Autor: José Miguel Serrano, Economista
La India sacra
La India sacra OPINIÓN La India sacra Durante Durante mi larga estadía en India, solía ir a recorrer el Viejo Delhi, con sus basares atestados de personas, animales y comercio callejero; exóticos lugares, como sacados de un cuento de “Las mil y una noches”. Casi siempre acompañado de mi hermosa polola alemana, y a menudo de mi hermano menor Cristián. Recuerdo que en una ocasión fuimos al Fuerte Rojo, en la entrada de Chandni Chowk, el basar principal principal del sector. Sus inmensos prados estaban repletos repletos de todo tipo de personas, familias enteras paseando relajadamente, y los infaltables mendigos a quienes no parábamos de dar monedas. Notábamos que los vendedores y mendigos respetaban el silencio silencio de los sadhus, o monjes; los dejaban tranquilos en su trance. Nada mejor entonces que sentarnos al lado de uno de ellos, un hombre mayor sumamente delgado, con su pelo enmarañado y barba larga, cubierto por una túnica anaranjada. Lo observábamos observábamos sin hacer ruido alguno. Ante nuestra curiosidad, sonrió y comenzó a contarnos que había llegado desde Suecia varias décadas atrás, con el fin de adquirir mayores conocimientos sobre la espiritualidad espiritualidad de la India. Había viajado por prácticamente todo el país, y cuando se sintió preparado, fue donde sus maestros para que lo consagraran como un sadhu. En un momento de la conversación, tomó a Gisela de la mano y nos invitó a que lo siguiéramos.
Cruzamos por las principales calles de Chandni Chowk, caminamos por estrechos pasajes mientras cientos de personas iban y venían, hasta que se fue abriendo el entorno y apareció una pequeña plazoleta plazoleta con juegos de agua, y hermosa arquitectura a su rededor. Entramos en una casa donde estaban reunidos reunidos varios otros personajes, tipo monjes, que parecían parecían esperar a nuestro sadhu. Saludamos con un cordial cordial “namaste” y nos sentamos cerca de una suerte de bracero que expedía un extraño humo perfumado, perfumado, mientras los presentes rezaban. Los mantras, los cánticos a Shiva (parecían verdaderos lamentos) y las nubecillas de incienso, producían un sopor que me trasladaba a un mundo de encantamiento. Así permanecimos unas horas hasta que fuimos invitados a retirarnos, puesto que la ceremonia debía continuar de manera privada. En la puerta el sadhu se despidió deseando que este encuentro nos sirviera sirviera de guía para nuestro propio ascenso espiritual. Apenas nos habíamos retirado unos cuantos metros, cuando ya estábamos hablando los tres al unísono, impresionados. Gisela se veía muy entusiasmada y dejaba que ese mundo quimérico, casi irreal, la envolviera. Comentaba que jamás había pensado, o soñado, poder reunirse con gente tan peculiar. Pero fue mi hermano, un chiquillo de once años, el encargado de aterrizar las cosas, diciendo algo así como: “Lo que vi era una tontería. Esos tipos en vez de cantar, lo que hacían era lamentarse. Yo creo que no eran felices y que lo estaban pasando mal. ¿Estaban rezando? Cuando yo voy a la iglesia, rezo para adentro y no aúllo”. José Migziel Serrano Economista.