Autor: Daniel Rozas
"La política sigue en eso: por ahora son tiburones nadando en círculos en torno a la sangre"
Pe fotos? Me mandaron a cambiarme, mi chaleco está lleno de hoyos”, pregunta por correo electrónico Daniel Hopenhayn, ya que no utiliza Whats App, pocos minutos antes de llegar en bicicleta a la entrevista.
Alto y barbón, pareciera que nada lo saca de quicio, ni siquiera los macheteros que nos interrumpen durante la entrevista para pedirnos plata, quizás porque está demasiado agotado para molestarse, dado que se convirtió en padre hace poco.
Mientras fuma y toma café, comenta que su hija de un año y medio le demanda mucha atención y que “probablemente voy a tener que ampliar mi giro porque como periodista free lance no le puedo asegurar un gran futuro”. Le pregunto si se siente viejo siendo un cuarentón y me responde que su mentalidad parece estar anclada en el siglo pasado. “Soy un joven del siglo XX, lo que a veces me hace pensar más parecido a una persona de 80 años que a alguien de 30”. Coautor del libro «Give me a break. Conversaciones con Diego Maquieira» El periodista publicó «El entuerto chileno» (Editorial Catalonia), un libro de entrevistas con intelectuales y políticos que intentan entregar un diagnóstico del complejo Chile actual.
“Malgastamos mucho tiempo compitiendo por quién tenía toda la razón”, dice. (2008) y editor de «El distraído» (Ediciones UDP, 2023), el libro póstumo de Ernesto Rodríguez Serra, Hopenhayn sostiene que el periodismo de conversación le ha enseñado “a mirar el mundo desde la mente de otras personas, lo cual es un gran alivio y lo mejor de este trabajo”. Exeditor de cultura de «The Clinic», colaborador de «La Tercera» y la revista «Santiago», publicó este año «El entuerto chileno» (Editorial Catalonia), un libro que recopila conversaciones con 21 intelectuales y políticos que ofrecen diagnósticos sobre un país en constante cambio. Las entrevistas, realizadas entre 2015 y 2022, forman un archivo que refleja una sociedad que trata de comprenderse a sí misma, pero que no logra ponerse de acuerdo en el juicio.
Periodista autodidacta, sostiene que la discusión sobre el poder ha eclipsado la discusión sobre la sociedad, y lamenta que esta última haya perdido relevancia después del plebiscito de salida y que, ya en los descuentos del año 2023, haya quedado sepultada bajo una tormenta de arena que “hundió al debate público en el cortísimo plazo”. Cree que, en algún momento, será necesario retomar la pregunta sobre “qué es lo que está sucediendo en nuestra sociedad” para acordar el rumbo de la política.
“El debate de ideas perdió crédito” —¿ En qué ciclo político nos encontramos actualmente antes de las elecciones de diciembre, considerando el Rechazo del año pasado? —Lo que pasa es que el resultado del plebiscito abrió un vacío de poder. Y la política sigue en eso: son tiburones nadando en círculos en torno a la sangre. Incluso la derecha, en su manera de oponerse a las reformas del Gobierno, parece más estimulada por imponerle su poder a la izquierda que por defender un proyecto propio. Lo mismo le pasó a la izquierda cuando Piñera quedó sin poder: la prioridad era someterlo, sojuzgarlo, después vemos para qué. Y un Gobierno débil tampoco puede mirar muy lejos, entonces a nadie le urge mucho velar por la coherencia de un proyecto político. Por otro lado, después de tanto péndulo, el debate de ideas perdió crédito.
Cayó en una especie de impotencia, como si la crisis que venía a resolver le hubiera quedado grande. —Desconfiamos de las ideas y las emociones parecieran dominar la política. ¿ Qué conclusión sacaste haciendo este libro? —Que malgastamos mucho tiempo compitiendo por quién tenía toda la razón.
Uno saca entrevistas creyendo que Los cientistas sociales menores de 40 años están bastante formateados por la especialización académica (... ) Entonces al final no te responden las preguntas”. (Boric) sobrestima el poder de los diarios para pautear a las redes, donde una alocución de Tomás Mosciatti pega mucho más”. está aportando a un intercambio de ideas y al final las reacciones son pulgar para arriba y pulgar para abajo. Idolatrar al que me acomoda y buscarle la yayita al que no. Tras el 18-O eso fue un despilfarro, porque estaban apareciendo muchas reflexiones pertinentes, por distintos lados. En términos de una sociedad tratando de repensarse, fue un ciclo virtuoso. Pero nadie aprovechó los diagnósticos ajenos para ponera prueba el propio. Quizá el ejemplo más simple es cómo la izquierda leyó a Carlos Peña. Se empecinaron en demostrar que Peña estaba viendo una fantasía, en lugar de asumir que el país que veía Peña también existe. Era un diagnóstico incompleto, como todos, pero tenían que integrarlo, no negarlo. Y del otro lado hacían lo mismo, no se querían repartir la verdad. Por eso publiqué el libro, pensando que ahora habrá más interés en contrastar estas visiones, ponerlas en relación.
Realizó el diagnóstico más vigente en tú libro? ¿ Crees que la entrevista de 2015 que le hiciste a Ricardo Lagos envejeció bien? —Lo de Lagos es un buen ejemplo de cómo van cambiando las cosas. Yo aprendí no solo que la razón está muy repartida, sino que se puede tener razón de formas muy distintas a lo largo del tiempo. Cuando salió era una lata de entrevista. Yo la iba a dejar afuera del libro, pero empezó a descomponerse el asunto y esas palabras de Lagos empezaron a cobrar clarividencia.
Y al final resulta que, si le hubieran hecho caso, todos, derecha e izquierda, nos habrí mos ahorrado una cantidad de malos ratos increíbles y tendríamos una Constitución muy parecida a la de la Comisión Experta. Pero en ese tiempo era un viejo latero que estaba planteando un camino del medio que a nadie le interesaba recorrer. —¿ Por qué entrevistaste a pocos intelectuales menores de 40 años? —Hay dos razones. Una es que me falta diálogo con gente más joven que yo. Y la otra es que los cientistas sociales menores de 40 años están bastante formateados por la especialización académica. Cuesta mucho encontrar cabezas que estén tratando de mirar la sociedad como un todo. Ellos te quieren llevar a su especialidad, a su lenguaje, y al pedacito de fenómeno que están viendo. Entonces al final no te responden las preguntas, tratan de vincular los temas con algún estudio que tengan ellos. Estoy generalizando, también hay gente como Josefina Araos o Noam Titelman. Pero en esas generaciones el pensamiento lo conducen los propios cuadros políticos. Los intelectuales, digamos los Tironi o Garretón de antes, son más bien proveedores de insumos específicos. “Yo leo varios diarios, pero no pago ninguno” —Trabajaste como editor de cultura en «The Clinic». Hace poco se acabó la sección cultural de «LUN» y hubo grandes lamentaciones públicas.
Un amigo me decía que un periodista cultural es un tipo que se despierta por las mañanas con una náusea en el estómago y con la convicción de que su despido es inminente. —Yo despierto sin náuseas porque me colgué de la política, pero extendería el fenómeno a otros rubros del periodismo. La verdad es que el público chileno es chico y la mayoría se informa desde las redes sociales, y así la caja no cuadra. Yo leo varios diarios, pero no pago ninguno, ratoneo desde cuentas ajenas. Soy un mal ciudadano y estoy aportando al despido de mis colegas y al desplome de la prensa cultural. Pero al menos leo lo que queda. Porque esa es la segunda causa: nuestro público cultural es más dado a demandar contenidos que a leerlos. Cuando saco una entrevista a un politólogo o a un sociólogo, sus colegas la leen. Pero si entrevisto a un artista o a un escritor, la lee su tribu nomás, salvo que sea muy famoso. Hay poca curiosidad del resto de los pares que no integran su misma corriente. Existe la sensación de que el campo cultural es una mesa con cupos limitados. Entonces si aparece mucho otro, quizás pierdo yo. Y eso genera una escasez de circulación que deja a las páginas culturales como poco influyentes, hechas por cumplir. Y cada grupito tiene que irse a armar su blog para leerse entre ellos.
Las mismas críticas de libros que había en «LUN», solo las difundían los reseñadores y el autor que salía reseñado. —Un escritor me dijo que el «Artes y Letras» actual es peor que en dictadura. —Es una salida fácil descargarse en la mediocridad cultural de los que mandan. La crónica bien investigada, que es el género periodístico más importante, ya cas tampoco se puede hacer. (Rodrigo) Fluxá se tuvo que ir a Netflix.
La sobredosis de entrevistas que hay en los diarios obedece a que no hay plata para investigar como antes y obedece, también, a que en la economía de la atención, una cuña y una opinión atrapa más público que un buen texto narrativo. Entonces no es sólo el periodismo cultural. Cualquier crónica bien escrita corre con mucha desventaja frente a un público que está eligiendo qué cliquea entre 15 cosas. —El Presidente Boric dijo la semana pasada: “Leo poco los diarios a estas alturas.
Pero es impresionante el afán de preferir las malas (noticias). Yo no sé cómo quienes siguen leyendo «El Mercurio», «La Tercera», «La Segunda», quedan con su corazón después, porque, en verdad, es como si viviéramos en un país infernal. Y no estamos en eso”. ¿Cuál es tu opinión? —Es un síntoma de lo mucho que nos está costando pensar desde un lugar que no sea el propio. Con un poco de distancia, el Presidente advertiría que, de no existir el fenómeno que critica, él todavía no sería Presidente. Todos sabemos que la prensa se enfoca en lo que no funciona y que hoy las redes sociales exacerban esa percepción, ¿Es injusto? Sin duda. Pero si no te afligió cuando jugaba a tu favor, es difícil pedirles a los demás que ahora se conmuevan contigo. A menos que la intención del Presidente fuera aleonar a su público en contra de los medios que le incomodan. En ese caso, no le fue tan mal, pero quiero creer que no es su estilo. —Boric dice que la prensa muestra un país infernal.
Pero si leemos Twitter, en Chile hay guerras civiles todos los días. —Yo creo que el corazón del Presidente, más que sufrir cuando lee los diarios, sufre cuando lee las repercusiones de esas noticias en Twitter. Pero sobrestima el poder de los diarios para pautear a las redes, donde una alocución de Tomás Mosciatti pega mucho más fuerte. Y contra eso no puede de ahí quizás la impotencia.
Pero está buscando culpables para una negatividad que hoy sufren los presidentes de cualquier signo en cualquier paí —Rodrigo Fluxá sostiene que en las escuelas de periodismo prevalece la idea de que los periodistas deben ser activistas. ¿ Cuál es tu opinión sobre el periodismo activista y el periodismo basado en hechos? ¿ Dónde te sitúas tú? —Reporto más opiniones que hechos, pero ni se me ocurre pensar a quién beneficio con una entrevista. Me esfuerzo por ser ecuánime, un arte menor. Simplemente hay que mostrar y que juzgue el lector. Lo que pasa es que el lector se puso cómodo, quiere que el periodista juzgue por él.
Y que juzgue lo mismo que él, si tiene dos dedos de frente. —+¿ Piensas que a los periodistas les falta escuchar más e interrumpir menos? —Si hablamos de los diarios, creo que les cuesta hacer eso porque la palabra que gobierna la pauta es poder. Quieren ser el lugar donde el poder conversa en público e intercambia mensajes. Y cuando tú entrevistas a personas que se están peleando el poder, tienes que ser más inquisitivo, apretarlos un poco. Porque esa persona tiene que responder ante la sociedad por cómo ejerce o disputa el poder. O sea, yo entrevistara a ministros o candidatos, sería medio irresponsable ser tan relajado.
Pero quizás esa orientación hacia el poder deja poco oxígeno para el diálogo más distendido, en que uno puede priorizar que el entrevistado desarrolle la mejor versión de su idea, total nadie se muere. —Fuiste editor de «El distraído», el libro póstumo de Ernesto Rodríguez Serra. ¿ Cómo fue esa experiencia? —Ya lo han dicho otros, pero era fascinante conversar con él, Tenía una cabe7a muy moderna y un espíritu muy clás co, tocado por la cultura clásica y el cristianismo de antes. Hoy queda gente que estudia esas cosas, pero solo unos pocos viejos que las alcanzaron a asimilar como un modo de vida, porque ya no se puede crecer así. Ernesto era de esos. Cultivaba formas antiguas de la amistad y el conocimiento. Y te iba metiendo en una frecuencia en que la poesía, la política y la teología empezaban a ser lo mismo. Cuando uno trata de mezclar esas cosas se pone chanta, pero a él le surgía natural.