Vidas cruzadas
Vidas cruzadas me llevó a decidirme más fue el buen servicio --comenta Matías--. Sentía que la generación de médicos, sobre todo en el servicio público, en que todo va tan rápido, todo es urgencia, a veces se es cruel. Muchos pacientes no tienen los recursos y un médico con suerte los analiza 15 minutos, que no es nada.
Flavia se alegró con la decisión, aunque confidencia que varias amistades le recomendaron que llevara al niño a otro colegio, que fortaleciera su enseñanza y no cargara con el estigma de ser parte de un barrio como Boca Sur. Tras conversarlo con Matías decidieron mantenerse en el Liceo Los Andes. --Es que me lo cuidaban mucho.
Es un colegio en que son capaces de visualizar a los alumnos que tienen potencial y van hasta más allá de lo educativo --cuenta la madre--. Yo tenía trabajos muy esporádicos, entonces pasaba momentos económicos críticos y ahí estaban aportándonos hasta con mercadería.
Matías coincide, aunque admite que tuvo un momento de quiebre cuando su liceo lo becó para ingresar desde tercero medio a un preuniversitario para prepararse para la Prueba de Acceso a la Educación Superior (PAES). --En mi colegio siempre estaba con sietes. Pero en el preuniversitario me di cuenta de que la brecha que había de aprendizaje, de contenidos, era grande. Ver que no rendía de la misma manera en el preuniversitario me hacía decaer. Fue entonces que su profesor de Historia, Esteban Briceño, se tornó en un pilar para él. Lo convenció de que sí podía.
El profesor Briceño era de la población Santa Leonor, un sector popular de Talcahuano, donde fue criado por su tía Nieves. "La mamá de Esteban no sabe leer ni escribir, entonces mi tía se encargó de él para que saliera adelante con sus estudios. Él no tenía papá", cuenta su prima, Brígida Briceño.
Desde pequeño, Esteban ponía toda su atención en los profesores y de varios no se despegaba y se transformaron en su modelo. --Nosotros somos una familia grande y vivíamos hartos aquí, entonces él jugaba a ser profesor con los primos; pasaba lista y les ponía notas --recuerda Brígida--. Los chiquillos querían salir a jugar, pero él no los dejaba porque no había terminado la clase. Cuando salió del colegio, Esteban ingresó becado a Pedagogía en Historia en la Universidad de Concepción. Tras titularse, entró al Liceo Los Andes. En el establecimiento cuentan que siempre tuvo mucho feeling con los niños, a quienes ayudaba y orientaba en sus situaciones académicas y personales.
De hecho, oficiaba como enlace entre la rectoría y el centro de alumnos y participaba activamente en la organización de los eventos escolares. --Lo conocí cuando estaba en séptimo, aunque él era profesor de enseñanza media, donde estaban casi todas mis amigas. Ellas me decían que el profe hacía pruebas muy largas, por lo que debía prepararme bien --cuenta el muchacho--. Sus clases eran muy apasionadas, se notaba que le gustaba lo que hacía.
Videos muestran al profesor de 33 años jugando sobre resbalines, bailando coreografías de TikTok con sus pupilos y sentado en el suelo narrándoles cuentos a niños pequeños, aventuras que mezclaba con situaciones y escenarios que había conocido en sus viajes al extranjero, que era su otra gran pasión. A su tía le cuesta creer que esa persona fuera Esteban. "Acá era una persona muy introvertida. Cuando hacíamos algo le decíamos que se tomara una cervecita y él no, nada. Al ver sus videos supimos muchas cosas de él", comenta Nieves entre risas.
La tía dice que en la casa solía encerrarse en la noche a estudiar para el magíster en Educación que cursaba en la Universidad de Concepción y a revisar notas, sacar promedios y preparar las clases para sus niños. A menudo ella debía entrar a su habitación para pedirle que se acostara, pues se había quedado dormido sentado con su cabeza en el computador. En una de esas noches, el trabajo que realizaba era una gestión en favor de Matías.
Flavia cuenta que asumiendo las dificultades que podían existir para que Matías ingresara a medicina, recordó un video en que Eran las 7.58 del 1 de septiembre de 2023 y había dejado hace poco de llover en el Gran Concepción cuando una cámara de vigilancia del cruce ferroviario de Boca Sur captó una micro asomándose. El bus de la línea San Pedro del Mar venía por la ruta 160 y giró hacia su derecha para entrar a la población. A pesar de las advertencias de pare, superó la barrera de contención y siguió. Media máquina estaba sobre los rieles cuando apareció a toda velocidad un convoy del Biotren, que le pegó de lleno y la arrastró 100 metros. Las chispas del cableado saltaron desenfrenadas. La cámara instalada en la cabina del conductor del tren revela que el impacto fue justo en la zona donde iban todos los pasajeros de la micro. El recuento posterior precisaría que se trató de la mayor tragedia en los 24 años de existencia del Biotren, con 11 heridos graves y siete fallecidos. A poca distancia del accidente, en el Liceo Particular Los Andes ya se hablaba de lo ocurrido.
Nadie dimensionaba aún su alcance, aunque a Matías Rivas, el mejor alumno de cuarto medio, le extrañó que las clases no se iniciaran a tiempo. --Estábamos en eso cuando una amiga entró a la sala llorando, se sentó, le dijo algo al oído a su compañera de puesto y ella también se puso a llorar --recuerda Matías--. Estábamos todos callados viéndolas... no sabíamos qué hacer.
Rivas vive con su madre, Flavia Rozas, en una casa de unos 50 metros cuadrados de Boca Sur, un barrio populoso situado a la salida de San Pedro de la Paz y que cuenta con escasos accesos. "Más que vulnerable, que me parece un término muy rebuscado, yo creo que este es un sector excluido en todo, hasta en las propuestas de mejoras que recibe del Estado", describe Flavia, quien a los 38 años acaba de egresar de la carrera de Administración Pública en la Universidad de Concepción. Madre e hijo cuentan que aparte del pago de la pensión de alimentos, Matías casi no ha tenido en su vida contacto con su padre. Ese dinero y los trabajos esporádicos que consigue Flavia les han permitido sobrevivir. A ello se suma la Beca Presidente de la República que ha tenido desde séptimo básico gracias a sus buenas notas, y que hoy asciende a 40 mil pesos. Esa falta de dinero le afectaba. "A mis amigas les decía que no quería salir, que prefería quedarme en la casa, pero era porque no quería ser invitado, yo quería pagar mis cosas", cuenta Matías.
Sus notas siempre rondaron entre el 6,7 y el 7,0, las que conseguía principalmente poniendo atención en la sala y reforzaba gracias a un método que profundizó con las clases telemáticas de la pandemia. --Cuando había pruebas hacía un Word en que resumía la materia para que mis compañeros comprendieran --explica--. Eso me sirvió, porque tratar de enseñar algo ayuda a comprender mejor.
Las clases virtuales también le ayudaron a desarrollar su personalidad, pues como nadie encendía las cámaras, él, para hacer más amena la jornada, usaba filtros graciosos y era de los pocos que opinaba y respondía las consultas de los profesores. En esos tiempos se visualizaba siendo astrónomo y, pese a las dificultades, su madre le pagaba algunos talleres que se ofrecían por internet para que conociera más del cosmos. Flavia, sin embargo, más tarde contará que le comentaba que era probable que dicha carrera lo obligara a irse al extranjero a especializarse, lo que era complicado, dadas las finanzas familiares. Así surgió en él la idea de estudiar medicina. --En realidad, las ciencias siempre eran mi pasión.
Pero lo que una niña contaba que entró a la Universidad de Chile por un sistema de admisión especial, así que se puso a indagar y dio con un programa de la Universidad Católica en Santiago llamado "Talento e Inclusión", que valora más la condición social y las características personales del interesado, por lo que en los puntajes de la PAES era mucho más flexible. --El profe solía compartir en sus redes cosas de sus alumnos, así que nos empezamos a seguir.
Como yo estaba estudiando Administración Pública, cada vez que ponía en un estado algo así como "pasé un ramo", él era el primero en felicitarme o darme tips, porque era muy instruido en eso --relata Flavia--. Cuando vi lo del programa le escribí y me dijo que Mati le llevara los antecedentes para que él pudiera buscar lo que necesitaba. Esteban recolectó todas sus calificaciones y las de sus compañeros, pues se exigía enviar una planilla que corroborara que el postulante era parte del 10% con mejores calificaciones de su generación. Hasta recurrió a la Seremi de Educación para obtener las notas de los alumnos extranjeros.
También lo orientó en la redacción de la carta que debía adjuntar, donde Matías destacaba, entre otros aspectos, que hablaba inglés, participaba en foros medioambientales, integraba el centro de alumnos, brindaba apoyo docente a niños menores del colegio y el preuniversitario, y había sido elegido varias veces mejor compañero. "El profe Esteban siempre estaba muy atento a mí y le preocupaba que no fuera a entregar fuera de plazo", relata Matías. Los últimos mensajes entre la madre de Matías y el profesor datan de agosto. En ellos, Esteban le garantizó que el joven quedaría en la PUC. El 1 de septiembre, el profesor Esteban Briceño salió de la casa a las 6.45 para tomar una micro hacia Concepción y luego otra a San Pedro. Estaba a 950 metros de su trabajo cuando el bus fue impactado por el Biotren. Como él, murieron su colega del liceo, Claudia Yévenes; las docentes Bárbara Bustamante y Marcela Díaz, del Colegio Nahuelbuta; y los pasajeros Roberto Inostroza, Elizabeth Soto y Soledad Rioseco.
El conductor Alejo Santander quedó grave y semanas más tarde fue formalizado por siete delitos de homicidio, nueve de lesiones graves, otro de lesiones menos graves, uno por lesiones leves y otro por daños a la Empresa de Ferrocarriles.
En la audiencia, el fiscal Andrés Barahona afirmó que el chofer no respetó la luz del semáforo al virar a la derecha, tampoco el signo Pare pintado en el suelo, una chicharra que advertía la cercanía del tren, el claxon del convoy ni la barrera del cruce.
Para el fiscal, el chofer quiso pasar "a como diera lugar". La tía y la prima de Esteban dicen que escucharon en las noticias sobre el accidente, pero no imaginaron que entre las víctimas estaba uno de los suyos.
Más tarde, un hijo de Nieves llamó por teléfono para contarles que lo habían llamado al lugar para que reparara el semáforo y vio fallecido a su primo. --Fue horrible... --rememora la tía--. Él era un hijo para mí. Las redes sociales del liceo se llenaron de mensajes de condolencias. Uno fue del académico Bastián Torres, quien contó que cuatro días antes Esteban le había entregado las últimas correcciones de su tesis de magíster, que iba a defender ese mismo mes. "Ya estaba listo", comentó. La comunidad local se volcó a las exequias. Nieves y Brígida dicen que los niños repletaron la casa las dos noches de velorio. En la misa, uno de los oradores fue Matías, quien recordó la amistad de ambos, su humor satírico y su pasión por la enseñanza. Luego, con su mamá se acercaron a los Briceño y les contaron lo que Esteban había hecho por ellos.
Flavia admite que el dolor que sentían era tan grande que en esos días se encerraban en sus habitaciones a llorar. --Él para nosotros era profesor, amigo del Mati, apoyo moral --lo resume la madre--. Mati y sus compañeros se bajonearon, pero el colegio se preocupó y les puso hasta psicólogos para apoyarlos. Los profesores le decían siempre: "El profe Esteban no te hubiera querido ver mal". Matías cuenta que eso lo remeció. Pensó que si su maestro confiaba tanto en sus capacidades, él no podía defraudarlo. El 27 de noviembre, día previo al inicio de la PAES, madre e hijo fueron al cementerio a visitar las tumbas de Claudia Yévenes y de Esteban.
Tomaron cuatro micros para llegar, pero Flavia dice que sentía que era algo que su hijo necesitaba hacer. --Ese día, frente a su tumba le pedí ayuda al profe Esteban --comenta él--. Le pedí que me acompañara. El 2 de enero se divulgaron los resultados de la PAES. Matías obtuvo 879 en Comprensión Lectora, 854 en Matemáticas y 750 en Ciencias. "Me devasté, porque era consciente de que todos mis puntajes debían ser mayores a 900 si quería entrar a medicina", admite. Apenado, pasó el día calculando las ponderaciones de sus compañeros. Cuando comía un trozo de pizza con una amiga ella le preguntó su había revisado su puntaje considerando el ranking por colegio y el promedio de notas de enseñanza media, que era de 6,95. No lo había hecho. Al sacarlos se enteró que le alcanzaba para entrar a Medicina en la Universidad Católica de la Santísima Concepción y en la del Bío-Bío. "Pero él seguía bajoneado", sostiene su madre.
A las 21.16 horas de ese día, mientras estaba en la pieza de Flavia, a la casilla electrónica de Matías entró un correo que decía: "¡ Felicitaciones! Te informamos que fuiste seleccionado en la carrera de Medicina a través de la vía de admisión Talento e Inclusión de la Pontificia Universidad Católica de Chile". Cuando Matías lo leyó, miró a su mamá y abrió los ojos. --Me pasó el celular y me dijo: "Mira". Lo leí y le dije: "¡ Mati, lo lograste! ¿Viste? El profe Esteban te ayudó" --relata ella--. Nos abrazamos y pusimos a llorar.
La noticia fue publicada en portales locales y en la página de Facebook de su liceo, donde lo leyeron los familiares del profesor. "Cuando mi tía lo vio se puso a llorar", dice Brígida, quien sospecha que Esteban se veía reflejado en Matías, pues ambos crecieron sin padre y superaron sus carencias a punta de esfuerzo. "Para mí, fue una sensación tan bonita... le agradezco mucho a mi sobrino que lo haya ayudado", agrega Nieves. Es 13 de febrero y Matías responde al WhatsApp.
Ya matriculado en la PUC cuenta que la universidad no le otorgó la beca de residencia a la que postuló y que solo pudo participar una semana en el curso de nivelación que ofreció para los alumnos en condiciones similares a la suya. Para las jornadas restantes les informaron que no habría clases online, pero sí una plataforma con material digital y videos para seguir. "Fue divertido retomar temas que me gustaban en la media", responde. Por esa misma vía, su madre admite que no haberse ganado la beca le significará trabajar más para financiar la estadía de su hijo en Santiago. "Pero no importa, se logrará", afirma. Lo escribe junto al emoji de un brazo sacando músculo.
Matías y Flavia confían en que podrán sortear las dificultades y cumplirán el compromiso que hicieron a Nieves, a quien le dijeron que si el niño se convierte en médico, siempre estará a disposición de la familia del profesor que tanto confió en él. --Es que fue una persona tan amable conmigo, tan preocupada, que siento que debo hacerlo sentir orgulloso --reflexiona el joven--. Claramente, él hizo posible todo esto. El día previo al inicio de la PAES, madre e hijo fueron al cementerio. "Ese día frente a su tumba le pedí ayuda al profe Esteban. Le pedí que me acompañara", dice Matías.
Vidas cruzadas Por ser buen alumno, Matías Rivas fue becado por su liceo para seguir un preuniversitario, donde se dio cuenta de la brecha de aprendizaje que tenía con los demás alumnos, lo que lo angustió. En ese trance, cuenta, el profesor Briceño fue fundamental. Lo convenció de que sí podía.
FELIPE IGN A CIO GO N Z ÁLEZ Matías Rivas creció en un barrio popular de San Pedro de la Paz, donde se convirtió en el mejor alumno de su liceo y comenzó a soñar con estudiar medicina. En ese tránsito conoció al profesor Esteban Briceño, quien lo incentivó a confiar en sus capacidades, además de ayudarlo a postular a un sistema de admisión especial de la PUC. Sin embargo, el profesor no alcanzó a saber que había sido admitido, porque un accidente ferroviario le costó la vida. "Siento que debo hacerlo sentir orgulloso", dice Matías. POR LEO RIQUELME.