La revolución de las ideas sociales
La revolución de las ideas sociales de las ideas sociales Este libro, del cual ofrecemos un extracto, revisa la irrupción en la vida pública de los sectores obreros y populares entre 1907 y 1948, y la forma en que esta fue interpretada por los intelectuales de la época, en especial la historiografía marxista.
Las fuentes que hemos seleccionado en esta compilación, Luis Galdames, Jorge González Von Marées, Elena Caffarena, Elvira Santa Cruz, Alfredo Bowen, Ángel Calderón, Aristode= mo Escobar, Carlos Valdivia, Tulio Lagos, Hernán Pérez, Jaime Cortés, Margarita Gallo, Luis Sartori y Octavio Cornejo, dan cuenta de un conocimiento sobre los sectores populares al despuntar el siglo XX, que se fue acumulando. enun pensamiento de avanzada y que fue rupturista mucho antes de 1948. En las páginas de este libro se nos presenta una sociedad popular y sus heterogéneos problemas, con manifestaciones a distintas escalas, múltiples protagonismos e interacción con un sinnúmero de interlocutores. Los autores seleccionados les dan voz a funcionarios, políticos, pensadores, profesionales, comerciantes, sindicatos, obreras, inspectoras del trabajo, infantes, huelguistas y burocracias municipales. Son autores que se comprometieron con retratar a una sociedad en transformación, invitándonos a situar las primigenias relaciones políticas, socioeconómicas y laborales desarrolladas durante la primera mitad del siglo XX. Son autores que comenzaron a contribuir en la revolución de las ideas sociales en Chile. Los textos seleccionados nos s túan en la "cuestión social" y la crispación de las relaciones sociolaborales que enfrentó Chile desde fines del siglo XIX. Hay un reconocimiento a una incipiente burocracia estatal que se expresa en la instalación, en 1907, de la Oficina del Trabajo.
Por lo demás, se explicita que los sectores proletarios tienen una presencia acotada pero relevante en el territorio, distribuida en centros mineros, urbanos, portuarios y comerciales, asociada a una limitada economía industrial, y que la huelga es una legítima arma que tienen los obreros para corregir los «abusos» de "capitalistas y empresarios". Por último, son autores que se aventuran en establecer una primera periodificación del movimiento obrero, desde mediados del siglo XIX con las sociedades de socorros mutuos, hasta los modernos sindicatos de los años 1930 y 1940, en una periodificaaños 1930 y 1940, en una periodificaaños 1930 y 1940, en una periodifica¡ Lecturas SH E Documentos ELE A EE y ción, que, sin mayores modificaciones, sigue vigente hasta hoy.
Estos autores tienen la virtud de reconocer una agencia estatal, aunque en gestación, que no fue inocua en promover una agenda legislativa sociolaboral como consecuencia de las presiones del movimiento obrero organizado, una decidida clase política --al comienzo, minoritaria--, burocracias locales y nacionales, y profesionales e intelectuales que estaban convencidos de que la coacción ante las movilizaciones obreras y de secto= res populares era una solución inconveniente frente a un conflicto moderveniente frente a un conflicto moderno de clases.
Los autores reconocen la confron= tación en la relación capital trabajo, las insuficiencias del debate políticoparlamentario, más preocupado por la violencia inusitada de los obreros que por la "cuestión social", y las respuestas acotadas, a veces difusas, de las instituciones laborales del Estado, lo que generaba un desapego hacia los mecanismos de resolución de conflictos entre trabajadores y patrones. Pero en sus descripciones hay una consideración manifiesta hacia los saberes de la burocracia laboral, el conocimiento avalado en la estadística, la propensión. La revolución de las ideas sociales a desarrollar una pedagogía social, resuelta a instruir en la adscripción de los derechos y deberes indistintamen= te fueran inspectores del trabajo, operarios, obreras, infantes o patrones.
Esto fue fijando las bases de un temprano Estado social que, frente a los conflictos modernos, implementará saberes propios que delimitarán su legítimo "campo de intervención social" reduciendo con ello las arbitra= riedades, avanzando en prácticas laborales compatibles con legislaciones modernas y estableciendo un marco institucional de seguridad social y bienestar. Ficha de autor Patricio Herrera González, doctor en Historia por El Colegio de Michoacán, México, es director del programa de Doctorado en Historia de la U. San Sebastián. Juan Carlos Yáñez Andrade, doctor en Historia por la EHESS-Paris, es académico de la U. de Valparaíso.
Historiografía con tinta marxista Existe un consenso historiográfico en nuestro medio respecto de que la "ciencia del pueblo" --como la llama Gabriel Salazarse comenzó a escribir en 1948, cuando Julio César Jobet abrió una "válvula de escape a semejante empantanamiento" al denunciar el descuido del "papel primordial" jugado por las clases populares en la historia de Chile. Desde finales de los años cuarenta, la investigación histórica se imprimió con tinta marxista.
Autores como Julio César Jobet, Hernán Ramírez Necochea, Marcelo Segall, Jorge Barría, Fernando Ortiz Letelier y Luis Vitale se ocuparon sistemáticamente del papel que le correspondió al Estado en generar las condiciones de reconocimiento de la clase obrera como sujetos de derechos --políticos, sociales y económicosen contextos de movilizaciones "proletaria" de larga duración, crisis de representación política, golpes de Estado y gobiernos del Frente Popular.
La conclusión de esta primera historia popular, de los llamados marxistas clásicos, fue coincidente con sus sensibilidades ideológicas y corrientes partidistas, impugnando el rol del Estado y la consecuente democracia burguesa, desinteresada por resolver las contradicciones de clase, inclinada en contener a las masas obreras, por ser una amenaza para el orden social, utilizando los viejos repertorios de reprimir sus manifestaciones, desacreditar su discurso políticoideológico y pactar en el parlamento para "disciplinar" a los dirigentes de los partidos obreros.
En los historiadores marxistas chilenos, su contribución al estudio de la clase obrera hasta 1973 le sirvió para articular sus interpretaciones sobre la evolución político-social del Estado, el parlamento y la hegemonía de la dominación capitalista, mediada por una burguesía local en alianza con los poderes económicos "imperialistas". Otras temáticas, como las mujeres obreras, los infantes trabajadores, los empleados del Estado y de los municipios, los asalariados dependientes, las políticas sociales, la legislación sociolaboral o la politización campesina, fueron todas marginales o desplazadas del relato histórico, que encuentra sus motivos en un proyecto historiográfico interesado en establecer una alianza entre los partidos políticos obreristas. En suma, los historiadores marxistas clásicos categorizaron a los obreros urbanos como los sujetos historiables, los que sembrarían el cambio e instruirían a los menos aventajados a formar una conciencia proletaria.
Respecto de la génesis de una historiografía popular que se ha fijado temporalmente en 1948 y en la persona del destacado historiador Julio César Jobet, si consideramos que se materializó una legislación sociolaboral temprana como resultado de una lacerante "cuestión social", surgió una vanguardia intelectual que desde su genuino interés por lo social conminó a legisladores, empresarios y profesionales a implementar soluciones institucionales para atender las demandas laborales y sociales de la clase obrera, se perfiló una burocracia del Estado que se apropió de metodologías para mejorar su gestión y conocimiento de una sociedad moderna y, por medio de diversos soportes, circuló un amplio debate transnacional sobre los derechos sociales y el rol del Estado en promover estándares de vida material y espiritual en la clase obrera, es evidente que el conjunto de estas razones (Continúa en la página 16). La revolución de las ideas sociales (Viene de la página 15) hacen pensar que debió existir una literatura precursora que diera cuenta de esta evolución histórica, en un registro anterior a Jobet y los historiadores marxistas clásicos.
Es posible que Jobet, y quienes siguieron sus pasos, haya iniciado una interpretación histórica original, pero otra cuestión es omitir décadas de conocimiento social-popular y sus fuentes que se plasmaron en memorias, estudios, informes, ensayos y estadísticas.
Un gran "metarrelato" Junto a Gabriel Salazar, las investigaciones de Julio Pinto, María Angélica Illanes, Sergio Grez y Mario Garcés han puesto en marcha una revisión de la historiografía marxista que se desarrolló en Chile hasta 1973, además de aplicar un proyecto teórico-metodológico condensado en una serie de investigaciones sobre la sociedad popular y sus entramados sociopolíticos (a través del soporte editorial de Lom ediciones, que ha sido caja de resonancia), bajo el rótulo de ser depositarios de la "nueva historia social" chilena, interesada en superar los vacíos o versiones truncadas de los estudios históricos del marxismo criollo, con la firme decisión de ampliar los cánones existentes de los sujetos populares, hasta ese entonces desdeñados por la vieja perspectiva de los historiadores marxistas.
Se produjo, entonces, una segunda ruptura historiográfica --en )n neomarxista--, semejante a la iniciada por la generación de los historiadores Julio César Jobet y Hernán Ramírez Necochea, entre los años 1948-1973, interrumpida abruptamente por el Golpe civil-militar.
Las páginas de la nueva historia social visibilizaron a pobres, vaga= bundos, huachos, labriegos, gañanes, peones, rotos, artesanos, pampinos, pulperas, costureras, jefas de hogar, amotinados, mutualistas, obreros, democráticos, anarquistas, socialistas, comunistas y organizaciones sindicales, los cuales han sido registrados en una historia social erigida como un gran "metarrelato". Sus avances fueron decisivos. En cada entrega hubo un dato nuevo con fuentes contundentes, una interpretación original y unos puntos de vista que invitaban a releer la historia desde la gente corriente. Bajo estas consideraciones podemos afirmar que la historiografía social chilena de los últimos cuarenta años contribuyó sustancialmente a proporcionar espesor identitario a los sujetos históricos del bajo pueblo y a los colectivos subalternos.
Sin embargo, al observar con detención la producción historiográdetención la producción historiográdetención la producción historiográdetención la producción historiográdetención la producción historiográdetención la producción historiográdetención la producción historiográ"La revolución de las ideas sociales en Chile, 1907-1948", Patricio Herrera González y Juan Carlos Yáñez Andrade, Ril Editores, Santiago, 2024.376 páginas. 2024.376 páginas.
MITA TETTA DU OS OS OS fica de esta nueva historia social, y sus contemporáneos, es evidente que se ha producido una mirada lineal y prefigurada de las acciones que explicarían la identidad política y social del bajo pueblo.
De esta forma, se ha privilegiado una representación histórica que yuxtapone a unos sujetos que se movilizan y organizan para proteger su soberanía e identidad frente a otros que serían pasivos, subsumidos en la tradición y subordinados a las estructuras institucionales y legales resguardadas por el Estado y las élites a lo largo de los siglos XIX y XX. En retrospectiva, esta herencia historiográfica nos instaló una serie de prejuicios que han causado, en parte, un estancamiento en la investigación disciplinar, pues todo objeto de estudio tiende a acentuarse desde lo estrictamente social-popular.
En este contexto, junto con denunciar la exclusión de los sectores populares en el Chile republicano, se terminó por levantar un proyecto historiográfico que, como paradoja, excluyó a otros grupos sociales de la historia de Chile: grupos sociales de la historia de Chile: grupos sociales de la historia de Chile: grupos sociales de la historia de Chile: grupos sociales de la historia de Chile: grupos sociales de la historia de Chile: grupos sociales de la historia de Chile: grupos sociales de la historia de Chile: grupos sociales de la historia de Chile: sectores de la élite y la clase media.
Hacia una historia social relacinal El resultado en la larga duración, parafraseando a Braudel, ha sido que la historia marxista clásica y la nueva historia social han reducido el campo social de circulación y relaciones del bajo pueblo y las clases subalternas.
Por el contrario, la compilación que hemos seleccionado no sólo refuerza que hubo una masa crítica de intelectuales y profesionales que fue asentando una versión de la historia social obrera-popular mucho antes que Julio César Jobet en 1948, así como nos permite sostener que las memorias, los estudios y diagnósticos, las encuestas y estadísticas de visitadoras, médicos, abogados, ingenieros, economistas y la burocracia social, formaron parte de un conocimiento acumulativo y difundido en numeroy soportes sobre las formas de vida de los sectores populares y su participación políticasindical. Es este conocimiento acumulado que la historiografía marxista clásica y la nueva historia social no han permitido ver y reconocer sus aportes hasta hoy. Los autores seleccionados para esta compilación son de un valor superlativo, porque son historia e historiografía sincrónica y diacrónica. Sus testimonios van dando cuenta de la evolución social y la maduración institucional de Chile. Sus interpretaciones fueron presentadas con rigor, ofreciendo reflexiones en base a fuentes diversas y una interpretación comprometida con identificar las transformaciones de los sectores obreros y su integración social, política y económica a la nación.
Sus escritos fundan una revolución de las idea: iales en Chile y son una oportunidad para identificar avances, propuestas, debates e involuciones que ha presentado la historiografía social chilena, desde 1948 hasta el presente, 1948 hasta el presente, 1948 hasta el presente, 1948 hasta el presente, 1948 hasta el presente,.