Autor: Samantha Pearson / THE WALL STREET JOURNAL
¿Valen más vivos que muertos los árboles del Amazonas? Una nueva industria cree que sí
¿ Valen más vivos que muertos los árboles del Amazonas? Una nueva industria cree que sí Amazonas? Una nueva industría cree que sí Brasil fomenta los bioplásticos, el ecoturismo y la pesca en la selva para sustituir la tala y la minería ilegales.
En la larga batalla que se libra en Brasil entre las industrias que explotan las riquezas de la selva tropical y los ecologistas que intentan protegerla, está surgiendo una vía intermedia que fusiona los intereses empresariales con la supervivencia de la Amazonía.
Samantha Pearson / THE WALL STREET JOURNAL THE WALL STREET JOURNAL ARAJÁS, Brasil Jefferson Sousa podría haberse ganado la vida a costa de la selva amazónica, trabajando en un rancho ganadero como su padre. "Era lo único que conocía, lo que mantenía viva a nuestra familia", afirma.
Pero ahora Sousa, de unos 30 años, pasa sus días cultivando jaborandi, un arbusto antiguo en peligro de extinción que se utiliza en medicamentos para el glaucoma y es una de las nuevas industrias sostenibles más prometedoras de la Amazonía.
En la larga batalla que se libra en Brasil entre las industrias que explotan las riquezas de la selva tropical y los ecologistas queintentan protegerla, está surgiendo una vía intermedia que fusiona los intereses empresariales con la supervivencia de la Amazonía y hace que sus 400.000 millones de árboles valgan más dinero vivos que muertos. La idea es cultivar diferentes tipos de industrias -la llamada bioeconomía para atraer a los 40 millones de habitantes de la Amazonía lejos de actividades como la tala y la minería. La teoría dice que la selva se vuelve tan valiosa que no tiene sentido económico talarla.
El esfuerzo se produce cuando la Amazonía se acerca a un punto de inflexión en el que los científicos del clima afirman que franjas de la selva se convertirán en sabanas con efectos catastróficos para el calentamiento global. Algunas de las empresas más grandes de Brasil están implicadas, incluida la enorme compañía minera Vale, que gestiona el vivero de Sousa. Como propietaria de Carajás, la mayor mina de mineral de hierro del mundo excavada en plena selva amazónica, la empresa no es un faro natural en la lucha contra la extracción masiva de recursos naturales.
Sin embargo, como parte de su compromiso de regenerar las zonas minadas y apoyar a las comunidades locales, la compañía se ha convertido en uno de los mayores inversores privados de Brasil en la floreciente economía verde de la Amazonía.
Aquí, en el estado brasileño de Pará, una extensión de selva casi el doble de grande que Texas que ha registrado algunas de las tasas de deforestación más altas de la Amazonía en la última década, los políticos están recurriendo a la bioeconomía para garantizar su protección.
Según un estudio realizado este mes por MapBiomas, un grupo de investigación sobre el uso de la tierra sin fines de lucro, la nueva agenda supone un cambio respecto a la ganadería, queen la Amazonía fue el uso principal del 90% de las tierras deforestadas entre 1985 y 2023. "Si mejoras las condiciones de vida de la gente, es más probable que ayuden a vigilar el bosque", aseguró Claudomiro Gomes, alcalde de Altamira, el mayor municipio del estado. "Es la mejor manera, la única manera de preservar el bosque", dijo Gomes, que tiene la misión de convertir esta ciudad asolada por la delincuencia en el mayor productor mundial de chocolate de alta gama. Pará esel mayor productor brasileño de cacao, que crece ala sombra de árboles autóctonos, y desde hace tiempo exporta gran parte de su producción.
Pero en un intento de sacar más valor -y puestos de trabajo de este cultivo, el mes pasado se celebró en el estado el mayor festival del chocolate de América Latina, al que acudieron unos 800 productores de toda la región.
Organizaciones gubernamentales, filantrópicas privadas y donantes bilaterales como la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, han invertido dinero en agricultura y pesca sostenibles, junto con actividades como la recolección de remedios indígenas y el uso de aceites de semillas para todo, desde pintalabios hasta bioplásticos.
Otros ejemplos son el turismo basado en la naturaleza -desde la observación de aves hasta los cruceros de lujo por el Amazonas para atraera la selva a visitantes de alto poder adquisitivo con un impacto mínimo. En Belém, a unos 100 km del Océano Atlántico por el río Pará, decenas de científicos del laboratorio de Vale realizan estudios genéticos de la flora y la fauna de la selva que rodea Carajás.
Alternan el entusiasmo por las posibilidades que ofrece la Amazonía con la desesperación por las otras especies potencialmente valiosas y aún desconocidas quese pierden con cada nuevo kilómetro cuadrado de bosque arrasado. "Es una lucha contra el tiempo", sostiene Cecílio Caldeira, ingeniero agrónomo del laboratorio que investiga el arbusto jaborandi. "Estamos perdiendo especies más rápido de lo que podemos descubrirlas", agrega.
Utilizadas por las tribus indígenas para traUtilizadas por las tribus indígenas para tratar la fiebre y las mordeduras de serpiente, las hojas de jaborandi son la única fuente natural conocida de pilocarpina, un componente importante utilizado en colirios para el glaucoma desde hace décadas.
Además, la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU. (FDA) aprobó el año pasado el uso de la pilocarpina contra la presbicia, o pérdida de visión de cerca, lo que abre una mayor cuota del mercado mundial de colirios que, según Zion Market Research, se prevé que alcance los US$23.000 millones en 2030. Tras los intentos de cultivar jaborandi fuera del Amazonas, que dieron como resultado plantas con bajas concentraciones de pilocarpina, Caldeira y su equipo se propusieron secuenciar su genoma para entender cómo produce el compuesto. Vale también ha comprado fincas ganaderas en desuso SIGUE ». ¿Valen más vivos que muertos los árboles del Amazonas? Una nueva industria cree que sí cerca de Carajás para realizar plantaciones experimentales del arbusto.
Centroflora, una empresa con sede en Sáo Paulo que extrae dos tercios de la pilocarpina para empresas farmacéuticas, señala que en la actualidad cuenta con unas 30.000 personas que recogen las hojas en el bosque, pero espera que esa cifra aumente con la aprobación de la FDA para la presbicia.
Para conseguir la participación de más empresas, el Banco Interamericano de Desarrollo y una veintena de bancos de desarrollo de Sudamérica han acordado prestar hasta US$20.000 millones a empresas de bioveconomía en la Amazonía de aquí a 2030, en el marco de la llamada Coalición Verde lanzada el año pasado. Para 2030, se espera que el mercado mundial de la bioeconomía alcance los US$7,7 billones, según un informe de junio del banco. Los ecologistas advierten, sin embargo, queel desarrollo de nuevas industrias no es una panacea. Su aplicación depende de los avances en otras áreas, como los laboriosos y políticamente delicados esfuerzos del gobierno por determinar a quién pertenecen realmente las franjas de la Amazonía. El impulso a las bioeconomías no está exento de riesgos, dicen sus críticos. Si son demasiado pequeñas, las industrias alternativas no podrán competir con la tala y la minería. Si son demasiado grandes, las nuevas actividades pueden atraer a más gente a la selva y acelerarinadvertidamente su destrucción, indicó Ricardo Hausmann, exministro de Planificación de Venezuela y profesor de la Harvard Kennedy School.
Crear nuevas industrias en el bosque significa construir más carreteras, ampliar la red eléctrica, construir escuelas y centros de salud, todo lo cual hace que la tierra circundante sea más valiosa y susceptible de sufrir talas ilegales, comentó Hausmann. "De repente has traído actividad económica a una zona de la naturaleza que supuestamente querías proteger", añadió. El tiempo apremia.
El Presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, asumió el cargo en enero del año pasado y prometió acabar con la deforestación de la Amazonía brasileña para 2030, lanzando un ataque sin cuartel contra los madereros y mineros ilegales en un intento de frenar el calentamiento global.
Bajo el mandato de da Silva, la agencia brasileña de protección del medioambiente, Ibama, llevó a cabo más de 600 operaciones de combate en tierras indígenas de la Amazonía el año pasado, imponiendo el doble de multas que durante el mandato de su predecesor, Jair Bolsonaro. Los resultados fueron inmediatos. Brasil perdió unos 4.400 kilómetros cuadrados de bosque primario el año pasado, una reducción del 36% desde 2022, el nivel más bajo de deforestación desde 2015. El descenso representó la mayor disminución anual para cualquier país del mundo, según Global Forest Watch, una plataforma desarrollada por investigadores de la Universidad de Maryland con datos del gobierno brasileño. Los científicos de Vale también han estado estudiando formas de producir más cacao y de mejor sabor, mejorando la polinización de los árboles y la fermentación de sus semillas.
También han cartografiado genéticamente el pirarucú, un valioso pez de río, para hacer más sostenible la pesca, asesorando a los pescadores sobre la cantidad que pueden capturar en determinadas zonas sin acabar con las poblaciones locales.
Otras bioeconomías han florecido en la Amazonía, como la madera sostenible, la producción de biocombustibles a partir de materiales como la cáscara de palma y el rápido crecimiento del mercado del agai, una baya amazónica repleta de antioxidantes que ahora es muy popular en Estados Unidos, Europa y Japón. La producción de esta baya alcanzó los 1,9 millones de toneladas en 2022, un aumento de casi el 50% desde 2016, según datos del gobierno.
Los gobiernos estatales también han animado alos agricultores a adoptar la agrosilvicultura, la plantación de cultivos como el cacao y el plátano junto a árboles autóctonos amazónicos en terrenos baldíos calcinados que antes eran plantaciones de soja o fincas ganaderas.
Los árboles autóctonos dan sombra a los cultivos, pero también ayudan a mejorar la calidad del suelo y a retener el agua, fomentando la regeneración de las tierras deforestadas al tiempo que proporcionan una fuente de ingresos, afirman los agrónomos. Los esfuerzos ya están dando sus frutos.
El año pasado, Pará envió unas 74.000 toneladas de cacao a las plantas procesadoras del país, lo que supone un aumento de casi el 30% respecto al año anterior, según la asociación brasileña de procesadores de cacao. Pero para Joel Luis Guerra, productor de plátano y cacao a unos 50 kilómetros de la selva al sur de Altamira, eso sigue siendo un sueño lejano.
Después de que una reciente sequía dejara parte de su parcela de 20 hectáreas (unos 50 acres) inutilizable para la siembra, Guerra aseguró que se disponía a talar otras 5 hectáreas de selva para dar paso a su próxima cosecha de plátanos.
A pesar de que el gobierno le concedió el derecho a establecerse en la zona en 2006, Guerra aún no tiene escritura de propiedad de la tierra, loque significa que no puede conseguir un préstamo para comprar fertilizante para reutilizar la tierra que ya ha desbrozado. "Lo entiendo, si talamos todo esto, el mundo deja de respirar", aseguró señalando el bosque virgen que rodea su granja, parte del cual pronto arrasará. "Pero, ¿qué podemos hacer?", agregó. WSJ hacer?", agregó. WSJ Traducido del idioma original por PULSO. original por PULSO. original por PULSO..