Editorial: El juego de Erdogan
Editorial: El juego de Erdogan Las masivas protestas que irrumpieron en los últimos días en Turquía muestran la extrema polarización del país gobernado hace 22 años por Recep Tayyip Erdogan y que juega un importante papel en la OTAN, en momentos en que la alianza debate cómo defender a Ucrania y terminar la guerra de agresión iniciada por Rusia.
Erdogan es un líder polémico, no solo por sus inclinaciones autoritarias, sino también porque en estas dos décadas en el poder ha implementado una política exterior que lo acercó al Kremlin, con el que llegó a hacer negocios de compra de armas y a coordinar acciones en la guerra de Siria.
Ahora, Erdogan aprovecha la tensa situación internacional y su posición imprescindible en la OTAN para endurecer su política interna y aumentar el acoso a sus rivales, sabiendo que apenas recibirá tibias críticas por no respetar los derechos humanos.
La chispa que encendió la ira de la oposición turca y de amplios sectores sociales fue la detención la semana pasada, bajo cargos de dudosa credibilidad, de Ekrem Imamoglu, alcalde de Estambul, una urbe de casi 16 millones de habitantes que hasta 2019 estaba en manos del partido oficialista y que fue el trampolín político del propio Presidente.
“Quien gana Estambul, gana la nación”, solía decir Erdogan en sus campañas, máxima que debe ser la razón para que ahora persiga a Imamoglu ante su gran popularidad, la que lo que llevó a ser elegido candidato presidencial de su partido Popular Republicano, CPH, el más antiguo del país, creado por Mustafá Kemal Ataturk, fundador de la Turquía moderna. A pesar de que el CPH es un partido secular, ha ganado en el último tiempo apoyo de sectores musulmanes desencantados con el gobierno de Erdogan.
A este le reconocen los avances económicos de los años de bonanza y la reinstauración de costumbres islámicas como el uso del velo por las mujeres, prohibido durante décadas en las instituciones públicas, pero resienten la degradación de la democracia y el creciente poder de la Presidencia.
Hoy la economía no está tan floreciente con alta inflación, depreciación de la moneda y menor inversión y Erdogan teme que estos problemas, sumados a la represión de las protestas (que dejó 1.400 detenidos, entre ellos una decena de periodistas), le resten aún más apoyo popular. Si bien el Presidente no puede postular a un tercer mandato en 2028, sí lo podría hacer adelantando las elecciones, para las cuales necesita despejar el camino de competidores fuertes como Imamoglu. El opositor se ha ganado el aprecio de los votantes por su gestión en Estambul, pero sobre todo por su carisma. Es un político cercano a la gente, que ha utilizado de forma inteligente los medios de comunicación y las redes sociales, donde tiene millones de seguidores. Despojado arbitrariamente de su cargo y de su título universitario (requisito para ejercer como Presidente), el alcalde podría quedar inhabilitado políticamente si es condenado por alguno de los varios delitos que se le imputan. Sobre él ya pende una sentencia de primera instancia por insultar a funcionarios electorales que habían anulado su primera victoria en Estambul, la que luego repitió en nuevos comicios.
Apaciguar el clima interno es vital para Erdogan si quiere proyectar una imagen de fortaleza política necesaria para sus tratativas con Donald Trump, a quien debe convencer de que levante las sanciones impuestas en su primer mandato por la compra de los sistemas antimisiles rusos.
Sin embargo, sabe que su carta principal es el lugar estratégico que puede ocupar Turquía en el necesario rediseño de la defensa europea que planea la Casa Blanca para enfrentar la era de posguerra de Ucrania. El gobernante turco aprovecha su estratégica posición en la OTAN para endurecer su política interna y acosar a sus rivales..