Autor: Juan Rodríguez Medina
LA EUGENESIA EN CHILE, UNA HISTORIA DE CIENCIA E IDEOLOGÍA
LA EUGENESIA EN CHILE, UNA HISTORIA DE CIENCIA E IDEOLOGÍA El “Almanaque 18” comenzó a distribuirse en 1920 en las boticas chilenas. Llegó a tener un tiraje de 150 mil a 250 mil ejemplares. Incluía las esperables secciones de este tipo de literatura: calendario, consejos sobre agricultura y cuestiones domésticas, recetas de cocina, cuentos, crónicas históricas. También promocionaba los medicamentos, o “específicos, ” que producía la empresa farmoquímica alemana Daube y Cía., editora del almanaque. “Incorpórese a las filas de Sanatogen, el vencedor”, decía un aviso. Otro tónico era Viribus, hecho con extractos de carne, que mostraba en sus avisos cuerpos musculosos junto a la afirmación “los más fuertes vencen”. También estaba Eugenin, jarabe hecho a base de rábano.
El asunto era más que la salud individual, “ya que de nuestro estado físico no solamente depende nuestra felicidad, sino también la de nuestros descendientes”. “El ser débiles o fuertes depende de la herencia que les hemos transmitido.
Los padres deben darse cuenta de que su cuerpo defectuoso es transmitido a sus hijos”. Y “tales niños son una desgracia tanto al hogar como a la nación”. ¿La solución? Sexocrin, elaborado a partir de los saberes de una naciente disciplina, la endocrinología.
“Entre 1920 y 1928, el Almanaque 18 no solo promovió los específicos de Daube y Cía., sino también el imaginario de los dueños de la compañía: el nacionalismo alemán, el respeto a la autoridad, el darwinismo social y la eugenesia”, cuenta el histo-DEFENDER LA RAZAMarcelo Sánchez DelgadoCrítica, 2024,323 páginas, $19.900 HISTORIAriador, doctor en Estudios Latinoamericanos y profesor de la Universidad de Chile Marcelo Sánchez Delgado en su libro “Defender la raza” (Crítica), una “historia de la eugenesia en Chile”. La eugenesia, explica el autor, propuesta por el naturalista británico Francis Galton a fines del siglo XIX, pretende “el mejoramiento de la población humana a través de medios sociales y biológicos”. Se trata de controlar o cultivar, del nacimiento a la muerte, la vida humana, una suerte de selección artificial, remedo de la natural, que se traduce en políticas que van desde la educación física y los cuidados prenatales a la importación de europeos y la esterilización forzada. Esto último, que fue ley en Estados Unidos y la Alemania nazi, fue propuesto y discutido en Chile entre 1939 y 1941, pero no llegó a aprobarse.
En el libro, en un arco temporal que va desde comienzos del siglo XX hasta los primeros años de la década de 1940, Sánchez revisa, entre otras cuestiones, la teoría de la degeneración, uno de los ingredientes del menjunje eugenésico; las ideas racistas de Nicolás Palacios; una singular y exitosa teoría de la evolución surgida en Chile; la influencia de la medicina alemana; las convicciones eugenésicas que motivaron la creación de la Liga Chilena de Higiene Social y más tarde del Ministerio de Higiene, Asistencia y Previsión Social; la introducción del test de inteligencia; y las opiniones de médicos insignes(como Carlos Mönckeberg, uno de los fundadores y primer decano de la Facultad de Medicina de la U.
Católica, o Salvador Allende), que, con todas sus diferencias y hasta incompatibilidades, desde propuestas filonazis a políticas sociales en favor de los trabajadores, convergen en ese tópico de la medicina chilena de la primera mitad del siglo pasado que fue “la defensa de la raza”. En 1926, en un texto sobre las “enfermedades sociales” (como el alcoholismo o la sífilis), el médico italiano Juan Noé, prócer de la medicina y la salud pública en Chile, escribió que no solo había cuestiones ambientales, sanitarias y educativas detrás de esos males, sino también un “factor biológico”, hereditario, que redundaba en la existencia de “tipos raciales”, son sus palabras, “degenerados”. A la hora de explicar sus ideas, Noé se limitaba a decir que “forman parte hoy día del patrimonio de la cultura general”. Es fácil o debería ser fácil ver hoy el absurdo y ridículo, lo peligroso y dañino de estas ideas (se llegó a hablar de los pobres como una “raza” distinta). Pero en su momento fueron ciencia y naturaleza; sentido común, el que, por supuesto, siempre está del lado de quien lo esgrime. Sánchez advierte que el discurso eugenista vuelve hoy de la mano de la inteligencia artificial y del transhumanismo. Y, en general, con las crisis que nunca dejan a la humanidad. No es algo del pasado.
En los años treinta, Noé advertía contra el hu-manitarismo “mal entendido”, que protegía a los débiles, y contra el “exceso de democracia”, que tendía a igualar lo que no era igual: “El derecho a la vida lo tienen todos; pero el derecho de procrear ya es otra cosa, y aun con el derecho a la vida, tiene que buscarse el modo de dar cierta preeminencia, por las conveniencias sociales, a las estirpes mejor dotadas físicas, intelectual y psíquicamente”. “Era la pregunta eugénica de ayer y de nuestra época. Frente a las catástrofes, las guerras, las epidemias y los conflictos sociales. ¿Quién debe vivir y quién debe morir?”, apunta Sánchez.
Aunque quizás, antes, haya que plantear este asunto: ¿ quién tiene derecho a hacerse esa pregunta y, más aún, quién tiene derecho a contestarla y a actuar en consecuencia? ¿ Quién y por qué se arroga ese derecho? No olvidemos que en el momento más crudo de la pandemia de covid-19, cuando faltaban las camas y los ventiladores, se llegó a decir que debía privilegiarse a personas jóvenes por sobre las mayores, o a quienes tuvieran mejores perspectivas desde el punto de vista de la salud.
O sea, frente a la pregunta de a quién intentar salvar y a quién dejar morir, a qué ser humano priorizar, hace apenas tres o cuatro años una respuesta plausible, atendible y quizás llevada a la práctica fue que a los más jóvenes y/o saludables. ¿Por qué?Comente en: blogs. elmercurio. com/cultura.