Autor: POR ARTURO GALARCE. ILUSTRACIÓN FRANCISCO JAVIER OLEA
AUGE Y CAÍDA de Alberto Larraín
AUGE Y CAÍDA de Alberto Larraín 17 de noviembre de 2023.8 a.m. Ahí está AlbertoLarraín, el psiquiatra mediático, el exmilitante DC, en ese entonces todavía como director de la Fundación ProCultura.
Se le veía cabizbajo, agobiado, deprimido, mientras del otro lado de la pantalla decenas de personas de su equipo conectadas a la reunión online están próximas a recibir la noticia: “La familia a la que pertenecíamos”, dice una extrabajadora, “ya no iba más”. La fundación, alguna vez una promesa de transformación comunitaria, se encontraba en el centro de una tormenta. ProCultura había sido mencionada en el caso Convenios, un escándalo nacional que expuso irregularidades en la asignación de fondos públicos a fundaciones con vínculos políticos. La Contraloría había detectado anomalías graves: contratos cuestionables, sobreprecios, y proyectos que se desviaban de su propósito original. Antes de esto, las primeras señales de alarma surgieron con reportajes que revelaban nexos entre la fundación y figuras del Gobierno, lo que generó sospechas sobre el uso de los fondos asignados.
Cuando llegaron las querellas por fraude al fisco y apropiación indebida, en este caso en contra de la representante legal, la actriz Constanza Gómez quien era una comprometida participante en los objetivos de la fundación, ProCultura estaba al borde del colapso y sin posibilidad de cubrir ni siquiera los finiquitos de sus empleados. Esto, debido a que el escándalo público abierto por la fundación Democracia Viva había paralizado los pagos de los convenios por parte de gobiernos regionales y municipales. “En la reunión nos dijo que todos los finiquitos se iban a pagar, las cotizaciones, todo iba a quedar en orden”, recuerda un extrabajador. Mientras Alberto hablaba, Constanza Gómez rompió en llanto. Para algunos, aquello era una puesta en escena. Para otros, el colapso definitivo de lo que alguna vez fue ProCultura. “Ese día vimos a otro Alberto.
Él siempre nos hizo sentir parte de algo grande, de algo trascendental”, dice una excolaboradora al teléfono, con miedo a dar su nombre como casi todos en este artículo: persiste entre ellos la idea de que las influencias de Alberto, sus redes en el poder político y empresarial, podrían costarles todavía más de lo que ya perdieron.
Ese día, agrega una exdiseñadora, mientras las pantallas se apagaban, no solo se desmoronó la fundación a la que dedicaron incluso más horas que las que exigían sus contratos, sino también la imagen de Alberto, el hombre que los había convencido de que, como dice una extrabajadora, “éramos unos salvadores. Los salvadores de las comunidades con las que trabajamos”. Alberto Larraín nació en Temuco, en 1984.
Creció en una familia marcada por la militancia política y las cicatrices de la dictadura: su padre, dirigente sindical, fue detenido y torturado, un episodio que dejó huellas profundas en su entorno familiar y, según algunos, moldeó el carácter Alberto.
Durante su infancia, ha dicho a través de sus redes sociales, fue su abuela paterna y empleada doméstica, Luisa Lohmayer, quien desempeñó un rol fundamental en su crianza, al igual que su paso por el Colegio San Ignacio de Alonso Ovalle. Posteriormente, decidió profundizar su compromiso espiritual ingresando como novicio en la Compañía de Jesús. A los 21años, ha dicho, enfrentó una crisis psiquiátrica que lo llevó a replantearse su futuro para ingresar a Medicina en la Universidad de Chile, donde se especializó en Psiquiatría y Bioética. La vocación de Larraín no se limitaba a los pacientes que algún día atendería.
Muy pronto mostró interés por la política, ingresando a la Democracia Cristiana como parte del grupo Cardumen, una corriente juvenil que intentaba renovar el partido desde sus bases y asesorar la candidatura presidencial de Carolina Goic. Nicolás Muñoz, exconcejal de Providencia, y uno de sus compañeros de militancia, describe esa etapa con admiración: “Era un tipo muy eficaz. Podía convencer a cualquiera de seguirlo en sus ideas.
Tenía una habilidad natural para conectar y hacerse creer”. En 2010, cofundó ProCultura junto a la fotógrafa y gestora cultural Ilonka Csillag de sensibilidad más bien de derecha, quien dejó la fundación en 2018 y regresó posteriormente como empleada de la misma, y al mismo tiempo que se consolidaba como psiquiatra, comenzó a experimentar con las redes sociales, hablando de salud mental con un lenguaje sencillo, accesible, convirtiendo sus relatos protagonizados por supuestos pacientes en frases y reflexiones que rápidamente se viralizaban. Este protagonismo también levantó críticas. Algunos cuestionan la exposición que hace de casos clínicos, aunque sin revelar identidades, viendo en ello una búsqueda de validación constante. “Publicaba historias que lo ponían en el centro y tenía una masa de gente que iba a decir, oh, qué fantástica la historia que contó.
No estoy poniendo en duda que él sea un gran psiquiatra, pero sí que utiliza eso como una plataforma, como un piso de seguidores que ni siquiera son sus pacientes, es la gente que lo viraliza”, dice una excolaboradora. Incluso en medio del escándalo, priorizó cómo lo veían los demás”, concluye una extrabajadora.
Ese día, mientras las pantallas se apagaban, no solo se desmoronó la fundación, sino que también la imagen de Alberto, quien los había convencido de que “éramos unos salvadores de las comunidades con las que trabajamos”. Mientras los equipos intentaban lidiar con las demandas de Larraín, como exigir vuelos en primera clase para sus viajes por la fundación, según afirman, la distancia entre su discurso público y la realidad interna era cada vez más evidente. “Publicaba cosas como si fuera el salvador, cuando éramos nosotros los que estábamos lidiando con los problemas reales”, critica una exempleada. Para muchos, esa desconexión simbolizaba el desbalance entre el ego de Larraín y el propósito colectivo que decía defender. Esa brecha se hizo más evidente con la controversia en torno a José Tomás Gatica, exjesuita, amigo de Larraín y colaborador en algunos proyectos de ProCultura. Según el informe de la Compañía de Jesús, Gatica era parte de un grupo de sacerdotes señalados por delitos sexuales que afectaron a más de 60 víctimas, incluidos menores de edad. Aunque Gatica había dejado la orden antes de integrarse a la fundación, su presencia generó un quiebre en la confianza de los equipos. “Le pedimos a Alberto que lo desvinculara, pero eso no ocurrió”, comenta una extrabajadora. Gatica no quiso participar de este reportaje. El impacto de estas tensiones internas se amplificó cuando comenzaron a surgir denuncias por irregularidades administrativas. Los sobreprecios en algunos proyectos y la falta de transparencia en la ejecución generaron una tormenta mediática que colmó la paciencia de los trabajadores. “Siempre le dijimos que el crecimiento era insostenible, pero él siempre tenía una respuesta. Que Dios nos iba a ayudar, que él conocía a alguien que podía financiarlo todo. Pero cuando no llegó esa ayuda, nos quedamos sin nada”, relata una extrabajadora.
El peso del ego de Larraín, dice ella, no solo afectó a la fundación, sino que también a quienes trabajaron para ella: cuando ProCultura cerró, muchos se encontraron con el estigma de haber sido parte de una organización cuestionada públicamente.
Como señala una extrabajadora: “Intentas seguir adelante, buscar otro trabajo, pero te encuentras con puertas cerradas, porque tu currículum dice que estuviste en ProCultura”. Aún sin ser formalizados, y con la investigación en curso, se han revelado algunas prácticas cuestionables de la fundación: subcontrataciones indebidas, sobreprecios en proyectos y desvío de fondos hacia actividades ajenas al giro legal de la fundación. La Contraloría General de la República detectó una falta de transparencia en un convenio por $260 millones entre el Gobierno Regional de Ñuble y ProCultura.
Además, se identificaron vínculos de funcionarios públicos con la entidad y anomalías en los registros de transferencias, lo que ha llevado a indagaciones por posibles delitos de tráfico de influencias, fraude al fisco y apropiación indebida. Para sus trabajadores, el cierre de la fundación tuvo un impacto devastador: más de 200 empleados quedaron sin empleo ni finiquitos. Según extrabajadores, uno de ellos llegó incluso a amenazar de golpes a Larraín directamente en su casa si no recibía lo que se le debía. Poco después, en octubre de 2024, la Brigada Anticorrupción de la PDI allanó el domicilio de Larraín en Ñuñoa, incautando su celular y computadores que se creían perdidos de la fundación. Hasta ahora, la fiscalía ha realizado al menos ocho diligencias en la investigación por un presunto fraude que podría alcanzar los $6 mil millones. Aunque no hay formalizados, para sus colaboradores más cercanos, como Nicolás Muñoz, excompañero de militancia en la DC, resulta difícil creer que la fundación haya sido un mecanismo de corrupción o enriquecimiento personal. “Lo más absurdo es que no fue malicia, fue ego”, sentencia una excolaboradora. “El ego lo destruyó todo, arrastrándonos con él”. Mientras tanto, Larraín sigue activo en redes sociales. Publica mensajes sobre salud mental, evita referirse al caso y proyecta la imagen de un médico comprometido, distante del colapso de la fundación que alguna vez lideró. Para sus antiguos colaboradores, esto no es una sorpresa. “Siempre supo manejar su imagen. Incluso en medio del escándalo, priorizó cómo lo veían los demás”, concluye una extrabajadora. El crecimiento de ProCultura también reflejaba su ambición por posicionarse en la discusión pública. Eso, creen algunos de sus extrabajadores, habría mancillado el futuro de la fundación. “Había lugares donde trabajábamos solo porque él lo decidía, aunque no tuvieran sentido desde un punto de vista técnico”, dice una exfuncionaria. “Comenzamos a abarcar demasiado, sin la capacidad técnica ni profesionales calificados para ello. Todo lo que tenía que ver con finanzas lo veía Constanza, que es actriz”. De hecho, en 2021, ProCultura contrató una auditoría voluntaria para detectar fallas en su estructura administrativa. “Sabíamos que teníamos hoyos en la organización”, confiesa una extrabajadora. Sin embargo, en lugar de fortalecer las áreas más débiles, las decisiones continuaron en la misma línea: nuevos proyectos, más desafíos y una dependencia absoluta en la capacidad de Larraín para atraer financiamiento. Su habilidad para moverse en círculos de poder no era una novedad para sus cercanos. Larraín negociaba directamente con ministerios, alcaldías y empresas. “Es un tipo muy eficaz”, dice Nicolás Muñoz, quien compartió con él en sus años en la DC. “Es capaz de explicar cualquier proyecto, incluso a personas que no tienen idea, y conseguir su apoyo. Tiene una habilidad casi natural para relacionarse”. Según un excolaborador, Alberto solía hablar de sus contactos con figuras políticas, como el propio Presidente Gabriel Boric. “Decía que eran amigos. ¿Y yo lo habré visto una vez? Claro, se conocían. Pero no eran amigos, nunca lo han sido. Siempre decía que no había puerta que no pudiera abrir”, señala un extrabajador. Esa red le permitió convertir a ProCultura en una fundación capaz de negociar directamente con alcaldías, ministerios y empresas privadas. Pero también incrementó la percepción de que su figura estaba ligada al destino de la fundación. En palabras de uno de sus colaboradores: “La fundación y todos nosotros terminamos trabajando para él, para su imagen pública. Y no sé si porque tenía otras intenciones. Yo creo que no, y eso es lo más absurdo. Era solo para saciar su ego”. “Le decíamos que las decisiones que estaba tomando nos iban a llevar a la ruina”, agrega unexmiembro del equipo directivo. “Pero la última palabra siempre era suya”. En sus primeros años, los proyectos de ProCultura destacaron por su impacto en zonas postergadas del país. En Lota, lideraron la puesta en valor del patrimonio industrial ferroviario, un esfuerzo que buscaba rescatar la historia local mientras generaba oportunidades de desarrollo social. En Chaitén, impulsaron el Museo de Sitio Chaitén, un espacio que preserva inmuebles afectados por la erupc i ó n v o l c á n i c a. E n T i e r r a d e l Fuego, trabajaron en planes de desarrollo combinando infraestructura urbana con iniciativas comunitarias. En Chiloé, hicieron una alianza con la Fundación Iglesias Patrimoniales. Alberto Larraín, como director ejecutivo, fue el rostro visible de estos proyectos, vinculando siempre las actividades de la fundación al mejoramiento de la salud mental de las comunidades. “Nos decían: ¿ Qué tiene que ver la salud mental con restaurar fachadas o arreglar patrimonios?. Es una crítica válida, pero también un desconocimiento sobre cómo se construye comunidad. Para Alberto, todo eso estaba conectado”, explica una cercana, admitiendo que algunas decisiones podían parecer antojadizas. “Todo pasaba por él. Y si algo no salía como quería, había consecuencias. Contrataba a gente muy capacitada, pero muchas veces los hacía a un lado si no se alineaban con su visión”, comenta otro excolaborador. Una situación que generó tensiones internas fue el intento de establecerse en Rapa Nui. Para Larraín, entrar en la isla significaba un logro simbólico, una forma de validar el alcance de ProCultura en territorios complejos. Pero para el equipo era un proyecto arriesgado y costoso. “No había diagnóstico, no había planificación. Solo el deseo de Alberto de decir que ProCultura estaba en Rapa Nui. Lo mismo con zonas de la Quinta Región, como Limache, donde también hicimos cosas”, relata un exmiembro del equipo. Sobre esta última localidad, el diagnóstico les parecía más claro: potenciar la candidatura a alcalde de Sebastián Balbontín (FA), pareja de Alberto Larraín luego de su divorcio con la psiquiatra Josefina Huneeus. “Nos man-daba a territorios donde no teníamos nada que hacer, pero él insistía, decía que era estratégico. Al final, era evidente que estaba moviendo las piezas para posicionar a su pareja como candidato a alcalde de Limache”, dice otra extrabajadora. Las grietas en ProCultura no surgieron de un día para otro. Mientras Alberto Larraín cultivaba una imagen de liderazgo impecable, los equipos internos comenzaron a notar inconsistencias, tensiones y, sobre todo, un desgaste constante. Un ejemplo recurrente era la presión por cumplir plazos y estándares que, según algunos, parecían más simbólicos que prácticos. “No necesariamente por el impacto que iba a tener para las comunidades determinado proyecto”, recuerda una extrabajadora. “Todo se trataba de él. Si proponías algo diferente, rápidamente quedaba descartado. Llegó un punto en que nadie discutía con él. Sabías que no servía de nada”. La necesidad de control de Larraín se hacía evidente incluso en los detalles más mínimos. Un fotógrafo de ProCultura recuerda cómo, tras subir imágenes de un matrimonio en un parque de Lota a su perfil de Instagram, recibió un reproche inmediato. “Me escribió en la publicación preguntándome por qué no le había pedido permiso. Era una cuestión de control”, cuenta. Al contactarlo directamente por Instagram esa misma noche, la situación escaló. “Me respondió diciendo que a esa hora no se le hablaba.
Luego agregó que era la segunda vez que hacía algo que le molestaba, aunque nunca supe cuál había sido la primera, y remató con: Una tercera no vas a pasar, como si me fuera a echar”. Esa reacción, dice, era difícil de entender considerando el esfuerzo que él y otros empleados ponían en su trabajo, muchas veces sin viáticos para alimentación o condiciones óptimas.
Además, cumplía con las exigencias de Alberto incluso en detalles como editar sus fotografías para rejuvenecerlo y adelgazarlo, llegando al punto de advertirle que si seguía con esas modificaciones, la gente podría no reconocerlo.. Psiquiatra mediático y exmilitante de la Democracia Cristiana, alcanzó un notable ascenso social y político al frente de la Fundación ProCultura.
Sin embargo, su caída en 2023, a raíz de una serie de irregularidades financieras y cuestionables vínculos con el poder, ha puesto en evidencia la dualidad de su personalidad: la imagen pública de un líder comprometido con el bienestar social se ha visto cuestionada por las tensiones internas y la crisis estructural de la fundación que él mismo promovió. Mientras avanza la investigación, continúa activo en redes sociales, distanciándose de las controversias que marcaron su descenso. “Siempre supo manejar su imagen.