Autor: Vicente de Tagua Tagua. Si seguimos
UN PORTAL AL PASADO
UN PORTAL AL PASADO Para comenzar este viaje, necesitamos un poco de imaginación. Estamos en una muy fértil comuna de la Región de OHiggins, pero todo lo que hemos visto hasta este momento plantaciones de almendros, choclos, nogales, en fin... ya no existe. De hecho, el valle agrícola rodeado de cerros ahora está en realidad sumergido bajo millones de litros de agua dulce. En el nuevo paisaje no hay sauces, ni álamos... ni nada de la vegetación esclerófila que conocemos. Absolutamente todo fue reemplazado por el verde profundo de la selva valdiviana. Mientras recorremos, es posible que nos topemos con algunas taguas. Con enormes ranas chilenas. O también con gonfoterios, un tipo de elefante originario de Sudamérica, además de ciervos antífer, otra especie hoy extinta. Es un mundo natural completamente diferente, a solo ocho kilómetros del centro de San bien las reglas de este juego, acabamos de viajar unos doce a trece mil años al pasado. “Es lo que conocemos gracias a los antecedentes científicos que se han hallado en más de 16 sitios arqueológicos al suroeste de San Vicente.
Hoy se sabe que, gracias a la laguna Tagua Tagua, esta zona fue un hotspot de biodiversidad capaz de acoger tanto a la megafauna de la era del hielo como a los primeros habitantes de lo que hoy es Chile central”, explicaba Osvaldo Véliz, que es guía de Añañuca Ecoturismo, mientras caminábamos por un sector rural rumbo a El Socavón, un canal que riega la zona y, agrega, último vestigio de lo que fue la laguna que cubrió más de 3.100 hectáreas de la región. Íbamos hacia el canal precisamente para asomarnos a ese pasado. Al llegar, Osvaldo habló de lo que vendría. “Navegaremos por los dos kilómetros de largo y diez metros de ancho que tiene El Socavón. Es la primera actividad que Añañuca Ecoturismo desarrolló para hacer divulgación sobre la prehistoria en la zona”. Entonces comenzó lo entretenido.
Tras una clase sobre medidas de seguridad, bajamos al muelle chiquito para subir a un kayak individual color rojo y, guiados por Osvaldo, lentamente partimos remando por una ruta flanqueada por frondosos sauces, zarzamoras, álamos, a la vista de parronales, ciruelos y sembradíos de choclo. “Así tuvo que haber sido la laguna en tiempos antiguos: tranquila y de baja profundidad”, decía Osvaldo, mientras clavábaOREDUCSEOCSICNARF que hoy es un terreno agrícola, fue una laguna hasta 1833. SAN VICENTE DE TAGUA TAGUA: IFNUMNE @ / ZOÑUMEUQIRNE IFNUMNE @ / ZOÑUMEUQIRNE IFNUMNE @ / ZOÑUMEUQIRNE ACUÑAÑANÓICADNUF dió su administración a Fundación Añañuca. En esos años llegó Cristián Escobar, que ahora dirige el área de ecoturismo de la fundación e impulsó la idea de desarrollar una experiencia “paleoturística” en torno al cuantioso patrimonio material de la zona.
“Queríamos divulgar en colegios aledaños y entre la comunidad sobre lo que aquí se investiga, sobre su riqueza... Fue así como diseñamos una forma de divulgar sobre prehistoria a través de actividades deportivas, recreativas y rutas arqueológicas”, dijo. Justo lo que veníamos a conocer. Para las cinco y media de la tarde, el sol había bajado bastante. Constanza Rojas, guía local, nos llevó a conocer otra de las actividades del paleorrecorrido: una zona de tiro al blanco.
“En los tiempos de la megafauna, los grupos humanos eran cazadores-recolectores que vivían de la recolección de frutos, la pesca en la laguna Tagua Tagua y, obviamente, de la caza”, dijo, y agregó: “Para que podamos viajar hacia esos tiempos, vamos a replicar una actividad de los primeros habitantes del Tagua Tagua y practicaremos arco y flecha”. Era otra manera de retroceder en el tiempo.
“Aunque los gonfoterios se cazaban con lanza, con esta actividad podemos imaginar que otras presas menores fueron atrapadas simplemente así: con una flecha”, explicó Constanza, antes de darnos algunas instrucciones, sobre todo en cuanto a postura (“Debes estar erguido y estirar los brazos lo más posible al sostener el arco”). Luego, se tomó su tiempo para mostrar cómo poner la flecha en el arco, cómo apuntar y tensar bien la cuerda antes de disparar. Entre prueba y error, lanzando flechas sin sentido (era menos fácil de lo que parecía), muy entretenidos, después de un rato ya era posible ver ciertos avances: las puntas lograban acercarse algo a su objetivo. Minutos después, venía la experiencia más extrema del día.
Justo a un costado del museo hay una torre de agua de unos 13 metros de alto, más o menos como un edificio de cuatro pisos, pintada como si fuera una línea de tiempo dedicada a la prehistoria (había escenas del pleistoceno, el período arcaico y el agroalfarero). La torre contaba con seis rutas de escalada, que justamente enfrentaríamos con el equipo nuevo que repartía Constanza: piolets, casco, cuerda, zapatillas técnicas, magnesio en las manos para ya lanzarnos a la “paleoescalada”. mos el remo y veíamos ruidosos huairavos, algunos chincoles y una que otra garza. La desaparición de la laguna Tagua Tagua, dice el guía, es relativamente reciente. Y se debió a la acción humana.
Partió con Javier Errázuriz Sotomayor, antiguo dueño de la zona, quien hacia 1833 decidió drenar la cuenca en respuesta a las inundaciones que se producían en años lluviosos, pero sobre todo para habilitar más y mejores tierras fértiles. “Tras diez años de trabajos de ingeniería, finalmente el agua de la laguna desapareció para confluir aquí, en El Socavón, y se abrió el paisaje agrícola que tenemos hoy”, dijo Osvaldo. Él mismo puntualiza que justamente el desagüe permitió en los últimos años acceder a otro tipo de tesoro: los sedimentos que dejó la desaparecida laguna. “Su composición permitió que restos de fósiles, megafauna, artículos líticos, cerámicas y osamentas humanas milenarias se mantuvieran hasta nuestros días”, señaló. Gracias a eso, ahora San Vicente de Tagua Tagua se ha convertido en un paraíso para arqueólogos y paleontólogos. Y gracias a circuitos como este en kayak, y otras actividades de ecoturismo promovidas por la Fundación Añañuca, también para los visitantes. Pero no nos adelantemos.
Es una calurosa mañana de un lunes de marzo cuando tomamos el desvío H-812, al sur de San Vicente de Tagua Tagua, para llegar al Museo Escuela Laguna Tagua Tagua (MELT), que pertenece a la municipalidad local y que administra la fundación. Aquí parte el “Paleo Tour de Añañuca”, una serie de actividades que acercan el rico patrimonio arqueológico y paleontológico de la zona con los visitantes y los colegios.
Es el guía del MELT quien nos invitó a contextualizar la prehistoria de Chile Central y el pasado de la laguna a través de infografías y las piezas en exhibición, que van de osamentas de gonfoterio del Pleistoceno (desde 2,6 millones de años de antigüedad hasta hace 11.700 años) y fósiles, a herramientas arcaicas y objetos mapuche. Un dato curioso de este museo es que su acopio nace de un esfuerzo completamente comunitario. Hacia el año 2004, el profesor Edison Toro les propuso a los alumnos de la Escuela Laguna Tagua Tagua que crearan un gabinete de curiosidades con artículos que tuvieran en su casa. La sorpresa del docente fue inmensa cuando los niños volvieron con verdaderas joyas, piezas arqueológicas como piedras horadadas, puntas de obsidiana y hasta una vértebra de gonfoterio. El depósito de lo que ahora es el museo creció con piezas que las personas encontraban en el patio de su casa cuando hacían trabajos de alcantarillado u otras excavaciones. El MELT llegó a ser atendido por los propios niños, hasta que el terremoto de 2010 y el cierre de la escuela local postergó el proyecto.
Quedó pausado hasta 2015, cuando el municipio ceLos fértiles valles de esta localidad esconden un secreto: aquí hubo una enorme laguna, cuya desaparición dejó vestigios arqueológicos que alcanzan hasta los casi 13 mil años de antigüedad. Una iniciativa que mezcla ciencia y ecoturismo permite sumergirse en esta capital arqueológica de la zona central. POR Marcela Saavedra Araya, DESDE LA REGIÓN DE OHIGGINS.. Circuito por el único resto de la laguna. TAGUA TAGUA. CUCHIPUY. Este cementerio funcionó durante unos siete Hay seis rutas.