Un polvorín en el Cercano Oriente
1 bombardero de la Fuerza Aérea israelí a los cuarteles de Hezbolá en el Líbano, y elasesinato del máximo líder de dicha organización, Hassan Nasrallah, parecen haber abierto una nueva fase en el conflicto en el Cercano Oriente.
El impacto del ataqueresulta particularmente duro para Irán, el principal patrocinador de Hezbolá, y se suma a otros golpes que Tel Aviv ha lanzado recientemente, de manera directa e indirecta, contra el régimen de Teherán, su principal adversario, como el bombardeo del consulado iraní en Damasco o el asesinato del líder de Hamas, Ismail Haniyeh, en la propia capital iraní. No está claro, sin embargo, que la muerte de Nasrallah vaya a ser la chispa que desencadene la temida guerra a gran escala en la región. La respuesta más contundente a los ataques previosfue el anunciado lanzamiento de unos 300 misiles y drones el pasado abril, la mayoría neutralizados por la defensa aérea israelí. Coinciden los analistas en que Teherán no tiene el deseo, ni tampoco las herramientas, para enfrentarse directamente con Israel. Sobre todo si alguna de las esquirlas de un eventual conflicto —por “Ante la incapacidad de EE.UU.
Y otras potencias para influir, el futuro del conflicto pasa, casi exclusivamente, por lo que decidan Teherán y Tel Aviv”. Ejemplo, el cierre del estrecho de Ormuz, por donde circula el equivalente al 25% del consumo mundial de petróleo—pudiese arrastrar al país a una guerra con E tados Unidos.
Hay evidencia, además, que el respaldo popular al régimen de los ayatolás se ha erosionado, por lo que un enfrentamiento con Washington no solo significaría una derrota segura sino que pondría en peligro la propia existencia de la República Islámica.
Es probable que cualquier intento de represalia utilice como vectores a las milicias satélites de Irán en la región, lo que incluye al propio Hezbolá, alos hutíes en Yemen y a las Fuerzas de Movilización Popular de Irak, entre otras. Tampoco es evidente que Israel vaya a lanzar una ofensiva terrestre contra Hezbolá.
Por otro lado, el recuerdo de la última ofensiva, en 2006, sigue penando en la memoria israelí; esa vez, las fuerzas de Tel Aviv tuvieron que retirarse luego de perder 121 soldados y sin cumplir su objetivo de expulsar a los milicianos del sur del Líbano.
Claro que ahora las fuerzas israelíes están mucho mejor preparadas y, por otro lado, la milicia chiita se encuentra descabezada y debilitada; los bombarderos de precisión, si bien no han podido neutralizar su capacidad de lanzar cohetes contra territorio israelí, eliminado a buena parte de sus líderes de primera y segunda línea. Lo único meridianamente claro es que el futuro del conflicto pasa, casi exclusivamente, por lo que decidan Teherán y Tel Aviv.
La capacidad de Estados Unidos de influir en la región se deteriorado significativamente con los años; no sólo por su cerrado compromiso con Tel Aviv, sino porque, paralelamente, Irán se ha ido acercando a Rusia y China.
Pero estos dos últimos gobiernos, más allá de su intención de rasguñarlos intereses de Washington y, de paso, garantizar sus propios suministros del petróleo, no parecen dispuestos tampoco a involucrarse en un intento por mediar, ni menos por enfrentarse de manera directa con Israel.