Autor: Marco López Aballay, Escritor
André Jarlan
André Joachim Jarlan Pourcel (Rignac, Francia; 1941 Santiago de Chile, 1984), fue ordenado sacerdote el 16 de junio de 1968 en Rodez y después nombrado vicario de la parroquia de Aubin. Se desempeñó como asesor de la Juventud Obrera Cristiana y de la Acción Católica Obrera de la misma región. El año 1982 estudió español en la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica.
En el mes de febrero del año siguiente llegaría a la pa-rroquia Nuestra señora de laVictoria, de la población La Victoria en Santiago de Chile, donde ejerció su sacerdocio junto a su compatriota, el presbítero Pierre Dubois por un año y medio antes de su deceso. Según antecedentes históricos que se manejan, la oposición al régimen de Pinochet llamó a jornada de protesta nacional los días 4 y 5 de septiembre de 1984. En la víspera, Pierre advirtióa Jarlan: «Mañana cualquier cosa puede pasar». El día 4avisaron en la Parroquia que habían baleado a Miguel, un joven amigo de Jarlán, quien murió antes de llegar al hospital. André había conquistado la confianza de los jóvenes de la población y muchos acudían a sus consejos y palabras de apoyo, especialmente de quienes tenían problemas con las drogas. Por la tarde, Pierre Dubois volvía de la calle y buscó a su amigo André. Lo encontró sentado en su habitación de la casa parroquial con la cabeza descansando sobre su Biblia abierta. Pierre lo remeció por el hombro gritando. «¡André!». Pero estaba muerto. Una bala le había perforado el cuello saliendo detrás de la oreja. En la pared había dos agujeros de bala.
El salmo que estaba leyendo al momento de recibir el impacto, decía: «Desde el abismo, clamo a ti señor / escucha mi clamor, que terminan con la promesa del Señor: El Señor dejará libre a Israel / de todos sus males». Según palabras de la pobladora Lina Brizzo: «Ape-nas la gente de la casa y la población La Victoria se enteró de la muerte de André, gritaban, lloraban Pero sucedió algo muy lindo. No hubo desmanes, sino que toda La Victoria se iluminó con velas que los pobladores colocaron al medio de las calles. Y la luz se extendió en varias poblaciones vecinas. Era un velorio colectivo». Elimprovisado adiós duró cinco noches.
Entre el llanto de dolor y rabia, surgían gritos: «Los pacos en su locura, mataron a mi cura», «Justicia, justicia, queremos justicia», y «Asesinos, asesinos». Esa noche, algunos pobladores enfrentaron al arzobispo Juan Francisco Fresno, quien llegó a la casa parroquial para entregar su apoyo.
Lo consideraban demasiado conciliador con el régimen, pese a que solo llevaba un año en el cargo: «Cardenal, decídase: ¿ Está al lado del pueblo que sufre o al lado del gobierno que asesina?», le dijo un poblador. Sergio Onofre Jarpa, ministro del Interior, presionó a la Iglesia para que la misa de funeral del sacerdote no se realizara en la Catedral Metropolitana.
Ante la negativa de Fresno a cancelar la ceremonia en la catedral, las autoridades del régimen intentaron que los pobladores se fuesen en buses hasta el templo ubicado frente a la Plaza de Armas, para no generar noticia y prevenir manifestaciones.
Por su parte el arzobispo intentó convencer al párroco Pierre Dubois, pero los po-bladores no aceptaron y llevaron el ataúd en andas, en una peregrinación que recorrió los 15 kilómetros que separan La Victoria del centro de Santiago. «Se siente, se siente, André está presente», «André, amigo, el pueblo está contigo», coreaban todos en medio del trayecto. El ataúd de Jarlan, con su cuerpo embalsamado, fue repatriado a Francia para su sepultura. A Pudahuel llegaron miles de personas a despedirlo. En el aeropuerto Charles de Gaulle, de París, fue recibido por la primera dama francesa, Danielle Mitterrand, y por altos dignatarios eclesiásticos galos. La misa fue en la catedral Notre Dame de París, con la presencia del canciller francés, Claude Cherysson. Su entierro se celebró en su pequeño pueblo de Rodez, sin discursos, como él había estipulado en su testamento.
En el mes de diciembre, el ministro en visita designado por la Corte Suprema, Hernán Correa de la Cerda, declaró que en La Victoria efectivamente hubo un grupo de Carabineros que disparó balas de fusil y de subametralladoras UZI. Y que el cabo Leonel Povea Quilodrán sería el autor del disparo que le quitó la vida al sacerdote. La declaración de culpabilidad del cabo llevó a que el caso fuera traspasado a la Justicia Militar, la que postergó por más de una década la resolución. En 1996 la Corte Suprema confirmó el dictamen del Juzgado Militar de Santiago que había sobreseído al cabo Povea, teniendo en cuenta sus intachables antecedentes extraídos de un sumario interno que realizó Carabineros. Povea Quilodrán jamás pagó con cárcel el fatal disparo..