Del Estallido a la incertidumbre: la histéresis del gobierno del presidente Boric
Del Estallido a la incertidumbre: la histéresis del gobierno del presidente Boric Al asumir la presidencia en marzo de 2022, Gabriel Boric representaba la expectativa de un nuevo ciclo político, surgido al calor del Estallido social de 2019 y de una generación que, desde las aulas hasta las calles, había cuestionado los fundamentos del modelo chileno. En el centro de su discurso figuraban promesas de justicia social, transformación constitucional, redistribución del poder y reparación histórica. Sin embargo, en su último año de gobierno, lo que se observa es un progresivo desgaste, una creciente desafección ciudadana y una agenda política reconfigurada en torno a las demandas de seguridad y control. Desde la sociología, y particularmente desde las herramientas conceptuales propuestas por Pierre Bourdieu, es posible interpretar este desfase a través de la noción de histéresis del habitus. La administración del presidente Boric accede al poder portando disposiciones formadas en un contexto ya superado.
Vale decir, la sociedad movilizada en 2019 no corresponde cuando asume el poder, marcada por la expansión del crimen organizado, la percepción de vulnerabilidad en espacios urbanos y fronterizos, y un imaginario colectivo atravesado por la desconfianza. La histéresis, en este caso, manifiesta un desajuste estructural: la propuesta de un nuevo pacto social, asentada en una ética de los derechos, enfrenta la creciente demanda por protección frente a amenazas concretas.
El Ejecutivo mantuvo durante un largo tramo una narrativa arraigada en los postulados de la revuelta, mientras las encuestas reflejaban las inquietudes de otra índole: control migratorio, despliegue policial en las poblaciones, fortalecimiento de la inteligencia estatal. No se trata de formular una acusación de incoherencia programática ni de adjudicar toda la responsabilidad a la actual administración. Lo que se revela es un fenómeno más complejo: el carácter voluble de las condiciones del campo político, que a menudo superan la capacidad de los discursos para reinterpretarlas.
El impulso transformador que acompaño al Frente Amplio -y que en su momento pareció anunciar una refundaciónse halla hoy en una encrucijada, tensionado por las exigencias de legitimidad de origen y los imperativos de gestión que plantea el presente. Durante este período, el crimen organizado, con redes transnacionales activas en diversas regiones del país, ha profundizado su presencia. La Agencia Nacional de Inteligencia (ANI) opera con limitadas (o nulas) capacidades operativas, y el gasto público en seguridad ha experimentado una merma significativa en la última década. En este vacío institucional crecen los discursos de sesgo autoritario (Matthei, Kast y Kaiser), se instala como afecto dominante, y se refuerza la impresión de que el Estado ha perdido eficacia. El gobierno ha obtenido una derrota en esta materia de proporciones mayores. Además, sus cuadros políticos no reconfiguraron el lenguaje político ni comprendieron los desplazamientos en el campo social. Tampoco el esfuerzo por el Ministerio de Seguridad (idea original del gobierno de Sebastián Piñera a la cual el oficialismo se opuso en su momento) ha actuado con eficacia. Hoy por hoy, la ciudadanía reclama respuestas concretas ante la descomposición del orden civil.. Fabián Bustamante Olguín. Académico del Departamento de Teología, UCN