Cinco años
Cinco años COLUMNA DE OPINIÓNEra la mañana del 23 de octubre, pero de 2019. Me llama una asistente directa del Presidente Piñera para invitarme a La Moneda a las cuatro de la tarde. “Es un encuentro privado, con dos personas más”. Gran parte del país estaba bajo esta-do de emergencia. Sin clases. Sin transporte. Con colas en las estaciones de servicio y supermercados. Con calles patrulladas por militares. Con constantes protestas y choques con Carabineros. Con estaciones de metro, peajes y negocios vandalizados.
En la noche del domingo el Presidente había pronunciado una frase que hará historia: “Estamos en guerra contra un ene-migo poderoso”. Consultado por la prensa, el lunes a primera hora el jefe de la Defensa Nacional, el general Iturriaga, responde: “Soy un hombre feliz, no estoy en guerra con nadie”. El martes el Presidente pide “perdón”. Anuncia un alza de las pensiones más bajas y el congelamiento de las tarifas eléctricas. Convoca a los partidos a una reunión para explorar un “acuerdo social”. Los principales sindicatos y movimientos sociales del país llaman a la huelga general. Exigen el fin de las medidas de excepción, el regreso de los militares a sus cuarteles y respuestas a la crisis social. Me dirijo al centro por una ciudad en guerra. La Moneda estaba casi desocupada. Los funcionarios cubrían sus rostros del gas lacrimógeno. Me hacenpasar al segundo piso. Me recibe una carabinera, impecable. Los otros invitados son, como yo, observadores ajenos al oficialismo. Entramos al despacho presidencial. Piñera no saca sus ojos de la televisión. “Lo que importa es el número de manifestantes, si aumenta o disminuye”, nos dice. Faltaban horas para la “marcha del millón”. Nos sentamos en una pequeña mesa redonda. Con su block al frente nos pide una opinión. No espera: de inmediato nos ofrece la propia. “El país se está recuperando. El 18 la gente viajó como nunca. El Cybermonday fue un éxito. Estamos ante un ataque planeado desde fuera, con cómplices internos. Norecibimos ninguna alerta. Chile no tiene sistema de inteligencia”. “Pero quiero el juicio de ustedes”, agregó luego. Un invitado, sabiamente, respondió con una sonrisa: “Vengo a escuchar, no a opinar”. El otro, guiándose por un texto, inició un análisis que iba para largo. “¿Lo tiene escrito?”, dijo el Presidente; y ante su asentimiento agregó: “entonces me lo manda”. Enseguida me mira. “¿Ud. qué piensa, señor Tironi?”. Tenía garabateadas algunas ideas en una pequeña libreta. Recogían lo que había conversado con Ricardo Lagos, a quien había llamado para contarle de la invitación. Me instó a asistir y me dio sus opiniones. Fui telegráfico. “Lo de la inteligencia es un problema menor”, afirmé. “ElMe dirijo al centro por una ciudad en guerra.
La Moneda estaba casi desocupada... problema de fondo es la falta de empatía con la inseguridad que asfixia a la población por un sistema anónimo indexado a un crecimiento económico que se evaporó y no regresa”. Luego, aludiendo a mi conversación con Lagos, me limité a cuatro recomendaciones, de distinto tenor: 1) proteger la autoridad presidencial, debilitada por la frase de Iturriaga y por declaraciones de ministros que siembran dudas sobre las medidas anunciadas por el Presidente; 2) desescalar gradualmente el estado de emergencia para no exponer a los militares a un enfrentamiento y posibilitar un diálogo con la oposición; 3) solicitar la renuncia al gabinete y nombrar de ministro del Interior a una figura ecuménica con el encargo de seleccionar un equipo ministerial abocado a responder a las demandas planteadas; 4) crear una comisión transversal e in-dependiente que investigue la destrucción del metro. El Presidente solo anotó. Al despedirnos me preguntó en voz baja en quién estaba pensando: se lo dije. Luego subió el tono para que escucháramos todos. “Se equivoca, señor Tironi: Iturriaga ya aclaró sus palabras”. Cierto: “Nunca hubo una doble intención a lo que señaló el Presidente de la República”, había explicado el general. Dejamos La Moneda abatidos. No había un alma. Caminamos hacia Mapocho buscando un taxi. Pasa un hombre joven, quien gira y me increpa. “Ahí va Tironi y sus 30 años”. Me vuelvo sin meditar: “Así es, con mucho orgullo”. Mañana serán cinco años. Si desea comentar esta columna, hágalo en el blog. Por Eugenio Tironi