IGNACIA BERRÍOS: VELERISMO sin límites
IGNACIA BERRÍOS: VELERISMO sin límites "E n mis primeros recuerdos, siempre me aterró el agua. Me cargaba y me daba miedo. Sobre todo cuando andábamos en velero y el barco se inclinaba. Me ponía a llorar", dice Ignacia Berríos y es una especie de dato freak: hoy se dedica a capitanear embarcaciones y es una figura entre quienes impulsan la navegación en nuestro país. Todo esto comenzó, podría decirse, con su papá, Claudio Berríos, que hacía clases de windsurf y velerismo en laguna Esmeralda, Melipilla. Junto a sus hermanas, se internó en ese mundo, quizá un poco a la fuerza, a los siete años, cuando empezó a dirigir un velero pequeño y pronto estaba haciendo clases a otros niños. Aunque disfrutaba de la velocidad que podía alcanzar, dice que nunca se atrevió a hacer nada distinto a lo que ya conocía. Por temor al agua. Y siguió así.
Todo cambió a sus 23 años. "Antes me daba pánico caer al agua, porque tenía un miedo irracional a lo desconocido... A quedarme sola ahí". Pero entonces se topó con el concepto de Ho'oponopono, una tradición hawaiana "donde usas las palabras `gracias', `te amo', `por favor' y `lo siento' para pedir lo que quieres a los seres de luz que te cuidan". Con eso como herramienta, meditó sobre el transfondo de sus temores (lo que realmente temía era lo desconocido bajo la superficie) y decidió romper esos límites.
Aprendió a bucear y vio cómo el mar atesora luz y belleza bajo sus aguas. "Me atreví a lanzarme al mar", recuerda Ignacia, que cree que ese momento cambió para siempre su conexión con ese ambiente. Mientras hablamos, Ignacia está en un barco en Coruña, España. A través de la pantalla, el día está nublado. Ignacia pregunta si podemos conversar mientras avanza con sus quehaceres de navegante. En abril de este año, Ignacia se embarcó en Brasil en una nave que va a dar la vuelta al mundo. La embarcación pertenece a la agencia de expediciones Alegría Marineros, que planifica travesías donde las personas pagan por viajar por tramos viviendo la experiencia completa de la navegación. Es decir, trabajando como parte de la tripulación. Pero esta vez, Ignacia no los acompañará todo el camino.
Luego de España, volverá a nuestro país. "Así son mis ciclos anuales: en invierno navego por los trópicos y el verano lo dedico a mi escuela de navegación", dice mientras destensa las jarcias fijas, unas cuerdas que van sostenidas por el mástil. Ignacia Berríos es única en su especie. Menuda, pelo oscuro, 33 años, es de las escasas navegantes chilenas que han capitaneado barcos a través de Polinesia, en el Pacífico, por el Atlántico, el Caribe y el Mediterráneo. No es todo. Desde 2016 trabaja para impulsar entre los más chicos el velerismo. Para lograrlo, creó la primera escuela de navegación para niños en Quinched, Chiloé.
Su iniciativa, Escuela Casa Bote (en Instagram @escuelacasabote), además de entrenar en el manejo de naves, certifica con requerimientos internacionales en las categorías "Patrón deportivo de bahía" (que permite a particulares manejar embarcaciones a vela y a motor en entornos protegidos como bahías, lagos y canales) y "Capitán deportivo costero", para hacer navegaciones de hasta 12 millas o, si el barco lo permite, hasta 60. Es decir, las habilidades necesarias para navegar de Valdivia a Chiloé, por ejemplo. O de Algarrobo a Juan Fernández. --¿ Qué te inspiró a crear la escuela de navegación? --Nace de la ilusión de que más gente en Chile navegue. Creo que navegar es una herramienta que te da la libertad de ir a todas partes del mundo y que siempre te va a proporcionar un trabajo.
Es una disciplina que nutre y permite desarrollar muchas habilidades blandas, como conocerse uno mismo, superar la frustración, aprender a relacionarse con otros, trabajar en equipo... El sueño Aunque Ignacia creció en ese ambiente donde eran naturales los deportes náuticos, se tomó su tiempo para dedicarse al velerismo.
Antes estudió diseño y por un tiempo se fue a vivir a París gracias a un intercambio universitario. "Me alojé en los suburbios, en la zona de Verneuil-sur-Seine y, como ya había trabajado en navegación con mi papá, me ofrecí en las escuelas del lago Étang Grosse Pierre para hacer clases. Había una escuela de vela súper reconocida. Yo llevaba nueve años enseñando navegación, pero no tenía ningún certificado que avalara mis conocimientos. En Chile eso no existía", relata. Ahí pudo asistir a un curso para regularizarse como monitora de vela internacional, mientras trabajaba. Fue su primera certificación. "Ese grado ya me permitía trabajar donde yo quisiera. Y como ya sabía que quería vivir viajando así, sin dudarlo tomé la oportunidad". Esa experiencia fue esclarecedora para cuando quiso abrir su propia escuela en Chiloé. Cuando volvió, planeó todo para mudarse en 2016 a Chonchi, específicamente al pueblo de Quinched, para poner en marcha su sueño.
Aún recuerda cómo navegantes franceses, alemanes y neerlandeses que pasaban por la zona, cuando conocían la iniciativa, querían aportar. "A muchos les parecía que la geografía de Chiloé era ideal para enseñar a navegar con vela", dice. Pero hubo más: conocer a esos viajeros también la inspiró a ella. Escuchaba con pasión las historias de estos marinos cruzando océanos, las aventuras a la hora de rodear el cabo de Hornos o las lecciones para enfrentar una tormenta. Con la ayuda de su ahora expareja, fue avanzando en sus planes. Su presencia fue esencial, afirma, porque la comunidad local entonces era muy machista. "Cuando querían conversar del proyecto, se dirigían a él", recuerda.
Más tarde, cuando Ignacia decidió construir su propio barco chilote, "aunque me veían con overol puesto, apretando una prensa, le decían a él lo lindo que le está quedando el barco". Así nació la Quinchedina, que bautizó en homenaje al lugar donde vive: la embarcación mide cinco metros y medio de largo, y sirve para que los alumnos tengan sus primeras experiencias. Al principio, les enseñaba a jóvenes de 9 a 16 años a usar, por ejemplo, un velero tipo Optimist, embarcación ligera de clase olímpica que sirve para aprender a manejarse con la vela. A eso siguió con las clases en la Quinchedina, donde "he visto cómo los niños chilotes vienen de una tradición marina.
Muchos tienen abuelos que navegaban o que construían barcos... Es algo cercano para ellos". Para que aprendan, explica, "usualmente se suben todos al barco y, mientras van navegando, van adquiriendo en la práctica los conocimientos para manejar un barco completamente solos". Ya no trabaja solo con niños. Sus estudiantes hoy tienen de 14 a 72 años, y ha visto cómo han surgido otros cursos de navegación en la isla. A eso suma una alta participación femenina.
Ha tenido muchas alumnas que se han perfeccionado, y hasta ha conocido mujeres que viven en barcos, solas, en pareja o con su familia. "Es muy emocionante... De vez en cuando salimos a navegar entre puras mujeres; salgo con amigas y con amigas de amigas que se interesan.
Cada vez hay más chicas que participan de clubes náuticos y que se motivan al promover este oficio-deporteestilo de vida en el archipiélago, todo desde la mirada de la inclusión, la sostenibilidad y el desarrollo social", asegura. --¿ Qué diferencia a Chiloé de otros lugares de Chile para navegar? --De partida, es ideal para aprender de navegación a vela porque es una cancha que entrega mucha variedad: tiene corrientes, las mareas son muy densas y no te puedes relajar porque las condiciones climáticas cambian constantemente junto con los vientos fuertes, con la lluvia. Aquí, un navegante tiene que estar atento al clima y aprender a anticiparse siempre. Además, desde una mirada recreativa y turística, permite en pocas millas visitar diferentes lugares, y hacerlo con maniobras donde tienes que entrar al puerto, fondear y desembarcar. Es un litoral menos accidentado que el resto de Chile, con muchas islas, canales y estrechos que también sirven para aplicar las reglas de navegación. Es realmente excelente para aprender. Capitana en camino Puede que haya habido algo de suerte. La primera vez que Ignacia incursionó en los viajes en altamar fue en 2020 debido a la pandemia. Entonces, un catamarán argentino había quedado sin su tripulación europea y varios chilenos llegaron al rescate. El destino era Polinesia. "Fue mi primera experiencia como segunda capitana. Antes de zarpar nos hicieron una clase de seguridad, porque este tipo de barcos se puede volcar. Así p a r t i ó t o d o. H e aprendido haciendo", dice. Recuerda bien esos primeros días en el océano Pacífico. Eran jornadas que, dice, le recordaban a la película El día de la marmota: absolutamente todo era el mismo paisaje. Pura agua. "Al tiempo me empecé a acostumbrar y me sorprendía con los peces voladores: para mí, en ese momento, era como ver unicornios. Algo que casi parecía un mito.
También vi ballenas y delfines a lo largo de la ruta, hasta llegar a Tahití". La experiencia le dejó otras lecciones. "Tenía guardia siempre a la misma hora y me empecé a dar cuenta de que la luna no estaba en los mismos sitios. Ahí empecé a relacionar todo lo que me habían enseñado en el colegio.
Verlo en la práctica es algo muy diferente". Además, las noches en altamar tienen tan poca, posiblemente nada, de contaminación lumínica que el cielo es incomparable. "Un día vi un cometa verde que dejó una cola gigante en el cielo. Había salido de una luna naranja", dice sobre una escena que vivió en otra travesía. Esta vez, sobre el archipiélago de Tuamotu, en la Polinesia Francesa. Ahí también vio el mar de un azul impresionante, que brillaba. "Le contaba a mi mamá que era `azul Pato Purific'", recuerda entre risas. En esas mismas aguas aprendió a pescar: atún y dorado o maji maji. Más tarde, en otras travesías, esta vez de camino a las Galápagos, atrapó otras especies.
Una herramienta clave para los días de escasez. "Creo que gracias a estas experiencias le puse a mi escuela `Casa Bote', porque con eso sabes que realmente puedes vivir en el agua". La suma de vivencias la llevó a capitanear por primera vez una embarcación en la ruta entre Tahití y Fiyi. Fue en 2022. "Ese viaje me enseñó muchísimo, porque tuve que tomar muchas decisiones. Y aprender mucho de geografía". Al año siguiente partió a Brasil para certificarse con el título internacional de Yacht Master, que le permite ser capitana en cualquier lugar del mundo. Además, allá la contrataron como capitana e instructora de yate. En este rol, sabe qué es lo más difícil de aprender a navegar: ni siquiera es tanto el manejo de las velas, como conocer los complejos sistemas de los barcos. Incluyendo motores, electrónica y circuitos. "He tenido chispazos eléctricos que han hecho humo a bordo en medio del mar. Son momentos complejos que uno tiene que aprender a sortear". También sabe que el machismo es un problema no resuelto. "Muchos imaginan que por ser mujer no vales, como me pasó en Chiloé al principio. Pero también esto ha sido un proceso hermoso, donde he visto que el mundo está cambiando. Siento que hay más visibilización de las mujeres y yo misma me siento súper validada.
Me llaman de todas partes y no me falta pega". Con harto trabajo y viajes por delante, uno de los que más la motivan es capitanear la Doblón, de Alegría Marineros, por toda la zona de fiordos de Magallanes. En Valdivia recoge el barco, lo lleva a Puerto Williams y ahí encontrará a la tripulación, 14 personas, que recorrerán esta zona de islas, glaciares y termas.
Y a esa experiencia espera sumar, el próximo año, su certificación como "Capitán costero", que le permitirá navegar cualquier tipo de embarcación. --¿ Qué lecciones te dejan estos viajes oceánicos? --Comencé a ver que, a pesar de que soy de una minoría chilena que ha tenido buena educación, aún había muchas cosas básicas que desconocía. Como que Tahití está a un alisio de distancia. Navegar es como cruzar un "charco" y llegar: es una libertad muy grande, abre tus horizontes, flexibiliza tu cabeza... Al navegar, estás aprendiendo todo el rato. Por eso creo que esto se debería democratizar, para que más chilenos puedan gozar de los beneficios de esta disciplina. Quisiera que muchos más niños aprendan a disfrutar del agua. D VELERISMO sin límites IGNACIA BERRÍOS: A los siete años aprendió a navegar. A los 23 recibió la licencia como monitora de vela internacional. A los 25 creó Casa Bote, para enseñar a los niños de Chiloé. Así es como Ignacia Berríos, la capitana Ignacia Berríos, recorre mares de Chile y el mundo al ritmo de los vientos. POR Marcela Saavedra Araya. CASA BOTE. Aprovecha las particulares condiciones del archipiélago para enseñar a navegar. IGNA CIA BERRÍOS FAMILIA. Aunque su padre era instructor, ella no nació amando el mar. IGNA CIA BERRÍOS QUINCHEDINA. Ignacia construyó este barco para hacer las clases prácticas. IGNA CIA BERRÍOS YACHT MASTER. Esta certificación le permite ser capitana en todo el mundo. IGNA CIA BERRÍOS.