunos pescadores han migrado al turismo construyendo lanchas de pasajeros, asociándose con clubes de buceo, emprendiendo con restaurantes o cosechando algas.
Según un estudio que realizamos un conjunto de investigadores para el Ministerio del Medio Ambiente, hacia 2019 había 24.806 mujeres y 114.764 hombres registrados en la pesca artesanal, con desembarques de alrededor de 1.5 millones de toneladas a nivel nacional. Pero, aunque los números suenen importantes, la pesca artesanal no da lo suficiente para financiar la costosa infraestructura necesaria para su operación.
El Decreto 240 enumera la nómina oficial de caletas con carácter permanente, buscando evitar una proliferación inorgánica y hacer más eficiente el empleo de los recursos fiscales destinados a nuevas inversiones, faenas de reparación y mantenimiento de obras existentes. La cuantía de los proyectos depende usualmente del tamaño de la caleta y de su exposición al océano. El año pasado, por ejemplo, la Dirección de Obras Portuarias (DOP) contó con un presupuesto de 138 millones de dólares, monto que no obstante es menor comparado con otras direcciones del Ministerio de Obras Públicas. Ello se explica por el hecho de que la DOP no invierte en proyectos portuarios para naves mayores, remitiéndose a su revisión técnica. Aun cuando su inversión parece marginal al compararse con los 4.000 millones de dólares del Puerto Exterior de San Antonio, es importante para una actividad que, además de productiva, tiene un valor cultural y patrimonial. El modo de efectuar esas inversiones también ha experimentado una transformación como la de Montemar, según he visto en mis años de oficio. En los noventas, los proyectos de infraestructura pesquera se enfocaban en las obras de abrigo, muelles, rampas, explanadas, boxes de pesca y accesos. De un modo simple, el foco era en la mera función pesquera. Gradualmente y en forma paralela al surgimiento de conceptos como ciudad-puerto, los proyectos de la DOP se fueron complejizando para acoger un programa que diera cuenta de su interacción funcional con el entorno. Así, pasaron de ser una mera caleta a una con el borde costero aledaño. Y, naturalmente, los cuadros técnicos pasaron de un puñado de ingenieros a un variopinto sistema de arquitectos, geógrafos, oceanógrafos, arqueólogas y asistentes sociales. Surgieron también exigencias como la accesibilidad universal, la perspectiva de género y el cambio climático, que hoy se exigen en las licitaciones. Y así, en tres décadas, cambió profundamente el modo de hacer las cosas. No sé cómo será del futuro de las caletas, pero intuyo que los diseños atenderán más específicamente a las necesidades de cada caso.
En mis reflexiones, imagino a Montemar como una caleta multifuncional donde la pesca artesanal se funde con el patrimonio arquitectónico, el ecoturismo en el área marina protegida, el buceo, el turismo de las playas colindantes y la educación ambiental.
Pero claro, para ello se debe pensar en una infraestructura funcional para esos fines. ra funcional para esos fines. " Merced de la caída sistemática de las pesquerías, algunos pescadores han emigrado al turismo, construyendo lanchas de pasejeros, asociándose con clubes de buceo, emprendiendo"..