Un hechizo en brujas
Un hechizo en brujas E s mediodía en Brujas, la capital de Flandes Occidental. Un par de nubes negras oscurecen el paisaje. La temperatura declina a cero grados y una llovizna ligera congela el rostro y las manos. Mientras camino por estas calles con adoquines me pregunto por las hechiceras, por los aprendices de mago tipo Harry Potter. ¡No se ven! Es solo un juego, una distracción.
Antes de llegar, ya había sido informada: Brujas es una mala traducción al castellano del nombre de la ciudad, que deriva de una palabra de origen germánico, Bryggia, que significa "puentes". Esto tiene mucho más sentido. La ciudad, a la que también han llamado "la Venecia del norte", está atravesada por un montón de puentes que permiten moverse sobre la red de canales conectados con el río Zwyn. Como sea, no hay evidencia de brujas en Brujas. Tampoco de nubes: las que había hace poco, desaparecieron. La lluvia cesa. A lo lejos, unas campanillas retumban y hay que ver de qué se trata. Me aproximo al casco histórico. La bella melodía viene del campanario, también llamado Belfort, una torre medieval de 83 metros de altura, ligeramente inclinada hacia la izquierda. En el hotel, antes de salir, me habían dicho que se puede subir por una escalera en caracol --366 peldaños--, así que pago los 15 euros en la entrada. Vale la pena ver a Brujas desde las alturas. Con algo de suerte, se puede avistar hasta el Mar del Norte. Resulta que los escalones están desalineados y el interior de la escalera es estrechísimo. Durante el ascenso choco con varias personas que vienen de vuelta.
Por suerte, se puede hacer pausas en el trayecto: el campanario tiene salones, donde se cuenta algo de su historia, y cosas como que su diseño original era de madera, que fue usada para resguardar archivos de la ciudad y que se reconstruyó tres veces (un incendio la destruyó por completo en 1280). Cuando finalmente llego a la cúpula, veo el carillón, un instrumento musical con 47 campanas y un tambor de reloj de cobre de 9 toneladas, el más grande del mundo, dicen aquí. Me sobresalto al escuchar el Jingle bells, jingle bells, jingle all the way. A pocos metros, todo retumba. Imposible escuchar algo más.
Aún así, disfruto el instante y me acerco a un punto de observación: desde aquí se ven canales, casas con arquitectura gótica-medieval y la Plaza del Mercado (llamada Grote Markt en neerlandés flamenco, o solo flamenco, idioma hablado en Flandes). Pero el Mar del Norte se ausenta esta tarde. Las nubes negras cubrieron, de nuevo, toda la ciudad. País de chocolates Pocos minutos después de dejar el campanario cae un aguacero. No traje paraguas, pésima idea, porque aquí llueve incluso en temporada estival. Busco refugio en Aux Merveilleux de Fred, una pastelería en 3A Eiermarkt, donde espero con un café y un merengue mezclado con nata y recubierto de almendras y avellanas caramelizadas. Quizá sea el azúcar, pero decido salir de nuevo, contra viento y lluvia, para continuar recorriendo. Mojada y con frío, pronto toca arrepentirse y volver al hotel. En ese camino recuerdo la película Escondidos en Brujas, con varios hitos que espero ver. Al día siguiente, temprano, desayuno pan de chocolate. Parece evidente que a los belgas les gustan los dulces matinales. Aún así, creo que Bélgica es más que "un país de chocolates", como dice Ray, uno de los personajes de Escondidos... , un asesino a sueldo forzado a buscar refugio en este lugar. Es cierto que chocolates, pralinés, bombones y nougat caseros están muy presentes, a tal punto que una de cada tres tiendas en la ciudad es chocolatería. Pero no es todo. Brujas fue una de las urbes más ricas de Occidente por su producción de paño flamenco (un afamado tejido hecho de lana procesada), incluso antes de que Colón llegase a América. Además, sus calles transmiten diversidad en cuanto a comidas, idiomas, gente y cultura. Cuesta empatizar así con la apatía de Ray, el personaje, hacia este lugar que parece escenario para un cuento de los Hermanos Grimm. Una muestra de ello es la atmósfera de la Plaza Mayor, deslumbrante con sus coloridas casas medievales de tejados infinitos que hoy funcionan como restaurantes, cafeterías, pubs y hoteles. La fisonomía de Brujas poco cambió en el transcurso de los años. Se dice que, con la llegada del ferrocarril, en 1830, hubo modificaciones, pero gran parte de las fachadas conservan ese aire medieval. Un grupo de españoles se interpone en mi camino. Entre ellos, una mujer de pelo anaranjado, muy arropada, dice: "Miren el techo de esa casa, seguro es el original". Tiene razón: es de una madera antiquísima, aunque todavía reluciente. Aquí hay gran preocupación por el patrimonio. Y lo cuidan. Las renovaciones son posibles, claro, pero manteniendo el estilo de "travesaño burgués", como le llaman. Además, y a diferencia de otras ciudades belgas como Bruselas o Gantes, Brujas no está dividida entre un casco viejo y uno nuevo.
Sam y la joven llamada Cisne Antes de abandonar la Plaza Mayor, me acerco a las estatuas de bronce de Jan Breydel y Pieter de Coninc, los héroes de la independencia de Flandes, que resistieron al ejército francés de Felipe El Hermoso en la Batalla de los Spurs, pero, nuevamente, se larga a llover a cántaros. Como quiero evitar una gripe, busco refugio en el sector de los coches a caballo.
Quizás vale la pena pasear en uno de estos carruajes y ver otros rincones de Brujas: son 50 euros por 30 minutos de paseo, que incluye una guía turística en alemán, inglés o neerlandés. "Hola, me llamo Cygne y él es Sam, mi compañero de trabajo", se presenta. Cygne trabaja hace ocho años en esto. Su infancia y juventud transcurrieron en un pueblo en las afueras de Brujas donde --asegura-"la vida era demasiado aburrida y había poco trabajo". Es risueña y tiene el cabello rubio; los ojos azules. Esta helada tarde cubre sus orejas con un cintillo de lana y sus manos con mitones negros. Sam, el caballo, es un percherón: torso robusto, patas cortas, pelaje marrón oscuro. Tres de sus cuartillas son color blanco y solo una es negra. En su parte trasera, Sam tiene acoplada una lona para no ensuciar las calles con sus desechos. "Mi nombre significa cisne en francés", dice la joven. El nombre le asienta. En Brujas hay tantos cisnes como habitantes. Cygne dice que, según una leyenda, este es un castigo al pueblo de Brujas por haber ejecutado a Pieter Lanchals, amigo de Maximiliano de Austria, por esa época gobernador de Flandes. Nos internamos por unas calles adoquinadas donde aparecen hileras de casas angostas. Cygne agrega que antes --incluso cuando Brujas era ciudad portuaria y próspera, por la presencia de los condes flamencos, la buena conectividad y el acceso al mar-había mucha pobreza. Las casas se construían pequeñas para evitar pagar tantos impuestos. En una sola habitación podían vivir hasta 12 personas. Curiosamente, hoy, casi como una contradicción, esas mismas viviendas se usan como chalés o se alquilan a turistas por elevados precios. Después de 15 minutos de paseo, el coche se detiene. Sam necesita comer, recargar energías, y Cygne aprovecha de saludar a su novio que trabaja de garzón en un restaurante italiano próximo. Desde el carruaje veo unos hermosos cisnes de cuello negro que pintan para un paisaje al óleo.
Cuando retomamos el recorrido, vamos al puente de San Bonifacio, justo al lado de los jardines Arentshof, donde --dice Cygne-la tradición dicta que los enamorados que lo cruzan y se besan en el lugar, gozan de prosperidad en la relación. A lo lejos alcanzo a ver una decena de turistas haciendo sus mejores intentos para lograr la postal romántica.
Sangre de Cristo De vuelta en la Plaza Mayor, Cygne, más en confianza, habla de la sociedad belga, de cuán difícil es la integración de otras culturas. "Por más que hables flamenco o neerlandés, si detectan tu acento te van a discriminar. Es muy fácil ser turista en Brujas, pero otra cosa es vivir aquí". El comentario suena sorpresivo. De partida, porque la población brujense es multilingüe (no pocos se comunican bien en francés, inglés y hasta alemán), y porque parece romper un hechizo. Sigo por mi cuenta. Las temperaturas se mantienen bajo cero, así que necesito algo de calor en el cuerpo. En el centro está Soup, local pequeño, familiar, que se especializa en.. . sopas. Todos los días tienen un caldo diferente y sus menús incluyen pan, queso, mantequilla y fruta. Elijo la sopa de tomate y viajo al paraíso: una de las mejores que he probado. Repuesta, salgo hacia la Plaza Burg, donde está la basílica de la Santa Sangre (Heilig-Bloedbasiliek). En Escondidos en Brujas, los personajes ingresan a esta capilla. Ken, el otro personaje, le dice a Ray que aquí se resguarda la sangre de Cristo, recogida por José de Arimatea y traída desde Tierra Santa por un conde de Flandes. La basílica es alucinante y su estilo, gótico, muy marcado. Está dividida en una capilla inferior y superior, y en esta última está la reliquia. La capilla inferior es de libre acceso y, cuando llego, está sin gente. Mientras recorro los pasillos oscuros, preservados casi en estado original, recuerdo al personaje de Ray diciendo: "Me alegra haber conocido Brujas antes de morir". Él se refería a un contexto completamente diferente. Pero estoy de acuerdo con Ray.
D Un hechizo EN BRUJAS En esta ciudad belga basta recorrer el centro para sentirse en otra época, más mágica si se quiere, y ni la lluvia ni la temperatura puede romper el momento ni la experiencia. TEXTO Y FOTOS: Natalia Messer Molina, DESDE BÉLGICA. PRÓSPERA. Hasta el siglo XV Brujas fue la ciudad más rica de Europa por su buena conectividad y acceso al mar. PUENTES. A Brujas la llaman "Venecia del Norte" por su gran red de canales. PLAZA MAYOR. Está rodeada de cafeterías, restaurantes y a pocos metros se encuentra el campanario. CONSERVADA. La fisonomía de esta ciudad cambió realmente poco en los últimos siglos. BASÍLICA. En Heilig-Bloedbasiliek se encontraría la sangre de Cristo. LEYENDA. Las parejas que cruzan el puente San Bonifacio duran por siempre. 366. Son los peldaños a subir en la Torre Belfort para ver las estrechas y coloridas casas de travesaño burgués..