Autor: CARLOS PEÑA
Balance de tres años
Balance de tres años OPINIÓNCOLUMNA ESCRITA PARA EL MERCURIO DE VALPARAÍSOHay tres formas de juzgar el desempeño del Gobierno luego del tiempo trascurrido.
Una de ellas consiste en medirlo a la luz de sus propias expectativas; la otra es juzgarlo comparándolo con las expectativas de la ciudadanía; la tercera, en fin, es evaluarlo teniendo en cuenta la manera en que hizo frente a las necesidades objetivas. Veamos. Si se le juzga a la luz de sus propias expectativas, no vale la pena engañarse: el resultado es deplorable.
No se arrojó ni una palada para cavar la tumba del neoliberalismo, no se efectuó ninguna de las transformaciones estructurales que se creyeron posibles, el sello feminista se redujo a retórica identitaria y el ecologista en vez de tener una orientación constructiva, se tradujo en obstruccionismo. Si se le juzga a la luz de lo que se propuso, no cabe duda. Ha sido un completo fracaso. Pero (la sugerencia es de Marx) no debe juzgarse a una fuerza política por la idea que tenga de sí misma, abstrayéndose de las condiciones en que ha debido desenvolverse. Esto nos lleva a considerar los otros dos puntos de vista. Las expectativas de la ciudadanía fueron malentendidas por el gobierno del Frente Amplio o, si se prefiere, este diagnosticó mal las circunstancias por la que atravesaba la sociedad chilena. Vio en los acontecimientos de octubre un rechazo visceral de la ciudadanía al tipo de modernización que la sociedad experimentaba. Creyó que la cultura del capitalismo no había logrado permear a la ciudadanía cuya subjetividad, según se dijo, se habría, en cambio, revelado con violencia en octubre del 19. Lo que era un malestar inevitable de la modernización capitalista (lo que la literatura denomina la paradoja del bienestar, para decirlo en una frase) fue visto erróneamente como un anhelo de cambio radical.
Esto extravió al Gobierno hasta que al caer de bruces luego del plebiscito constitucional (y con la ayuda de los cuadros más experi-mentados que habían sido objeto de su crítica) abandonó ese diagnóstico, o aparentó abandonarlo, o se vio forzado a hacerlo.
No ha habido una actitud reflexiva acerca de ese error; pero sí un cambio en el discurso cuya sinceridad intelectual, en algún momento, habrá que verificar. ¿Qué hizo, en fin, frente a las necesidades de la ciudadanía, esas necesidades inmediatas que surgieron como parte del proceso en que la sociedad chilena está inmersa? En este ámbito no sería correcto negar algunos logros objetivos. Entre estos está, desde luego, la reforma de pensiones, largo tiempo perseguida. Se dirá que ello no pudo hacerse sin el concurso de la oposición y es cierto. Pero en democracia todo debe hacerse con el concurso de la oposición, de maneraque esa no es una razón para negar el reconocimiento. En seguridad, se han hecho inversiones largo tiempo detenidas y se principia a recuperar la iniciativa. ¿Muy lento? Sí, claro, pero una democracia liberal no cuenta con atajos para resolver ese problema.
La economía no ha ido tan rápido como se requiere; pero tampoco tan lento como se temía. ¿Es bueno o malo el desempeño hasta ahora alcanzado? Al hacer el balance sumando esas tres dimensiones al emparejar el debe y el haber de estos tres años, el resultado es más bien mediocre.
Y ello como consecuencia no solo de impericia, sino sobre todo de que el Gobierno se fundó sobre exageraciones intelectuales, sobre un diagnóstico al que la realidad no correspondía. nSi (al Gobierno) se le juzga a la luz de sus propias expectativas, no vale la pena engañarse: el resultado es deplorable. No se arrojó ni una palada para cavar la tumba del neoliberalismo, no se efectuó ninguna de las transformaciones estructurales que se creyeron posibles, el sello feminista se redujo a retórica identitaria..