FRAGMENTOS DE UNA MUERTE BRUTAL
FRAGMENTOS DE UNA MUERTE BRUTAL "A mi mamá siempre la acepté, nunca me dio vergüenza andar con ella en la calle ni que se vistiera como hombre", confiesa Javiera Sepúlveda, de 25 años, tratando de contener el llanto, mientras Aymara, de ocho, la mira fijamente. Ellas son la hija y la nieta de Sandra Almeida Lizama, lesbiana de 58 años, quien fue brutalmente asesinada el lunes 27 de noviembre pasado, a pocas cuadras de su casa. La vida de Sandra fue dura y estuvo cruzada por la pobreza, aunque nunca ocultó su atracción por las mujeres y su afinidad con todo lo masculino. Ya a los 5 años le exigía a su mamá usar ropa de hombre y hasta su muerte coleccionó bolitas y autos de juguete. Hace 15 años, Sandra y su hija pudieron dejar el campamento donde vivían y lograron su casa definitiva, en la población Lo Hermida, en Lo Barnechea.
Ubicada en avenida San José de la Sierra, con acceso directo desde la Costanera Norte, es imposible obviar el evidente contraste del lugar: esta población está a pocas cuadras de La Dehesa, uno de los sectores más caros de Santiago. Ahí mismo vivían la mamá de Sandra, su padrastro y sus hermanos. "Ella era muy cercana a su familia y yo, desde chica, fui muy apegada a mis abuelos", recuerda Javiera. Pero esta convivencia escondía una oscura historia: Leonel, la pareja de su abuela, era en realidad su padre.
Él había violado a Sandra, y producto del ataque, nació Javiera. "Yo siempre le rogaba que me dijera quién era mi padre, pero lo único que me respondía era que la habían violado, pero que eso no importaba porque ella era mi papá y mi mamá". Solo se enteró de la verdad hace tres años, cuando Leonel murió. "En su funeral la gente comentaba que yo era igualita a él. Así que le pregunté a mi mamá y finalmente me lo dijo". El ataque sexual se produjo cuando Sandra tenía 32 años.
Obviamente, nunca se imaginó que tendría una hija y quiso darla en adopción. "Cuando nací, ella me iba a regalar, pero después pensó que era injusto que yo pagara los platos rotos por las cosas que le habían pasado. Yo sé que me quería mucho e intentó darme lo mejor. Las dos solitas salimos adelante". Donde Javiera sí lo pasó muy mal fue en el colegio. Sus compañeros le hacían bullying por la forma de vestir y los modos de su madre. "Ella nunca usó sostenes ni se pintaba. Decía que usaba calzoncillos de hombre". Durante años, trabajó en el área de aseo municipal regando y cuidando las plantas de las plazas. También tuvo una botillería clandestina en el campamento donde vivía. En algún momento, el Sename hizo gestiones para sacar a la entonces niña de ese entorno.
Carol Seguel, dirigenta del colectivo lésbico Rompiendo el Silencio, organización que ha acompañado a la familia de Sandra desde que se supo de la agresión, explica que todavía se producen "violaciones correctivas" para "sanar" a las lesbianas. Sin embargo, ese no sería el caso de Sandra, ya que, según afirma Javiera, nunca su familia la discriminó por su aspecto masculino ni porque le gustaran las mujeres. Si bien la madre de Sandra supo de la violación, pidió que no denunciaran a su pareja.
Dijo que si lo hacían la iba a perjudicar a ella; además, Leonel le pegaba y amenazaba a su hijastra. "A mí, él nunca me hizo nada, al contrario, siempre me cuidó, me protegió e intentó darme lo mejor", aclara la joven. Con el tiempo la relación entre Sandra y Leonel cambió, incluso se llevaban bien. "Salían juntos en un carro a vender sopaipillas. Después de que murió, mi mamá lloraba mucho, se fue para abajo y se metió en la droga", confidencia. Sandra se hizo adicta a la pasta base y era habitual que saliera a "carretear" y no apareciera hasta el día siguiente. Pasó de ser muy obesa a estar extremadamente delgada. Además, la droga le acentuó su esquizofrenia y los ataques de epilepsia que sufría.
Esto hizo que en los últimos años no pudiera trabajar y sobreviviera con una pensión por invalidez. "El Pino Pino" Como ya era costumbre que pasara la noche afuera, Javiera no se preocupó cuando el domingo 26 de noviembre su madre le dijo que iría a "dar una vuelta" y salió de la casa que compartía con ella, con su nieta Aymara y con Tomás, su yerno. Al día siguiente, cerca de las dos de la tarde, la hija decidió salir a buscarla a la calle. Sabía que donde hubiera hartos perros, estaría su mamá, a la que le encantaba vagabundear protegida por los quiltros abandonados. En ese momento, unos niños llegaron corriendo a avisarle que Sandra había sido atacada ferozmente. Salió corriendo, pero sentía que sus pies no avanzaban. "Algo me frenaba. Estaba muy nerviosa". Al llegar, la vio tirada en una escalera. Su cuerpo se movía con fuertes convulsiones. Tenía la nariz y boca destrozadas y la cara cubierta de sangre. "Me asusté mucho. La abracé y de la cabeza le salía un líquido con un olor muy fuerte. Tenía la cabeza rota por dentro. Terrible", dice Javiera y llora tímidamente. Aymara sigue escuchando desde un rincón del living. A su abuela, ella le decía Sandra y ahora va a ocupar la que era su pieza. Al poco rato, llegó Seguridad Ciudadana y la llevó al Servicio de Atención Primaria de Urgencias (SAPU) pero, debido a su gravedad, la derivaron a la Clínica Indisa.
En estos traslados, Javiera siempre estuvo junto a su madre agonizante. "Desde que yo era chica, cada vez que a mi mamá le daba un ataque de epilepsia me apretaba suavemente un dedo para decirme que iba a estar bien. En la ambulancia le pedí que me diera una señal para saber si se mejoraría. Me dio un apretón muy fuerte y me soltó, como diciendo `hasta aquí nomás llego. No me pidas más'". Durante cinco días, Sandra Almeida agonizó en la Clínica Indisa, mientras su familia se enteraba de los detalles del ataque sufrido. En Lo Hermida, el hombre que atacó a Sandra era conocido por su carácter violento y por dedicarse al microtráfico. Le decían "el Pino Pino" y vivía solo, justo frente al lugar donde la mujer habitualmente se instalaba. "Siempre andaba volado y curado.
Cuando veía a mi suegra la insultaba por ser lesbiana y le decía `vieja cu.. ., vístete como mujer'. También le pegó un par de veces y habíamos hecho una denuncia en Carabineros", recuerda Tomás con una mezcla de resignación, pena y rabia. Ese lunes 27, Sandra conversaba con su amiga María José, de repente apareció "el Pino Pino" persiguiendo a una conocida de ambas, acusándola de haberle robado un papelillo de droga. Cuando llegó al lugar donde estaban las dos mujeres, María José arrancó a pedir ayuda. Al ver a Sandra sola, le pegó dos patadas en la cara y la botó al suelo. Luego corrió a su casa a buscar una pala con la que la golpeó en la cabeza mientras le gritaba "me voy a desquitar contigo, vieja maricona", recuerda Javiera. Todo esto quedó registrado por una cámara de seguridad de un edificio vecino. El hombre estuvo prófugo por tres días. Finalmente, la hermana de un amigo, que le había ofrecido un escondite, lo denunció a Carabineros. Sandra, no Sandro Apenas se supo del ataque, se activó la red de apoyo de los grupos de la diversidad sexual que habitualmente socorre a las víctimas de crímenes de odio y a sus familias. Representantes del Movilh y de las organizaciones lésbicas Burda. cl y Rompiendo el Silencio ofrecieron ayuda y acompañaron a la familia. Además, difundieron la noticia en la prensa y redes sociales. En un comienzo, se publicó que Sandra era transexual; sin embargo, Javiera afirma que era una mujer lesbiana. "Mi mamá no quería ser hombre. Siempre decía `soy Sandra, no Sandro. Tengo una hija y una nieta". A las 14:58 del sábado 2 de diciembre, Sandra murió. En algún momento, el médico le comunicó a la hija que, si su madre sobrevivía, quedaría vegetal y ciega. "Yo no que quería que siguiera sufriendo.
Le dije al doctor que si vivía, quería que volviera a ser la misma Sandra de antes, si no mejor que se fuera tranquila". Si bien la familia nunca le conoció parejas, la joven cuenta que durante el velorio llegaron algunas mujeres que, al parecer, habían tenido una relación con ella. "Se paraban frente al féretro y le decían cosas. Todo el mundo le tenía mucho cariño, era muy amorosa, especialmente con los niños". El día del funeral, desde la población partieron dos buses con gente que quería ir a despedirla.
Una sobrina mandó a hacer poleras, chapitas y un pendón con su foto y la frase "Justicia para Sandra". Después del velorio, no hicieron aseo en la casa durante cinco días. "Nos dijeron que si nos poníamos a limpiar altiro, significaba que queríamos echar al espíritu pronto", explica, convencido, Tomás. Claudia Castañeda es la abogada del Movilh que representa a la familia. Tribunales ya aceptó una querella por femicidio, con el agravante de ser un crimen de odio provocado por la condición sexual de la víctima. Piden cadena perpetua efectiva. "El imputado cuenta con un amplio prontuario. Está formalizado por microtráfico y tiene antecedentes por robo con intimidación. Al momento de ser detenido, cargaba con dos órdenes de detención pendientes", explica la abogada. "No le pueden dar pocos años... yo no quiero volver a verlo en esta población. Ni menos que mi hija crezca y se encuentre con él en la calle. Además, alguien de la familia puede querer venganza", advierte Javiera. El Movilh también ha dado asistencia psicológica y social a los familiares a través del programa de delitos violentos del Ministerio del Interior. Javiera y su hija se paran frente a la sencilla animita que una vecina levantó en la escalera donde fue atacada Sandra. "Yo pensé que podría morir por la droga, pero nunca así. No me voy a quedar tranquila hasta que se haga justicia. Solo así mi mamá podrá descansar". Aymara observa muda.
Pareciera tratar de entender el drama que sacude a su familia y por qué esto le sucedió justamente a su abuela. "Las dos vamos a necesitar mucha ayuda psicológica", murmura Javiera mientras le hace un leve cariño a la animita. Sandra Almeida Lizama tenía 58 años, era lesbiana y recibió una feroz golpiza en Lo Barnechea que, tras seis días de agonía, le quitó la vida. Hoy existe una querella por femicidio y la sospecha de que se trata de un crimen de odio por su orientación sexual, ya que el supuesto agresor la había atacado otras veces. Aquí, su hija repasa su historia y exige justicia. "No quiero que, en unos años más, el asesino vuelva a vivir en mi población", afirma. POR JUAN CRISTÓBAL VILLALOBOS FOTOS: SERGIO ALFONSO LÓPEZ FRAGMENTOS DE UNA MUERTE BRUTAL "Mi mamá no quería ser hombre. Siempre decía `soy Sandra, no Sandro. Tengo una hija y una nieta'", afirma Javiera. Unos niños llegaron corriendo a avisarle que Sandra había sido atacada. Javiera salió corriendo a verla, pero sentía que sus pies no avanzaban. "Algo me frenaba. Estaba muy nerviosa". En el sitio donde fue atacada, una vecina levantó una sencilla animita en honor a Sandra. Una sobrina mandó a hacer poleras, chapitas y un pendón con su foto y la frase "Justicia para Sandra"..