Autor: POR JOSEFINA ARAOS
Esbozos sobre la presencia de Dios en Hannah Arendt
Esbozos sobre la presencia de Dios en Hannah Arendt Hannah Arendt, una de las figuras más importantes del pensamiento político del siglo XX, reflexionó acerca del totalitarismo, el holocausto y las circunstancias que pueden llevar a un ser humano "normal" a cometer atrocidades, y dejó para la historia su teoría de la banalidad del mal. También, siendo judía, creyó en Dios. Josefina Araos, en este artículo publicado en Humanitas nº109, recopila referencias y reflexiona sobre la aproximación a la fe en esta gran pensadora. El texto completo está disponible en www.humanitas.cl. Hannah Arendt creía en Dios.
Asi se lo reconoció a su maestro Karl Jaspers en una carta de 1951. "Abro mi camino en la vida con una especie de confianza (¿ infantil? Porque es incuestionada) en Dios", afirmó, respondiendo a la pregunta que le había formulado el filósofo en una carta anterior: "¿ acaso Jahve no ha desaparecido demasiado de la vista?". Con esa pregunta Jaspers le agradecia a Arendt el envio de una copia de Los orígenes del totalitarismo, recientemente publicado, manifestando su inquietud por el destino del mundo ante el oscuro panorama que se dibujaba al final de la obra. La caída de los regímenes totalitarios no erradicaba sus condiciones de posibilidad. Arendt no tenia respuestas para su maestro, excepto las palabras ya citadas: su confianza casi de niña en Dios.
Eso no resolvia nada en el plano de la reflexión filosófica, pero al menos, afirmaba Arendt, permitia ser feliz. * El carácter infantil que Arendt daba a su confianza en Dios no se restringe, sin embargo, al hecho de ser una suerte de dato que sencillamente experimentaba como dado.
Se debe también a que desde pequeña dialogó con Dios. "Desde mis siete años propiamente he pensado siempre en Dios, pero nunca he reflexionado sobre Dios", escribió en una entrada de mayo de 1965 de su Diario Filosófico *. A esa edad habian muerto ya su padre y su abuelo, experiencias que marcaron profundamente su vida, y en torno a ellas es que inicia, o asi lo registra su memoria, su dialogo con Dios.
Esto lo confirma la propia madre de Arendt, al relatar que, acompañando pacientemente la enfermedad de su padre, "rezaba por el por la mañana y por la noche, sin que se le hubiera enseñado a hacerlo" *. Sin embargo, existen versiones algo contradictorias. Sin dar una referencia explicita, Elizabeth Young-Bruehl, su más conocida y pionera biógrafa, relata un episodio de su infancia en que Arendt habría afirmado ya no creer en Dios. La confesión habría tenido lugar en un intercambio con el rabino Hermann Vogelstein, destacada e influyente figura del judaismo liberal alemán de inicios del siglo XX.
Aunque los padres de Arendt no eran religiosos, según indica la misma Young-Bruehl, si aceptaron que recibiera formación religiosa de la tradición judía a la que pertenecian, en el marco de la cual pudo conocer e interactuar con Vogelstein, a quien sus abuelos admiraban.
En respuesta a su provocación, Vogelstein le habría dicho también con ironía: "¿ Y quién te pidió que creyeras en El?" *. Por lo visto, Arendt fue obediente en alguna medida con el rabino, pues no era requisito creer para pensar en Él y dialogar con El. No podemos saber si su incredulidad era una mera provocación o una convicción profunda, ni tampoco cuantas veces pudo haber puesto en duda esa confianza reconocida a Jaspers años después. Pero nada de esto cuestiona lo que la propia Arendt pone en palabras en su diario, como un hecho temprano y duradero de su existencia: ella pensaba en Dios. Ahora bien, este pensamiento religioso que describe Arendt tenía un carácter singular.
A propósito de las dolorosas y tempranas pérdidas que le toco enfrentar, la niña que fue alguna vez, "apoyada en la ventana el dia de la muerte de mi padre", se decía: "no hay que molestar a Dios con oraciones" *. Al menos así lo recordaba la propia Arendt casi 50 años después, presentandose como la misma pequeña de aquellos dias: "el yo, en cuanto piensa, se mantiene idéntico a través de las épocas de la vida". Si acaso esa identidad de la que hablaba es cierta, la Arendt que se acercaba a su muerte en 1970 seguia aun pensando en Dios, tal vez todavia sin querer molestarlo.
Porque pareciera que para Arendt Dios estaba lejos -"ino nos escuchas! ", dice su verso citado en el epigrafe-, o separado de ella como por un muro, tan añorado como distante -"¡ no nos olvides! ", clama en el mismo poema-, radicalizando la experiencia de orfandad en la que se sumió con apenas ocho años. Es que las muertes que enfrentó marcaron el temple de Arendt, dominada siempre por la nostalgia, la sensación de soledad, de desarraigo.
Esas experiencias solo se profundizarian a lo largo del tiempo, especialmente al tener que dejar su Alemania natal a fines de los años 30, ante la persecución que el régimen nazi ya estaba ejecutando sobre la población judía. No por azar el mundo, y la necesidad de reconciliarse con él -de hallarse en él como en casa *, ocuparian un lugar tan importante dentro de su obra. Uno podría esbozar que la elaborada reflexión filosófica de Arendt sobre el concepto de mundo está de algun modo vinculada con su diálogo temprano con Dios, que aqui hemos apuntado. Es lo que sugiere otra de sus biógrafas, Laure Adler, al señalar como esas inquietudes originarias influyeron en las decisiones que Arendt fue tomando a lo largo de su formación intelectual.
Que eligiera la Teología como disciplina primera, y a san Agustín como objeto de su tesis doctoral era una forma de "ahondar en las preguntas sobre la existencia de Dios" que la acompañaban desde niña. * Y lo (aparentemente) inesperado es que encontrará en esa referencia una base fundamental para articular su comprensión de la materia que ocupo toda su vida: la politica (y su sentido). Como dice Arendt en su propio diario a inicios de 1955, en Agustin estaba de hecho "la pregunta de la politica"*, aquella que remite a una cuestión primaria de la filosofia relativa a la constatación, casi milagrosa, de que haya alguien y no, en cambio, la nada.
Arendt cita de Agustin un fragmento algo criptico: "antes del cual nada existió". No es difícil saber, sin embargo, a qué referencia corresponde esa frase, pues fue profusamente ocupada por la propia Arendt, cuya parte inicial señala: "para que hubiera un comienzo HUMANITAS.
Esbozos sobre la presencia de Dios en Hannah Arendt fue creado el hombre", Arendt remite solo a esa frase final en su diario como queriendo subrayar la radicalidad del significado de la existencia humana: con ella empieza el mundo, pues hay al fin alguien para dar testimonio de ello.
Es asi que continua su reflexión, diciendo, como si quisiera alargar el texto original escrito por Agustin: hay alguien ahi (y no la nada) "para proteger la creación". Solo "el nadie puede destruirla", agrega; la posibilidad de que en algún momento ya no haya nadie que pueda responder por su cuidado. * Ese es para Arendt el fundamento de la politica -que revela tanto su potencia como su fragilidad-, y encontro en Agustin y en el lenguaje religioso el modo preciso de formularlo: estamos aca para cuidar, para resguardar, para dejar lo recibido como legado a otros, pues nos sobrepasa -eso es, entre otras cosas, la creación -. De este modo, su diálogo con Dios va tomando otras vias, volviendose de a poco hacia pensar sobre El que creía todavía no haber iniciado. Un pensar sobre Dios que le permitiria pensar todo lo demás.
Refiere Adler que, en una carta de mayo de 1952, después de asistir a una función de El Mesías de Handel durante una visita a la Alemania de posguerra, Arendt le comentó a su marido, Heinrich Blücher, que "el cristianismo tiene sus cosas" *. La afirmación no era resultado de una emoción pasajera, motivada por la experiencia de haber escuchado una obra de esa estatura.
En la misma fecha, Arendt anotó en su diario una reflexión mas profunda, que revela hasta que punto ese cristianismo del que le hablaba a Blücher nutria su pensamiento político. inesperado, en último término, milagroso, pues nadie pudo predecirlo o imaginarlo.
Pero la acción es iniciar o comenzar, porque somos antes que nada seres que nacemos; somos "initium", dice Arendt, por "virtud del nacimiento", y es por eso que está en nosotros, originariamente, disponernos a esa acción para, sencillamente, habitar el mundo. No hay otro modo de hacerlo. * Nos hemos detenido en esta definición somera de la acción por parte de Arendt para comprender el papel que la figura de Cristo ocupa en ella.
Y es la misma Arendt la que lo explicita: "el milagro que salva al mundo, a la esfera de los asuntos humanos, de su ruina normal y "natural" es en último término el hecho de la natalidad". En ella, sigue Arendt, "se enraiza ontológicamente la facultad de la acción" y solo "la plena experiencia de esta capacidad puede conferir a los asuntos humanos fe y esperanza". Se trata para Arendt de dos dimensiones de la experiencia humana que el mundo griego no conoció; fue el cristianismo, mediante el testimonio de Cristo, el que las introdujo en la historia.
Con Jesús llegan la esperanza y la fe "en el mundo", en que las cosas podran, a pesar de todo, ir mejor, y que se resumen paradigmáticamente, siempre siguiendo a Arendt "en las pocas palabras que en los evangelios anuncian la gran alegría: 'Os ha nacido hoy un Salvador"" ** Arendt encuentra entonces en Jesus, actor por excelencia -el iniciador de lo inesperado= el modo de describir las implicancias últimas del hecho de que lleguemos al mundo naciendo.
Pero hay que detenerse muy bien en el significado de nacer para Arendt: ella reivindica en ese acontecimiento la radical novedad y originalidad de cada ser humano, que puede llegar a cambiar el mundo, pero también el hecho -y esto se subraya menosde que venimos de otros; de que no somos autores ni productores de nuestra vida, aunque si los protagonistas de ella *; de que la historia nos precede y antecede; de que somos parte de una cadena en la cual tiene sentido empezar algo en honor de otros que vinieron antes y para otros que vendrán después. Eso solo se logra sintetizar en Cristo, como simbolo, pero también como hecho histórico efectivo, de aquello a lo que estamos llamados en cada singular existencia.
Por eso la fe y la esperanza ya no son una superstición irracional, señal de un espíritu débil, sino que se arraigan en el modelo de Cristo que garantiza que el milagro nunca deja de ser posible. Ni en los tiempos más oscuros. (. .. )* El Mesias de Handel. El aleluya solo puede entenderse desde el texto: nos ha nacido un niño. La verdad profunda de esta parte de la leyenda de Cristo se cifra en que: todo comienzo es salvación; por mor del comienzo, por mor de esta salvación, Dios creo al hombre dentro del mundo.
Cada nacimiento nuevo es como una garantía de la salvación en el mundo, es como una promesa de redención para aquellos que ya no son un comienzo. * Esta cita muestra hasta que punto se va complejizando el diálogo de Arendt con Dios, volviéndose ahora la religión cristiana en general un corpus de referencias fundamentales para la elaboración de su teoria politica. Arendt ya piensa sobre Dios derechamente, y al hacerlo, piensa también la politica.
Aqui en particular, sin embargo, su lenguaje religioso ya no está circunscrito a Dios, sino que se dirige ahora a la figura de Cristo, cuyo protagonismo es conocido en la obra de Arendt, especialmente en La condición humana.
Alli, lo que en su diario parece solo una impresión acotada, se vuelve la base central de una de las principales hipótesis del libro: la acción es la actividad en la que se revela el yo; "esta única cualidad de ser distinto" exclusiva de los seres humanos, pues es solo en ella que aparecemos en cuanto tales.
Una actividad que no podemos dejar de ejecutar si acaso queremos seguir siendo humanos. * Y esa actividad, dice Arendt, consiste en tomar la iniciativa, en poder iniciar algo completamente nuevo -eso es, de hecho, para Arendt el poder-, * Texto completo y referencias disponibles en www.humanitas.cl. "Ese es para Arendt el fundamento de la política -que revela tanto su potencia como su fragilidad-, y encontró en Agustín y en el lenguaje religioso el modo preciso de formularlo: estamos acá para cuidar, para resguardar, para dejar lo recibido como legado a otros". "Sin apelación a una instancia trascendente no podemos dar cuenta del valor último del ser humano ni del mundo. Arendt sabe que en nuestros tiempos "hemos perdido el patron de medida". El diálogo con Dios es quizás un camino -al menos el suyo-de recuperarlo". OArchivo Privado de Hannah Arendt.