La cultura del descarte
La cultura del descarte Marisol Peña Centro de Justicia Constitucional UDD La dramática muerte del actor Gene Hackman y de su esposa en Estados Unidos como la muerte de una mujer de la tercera edad que cayó a un pozo séptico en la región de Los Lagos en nuestro país, luego de haber clamado infructuosamente por ayuda para enfrentar el problema sanitario que la afectaba, han vuelto a poner en el tapete la dramática situación que suele afectar a los adultos mayores.
A lo anterior se unen los datos entregados por el Instituto Nacional de Estadísticas, la OIT y algunas universidades chilenas que muestran la precaria situación de las personas de 60 años y más desde el punto de vista laboral. Mientras la población se envejece y disminuye significativamente la tasa de natalidad, los adultos mayores que logran seguir insertos en el ámbito laboral representan un porcentaje mínimo. Cuando logran mantenerse activos se ven obligados a caer en la informalidad o a recibir bajas remuneraciones que no les permiten sustentar una vida, aun cuando ya reciban una pensión. El problema es mucho más profundo de lo que muestran las cifras, pues, claramente, Chile ha caído en la cultura del "descarte" de que nos hablaba el Papa Francisco en Laudato Si. Es decir, excluir a las personas, los valores, las promesas y los vínculos comunitarios. Por eso, llegar a la condición de adulto mayor se ha convertido en un motivo de angustia frente a un futuro incierto y, muchas veces, de gran soledad. Con mayor razón, cuando muchas personas siguen con energías y ganas de aportar, sin experimentar deterioro de su salud que justifique un retiro forzoso. La respuesta normativa, traducida en la dictación de leyes, no representa necesariamente una solución al problema que afecta a nuestros adultos mayores. Por ejemplo, la ley 20.732, de 2014, eximió a los adultos mayores del pago del impuesto territorial por tramos y dependiendo del nivel de ingresos. Durante el año 2024 se presentaron al menos cuatro iniciativas de ley para reducir la vulnerabilidad que afecta a ese grupo de chilenos y que se encuentran actualmente en trámite.
Sin embargo, subsisten, tanto en el sector público como privado, distintas prácticas que tienden a alejar a los adultos mayores de la vida laboral activa, más allá de su voluntad personal condenándolos a una vida sin motivaciones y con todo tipo de aflicciones materiales. De allí que podemos concluir que se hace imperativo un cambio en nuestra cultura. El mercado laboral no puede ni debe prescindir de los adultos mayores que manifiesten su intención de seguir aportando a la sociedad.
Probablemente, debamos pensar en mantenerlos vinculados al mundo del trabajo a través de asesorías u otro tipo de modalidades compatibles con su condición que, sin evitar el necesario flujo de incorporación de las nuevas generaciones, aproveche su experiencia y visión madura de la vida para enriquecer los procesos productivos y de toma de decisiones.