Autor: ARIEL DIÉGUEZ
El perfil de los jóvenes que trabajan para las pandillas criminales en Colombia
El perfil de los jóvenes que trabajan para las pandillas criminales en Colombia Antropóloga Elena Butti conversó con adolescentes que prestan sus servicios al narcotráfico El perfil de los jóvenes que trabajan para las pandillas criminales en Colombia ArieL DIÉGUEZ ArieL DIÉGUEZ "Realmente no fue difícil entrar. Fui a hablar con el duro y me dijo bien, si quieres parchar, parcha". Elena Butti, antropóloga urbana, recuerda que un joven en Colombia le contó cómo comenzó a trabajar para una pandilla. Fue casi un trámite. No necesitó papeles ni recomendaciones, no tuvo que demostrar su valentía, no le hicieron una marca con un cuchillo. Nada.
El jefe lo aceptó de inmediato. "Parchar" significa andar con ellos y estar ahí cuando se necesite, pero, eso sí, la membresía no es total. "Los jóvenes nunca hablan de ellos mismos como miembros o de ser parte de.
Ellos prefieren una terminología más vaga, como parchar, camellar, trabajar informalmente con ellos o andar con ellos", explica la doctora de la Universidad de Oxford en la XV Conferencia Internacional de Paz Ciudadana. "Este nuevo lenguaje es interesante, porque sugiere que la noción del reclutamiento es más difusa y fluida que la imagen popular de las pandillas, sobre todo de Norte y Centroamérica, de grandes rituales de iniciación, hermandades de sangre, de estás con nosotros o en contra", cuenta. Las comunidades en las que estos jóvenes se mueven jóvenes se mueven tampoco los ven como miembros de la organización. "Un residente me dijo que ellos son adictos a las drogas. Fuman, roban y hacen tareas cuando se las encargan. No dependen enteramente de la pandilla. No tienen un lugar fijo en la pandilla. Algunas veces andan con la pandilla y las pandillas los dejan", cuenta.
No trabajan a tiempo completo y sus responsabilidades son pequeñas y eventuales. "Hacen tareas de muy bajo nivel, pero esenciales, como el más pequeño nivel de tráfico de drogas, ser campaneros o vigilantes, que alertan cuando llega la policía, esconRealizan servicios ocasionales, pagados mitad en plata y mitad en droga, con un régimen laboral parecido al de las aplicaciones de delivery, por ejemplo.
No se sienten parte de la organización y dicen que en cualquier momento podrían cortar cualquier vínculo con ella, pero no es tan der armas o drogas, ser carritos, es decir transportar bolsos de un lugar a otro, sin saber siquiera qué hay dentro", detalla. Esa manera de integrarse a la organización criminal provoca ciertas percepciones en los jóvenes, a veces correctas, a veces incorrectas. "Yo era un simple dealer. Estaba en el nivel más bajo y libre de la organización. Me daban drogas para vender y eso hacía. Me reportaba así. Elena Butti dice que las organizaciones criminales no les piden a los jóvenes pruebas de lealtad ni los someten a rituales de iniciación. con ellos y eso era todo. Si hubiese querido irme, podría haberlo hecho. No hay problema". La investigadora recuerda una conversación que tuvo con otro "joven interlocutor" en ese país. Al principio los jefes ni siquiera les piden lealtad. "Esto les da la ilusión de cierto grado de libertad", explica. Sienten que no tienen que renunciar al resto de su vida y que pueden hace algo más. Los adolescentes ven esto como un trabajo ocasional que hacen cuando quieren o cuando necesitan y que más encima es remunerado. Gig es el término que define un trabajo ocasional, freelance, en el que el prestador prácticamente define sus horarios o se siente su propio Jefe. Algo así como las aplicaciones de transporte o de delivery. Eso es lo que sienten los jóvenes que trabajan para los grandes grupos criminales en Colombia, dice Elena Butti. Por eso les llama "gig gangsters". Parte del pago que reciben por una tarea es droga. Eso provoca adicciones físicas y socioeconómicas a la estructura criminal. "Me pagan mitad en plata y mitad en droga. Si me las arreglo para vender toda la droga, puedo quedarme con la mitad que es mía. Pero nunca me las arreglo, así que al final me la fumo. Eso me hace querer más, así que gasto en más droga lo poco de dinero que me queda.
Al final no me queda dinero". Otra frase de uno de los jóvenes con que ella habló en su investigacon que ella habló en su investigaCAPTURA DE PANTALLA ción en Colombia. "Esas adicciones son muy difícil de sostener si no continúan entrando en contacto con la organización", asegura. A veces no es tan fácil dejar la organización. "Si quisiera salirme de esto, puedo hacerlo, pero es un poco complicado. Todavía le debo dinero a los duros, porque cuando la policía me detuvo me quitaron la droga. Ayer el jefe me dijo que pusiera atención, porque si no les pago lo que les debo, puedo perder la vida". La investigadora recuerda otro testimonio que recogió en ese país. Habla de una suerte de "deuda" por la mercancía perdida. Al final resulta que no es tan fácil dejar la organización.
El código penal de las paredes "Prohibido robar en las comunidades y usar drogas en la vía » « pública", "no fumar maconha dentro o frente a las escuelas", "respetar moradores". El Comando Vermelho y el Primer Comando de la Capital (PCC), grandes organizaciones criminales brasileñas que nacieron en las cárceles, hoy escriben sus propios códigos penales en los muros de las favelas. "Ellos tienen esas reglas. Imponen su gobernanza sobre la población local. Lo hacen para ganar de los residentes una cierta lealtad. Promueven el orden público para que el Estado no necesite entrar y también para que, cuando entre, los residentes lo vean como invasor", cuenta Benjamin Lessing, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Chicago.
Los residentes están encantados con el orden que imponen las organizaciones criminales y terminan protegiendo a sus miembros, porque el orden es beneficioso para el barrio. "En las favelas de Brasil hoy es muy común que no haya que cerrar las puertas, no hay casi violaciones, se puede andar en la noche, la gente se siente segura", cuenta. "Antes había 20 o 30 muertes al año, ahora es cero. Impusieron reglas, pero son buenas reglas", le dijo a Lessing Joao Pessoa, presidente de la asociación de moradores del Barrio San José, gobernada por la Facción Okaida, que depende del Comando Vermelho..