COLUMNAS DE OPINIÓN: El Presidente y Cuba
COLUMNAS DE OPINIÓN: El Presidente y Cuba L a interpelación de la reconocida activista cubana Rosa María Payá al Presidente Boric --para que "alce la voz" por la situación de la isla-ha vuelto a poner sobre la mesa un viejo tema de debate en la izquierda. Cuba es una realidad incómoda para este sector, y las miradas cómplices con ese régimen se han transformado en una vergüenza para la región.
La afirmación de Payá en cuanto a que el compromiso de Boric con los derechos humanos "no será real hasta que no esté dispuesto a reconocer la verdad y condenar la dictadura cubana" se sostiene en el hecho de que, desde su llegada al poder, el mandatario no ha criticado la tiranía imperante en la isla, como sí lo ha hecho con Nicaragua y Venezuela.
Como Presidente, su mayor aproximación al tema fue la frase expresada hace algunas semanas respecto de que "es necesario, de una vez por todas, levantar el bloqueo unilateral, además de avanzar hacia la democratización dentro del mismo país". Se trata de una declaración muy insuficiente por parte de quien ha definido la defensa irrestricta de los derechos humanos como un eje de su política exterior: falta en esas palabras una censura explícita hacia un régimen que ha vulnerado las libertades más básicas. Los cubanos no tienen derecho a protestar, a votar en elecciones libres ni a organizarse.
Su "sistema" político no es más que una pantomima que excluye la disidencia y apenas intenta disfrazar un modelo que no solo no trajo ni libertad, ni prosperidad, ni igualdad a Cuba, sino que les ha traído a muchos de sus ciudadanos la muerte en las aguas del Caribe al buscar un futuro mejor. ¿Por qué, entonces, la actitud presidencial ha sido tan débil? La respuesta tal vez reúna dos elementos.
Por una parte, la mitificación que la izquierda hizo de la revolución cubana, pese a que ya tempranamente se conocían sus atrocidades; sorprendentemente, esa mitificación traspasó generaciones, como lo demuestra el homenaje que el propio Boric, como diputado y vía redes sociales, rindiera a Fidel Castro al morir este. Cabe reconocer que luego, en su campaña presidencial, al enfrentarse a Daniel Jadue, sí marcó una diferencia y rechazó con claridad la represión en la isla. Sin embargo, ya en el poder, el tema parece haberse vuelto un tabú. Y ahí emerge la segunda parte de la explicación: el estrecho vínculo que sigue existiendo entre la dictadura cubana y el Partido Comunista, una de las colectividades fundantes del actual gobierno.
Lo que lleva a otra pregunta: ¿ cómo es posible que una izquierda que asegura reivindicar de modo irrestricto los valores de la democracia siga haciendo alianzas con un partido que hoy cohonesta las dictaduras más aberrantes de la región? Es difícil encontrar una respuesta que sea coherente. Quedan, con todo, casi dos años de gobierno. Es de esperar que el Presidente recapacite y muestre la profundidad de sus convicciones democráticas condenando, ahora sí, los abusos del régimen cubano. Sin ambages. Y sin empates. Su aproximación ha sido particularmente débil para quien define los DD.HH. como eje de su política exterior. El Presidente y Cuba.