Autor: SILVIA LEIVA ELGUETA SLENA @LAHLENKAAUSTRAL.CL
Cierre del Samaritano: rostros y relatos de quienes lo llamaron casa
Cierre del Samaritano: rostros y relatos de quienes lo llamaron casa El cierre pone en riesgo especial a quienes requieren atención permanente. Cuatro residentes están postrados. "Una cosa es tener una casa y estar en silla de ruedas, y otra es pagar arriendo, que alguien te cuide. En una casa normal no sirve. Ellos tienen que estar acá", advierte una cuidadora. El costo de pañales y medicamentos es otro punto critico. "Los pañales son carísimos y se usan todos los dias. Eso sin contar las enfermedades", señalan.
La adaptación de viviendas externas para personas con movilidad reducida es prácticamente inexistente. "Por más que consigas un arriendo barato, si in silla de ruedas no pasa por la puerta, ahi empieza el problema". L a Casa del Samaritano, anFonos RobaGo MatiAMos El problema económico: pensiones que no alcanzan En la región, los arriendos superan los $400 mil, un costo imponsable para quienes reciben pensiones minimas. "Si tuvieramos que pagar arriendo, no nos alcanza. Ninguno de los que vivimos acá puede. Y no es sólo el arriendo, es cocina, dormitorio, vajilla, servicios. .. todo", enumera Cid. El costo de vida en Magallanes agrava la situación: gas, luz y alimentos tienen precios más altos que en otras regiones. "Aqui el costo de la vida es elevado. Este hogar es benevolente: se ajusta a lo que uno puede pagar y además recibimos donaciones que se reparten". far.
Dicen que el sueño no cuesta nada, pero para nosotros es dificil". La Casa del Samaritano deja un legado que va más allá de su infraestructura: representa historias de resiliencia, de solidaridad entre pares y de pequefica logros cotidianos que marcaron la vida de quienes allí vivieron.
Frente a la despedida, sus usuarios llaman a la comunidad a mantener viva esta red de apoyo y a reconocer la importancia de proteger espacios que no sólo albergan personas, sino que sostienen sueños, cuidados y relaciones humanas profundas. tes Hogar de Cristo, de calle Balmaceda, en pleno centro de Punta Arenas, se consolido con los años como un hogar más allá de sus paredes: un espacio donde los adultos mayores encontraron cuidado, compañia y una red de apoyo que hizo la vida diaria más llevadera.
Para quienes la habitaron, dejarla no es simplemente mudarse, sino perder un lugar lleno de recuerdos, rutinas y vínculos que se tejieron dia a dia "Para mi esta es mi casa, donde yo vivo. .. No nos ofrecieron ninguna alternativa. No somos maletas que se puedan mandar de un lado a otro. Somos personas, ancianos, que ya trabajamos toda la vida". sostiene José Alfonso Cid Rodriguez (70), expresando la dificultad de enfrentarse a un futuro incierto. La preocupación por la seguridad y la accesibilidad también es constante.
Uno de los cuidadores aporta: "¿ Qué va a pasar con los que no pueden caminar ?... Afunra, las casas, no están adaptadas, no hay catres clínicos ni baños adecuados". Muchos de los residentes requieren atención y cuidados especiales, lo que hace que la búsqueda de alternativas habitacionales son aún más compleja. Más allá de estas dificultades, los sueños y proyectos personales de los residentes siguen vivos. José Cid comparte su aspiración de seguir aprendiendo y de mantenerse activo: "El sueño es terminar mi enseñanza media, es el sueño por el dia.
Yo si tuviera los medios. .. se que iria a la universidad Pero ahi se requiere más y en las situaciones que nos encontramos todos los abuelos acá, es dificil soMientras tanto, José Díaz, con 9 años de residencia, coincide: "Con la pensión no alcanza para arrendar. Tengo que pagar la luz, el agua. .. ¿ Qué hago? Más el arriendo.
No hay ninguna pensión que alcance". Un hogar que es familia Los pasillos de la Casa del Samaritano no son sólo espacio fisico: son memoria, rutinas y afectos. "Aqui vivimos todos, nos conocemos bien y lo que hay se comparte. Esto es una familia", resume Cid. La dinámica diaria está marcada por cuidados, comidas en común, estudio y apoyo mutuo. Muchos residentes tienen historias de trabajo duro desde la infancia. Jose Diaz ejerció como camionero y comenzó a trabajar a los 12 años, mientras que Belfor trabajo en la agricultura, ganade. ria y construcción. Hoy enfrentan dolencias crónicas: diabetes, problemas renales, caderas dañadas. Sin embargo, encuentran alivio en el acompañamiento constante: "El Hogar se ha dedicado a llevarme al hospital, traerme y apoyarme. Este hogar es bueno", remarca Cid. Una batalla por resistir Pese al adverso panorama, residentes y cuidadores no se resig. nan. "La batalla es quedarnos hasta el último dia. Esto no es sólo el cierre de un hogar, es el cierre de una familia", sostiene una de las cuidadoras. La esperanza está puesta en que la solidaridad local y la intervencion de autoridades eviten el desarraigo. "Ojalá que un llamado movilice a la gente de Magallanes. Aqui se recibe cualquier ayuda con mucho amor". Mientras tanto, la vida continua en el hogar, entre rutinas, conversaciones y la sombra de un calendario que corre demasiado rápido.
Un mes de plazo para encontrar alternativas no parece suficiente para quienes, mas que un lugar, defienden su derecho a conservar la vida que han consUn anuncio que cayó como balde de agua fria La noticia del cierre llegaria sin rodeos y sin alternativas. "Nos sentaron y nos dijeron: "La casa terminó"", relata Jost Alfonso Cicl, usuario desde hace mas de cuatro años. "No nos dijeron 'nos vamos a cambiar' o 'vamos a tener otra casa'. Nada. Ni una alternativa". Para este residente, la magnitud de la decisión es clara: "Para mi esta es mi casa, donde vivo. Y creo que para mis compañeros igual. No nos pueden mandar como maletas para allá y para acá. Somos dignos, ancianos.
Ya trabajamos toda nuestra vida". Belfor Vargas Nahuelquin ha vivido 18 años en este hogar (bajo distintas administraciones) y participo en la construcción de una ampliación en la parte posterior, por lo que también lo siente como propio: "Estoy aca en mi casa. Yo ayude a construir toda la parte de acá.
No me quiero mover". truido. /LPA La amenaza para los más vulnerables. Los usuarios del establecimiento relatan su experiencia, sus desafíos diarios y la esperanza de mantener vivo el espíritu de la Casa, mientras llaman a la comunidad a acompañarlos en esta etapa. "No nos ofrecieron ninguna alternativa. No somos maletas que se puedan mandar de un lado a otro. Somos personas, ancianos, que ya trabajamos toda la vida", sostiene José Cid Rodríguez. La suplica por ayuda de quienes no tienen dónde ir Belfor Vargas Nahuelquin lleva 18 años en el hogar. José Díaz completó 9 años en la residencia. José Cid Rodriguez tiene 70 años y es usuario del recinto desde hace de 4 años.