DIEGO JARA: MEMORIAS DEL TAXIDERMISTA NACIONAL
DIEGO JARA: MEMORIAS DEL TAXIDERMISTA NACIONAL animal con centenares de piezas implica ensamblarlas, una por una y debe ser “perfecto”. Pegarlas requiere tiempo y fina motricidad. colecciones, admite, por su “rebuscado” hábitat en quebradas y bofedales de la cordillera de los Andes. Aunque cada tanto aparece alguna foto de un individuo vivo, “no hay registros de sus osamentas ni de su cuerpo entero”, asegura. “Ese sería valioso representar y dar a conocer”. Entre los marsupiales chilenos está la comadrejita trompuda, residente endémico desde Los Ríos a Chiloé, y de este pequeño nocturno tampoco tienen ejemplares.
“Sería muy valioso”, expresa, “tanto para las colecciones como para la población”. Para acceder a un individuo, este no puede ser capturado, sino debe llegar por “muerte accidental”; además debe encontrarse “fresco” para que sea “viable” una taxidermia. “Y es un bichito chico, la gente lo confunde con ratones, les pega palazos y los mata”, lamenta. “Pasa lo mismo con la yaca y el monito del monte”. Ha trabajado con ejemplares de la ranita de Darwin del norte o “sapito vaquero” colectadas en 1896, presuntamente extinta; no vista desde 1981. El herpetólogo Herman Núñez le llevó algunas para mantener sus cuerpos, “porque están fijadas en alcohol, hay que hacerles mantención, cambiarles los líquidos y ponerlas en un frasquito de nuevo”, explica. Ante restos de criaturas como aquellos anfibios, piensa: ¡ Oh, tengo una especie extinta en mis manos! ¡Qué maravilla más grande! “Es un trabajo muy laborioso, mucha pasión y muy delicado”, destaca. Son especies invaluables y seguirán 100 años más con esa conservación preventiva”... al menos sus restos. Un pudú fue atacado por perros, quedó atrapado en un cerco por la persecución y murió de miopatía por captura, patología derivada del severo estrés que sufrió. Su cuerpo fue trasladado desde Talca por el SAG, y Diego y su equipo le hicieron un escáner en 3D, un maniquí y lo montaron en un congreso de taxidermia. Sería el primer cuerpo de pudú escaneado en 3D. “Si bien es cierto falleció lamentablemente, preparé su musculatura y se fijó como un montaje; no en la clásica postura postrados o parados en cuatro patas”, explica. “Lo quisimos hacer saltando”, por lo que se puede ver la mecánica del salto y cómo aterriza con sus cojinetes y pezuñas. Luego le pusieron la piel y “el resultado es súper fidedigno, a escala 1x1”, asegura. Están las técnicas clásicas como la disecación, el embalsado y la taxidermia. “Pero hay cosas nuevas”, cuenta Diego, y menciona la recreación, que entrega resultados bien realistas, “pero no tienen valor biológico”, cuestiona.
“La deja fuera de competición: si quiero recurrir al ejemplar para hacer una medida corporal, investigarlo o ver su ADN, no me sirve, es falso”. Aunque la esencia de la taxidermia es la misma que aplicaba la cultura chinchorro hace más de 7 mil años, “sigue siendo válida”, declara. Otra fórmula es la plastinación más atractiva para Diego, que permite conservar el tejido muscular en siliconas y resinas, y a eso apunta el museo: conservar estructuras blandas también. “Nos aporta mucha información, y sus órganos internos”, destaca.
“¿Cómo es el corazón de una marsopa? ¿ Cómo es el corazón de un puma?”. Esas formas de conservación posmuerte toman más relevancia en medio de la sexta extinción masiva en curso, proceso ante el que “soy pesimista, desde el punto de vista biológico, y también alarmista”, declara.
“Hay enfermedades emergentes, y que estaban erradicadas: está volviendo la rabia, la peste negra y la viruela del mono, que ya no se veían”. Y sentencia: Estamos en una situación compleja, a nivel de ser humano y biodiversidad. de ser humano y de biodiversidad”, advierte. POR GUIDO MACARI. FOTO MACARENA PÉREZ. El pumita caminaba y le pegó el impacto del vehículo. Giró, se torcieron sus órganos y finalmente falleció. Sintió el dolor, ese último golpe.
Diego Jara Silva (38), veterinario y taxidermista del Museo de Historia Natural, relató a los voluntarios que trabajan con él el caso, “como si fuera un paciente vivo” dice, de un puma que llegó el 23 de febrero tras ser atropellado en el Maule. “Es emotivo, y después ves la lesión in situ”, admite. El SAG los contactó y les llevó el felino muerto. Diego también es forense, dilucidó que el impactó fue a unos 50 km/h, y generó un fatal trauma encéfalo-craneano. Su cuerpo quedó refrigerado. Luego fue sometido a “cirugía”, a una incisión ventral, se analizó su piel y se la retiró para el proceso de curtiembre y que el cuero perdure. “Encontramos parásitos que podrían ser especies nuevas en él, que no se habían detectado antes”, comenta. “Algunas pulguitas interesantes que pueden indicar salud de la población”. Toda esa información se reporta, sale un informe desde el museo al SAG, dando el caso por cerrado. Con suerte, en unos meses el cuerpo terminará su taxidermización y será exhibido para que el público conozca “la biología y anatomía de esta maravillosa especie nativa”, destaca. A veces, la tragedia se convierte en legado. Buena parte de su vida se la ha pasado con las manos en la anatomía: “Uno logra ver el árbol de la vida, el origen de las especies y su ordenamiento”, asegura. Las primeras taxidermias que conoció fueron cuando niño.
Su mamá era muy católica y, para los cumpleaños de él, iban en procesión los 8 de diciembre como familia a la Gruta de Lourdes, y de vuelta visitaban el museo en el Parque Quinta Normal. Estudiando en la universidad, de forma autodidacta preparaba ejemplares de ratoncitos y pajaritos para montarlos. Hizo match con la taxidermia.
Su arribo al museo fue en 2012, como voluntario para la restauración del esqueleto de una ballena sei la tercera más grande el mundo, ejemplar patrimonial que varó en 1885, en Valparaíso, traída en tren hasta Estación Central y luego en carreta con bueyes al museo. Él se dedicó a limpiar la osamenta para que fuera montada e instalada en el hall central. Siempre le gustaron los animales y tuvo muchas mascotas. Hoy vive en una casa en un barrio antiguo de Puente Alto. Tiene patio para unas 50 mascotas, incluidos reptiles, un poni, un minicerdo y hasta una chinchilla que fue atacada cuando bebé, y “se quedó con nosotros, la criamos a mano”, recuerda. “Muchas son especies que han llegado como pacientes míos y se han quedado”. Se van pasando el dato comenta con humor. Fue circunstancial, nunca busqué tener tantos. Somos tenedores de fauna autorizados. Están súper bien atendidos.
Posmuseo, donde se desempeña como taxidermista oficial desde el 2018, también atiende a fauna silvestre en centros de rescate o zoológicos, además de animales exóti-de hasta 21 días de espera como en el caso de un zorro, tras sacar el cuerpo de un gran congelador a -18 C y aguardar a que se descongele a temperatura ambiente.
Luego, con guantes, mascarilla y “mucho respeto” precisa, se deja en una mesa y se le hace la “cirugía”, una incisión a la piel y arranca la preparación para que el pelaje no se salga del cuerpo. Mientras, el taxidermista toma el molde de escayola, hace su maniquí, se arma el esqueleto y recrean los ojos.
A modo de ejemplo, Diego toma del mesón una redondeada pelotita de resina de poliéster, verde, atravesada por una curvada línea negra: Es muy importante cómo haces la pupila explica, si es que es vertical u horizontal, si el animal es diurno o nocturno. Uno va conociendo con el tiempo y estudios etológicos. “Todo eso no se sabía antes”, compara, así que simplemente se optaba por poner una pepita o una canica. La pequeña prótesis que sostiene será de la taxidermia realizada a un cocodrilo del Nilo que, en vida, llegó a Chile contrabandeado.
Buena parte de su vida se la ha pasado con las manos en la anatomía incluso humana, y los límites se vuelven difusos: “Uno logra ver el árbol de la vida, el origen de las especies y su ordenamiento”, asegura. Hace poco llegó un lobo europeo al que comparó con un zorro culpeo “nuestro”, de cráneos similares pero distinta magnitud. “A ojos desnudos puedo diferenciar si el cráneo es de un zorro culpeo o de un chilla”, asegura sobre estos dos cánidos nativos. “Hay estructuras, líneas temporales que se marcan y tienen terminaciones distintas: uno es aguzado y el otro tiene forma de guitarra”, ejemplifica. “No se puede trabajar apresurado, es muy meticuloso”, detalla. En un mes, si se trata de un mamífero, la taxidermia está lista. El proceso es más rápido con las aves. “Yo demoro tres horas en hacer un pájaro de taxidermia”, asegura, mientras que quienes lo secundan “se demoran más o menos tres días”. Eso pasa con “las horas de vuelo”, como él dice.
“Entre más animales preparas, más rápido aprendes a coser, suturar y ocupar el bisturí”. Rato antes, previo a la entrevista, Diego trabajaba enun Pelecanus thagus, un pelí-cano de Humboldt, ampliamente distribuido por las costas chilenas. cos en tenencia legal. Cuando se tiene experiencia con tantos animales vivos, “sabes cómo se mueven, cómo plasma su etología y comportamiento”, destaca.
“Puedo decirte que al momento de montar un ejemplar, que los zorros no se paran de tal manera, o la posición de las orejas de los gatos según cómo las mueven”. Para él, “es como ser piloto de avión, son horas de vuelo, de observación de animales”, compara. “El trabajo queda mucho mejor: cómo articulas, cómo se mueven, hasta qué punto puede flectar la rodilla”. La paciencia es clave. Diego tiene su taller en el museo, un galpón mecano con muchas muestras de diversos ejemplares en preparación, como un coipo con lesiones contundentes atribuibles a golpes de personas. Montar un esqueleto animal con centenares de piezas implica ensamblarlas, una por una relata, y debe ser “perfecto”. Pegarlas requiere tiempo y fina motricidad. “No es para todos”, advierte. Pegar, esperar a que el pegamento se afirme, incluso sostener las vértebras hasta que seque. En tanto, curtir la piel para una taxidermia incluye un procesoaños; entre ellos, el primer tigre que llegó a Chile, en 1897, montado en barco desde Francia. En su mano sostiene una cornamenta, que se divide en dos curvas puntas. Diego sonríe. Tengo un asta de taruka revela sobre ese registro. Un amigo cercano me la trajo, y fue documentada y legada al museo. Quedará acá para la posteridad y las futuras generaciones. Es súper valiosa porque se puede hacer ADN e identificar al ejemplar. Y también en el museo hay ejemplares taxidermizados, de 1900, colectados por el naturalista alemán Rodulfo Amando Philippi. “Están acá”, aclara. “No están en exhibición”. A pesar de que en zoología tienen más de 2 mil ejemplares de mamíferos, solo una fracción puede verla el público. “Es nuestro huemul del norte, y también quedan muy pocos, están siendo cazados, está cada vez más deforestado su hábitat, siendo intervenido por las mineras”, advierte. Sus poblaciones en Chile son muy pequeñas, y se estima que no alcanzan los mil individuos.
De hecho, sobre el pariente sureño del ciervo, el veterinario recuerda que hace un par de años participó en un censo de huemules; por aquel entonces estimaba que quedaban menos de 2 mil.. .. Que poblacionalmente, ¡es nada! Basta que llegue un virus nuevo o una enfermedad de ganado doméstico y se extingue.
Una especie que hoy se encuentra bien en la palestra sobre todo con el avance del proyecto minero Los Bronces Integrado es el gato andino, y el museo no cuenta con un ejemplar entre susEn su taller Diego custodia animales que vivieron hace más de 150 años; entre ellos, el primer tigre que llegó a Chile, en 1897, en barco desde Francia. “Antes, cuando no había tantos libros, internet ni mucha comunicación, mostraban a la fauna in situ”, cuenta.
Una de sus primeras labores en el museo fue restaurar un oso polar de 1884 y un bisonte de 1897 que, al ser ejemplares “muy antiguos” explica, se encontraban bastante maltrechos, habían perdido color y les faltaba pelo.
En el caso del bovino salvaje, el proceso demoró dos años: “Hicimos un trabajo enorme de limpieza, tanto física como mecánica, después le injertamos pelos uno por uno, limpiezas y fue pintado nuevamente, tuvo una reintegración cromática”, detalla. Hoy está exhibido. La taxidermia es una herramienta muy potente todavía destaca. Estamos en una etapa muy posterior a los descubrimientos y legados que dejaron los grandes naturalistas; pero aún genera esa sensación empírica en el público de ver al animal. Y cada una es historia en sí. En 1914, entrando en la Pri-mera Guerra Mundial, cuando alemanes e ingleses peleaban el dominio de Camerún, un gorila fue cazado para ser expuesto en Europa entre “los monos de África”, relata. Desde Hamburgo fue adquirido por un filántropo teutón radicado en Chile y lo legó al museo antes de morir en 1942 por gestión de la primera directora, Grete Mostny. Hay gente que no tiene los recursos para ir a ver animales a otras partes del mundo, y están acá remarca. Es valioso.
Dentro de sus colecciones hay un yak del Tíbet, un peludo y corpulento bovino al que habría que ir hasta la cordillera del Himalaya para verlo, “no hay ni en los zoológicos, y tenemos uno que está en nuestras colecciones desde 1889”, detalla.
“Te genera una sensación especial”, admite, la que, según gugleó el otro día, es el denominado “síndrome de Stendhal, que es cuando estás expuesto a una obra de arte que te deja sin palabras y se te pone la piel de gallina”, explica.
Hace poco lo llamaron desde el departamento de antropología para ver la momia de un cocodrilo de Egipto: Pensar que está depositado en el museo hace 150 años, y tiene 3.500 años más... dice con una sonrisa acaso incrédula. Es impresionante.. Ha conocido las entrañas de la vida, en su sentido más literal. Ha restaurado y taxidermizado los cuerpos de cientos de animales, e incluso personas, forjando su filosofía vital.
En el 2018 se convirtió en el taxidermista oficial del Museo Nacional de Historia Natural, desde donde revela los dramas y misterios forenses que desentraña en su búsqueda de “preservar” la muerte: “Estamos en una situación compleja, a nivel Montar un esqueleto En su taller, custodia animales