Autor: POR LEO RIQUELME
EL ADIÓS DEL MINERO SILENCIOSO
EL ADIÓS DEL MINERO SILENCIOSO EFE A Paulo Marín Tapia no le gustaba sonreír ante las cámaras y así lo refrendan las escasas fotos públicas que hay de él. Una de las últimas fue tomada con sus hijos en abril, durante la final del campeonato rural, uno de los torneos más importantes de la comuna de Illapel, en la Región de Coquimbo. En ella Paulo aparece abrigado por una chaqueta café mientras abraza a Nicolás, de 24 años, y a Renato, de 21. Esa noche uno defiende los colores de Victoria y el otro a Campo Lindo, clubes representantes de los villorrios vecinos de Las Cañas Uno y Las Cañas Dos, de donde es oriunda la familia Marín. Esa fue la última vez que lo vi cuenta el alcalde de Illapel, Denis Cortés, quien conocía a Paulo desde niño, cuando ambos estudiaban en la Escuela 90. Me comentó que estaba complicado porque él siempre fue de Campo Lindo y ahora debía ser neutral, ya que tenía en cancha a sus dos hijos como rivales.
Con cerca de 200 familias, casi todas emparentadas de diversas formas, en el poblado existe consenso en definir a Paulo como un exdefensor central fuera de serie, fanático de los caballos y el rodeo, pero a la vez como una persona muy reservada, de pocas palabras excepto cuando estaba con su núcleo más íntimo y por sobre todo con sus sobrinos más chicos y su único nieto, de cinco años. El Paulo, inmortalizado en esos álbumes de fotos que los familiares mantienen en sus celulares, parece ser otra persona. En esas imágenes su ceño fruncido desaparece y les prodiga sonrisas y miradas tiernas.
En una comunidad que quedó devastada la semana pasada cuando se enteró de que él, a los 48 años, era uno de los seis mineros fallecidos en el accidente que afectó a una de las minas en construcción del yacimiento El Teniente de Rancagua, para los niños la noticia fue terrible. Él los adoraba y para ellos es como si su papá se hubiera ido cuenta su sobrina y cuñada, Carla Muñoz.
Ayer mi hija me preguntaba: “Y ahora, ¿con quién vamos a salir a acampar si el Papo ya no está?”. Los poblados de Las Cañas son el resultado de la reforma agraria en el Choapa, que hasta la década del 60 era un solo gran fundo. La política de subdivisión de grandes predios llevó a muchas familias a radicarse en el sector, quienes se dedicaron a trabajar la tierra, a criar ganado y a buscar minerales. Uno de esos nuevos vecinos fue Arnoldo Marín, quien junto a María Tapia formaron una familia de once hijos. “Nono”, como le llaman en la zona, se abocó a trabajar en pirquenes, que en sus inicios eran abundantes en oro, lo que alcanzaba para alimentar a una familia tan numerosa. Varios hijos siguieron sus pasos, incluido Paulo, el noveno. En Las Cañas Dos todos recuerdan que desde niño Paulo destacaba por lo bueno que era para la pelota. En el sector se cuenta casi como un mito que su talento era tal, que a él y a su hermano César los fueron a buscar de Colo Colo cuando eran adolescentes. “Nono”, sin embargo, se negó a autorizarlos. Paulo aceptó la decisión fiel a su estilo: sin chistar. “Es que él siempre fue de decir lo justo y necesario”, recuerda Carla. “Él era callado, pero una excelente persona”, agrega su cuñado, Raymond Piñones, quien lo conocía desde niño. Paulo hizo el servicio militar y cuando tenía cerca de 18 años se reencontró con una amiga de la infancia, Carolina Cortés. Se enamoraron y se convirtieron en pareja. Era el verano de 1996 y Paulo se dedicaba a trabajar en la minería artesanal local. En 2001 nació su primer hijo, Nicolás, sintió que necesitaban un ingreso más estable, y entró a trabajar como ayudante en una empresa minera que construía la represa Ralco, en Biobío. En la familia confidencian que fueron tiempos duros, pues le significó adaptarse a un clima distinto y con turnos de 30 días. La experiencia, sin embargo, le sirvió. Aprendió rápidamente el oficio, su jefe notó que era “bueno para la pega” y comenzó a llevarlo a distintas faenas mineras. Así, las siguientes dos décadas pasó por proyectos relacionados con yacimientos del norte, con el Metro en Santiago y también en El Teniente de Rancagua, donde solía compartir con amigos de su misma localidad. “Eso es muy común acá.
Son cientos de personas que salen de Illapel y la provincia de Choapa a trabajar en empresas contratistas y subcontratistas de la gran minería, y como con los años van agarrando especialización, los van llevando de distintas faenas”, dice el alcalde Cortés. “La gran mayoría de nuestros maridos trabajan en la gran minería”, confirma Carla Muñoz. “Se va a trabajar uno y ese después se trata de llevar a los amigos, a los parientes y compañeros”, agrega la familiar. En el mercado se sabe que en una faena minera importante como contratista es normal ganar cerca de un millón de pesos, mucho más que lo que se puede percibir del campo. Sin embargo, es una realidad también que esos salarios están muy por debajo de lo que obtienen quienes están contratados directamente por las grandes compañías del rubro.
A fines del verano pasado, la empresa en que trabajaba Paulo en Chuquicamata terminó su contrato y regresó a Las Cañas Dos, donde disfrutaba con su familia, los niños, los caballos, amigos y parientes huasos y con la vida de campo en general, a la espera de una oferta laboral que lo llevara a empacar de nuevo.
En la familia cuentan que lo llamaron de varias empresas, pero terminó por aceptar una propuesta de Salfa Montajes para desempeñarse como minero en el proyecto Andesita, en ejecución en El Teniente de Rancagua, en la cordillera de Machalí. Dicho proyecto busca darle viabilidad al yacimiento por otros 50 años a la mina subterránea más grande del mundo y se ejecuta a 900 metros de la superficie. Gran parte de sus cerca de 500 trabajadores pertenecen a firmas contratistas, como Paulo.
A él le gustó el salario, su función, los siete días de trabajo y siete de descanso, que fueran jornadas laborales exclusivamente diurnas y que en su cuadrilla estuvieran otros seis illapelinos, incluidos primos y amigos, así que aceptó y comenzó en julio.
El día antes de viajar a Rancagua, dicen en su casa, cosechó papas y habas en un predio que arrendaron con un amigo, algo que solía hacer, pues quería que su familia siempre tuviera asegurado el sustento mientras él no estaba.
Poco antes de las siete de la tarde del jueves 31 de julio, los medios de comunicación interrumpieron sus programaciones habituales para informar que en El Teniente se había producido un accidente con heridos y desaparecidos.
A esa hora varias familias de Illapel ya sabían que entre los afectados había siete de los suyos: los mineros Paulo Marín, Matías Cristopher Astorga, Luis Patricio Coroseo, los hermanos Rodrigo y Raymond Piñones, Rafael Cebra y Desiderio Molina. La primera información entregada por Codelco fue que a las 17.34 horas se había producido un sismo magnitud 4.2, cuyo epicentro se localizó apenas a unos 300 metros de la faena.
Hasta hoy la empresa y los expertos discuten e investigan si se produjo por la actividad minera o por actividad sísmica, pero lo claro es que se generó una explosión y derrumbe de roca que afectó a los trabajadores que estaban ya en la última parte de su turno. Personas que estuvieron en el grupo cuentan que la mina solía desprender algunas rocas, lo que calificaban como “normal” para la faena.
Raymond Piñones estaba en ese lugar desde el 3 de enero de 2024 y asegura que nunca advirtió una anomalía, pese a que en los días posteriores se afirmaría que había denuncias verbales y hasta un correo electrónico de 2023 que alertaba de un supuesto riesgo. Nosotros supuestamente estábamos en el lugar más seguro que podía haber, que se conoce como “barrio cívico”, donde están todas las oficinas, comedores, el casino cuenta el minero, casado con una hermana de Paulo. Lo que hacíamos era poner los pernos donde iba el sistema de electricidad, de ventilación, aire viciado, y trabajamos tranquilos, nunca pasamos un susto. Ese jueves, a Paulo le correspondió resguardar la zona en que su cuñado y otro colega trabajaban sobre un canastillo situado a unos cuatro metros de altura, en un alzahombres. La faena, habitual hasta ese instante, fue interrumpida por un ruido infernal, comparable al de una tronadura, pero en la casa del lado. La explosión fue tan fuerte que con mi compañero quedamos sordos, pese a que estábamos con protección auditiva. Por algunos segundos quedamos noqueados relata Raymond.
Ahí se cortó la energía y quedaron solamente las luces de las lámparas y el polvo se levantó tanto polvo que desde arriba no veíamos nada de lo que pasaba abajo yo escuchaba que a mi lado mi compañero en el canastillo se quejaba, porque quedó herido y le costaba sacar la respiración.
A medida que Raymond salió del aturdimiento notó que las linternas se movían frenéticamente de un lado hacia otro y oyó los gritos de sus colegas, quienes se llamaban entre sí desesperados mientras el material seguía cayendo. Recién cuando nos bajaron nos dimos cuenta de la gravedad de lo que había sucedido continúa. Fui corriendo a ver qué pasaba y me encontré con mi hermano Rodrigo, a quien estaban sacando herido de entre las piedras aún no puede caminar por sus medios y anda con muletas. Su hermano estaba junto a otras cuatro personas, entre ellas Paulo Marín.
Raymond recuerda que Luis Coroseo les indicó el lugar preciso en que yacía su amigo, pero acercarse era imposible por el tamaño de las rocas y porque el cerro seguía sonando y no dejaban de precipitar piedras, por lo que los encargados obligaron a evacuar a todos los trabajadores a la espera de la llegada de rescatistas que pudieran localizar a quienes faltaban.
Los mineros se aferraban a esa altura a la esperanza de que la onda expansiva que derribó a varios hubiera dejado a Paulo debajo de un camión, guareciéndolo de las toneladas de material que taponearon el ducto en construcción. En su casa, lejos de Rancagua, su esposa Carolina supo por terceros de lo que pasaba en El Teniente. Los mineros se habían comunicado con familiares y ellos le habían contado de la desaparición. La angustia duró varias horas, hasta que desde Salfa Montajes se comunicaron para notificarle su muerte. Casi al unísono por televisión se informó la identidad de la primera víctima fatal identificada. Esa fue la forma en que muchos familiares de Paulo se enteraron del desenlace. Al día siguiente, el 1 de agosto, su mujer, acompañada de sus hermanos y un cuñado, llegó al Servicio Médico Legal (SML) de Rancagua. Según cuentan cercanos, ella hasta ese minuto tenía la esperanza de que los encargados se hubieran equivocado en la identificación y Paulo estuviera vivo y atrapado en algún lugar de la mina. No fue así.
El funeral de Paulo Marín se realizó el domingo 3 de agosto bajo un cielo nublado y un silencio conmovedor, a ratos roto por los aullidos de perros y el llanto de su padre, “Nono” Marín, de 90 años. La ceremonia fue la primera realizada tras la tragedia.
En los días siguientes serían sepultados sus colegas Alex Araya Acevedo (29 años), Moisés Pavez Armijo (33), Gonzalo Núñez Caroca (33), Jean Miranda Ibaceta (31) y Carlos Arancibia Valenzuela (34), todos de la empresa contratista Gardilcic.
La misa de responso se realizó en la medialuna de Las Cañas Dos, que se repletó para acompañar los restos de su vecino, quien fue homenajeado por el club de huasos local, el tránsito de un caballo sin jinete y un féretro que se paseó por toda la localidad en una hermosa carroza de vidrio, de origen polaco, puesta a disposición gratuitamente por un empresario que quedó impactado por la tragedia. Por los medios me enteré de que Paulo era un amante de los caballos y de lo huaso, entonces nació la idea de poner a disposición de la familia el carruaje.
Viajamos al mediodía del sábado desde Angol y llegamos como a las 4 y media de la mañana del domingo a Illapel cuenta el representante legal de Carruajes del Sur y Funerales Gutiérrez, Alfonso Edgardo Gutiérrez. La gente cuando lo vio se emocionó mucho y eso para nosotros es la satisfacción más grande.
Al funeral asistió el ministro del Interior, Álvaro Elizalde, quien se reunió con la familia y se comprometió a realizar una investigación “exhaustiva y transparente”. Lo mismo han prometido en reiteradas ocasiones el Presidente Gabriel Boric; el presidente del directorio de Codelco, Máximo Pacheco, y el fiscal regional de OHiggins, Aquiles Cubillos, que indaga el hecho como un posible cuasidelito de homicidio. “Nosotros esperamos que esto se esclarezca y que no quede como que fue una falla de los mineros. Ellos están seguros de que faltó seguridad”, comenta a nombre de la familia la sobrina de Paulo, Carla Muñoz.
En Las Cañas Dos, cuando los sobrevivientes son vistos en la calle, los vecinos los abrazan y lloran de emoción por su suerte, pero a la vez por la mala fortuna de uno de sus compañeros.
Paulo refleja a cientos de illapelinos y miles de chilenos que viajan a buscar un mejor futuro porque la gran minería entrega condiciones laborales que en otros lugares no se pueden obtener, pero requiere grandes sacrificios reflexiona el alcalde Denis Cortés.
Su historia es la de miles de personas que tienen contratos diferentes, turnos extenuantes, que viajan por diferentes regiones para llevar el sustento a sus casas Ojalá que esto nos sirva para hacer una mejor minería. En este poblado con tanto minero, casi como ocurre con los pescadores, dicen que saben que cuando un trabajador se adentra en una mina el riesgo de no salir es alto. Y aunque la frase se repite entre varios casi como un mantra, no todos piensan igual. Ha pasado una semana de los hechos y Raymond Piñones cuenta que su esposa, que es hermana de Paulo, le ha pedido que cuando se recupere completamente deje de trabajar en la minería.
Él dice que la entiende, que ha reflexionado en este tiempo sobre la angustia que le podría provocar a ella esos días de turno encerrado en un yacimiento, pero recuerda que es lo que ha hecho por más de 36 años de vida y que encontrar otro empleo con esas condiciones le será muy difícil.
“La explosión fue tan fuerte que con mi compañero quedamos sordos”, relata el cuñado de Marín, Raymond Piñones.. Paulo Marín Tapia fue el primer trabajador encontrado entre los seis que fallecieron atrapados por el derrumbe de un sector en construcción de la mina El Teniente el 31 de julio.
Sus cercanos recuerdan cómo era en la intimidad este padre de dos hijos, de 48 años, reservado, bueno para el fútbol y amante de los caballos, y reviven lo sufrido esa fatídica tarde a 900 metros de la superficie. Paulo Marín comenzó en julio pasado a trabajar como minero en el proyecto Andesita. En su cuadrilla había además otros seis trabajadores oriundos de Illapel, incluidos algunos primos y amigos de él. En su casa, lejos de Rancagua, su esposa Carolina supo por terceros de lo que pasaba en El Teniente. La angustia duró varias horas, hasta que desde Salfa Montajes se comunicaron para notificarle su muerte. La carroza de vidrio, usada en el funeral de Paulo Marín, fue puesta a disposición gratuitamente por un empresario que quedó impactado por la tragedia.