Autor: JUAN RODRÍGUEZ MEDINA
LEIBNIZ: de la voluntad de la razón y un optimista
Michael Kempe Leibniz, cerca de 1695, retratado con su ya anticuada peluca. ENTREVISTA Biografía de un polímata Creó el cálculo infinitesimal y las bases de la informática. En “El mejor de los mundos posibles”, Michael Kempe perfila al filósofo y matemático alemán que, en los albores de la Ilustración, entre guerras y pestes, hizo de la esperanza una metafísica.
“El punto crucial”, dice el autor, “es que ya hemos perdido la partida si ni siquiera intentamos mejorar el mundo”. LEIBNIZ: de la voluntad de la razón y un optimista sus libros sobre Humboldt y el romanticismo; Wolfran Eilenberger, con “Tiempo de magos” y “El fuego de la libertad”, libros, respectivamente, sobre Cassirer, Heidegger, Benjamin y Wittgenstein en la década que va de 1919 a 1929, y sobre Arendt, Weil, Beauvoir y Rand, entre 1933 y 1943; y Sara Bakewell, con “El café de los existencialistas”. Leibniz, muestra Kempe, fue un representante de un mundo que, aun religioso, empieza a poner su fe en la razón y la ciencia. Conversa y se cartea con príncipes y princesas, con eruditos, polemiza con Newton y Locke, fue contemporáneode Spinoza. Creía en el progreso y en el poder o la libertad del ser humano para cambiar y mejorar el mundo gracias al conocimiento. O sea, en que se puede mejorar el mejor de los mundos posibles. O dicho de otra manera: este es el mejor mundo porque, si lo conocemos, si recopilamos datos y los estructuramos, lo podemos mejorar. “El punto crucial, me parece, es que ya hemos perdido la partida si ni siquiera intentamos mejorar el mundo. Leibniz estaba convencido de que todo el mundo puede contribuir un poco a ello”, dice Kempe. Puede que no haya mayor expresión de optimismo que afirmar, con razón y fe, que este es el mejor de los mundos posibles. Que de lo negativo surge lo positivo.
Y que, si tuviéramos los ojos de Dios, si pudiéramos abarcar todo el espacio y el tiempo de un solo vistazo, todos los hechos y relaciones, nos daríamos cuenta de que el mal que vemos, cualquiera, suma al bien general, universal, a la perfección de la vida.
Es lo que creía el filósofo alemán Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716). De ese optimismo, en una versión simplificada, se tomó Voltaire para escribir una sátira filosófica, “Cándido” (1759), que cuenta la historia de un afortunado joven, discípulo de Pangloss, un sabio que le ha enseñado que este es el mejor de los mundos posibles. Por eso cuando las desgracias llegan a la vida de Cándido, este siempre se consuela hasta el ridículo en ese optimismo que dice que no hay mal que por bien no venga.
En “El mejor de los mundos” (Taurus), biografía de Leibniz recién llegada a librerías chilenas, el historiador y filósofo Michael Kempe (Flensburgo, Alemania, 1966) se hace cargo de la imagen que Voltaire le entregó al mundo sobre el autor alemán.
Y que explica el sentido que tiene hasta hoy el adjetivo “cándido”, a saber: “Ingenuo, que no tiene malicia ni doblez” y “Simple, poco advertido”. Leibniz, en realidad, era más que filósofo: fue matemático, jurista, historiador, ingeniero mecánico, funcionario, físico, escritor; o sea, un polímata. Y además errante, andaba de allá para acá por Europa, especialmente entre Francia, Austria y Alemania.
Su vida fue siempre un frenesí de proyectos, desde máquinas calculadoras a mejoras en la industria minera, pasando por un lenguaje universal que hiciera calculable toda la realidad y una filosofía que uniera metafísica y ciencias, hasta acuerdos diplomáticos y reformas políticas, sanitarias y educativas. Eso muestra Kempe en su libro, esa cotidianidad y su contexto histórico e intelectual; y lo hace a partir de una serie de fechas importantes para el filósofo barroco.
De ahí el subtítulo: “Los 7 días que cambiaron la vida de Leibniz”. Por ejemplo, en París, el 29 de octubre de 1675, dibujó un nuevo símbolo matemático, una suerte de letra s alar-EL MEJOR DE LOS MUNDOS POSIBLESMichael KempeTraducción de Joaquín Chamorro Mielke Taurus, 2024,300 páginas, $18.000. BIOGRAFÍAgada, que dio lugar al cálculo diferencial, y que a Kempe le permite hablar sobre el optimismo del progreso en Leibniz.
O en Hannover, el 17 de agosto de 1696, cuando, abrumado de obligaciones y proyectos, inició un diario, lo que permite dar cuenta de su vida cortesana y de las conversaciones sobre filosofía y consuelo que tenía con Sophie von BraunschweigLüneburg, la princesa de Hannover.
Todo tiene alma“El mejor de los mundos posibles” se puede insertar en una tendencia editorial, la de perfilar y divulgar a filósofos y momentos intelectuales que, probablemente, tiene en Rüdiger Safranski a uno de sus mayores exponentes. El escritor alemán es responsable de títulos como “Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía”, “Un maestro de Alemania. Martin Heidegger y su tiempo” y “Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán”. En años recientes se han sumado a este esfuerzo autores como Andrea Wulf, conSNOMMOCAIDEMIKIWAÍV / EKCNARFHPOTSIRHCDRAHNREBLeibniz fue un filósofo y científico no solo a la vanguardia, sino que provocador. A más de 300 años de su muerte, ¿en qué sigue siendo provocador su pensamiento?“Por ejemplo, la idea de que todo el cosmos está animado o tiene alma. Incluso hoy esto puede tomarse como un desafío a cualquier forma de visión puramente materialista del mundo. Ninguna partícula de materia es tan pequeña como para no contener un número infinito de mundos dentro de ella.
En estrecha relación con esto, también podría tomarse su idea de que todo está conectado con todo; por ejemplo, el hecho de que estemos haciendo esta entrevista y que aparezca en El Mercurio no deja nada en el mundo tal como estaba antes.
Esta idea radical sigue siendo vertiginosa: cada acontecimiento, por pequeño que sea, envía ondas que incluso si son imperceptibles fluyen hacia el otro extremo y hacia todos los rincones del universo”. HRP / SEBALSAERDNAhabilidad cognitiva que capta el mundo. Y ahí es donde la cosa se pone emocionante. Comparado con el aparato perceptivo de una mosca, por ejemplo, el ser humano es superior simplemente por su capacidad de reflexión.
Pero las moscas pueden procesar las impresiones externas como imágenes muchas más veces y mucho más rápido que los humanos, razón por la cual las moscas a menudo se nos escapan cuando intentamos atraparlas con las manos. Las máquinas naturales, es decir, los seres vivos de todo tipo, siempre serán superiores a cualquier máquina artificial, por perfecta que sea.
Solo hay una realidad, compartida por todos, no existen realidades innominadas ocultas, pero tampoco hay una sola perspectiva de este mundo que sea idéntica a otra, y esto también aplica a los individuos de una misma forma de vida.
La inteligencia artificial supera al individuo porque opera en serie, pero no supera su perspectivismo”. Da la impresión, en su libro, de que, a pesar de su filosofía, de su optimismo, había rasgos melancólicos en Leibniz, quizás no tan manifiestos, pero prestos a manifestarse. “Sí, en mi libro no perfilo a Leibniz como un optimista radiante que se limitaba a pintar el mundo con colores brillantes.
Hay, de hecho, mucha melancolía detrás, y la filosofía puede consolarnos un poco (basta pensar, como lo hizo Leibniz, en la Consolatio philosophiae de Boecio). Y la consolación es a menudo nada menos que el primer paso para superar la desesperanza y el pesimismo. No lo sabemos. Puede que al final el pesimista tenga razón. Pero hasta entonces, el optimista al menos vive un poco más feliz.
Puedes decirte, aunque no compartas la fe de Leibniz en Dios, que finalmente todo irá bien”. A pesar de lo injusta o exagerada que pueda ser la crítica de Voltaire, ¿había algo de “cándido” en las ideas de Leibniz?“Sí, creo que había algo de cándido en Leibniz. Su idea de que hay algo bueno en cada cosa mala que ocurre es en cierto modo compasiva, y funciona en la vida cotidiana. Pero no podemos pasar completamente por alto el mundo. Y se vuelve problemática cuando elevamos esta actitud cotidiana a la categoría de modelo metafísico para explicar ontológicamente el mundo. Leibniz lo hizo a veces, por ejemplo, en largos pasajes de la Teodicea. En última instancia, no se puede ir tan lejos como para acusar a Leibniz de justificar cada cosa o acontecimiento negativo (ya sea físico o moral) del mundo. Pero, al mismo tiempo, su filosofía ofrece poco para evitar tal malentendido”. No discutamos, calculemosArchivo Leibniz.
Leibniz transmite de la vida”. racionalidad sin disciplinado y un optimismo extrañamente frío que se apoya en la negar el vivo caos Las máquinas artificial, por naturales, es decir, los seres vivos de todo tipo, siempre serán superiores a cualquier máquina perfecta que sea”. Leibniz fue consciente de la importancia de la recopilación de datos para hacer progresar el conocimiento, para conocer y transformar el mundo. Esa es otra de sus ideas aún provocadoras: “Ciertamente aún no somos plenamente conscientes de lo que significa o significaría cartografiar el mundo entero en una red de datos”, dice Kempe. Además, fue precursor de varios de los principios de lo que hoy conocemos como informática y revolución digital, entre ellos del sistema binario.
“Sin duda Leibniz se habría alegrado de estos desarrollos”. El filósofo creía posible y quiso formalizar todo el conocimiento y toda la realidad, lograr, a partir de signos y símbolos, una descripción exhaustiva del pasado, presente y futuro.
Llegó a decir: “Ya no discutamos, mejor calculemus!”. Pero también, que jamás un autómata, o una máquina artificial, podría replicar a un ser vivo; y que siempre habrá realidades intangibles, innominadas, que escapen a nuestro conocimiento, a todo cálculo. ¿Estaba resguardando algo?“Es difícil imaginar que Leibniz pensara en ámbitos que hubiera que salvaguardar. En principio, no hay límites para desentrañar el mundo.
Pero esto siempre depende de la capacidad de la respectivaEl siglo XX y lo que va de XXI se han encargado de tirar al basurero de la historia la fe ciega en que avanzamos sin dudas hacia un mundo mejor de la mano de la ciencia y la técnica. ¿Hay algo del optimismo leibniziano que nos permita resistir el pesimismo contemporáneo?“La propia época de Leibniz no fue menos impactante y deprimente: la guerra, la peste y otras enfermedades terribles estaban por todas partes y eran permanentes; el odio entre religiones; y la pequeña edad de hielo mundial y sus consecuencias, como malas cosechas y hambrunas. Con Leibniz, solo se puede decir: no nos dejaremos vencer. Nunca te rindas, sigue intentándolo, no dejes que los contratiempos te depriman y ve algo bueno en las malas experiencias. No necesitas a Leibniz para eso, pero su actitud de caja de sorpresa, a pesar de las dificultades recurrentes y la amenaza constante del fracaso es, en mi opinión, increíblemente impresionante”. Pero sin candidez. “Leibniz transmite un optimismo disciplinado y extrañamente frío que se apoya en la racionalidad sin negar el vivo caos de la vida. Leibniz también podía ser muy emocional en ocasiones, pero normalmente volvía a una actitud de feliz serenidad”..