Autor: Alejandro Arros Aravena
La fragilidad del mundo conectado
La fragilidad del mundo conectado El martes 25 de febrero, Chile volvió a la oscuridad. Un apagón masivo dejó sin electricidad a millones de personas, recordándonos, una vez más, la fragilidad de nuestro mundo hiperconectado. En 2011, un evento similar sumió al país en el desconcierto. Hoy, catorce años después, la pregunta sigue siendo la misma: ¿ realmente hemos aprendido algo? La electricidad se ha convertido en el eje de nuestras vidas. Hace diezaños, la masificación de la red celular4G LTE prometió una conectividad sin precedentes, pero también nos hizo más dependientes. Si en 2011 la desconexión era una molestia, hoy es un colapso total. Sin electricidad, no hay internet, sin internet, no hay información, sin información, el pánico se propaga. Un mundo que alguna vez funcionó sin electricidad ahora se paraliza ante su ausencia. Este apagón nos enfrentó con la vulnerabilidad de nuestro tiempo. Para los electrodependientes, cuyas vidas dependen de una corriente estable, la falta de electricidad no es un contratiempo, es una amenaza mortal. Para los comerciantes, cada minuto sin luz es una pérdida económica, cada transacción fallida un golpe a su sustento. Para quienes dependen del transporte eléctrico, como los trenes, la interrupción es un caos que evidencia cómo la modernidad no ha previsto su propio colapso.
En su libro La civilización de la memoria de pez, Bruno Patiño nos advierte que vivimos atrapados en una era de atención fragmentada, enla que los reels, las notificaciones y losalgoritmos nos convierten en seres hipersensibles a la inmediatez, pero incapaces de soportar la incertidumbre de un corte de energía. Algo similar esgrime Byung-Chul Han, en No-cosas, aludiendo que la tecnología nos ha rodeado de una aparente solidez que, en realidad, se disuelve ante el menorfallo del sistema. Este apagón confirmóambas premisas: somos dependientes de una tecnología omnipresente, pero extremadamente frágil. El cine ha explorado en múltiples ocasiones el colapso de la sociedad debido a la falta de electricidad y la desinformación resultante. PelículasEl apagón del 25 de febrero no es un hecho aislado, sino un síntoma de una crisis latente. Si en el siglo XX la modernizaciónimplicaba electrificacióny conectividad, hoy la pregunta es si hemos construido un modelo sostenible o simplemente una casa de naipes que colapsa con el primer viento fuerte. Necesitamos más que discursos: requerimos inversiones en redes inteligentes, en infraestructuras resilientes y en alternativas que eviten que cada corte de luz se convierta en un retorno a la incertidumbre. La lección es clara: no se trata de dejar de usar la tecnología, sino de reconocer su vulnerabilidad.
Mientras los discursos celebran el desarrollo, la realidad nos recuerda que un solo corte eléctrico puede devolvernos a la incertidumbrecomo Efecto Dominó (The Trigger Effect, 1996) de David Koepp retratan cómo la ausencia de energía eléctrica puede desatar el caos social, mostrando una población que, sin acceso a informaciónfiable, recurre al instinto más primitivode supervivencia.
En un contexto más reciente, No miren arriba (Dont Look Up, 2021) de Adam McKay pone en evidencia cómo la manipulación de la información y la incapacidad de la sociedad para reaccionar ante crisis reales están íntimamente ligadas al colapso del sistema de comunicación global. Hace apenas 150 años, la electricidad era una quimera reservada a los sueñoscientíficos. Hoy, su ausencia nos de-vuelve a la prehistoria. No se trata de romantizar el pasado, sino de evidenciar que, a pesar del progreso, seguimos siendo incapaces de construir una infraestructura resiliente. A 15 años del terremoto de 2010, parece evidente que lo que más ha mejorado son los modelos de celulares, no nuestra capacidad de respuesta ante emergencias. Los discursos políticos prometen mejoras en la infraestructura, pero lo cierto es que seguimos con sistemas vulnerables ante desastres naturales y fallas técnicas. Las redes eléctricas no han sido diseñadas para soportar el crecimiento desmesurado de la demanda tecnológica. El teletrabajo, la educación a distancia y la vida cotidiana dependen de un suministro estable que, en eventos como el reciente apagón, demuestra su fragilidad. También es momento de preguntarnos por las alternativas. Energías renovables como la solar y la eólica han crecido en las últimas décadas, pero su adopción masiva aún no garantiza una autonomía total. Las baterías de respaldo, los generadores y las soluciones descentralizadas podrían mitigar el impacto de estos cortes, pero son medidas que siguen siendo un privilegio de unos pocos. A esto se suma la fragilidad de las redes de telecomunicaciones. Sin electricidad, las antenas caen, las señales se debilitan y la conectividad desaparece. La paradoja es evidente: el mundo más interconectado de la historia es también el más vulnerable a la desconexión. Dependemos de la nube, de servidores remotos y de datosalojados en infraestructuras lejanas que, al fallar, nos dejan a la deriva. Nicholas Carr, en Superficiales, advierte que nuestra creciente dependencia de la tecnología está erosionando nuestra capacidad de pensar de maneraprofunda y reflexiva. En un mundodonde la electricidad es la base de todas nuestras interacciones, su ausencia nos devuelve a un estado de vulnerabilidad extrema. Paul Virilio, en La bomba informática, argumenta que la tecnología avanza a una velocidad tal que nuestras infraestructuras y sociedades no pueden seguirle el ritmo, creando una inestabilidad crónica en nuestras redes esenciales. Marshall McLuhan, en Comprender los medios de comunicación, nos recordaba que cada avance tecnológico crea nuevas formas de dependencia. La electricidad es la base sobre la que reposa toda la estructura de información contemporánea, y sin ella, volvemos a un estado de comunicación primitivo. Asimismo, Manuel Castells, en La era de la información, advierte sobre la creciente fragilidad de una sociedad que delega su funcionamiento a redes interconectadas sin previsión de planes de contingencia reales. El apagón del 25 de febrero no es un hecho aislado, sino un síntoma de una crisis latente. Si en el siglo XX lamodernización implicaba electrifica-ción y conectividad, hoy la pregunta es si hemos construido un modelo sostenible o simplemente una casa de naipes que colapsa con el primer viento fuerte. Necesitamos más que discursos: requerimos inversiones en redes inteligentes, en infraestructuras resilientes y en alternativas que eviten que cada corte de luz se convierta en un retorno a la incertidumbre. La lección es clara: no se trata de dejar de usar la tecnología, sino de reconocer su vulnerabilidad. Mientras los discursos celebran el desarrollo, la realidad nos recuerda que un solo corte eléctrico puede devolvernos a la incertidumbre. El problema no es el apagón, sino nuestra incapacidad para vivir sin la red, sin un plan de contingencia real. Hasta que no entendamos esto, seguiremos en la penumbra, esperando a que la luz vuelva, sin aprender la lección que el colapso nos insiste en enseñar. Doctor en Educación, Académico Departamento de Comunicación Visual UBB.