"La visión ciudadana es más pragmática que la de las élites"
Daniel Rozas n su oficina del PNUD, Georgiana Braga-Orillard sonríe mientras reflexiona sobre el país. “Creo que los chilenos son muy duros consigo mismos. Demasiado autocríticos”, comenta con acento brasileño. “Es un país hermoso, con gente seria, trabajadora, dedicada, que ama su país y es realmente amiga. Quizás lo que le falta es un poco de samba”, añade.
Máster en Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas del Graduate Institute de Ginebra, y con más de 20 años de experiencia en la ONU, Georgina llegó a Chile en julio de 2022 para asumir el cargo de representante del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), coincidiendo con el inicio del primer proceso constitucional. No obstante, Braga recuerda una visita previa a Chile antes del 18 de octubre de 2019: dice que quedó sorprendida por el malestar que se sentía. “Ya se percibía la tensión social en el país. Pero, por supuesto, el estallido fue sorprendente de ver desde fuera”, señala.
Casada y madre de dos hijos, explica que el título del recién publicado Informe sobre Desarrollo Humano en Chile del PNUD, «¿Por qué nos cuesta cambiar?», hace referencia a la relación disfuncional La representante del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Chile, que acaba de publicar su Informe de Desarrollo Humano para el país, dice que “las élites mantienen una dicotomía constante entre el Estado y el mercado, y entre solidaridad e individualismo”. Entre las élites y la ciudadanía, Esta situación ha provocado una crisis de representatividad y una falta de narrativa sobre el futuro del país, lo que ha dificultado la implementación de cambios a largo plazo. “Ahora la ciudadanía prefiere transformaciones graduales” —Según el informe, el 57% quiere cambios graduales y el 70% apoya liderazgos cuyas promesas se cumplan, aunque tarden tiempo.
Son cifras que desmitifican la narrativa octubrista. ¿Cómo interpretas la contradicción entre el deseo de cambios graduales y el relato de que Chile sería la tumba del neoliberalismo? —A diferencia de 2015, cuando se buscaban cambios inmediatos, ahora la ciudadanía prefiere transformaciones graduales pero profundas, conscientes de que requieren tiempo. Las prioridades siguen siendo la protección social, la salud, la educación y el desarrollo económico, con un rechazo a la desigualdad, gresos como de género.
La vi na es más pragmática que la de las élites. —¿ De qué manera los resultados del informe del PNUD desafían la respuesta de estudios como los que en su momento hizo el CEP, en los que se sostiene que los chilenos estaban satisfechos con su calidad de vida? —Bueno, no tengo los datos específicos del CEP, pero lo que hemos visto en estudios como el informe «Desiguales» es un claro rechazo a la desigualdad. Hay dos puntos importantes aquí: primero, el reconocimiento del desarrollo de Chile, queen 30 años ha pasado de un desarrollo humano mediano a uno muy alto, especialmente en áreas como esperanza de vida e ingresos. Pero, al mismo tiempo, existe una percepción de desigualdad.
Hay deudas pendientes, especialmente en pensiones, salud, seguridad y temas económicos. —El documento habla de la incapacidad de la sociedad chilena para conducir los cambios, poniendo el énfasis en el carácter colectivo de éstos, pero desestimando los liderazgos.
En el último libro de Kissinger, él sostiene que los líderes son personajes capaces de orientar a la comunidad hacia un camino; equilibrando la mantención de ciertos principios que den sentido a lo colectivo. ¿ Crees que faltan líderes políticos en Chile que nos orienten hacia un proyecto político definido? —La ciudadanía quiere liderazgos capaces de llegar a acuerdos y que puedan hacer concesiones para construir una visión conjunta de país, abordando deudas pendientes en temas clave. La gente percibe una falta de proyección hacia el futuro por parte de los líderes, lo que genera una crisis de representatividad y una carencia de relato sobre el futuro. El informe revela desconfianza hacia las instituciones y un debilitamiento del tejido social, con solo un 15% de personas participando en algún tipo de asociaciones, ya sean deportivas, religiosas o vecinales.
Esta soledad y fragmentación aumentan los sentimientos de pesimismo, miedo y preocupación. —¿Cómo impactan el descontento económico y la falta de cambios en lainsatisfacción de la población chilena, considerando que la economía fue un motor clave de movilidad social en los años 90 y 2000? —Aunque la desigualdad sigue siendo un tema importante, es fundamental mantener el crecimiento económico.
Es interesante ver cómo las preocupaciones económicas se mezclan con temas sociales como salud, educación e igualdad de género, que son importantes para la ciudadanía y las élites. —En la investigación aparecen brechas entre ambas. —El informe muestra que existe una desconexión entre la ciudadanía y las élites en cuanto a la orientación política y sus prioridades.
Mientras que el 70% de la élite económica se inclina hacia la derecha y el 70% de la élite política hacia la izquierda, la mayoría de la ciudadanía (70%) no se identifica ni con la derecha ni tran más en soluciones pragmáticas para los problemas cotidianos, en lugar de adherirse a ideologías. En cambio, las élites mantienen una dicotomía constante entre el Estado y el mercado, y entre solidaridad e individualismo.
“La sensación de impotencia es generalizada” —En un pasaje del informe se señala que “las personas no creen tener capacidades para cambiar el país, y tampoco confían en las capacidades de quienes ejercen funciones de representación”. ¿ Cuáles son los riesgos de esta coyuntura? —Existe un riesgo significativo relacionado con la falta de tejido social, lo que lleva a las personas a sentirse impotentes y sin capacidad para influir en el cambio. Esta impotencia se agrava cuando no se ven liderazgos que ofrezcan soluciones, lo que genera una crisis de esperanza y una incapacidad de proyectarse hacia el futuro. A pesar de este pesimismo, se identifica una ventana de oportunidad, donde los ciudadanos comprenden que los cambios profundos deben ser graduales. Este momento es clave para proponer una hoja de ruta hacia el futuro de Chile. —Y esa oportunidad, ¿la encarna el Gobierno o los parlamentarios? —La ciudadanía no hace grandes distinciones entre Gobierno y oposición.
Aunque el Gobierno obtiene una ligera ventaja en la evaluación, ambos están prácticamente al mismo nivel. —La actual crisis de representación es también una crisis de confianza en el futuro. ¿Son los jóvenes o los viejos los que tienen ese sentimiento de falta de confianza? —En el informe se realizó un análisis de grupos de personas según su relación con el cambio.
Estos grupos incluyen: los gradualistas (que prefieren cambios graduales), los nostálgicos (que desean volver al pasado), los conformes (que están El predominio de independientes para las municipales y la falta de nombres nuevos para la presidencial, confirman la sensación de que estamos estancados políticamente”. Creo que los chilenos son muy duros consigo mismos.
Demasiado autocríticos”. Satisfechos con la situación actual), y los impacientes (que prevalecían en 2015, aunque ahora están menos presentes y tienen un enfoque más gradual). Pero la sensación de impotencia es generalizada. —¿ Crees que falta en Chile un líder que encante a la ciudadanía con un sueño colectivo? —Creo que es importante ofrecer esperanza a las personas, y eso se logra con una visión de futuro para Chile, una proyección a mediano plazo. Es importante que las élites políticas y económicas también compartan esta visión, lo que puede evitar que dependamos de un salvador de la patria. Sin embargo, hay una sensación de decepción y confusión en la sociedad. A pesar del pesimismo, la gente aún quiere participar, votar y ser representada, lo que demuestra un compromiso democrático. Pero también existe una contradicción: la dificultad de aceptar los costos y esfuerzos necesarios para el cambio. —El informe muestra que las élites están enojadas con la ciudadanía. La encuentran individualista, poco dispuesta al sacrificio.
En el estudio se muestra que hay personas que prefieren elegir un proyecto de vida personal antes que uno colectivo. ¿Cómo analizas ese fenómeno? —El informe sugiere fortalecer el rol de los movimientos sociales y políticos para conectar las demandas ciudadanas con las élites. También se destaca la importancia de fomentar la participación cívica en las instituciones para que las personas se sientan parte del proceso y comprendan que el cambio implica incertidumbre, concesiones y conflicto.
Es decir, se debe mejorar la relación entre élites, ciudadanía y movimientos sociales para lograr un cambio en Chile. —¿ No es patudo que las élites eritiquen a la gente por ser presentista, considerando lo complicado que es planificar el día a día y llegar a fin de mes? —La élite debe acercarse más a las personas, y, al mismo tiempo, la ciudadanía debe estar más dispuesta a participar en estos espacios comunes. Un ejemplo es la ley Marco de Cambio Climático. Todos los partidos se pusieron de acuerdo, y esta ley se aprobó sin grandes complicaciones. Esto se debe a que, tanto en la ciudadanía como en las élites, el discurso sobre el cambio climático y el medio ambiente no es polarizado.
“La gente hoy ve a la élite como un villano” —Pareciera que el informe le da argumentos a la izquierda para buscar cambios profundos. ¿Cómo ves la capacidad del Frente Amplio y el Partido Comunista para procesar la gradualidad de estos cambios sociales? —La pregunta es por qué enfocar la crítica solo en la izquierda. Hay una demanda ciudadana general a la élite polí ca, ya que más del 70% no se identifica ni con ni con la derecha. La gente busca soluciones inmediatas a sus problemas o, al menos, una hoja de ruta para un futuro común.
Las personas quieren liderazgos que se unan para resolver los problemas persistentes que han sido debatidos durante mucho tiempo. —+¿ Consideras que tanto la derecha como la izquierda deberían centrarse en atraer al 44% de personas que se autodefinen como gradualistas en lugar de mantener posturas más radicales? —Las élites deberían enfocarse en encontrar acuerdos prácticos, como sugiri ron el Presidente Gabriel Boric y el alcalde de Puente Alto, Germán Codina, en lugar de buscar soluciones perfectas.
Las personas perciben a las élites como atrapadas en trincheras y creen que necesitan salir de ellas para alcanzar acuerdos comunes. —Un 68% de las personas declara estar poco o nada dispuesto a organizarse para lograr un objetivo compartido. ¿La épica de la marcha del 25 de octubre de 2019, la que convocó a más de un millón de personas, se desvaneció con el peso de la realidad? —Los movimientos sociales siguen activos a pesar de la pandemia, que redujo el activismo en la calle. Las demandas de pensiones, educación y salud permanecen, pero ahora se han ampliado para incluir preocupaciones sobre seguridad e ingresos. Se acerca un nuevo periodo electoral, donde el predominio de independientes para las municipales y la falta de nombres nuevos para la presidencial, confirman la sensación de que estamos estancados políticamente. Las próximas elecciones municipales y para gobernadores representan una oportunidad para elegir nuevos liderazgos más cercanos a las comunas.
Estos liderazgos podrían mejorar la representatividad local y reducir la distancia entre las élites y la ciudadanía. —¿ Cómo interpretas el crecimiento de la expresidenta Michelle Bachelet en las encuestas presidenciales? —Cualquier persona que salga elegida Presidente, va a tener este desafío de cambio y tendrá que hacer una proyección de una hoja de ruta hacia un futuro, conectando con la ciudadanía. La gente hoy ve ala élite política como un villano. El próximo líder enfrentará ese desafío.
Esto se puede lograr fortaleciendo los movimientos sociales, mejorando la representatividad y acercando el Estado a la gente. —¿ Esta villanización de las élites comenzó con el financiamiento irregular de la política? —Hoy vemos una radicalización del distanciamiento entre élites y ciudadanía en comparación con 2015. En ese momento, se hablaba de una distancia general, pero no de villanización. Ahora, la élite política es vista como el principal culpable de los problemas, y los avances, como la PGU en pensiones, no son reconocidos por las personas. Esta villanización ha evolucionado hacia un castigo explícito, donde se rechazan los logros y se manifiesta un descontento que explica, en parte, los rechazos en los procesos constitucionales. La ciudadanía castiga a los villanos que no han mejorado su vida.