Autor: POR ANTONIA DOMEYKO
LA FURIA Y ARREPENTIMIENTO DE UN PROFESOR
Roberto Campos es el primer detenido por destrozos en el metro y su caso corresponde a la primera querella que interpuso el Ministerio del Interior bajo la Ley de Seguridad del Estado en el contexto del estallido social. Es un matemático y estadístico, profesor desde este año de la U. Del Desarrollo, amante de la música clásica, sin militancia política ni antecedentes penales, y que hacía clases particulares a universitarios. “Sábado” reconstruyó su historia y el día en que participó en la destrucción de la estación San Joaquín a través de su pareja, su mamá y su mejor amigo. Roberto Campos lleva 25 días en prisión preventiva. En esta foto, su madre y su pareja afuera de la cárcel.
El 17 de octubre, cerca de las 10:00 de la noche, Roberto Campos Weiss, de 35 años, matemático y estadístico egresado de la Universidad Católica, profesor particular de las mismas materias y —hasta ese momento— docente de la Universidad del Desarrollo, llegó cojeando a su departamento cerca del metro Santa Lucía. Así lo indicaron las cámaras de seguridad de la calle donde vive y así lo recibió también su pareja, el mexicano Armando Arjona, de 37 años.
Armando, sociólogo de la Universidad Veracruzana y profesor en la Universidad Central de Santiago, con casi cinco años de residencia en Chile, dice que al ver a Roberto se preocupó. —Pensé que alguien lo había golpeado. Su pareja le contó que luego de dar una clase particular caminó hacia el metro San Joaquín para volver a su casa.
Que al llegar a la estación se encontró con decenas de personas movilizándose para evadir el metro, en protesta por el alza del precio del pasaje, “que algunos ya estaban golpeando torniquetes y validadores de tarjetas bip! Y que él decidió entrar y actuar también”. A esas alturas, ya habían comenzado a viralizarse los videos de lo ocurrido esa tarde. En las imágenes se veía una masa de gente alentando con gritos y aplausos a siete personas que destruían la infraestructura de la estación San Joaquín.
Entre ellos, Armando dice que reconoció a Roberto: de anteojos, barba, ropa oscura y una mochila. —Me espanté, no sabía qué decirle... Luego le confesé que estaba preocupado, que no estaba bien lo que había hecho, por mucha rabia que tuviera (... ). Ni Roberto ni yo hemos dado un golpe en nuestra vida. Patricia Weiss, de 58 años, madre de Roberto, dice que antes de que ella viera el video en las redes sociales y la televisión, su hijo la llamó.
Quería contarle él mismo lo que había pasado. —Cuando me contó, le dije: “¡ ¿Pero cómo?!”. Él me explicó que estaba descontento con todo lo que pasaba, por el alza del pasaje, y me respondió: “Esto te afecta a ti, porque tú eres usuaria del metro y por todos los demás”. Yo le dije que ojalá no pase nada y no mucho más, porque él ya es adulto y sabe lo que hace... , pero para mis adentros pensé que esto iba a traer consecuencias —dice Patricia Weiss. Doce días después, el martes 29 octubre, cerca de las siete de la tarde, Roberto era detenido en su departamento por la PDI. No opuso resistencia. Hoy está formalizado por los delitos de daño a bienes de uso público y por la Ley de Seguridad del Estado.
Su caso corresponde a la primera querella que interpuso el Ministerio del Interior bajo esta ley en el contexto del estallido social, y arriesga una pena de cárcel que va desde los 3 años y un día hasta los 10 años. Ya lleva 25 días en prisión preventiva en la Cárcel de Alta Seguridad y, por resolución del tribunal, deberá continuar allí los 65 días que quedan de investigación. Su defensa apeló para pedir arresto domiciliario, pero la Corte ratificó la medida. El motivo: considerarlo un peligro para la seguridad de la sociedad. Tras la detención de Roberto, lo primero que hizo Armando fue llamar a Patricia Weiss. —Cuando recibí la llamada de Armando, supe que algo había pasado —dice la mamá de Roberto. ADD Son las 12:00 del día de un martes de noviembre. Patricia acaba de entrar a la Cárcel de Alta Seguridad a dejarle ropa a Roberto. Cuenta que vio a su hiArmando Arjona dice que el profesor Roberto Campos está arrepentido. “Me ha dicho: 'La cagué, me arrepiento de haberlo hecho. Fue un error””, afirma. jo más tranquilo. Esta es la tercera vez que lo visita. Sentada en una banca de madera frente al portón metálico de la cárcel, Patricia relata que conoció al papá de Roberto cuando era una adolescente. Él tenía 11 años más que ella. Comenzaron a pololear y a los 17 quedó embarazada de su primer hijo. Cinco años después tuvieron a su segundo y último, Roberto. Él trabajaba como peluquero a domicilio y ella lo ayudaba haciendo las tinturas. Dice Patricia que les iba bien, hasta que en 1989, luego de ll años juntos, sobrevino la tragedia: su pareja murió luego de un asalto al que intentó resistirse. Roberto tenía cinco años. —Él casi no tiene recuerdos de su papá. Le dijimos que se había ido al cielo. Él decía: “Tírenme para arriba, al cielo, para ir a buscar a mi papá”. De inocencia —cuenta la madre.
La muerte de su pareja complicó la vida de Patricia y tuvo que volver con sus dos hijos a la casa de sus padres: un departamento de poco más de 40 metros cuadrados en un bloc de la comuna de Macul. Roberto vivió allí hasta hace dos años. Ella aún reside ahí. Patricia consiguió un empleo en el área de empaque de una multitienda, y en la casa dejó a sus hijos al cuidado de sus padres. El abuelo de Roberto, un jubilado que trabajaba en construcción, fue su figura paternal. Lo llevaba al colegio y le preparaba sus comidas. —Para él, su papá era el mío. Más de adulto supo lo que le pasó al suyo, pero a mí nunca me dijo nada al respecto, seguramente lo descargó en otra cosa —señala Patricia. Poco tiempo después, cuando Roberto tenía 11 años, murió su abuelo de un cáncer de próstata que le detectaron en fase cuatro. Con esa pérdida, Patricia vio sufrir a su hijo. —En la iglesia reventó, no paraba de llorar. Mi cuñado tuvo que sacarlo porque él se aferró al cajón. Después no lo vi llorar más. Se encerró mucho en sí mismo, no compartía, no quería salir. Era más introvertido, no tan sociable. Durante su adolescencia, Roberto volcó su tiempo a los estudios.
Cuenta Patricia que pasó por cinco colegios, no por malas notas o por problemas de conducta, sino que porque él le pedía que lo cambiara. —Siempre fue muy estudioso y muy inteligente, pero se aburría en el colegio. Me acuerdo que en uno una profesora pronunció mal una palabra en inglés y él se la corrigió, y lo castigaron. También, muchas veces me llamaban porque había hecho la cimarra, pero él se había venido a la casa. Pasaba porque, por ejemplo, un profesor había faltado y los mandaban a jugar fútbol, pero a él no le gustaba, él prefería ir a la biblioteca o estudiar, y a veces no lo dejaban. Por eso se arrancaba. Durante la enseñanza media, Roberto hizo en paralelo a sus estudios un curso de inglés en un instituto donde fue becado. Por sus notas ingresó al Liceo Augusto D'Halmar de Ñuñoa, uno de los establecimientos municipales que está dentro de los diez mejores según los resultados de la PSU, y en el que terminó cuarto medio. Patricia recuerda con claridad el día en que dieron los resultados de la prueba a Roberto. Él la llamó por teléfono para contarle que había obtenido el puntaje para ingresar a la Universidad Católica. Por el auricular, ella escuchaba que su hijo lloraba de emoción. —Me decía: “¡ Quedé! ¡Quedé en la U!”. Él, de chico, me había dicho que quería estudiar ahí.
Yo siempre le respondía: “Todo depende de ti, tienes que estudiar, nomás, yo te puedo comprar la ropa, alimento, pero los estudios los tienes que hacer tú, tú te tienes que esforzar”. Entró a estudiar Química y Farmacia en la Católica. Fue el primero de su familia en entrar a la universidad. Pudo estudiar gracias al Fondo Solidario de Crédito Universitario que cubría parte del arancel de la carrera y consiguió, además, algunas becas internas. Patricia recuerda que ella debía pagar alrededor de 50 mil pesos cada mes. Luego de dos años y medio, decidió cambiarse a Matemática y Estadística, pero al poco tiempo tuvo que congelar. Fue por un tema económico, explica Patricia: ella se quedó sin trabajo y su madre, la abuela de Roberto, sufrió un accidente vascular que la dejó con parte de su cuerpo paralizado. Patricia comenzó a cuidarla y debió mantenerse con la pensión que le llegaba de su mamá. Los recursos para que Roberto estudiara ya no estaban. —Mi gran angustia era que no volviera a la universidad —dice Patricia. Son las seis de la tarde de un lunes de noviembre. Armando Arjona, pareja de Roberto hace casi tres años, está en un café cerca de su departamento, en el centro de Santiago. Está junto a Felipe, uno de los mejores amigos de Roberto desde su época universitaria. Juntos han organizado manifestaciones afuera de la cárcel para pedir que él esté con arresto domiciliario durante la investigación. Felipe prefiere no dar su apellido porque teme tener problemas en su trabajo. “Me espanté, no sabía qué decirle. Luego le confesé que estaba preocupado, no estaba bien lo que había hecho”, dice Armando Arjona. Cuenta que lo une a Roberto el interés por las ciencias y la música clásica. De hecho, recuerda, se conocieron en un concierto de música sacra en el Campus Oriente de la Católica. Además, comparten álbumes de este género musical. Roberto tiene una colección de más de 300 discos. Felipe ya era amigo de Roberto cuando congeló sus estudios. Dice que en esa época había comenzado a hacer clases particulares de matemáticas y que intentó independizarse. Se fue a vivir solo, pero con lo que ganaba no le alcanzaba para mantenerse y retomar sus estudios. Después de casi un año y medio fuera de la universidad, volvió donde su mamá a la casa de sus abuelos. Lo que ganaba como profesor lo destinaba para pagar lo que el Fondo Solidario no cubría del arancel.
Felipe explica que Roberto conseguía alumnos a través de un portal de trabajo de la UC, donde los estudiantes podían ofrecer clases particulares. —En esa época preparaba a chicas de la Alianza Francesa para pasar exámenes de cuarto medio. Le hacía clases a una y esa lo recomendaba, y así se armaba un grupito —comenta Felipe.
A su lado, en la mesa del café, Armando Arjona dice que su pareja le ha contado que en esa época comenzó a ver las diferencias entre la vida de sus alumnos y su propio entorno. —Él me describía que iba a dar clases a casas apoteósicas, con mármol, con piscina, y que era tan alto donde estaban que veías el esmog desde ahí. Se impresionaba con el lujo de los baños, las entradas o los autos en los que lo iban a buscar, porque algunas veces mandaban al chofer a buscarlo. Y después él llegaba a su casa y pensaba: algo está pasando... —cuenta Armando. A Felipe también le comentaba las diferencias que veía.
Como que algunos de los departamentos a los que iba a hacer clases ocupaban una planta completa de los edificios, mientras que el departamento completo de sus abuelos, donde él vivía, era del tamaño de la cocina. —Él nos contaba todo esto, pero como una anécdota. Era una realidad que no le tocaba. Tampoco es que quería estar en esa realidad, pero de que está mal repartido el chancho, está mal repartido —dice Felipe. Armando y Felipe relatan que a Roberto le molestaban las desigualdades sociales, pero que nunca militó en algún partido político ni tampoco participó de centros de alumnos mientras estudiaba. Sí se identificaba con un sector más comprometido con lo social. Su madre, Patricia, también coincide en que Roberto no tenía resentimiento, ella misma le había enseñado que las cosas se obtenían con esfuerzo. Pero dice que tenían diferencias en temas de política. —Pero ahora ya no. Ahora estoy del lado de él. Yo voté por Piñera y me arrepiento. Nunca pensé que iba a decir esto. En lo personal, no hemos tenido problemas para llegar a fin de mes, tenemos un monto y con eso nos mantenemos.
Claro, sería agradable ir con mi mamá a tomarnos un heladito al Parque Arauco, pero no podemos... A mí lo que me interesaba era el tema de mi mamá, que le arreglaran su jubilación y la salud —dice Patricia. ADD Según Armando, ese jueves 17 de octubre, el día en que se destruyó la estación de metro San Joaquín, Roberto siguió la misma rutina que tenía. Al día realizaba cerca de cinco clases particulares a estudiantes universitarios de la Católica o de la Federico Santa María. Desde que egresó como matemático y estadístico, dice Armando, enseñar era lo que apasionaba a Roberto. De hecho, en el departamento donde viven tienen una habitación con una pizarra para recibir alumnos y hacer clases. Este año, además, había comenzado a trabajar como profesor a honorarios en la Universidad del Desarrollo. A las seis de la tarde de ese jueves terminó una de las últimas clases particulares del día cerca de la estación San Joaquín, donde llegó a tomar el metro.
Según fuentes de la Fiscalía, en la carpeta investigativa se indica que, ya en el metro, “Roberto tomó con sus manos una puerta abatible de material plástico, que era parte de la infraestructura de la estación. Con ella comenzó a golpear hasta destruir cinco torniquetes y dos validadores de tarjeta bip! Según lo que consignó Metro, lo que Roberto destruyó tiene un avalúo de más de 26 millones de pesos. Los daños totales de la estación ascienden a más de 64 millones de pesos. Luego de los destrozos de ese día la estación quedó inhabilitada.
Dejó de funcionar a las seis de la tarde de ese jueves, y a las ocho de la mañana del día siguiente pudo volver a abrir”. Patricia Weiss dice que lo que su hijo hizo no fue algo premeditado, sino que una decisión que tomó en ese momento. —¿ Qué explicación le dio a usted, Patricia? —La euforia del minuto te lleva a eso. Era algo que a él le molestaba y dijo: “Si hay que protestar, protestamos”. Obvio que no era la forma, porque ahí se inició todo y después empezaron los incendios. Y cada vez fue peor.
Finalmente, en vez de estar protestando, están perjudicando a la misma gente que no tiene. —Al destruir parte del metro, Roberto también perjudicó a la gente... —Destruir un validador no es tanto como quemar una estación (... ). La verdad es que nunca pensé que lo iban a tomar detenido, porque las barras bravas lo hacen siempre (destruir infraestructura del metro). Armando Arjona dice que, por lo que le contó Roberto, él tomó la decisión de hacer lo que hizo porque sentía rabia. —Me dijo que había tomado la decisión de actuar porque consideraba que ya era suficiente, y sintió que esto era algo común, que no era solo él. Es algo que se comparte a nivel social y que cada uno ha decidido en qué momento accionar. Él escogió ese momento.
No es que haya pasado por una crisis, no es que se haya vuelto loco, él decidió actuar porque se daba cuenta de lo que estaba sucediendo y porque ha habido un montón de manifestaciones donde él ha estado y no habían sido escuchados (... ). Sí, él tuvo una historia difícil, pero ese no es el motivo... Mucha gente está diciendo: “Ya, fue pobre, es un resentido social”, pero no —asegura Armando. De hecho, explica que durante este año estaban pasando por Patricia dice que lo que su hijo hizo no fue algo premeditado. “La euforia del minuto lo llevó a eso”, afirma. una situación económicamente estable. Podían pagar su arriendo en un departamento y tenían planeado para diciembre un viaje de un mes por varios países de Latinoamérica. —La estábamos viendo bien. Era una ciudadano como cualquier otro que estaba indignado, nomás.
Actuó de manera consciente y va a asumir las responsabilidades, pero no de esta manera desproporcionada, no detenido 90 días en un centro de alta seguridad bajo la Ley de Seguridad del Estado, porque no es un terrorista.
Hasta antes de los hechos del metro, Roberto no tenía antecedentes penales, al igual que la mayoría de las personas que fueron detenidas en los primeros saqueos y desordenes públicos que vinieron con el estallido social, según indican desde la Fiscalía Metropolitana Sur. Para dar con el nombre y el paradero de Roberto, fuentes de la Fiscalía explican que comenzaron por hacer una investigación en redes sociales. Perfilaron a personas que podrían estar trabajando en las cercanías.
Roberto, a través de redes sociales, ofrecía clases particulares de matemáticas y estadísticas en el grupo de Facebook “Estudiantes UC”. Por coincidencias físicas y geográficas dieron con tres personas, y en el caso de Roberto lograron determinar dónde vivía. Fueron al lugar, pidieron las cámaras de seguridad de la calle y del edificio. En las imágenes vieron cómo Roberto regresaba a su casa ese jueves 17 de octubre, vistiendo la misma ropa con la que aparece en el video de la estación. Y, además, detectaron un detalle revelador: venía cojeando. —Lo relevante no es el daño que causa, es la consecuencia de su accionar. Al destruir parte de los elementos del metro San Joaquín, lo que trae como consecuencia es que no pueda seguir operando y prestando el servicio a miles de personas. Ese es el motivo por el cual el delito por el que está siendo formalizado tiene una pena más grave.
Él no está en prisión preventiva por los daños que produce, sino porque existe la Ley de Seguridad del Estado que sanciona este tipo de conductas cuando son destruidos servicios públicos o de utilidad pública —dice el fiscal Álex Cortez. En la audiencia de formalización, Cortez explicó también una agravante: “Se trata de un delito cometido con ocasión de tumulto o conmoción popular.
Lo que se aprecia de la sola presentación del material exhibido, en donde el delito se comete dentro de una especie de anfiteatro, en donde había mucha gente que se encontraba vitoreando o aplaudiendo, y él era uno de los sujetos que estaban destruyendo el metro.
Creemos que esto se trata de un delito en el cual se configura esta circunstancia agravante de responsabilidad penal, porque como se lee fue el primero de los hechos relevantes que luego desencadenaron en todo lo que sucedió posteriormente con las instalaciones del metro”. Luis Hermosilla, abogado querellante por parte del Ministerio del Interior, se refirió en la misma audiencia a las consencuencias de los actos de Roberto ese 17 de octubre: “Este docente universitario decidió por sí mismo, y en compañía de otros, afectar la vida de todos los chilenos, afectar la vida de la gente modesta de este país.
El considera y consideró, y se ve en sus actos, que la ley a él no se le aplica, que él tiene derecho a tomar decisiones y a realizar actos por sí mismo (... ). En definitiva, se inhabilita el medio que permite integración social, que trae todos los beneficios de un sistema que hasta ese momento nos enorgullecía”. Lorenzo Morales, abogado y hasta la semana pasada defensor de Roberto (hoy tiene un defensor público), dice que de los tres formalizados que van hasta ahora por destrozos o incendios del metro, él es el único imputado bajo la Ley de Seguridad del Estado. —Se equivocaron con Roberto, porque pensaron encontrar al personaje clave, un anarquista, un desordenado, y encontraron a una persona común y corriente: un profesor que trabaja, se saca la mugre y gana muy poco —dice Morales. ADD La primera vez que Armando fue a visitar a Roberto a la Cárcel de Alta Seguridad, hace poco más de dos semanas, dice que no pudieron hablar mucho. Ambos lloraron la mayor parte de la reunión. Pero se preocupó de preguntarle si había tenido algún problema o maltrato en el tiempo que llevaba ahí. —Todo el mundo sabe cómo tratan a los homosexuales en la cárcel, teníamos miedo de eso. Le pregunté si lo habían torturado, golpeado, pero nada, no han ejercido violencia sobre él —asegura Armando. Hoy tiene establecidas visitas dos veces por semana y ya han tenido más tiempo para hablar.
En esas conversaciones, explica Armando, Roberto le ha contado algunas de las reflexiones que ha hecho sobre lo que ocurrió. —Me ha dicho: “La cagué, me arrepiento de haberlo hecho” (... ). Nunca lo ha negado, dice: “Sí, fue un error lo que hice, por todo el impacto mediático que se está dando”. Una de las consecuencias inmediatas fue que al día siguiente de su detención, y luego de la formalización, la Universidad del Desarrollo publicó en su cuenta de Twitter que decidió “suspender total e inmediatamente al docente de toda actividad académica”. Consultada la universidad, no quiso participar en este reportaje. La cobertura que han hecho los medios del caso es un tema que preocupa a Armando.
Dice que le molesta, por ejemplo, que apenas se supo la noticia dieron el nombre completo de Roberto, a diferencia de lo que ha ocurrido con los formalizados por incendios al metro que se conocieron después. —Se le ha dado un uso mediático y político a su caso. Fue televisado durante una semana como el trofeo, como la cara de la organización que inició todo esto —dice Armando. En una de las últimas visitas, Roberto le pasó a Armando una carta que escribió a mano para sus alumnos y alumnas. Armando se la envió a los amigos y cercanos, y algunos de ellos la publicaron en sus redes sociales. En la carta se lee: “Estoy arrepentidísimo de mi actuar, y si pudiera resarcir, ayudaría a reparar / limpiar / reconstruir nuestro país. Hoy en día nuestro país está escribiendo otra historia y ustedes, jóvenes, son los portavoces de este cambio (... ). Los invito a manifestarse SIN VIOLENCIA, por favor, por un Chile más igualitario”. S