COLUMNAS DE OPINIÓN: Así es la vida...
COLUMNAS DE OPINIÓN: Así es la vida... Jerson Mariano Arias Así es la vida... El suceso ocurrido en Los Ángeles (Chile) ha de provocar dos reacciones en la ciudadanía: un pronto olvido o un dilatado comentario, portador de sospechas, condenas y lamentaciones. No es para menos: un hombre mayor mata a su esposa enferma y también mayor, dentro de un hospital. Una palabrita, aparecida hace poco, comienza a circular: femicidio. Esa palabra reduce a su mínimo significado el hecho, lo clasifica bien encarpetado y lo manda a archivo. Antes de archivarlo, un hecho como éste merece ser analizado. Se trata de lo que llamamos Vida, la que más breve o más extensa se nos presenta a cada uno. Somos muchos los que participamos en esta danza de la vida; unos recién comienzan, otros van a medio camino y otros más avanzados, como aquella pareja que nos llama la atención. Usando nuestras propias experiencias podemos imaginar a esa pareja muy joven en su tiempo, ilusionados, ansiosos por cumplir sus metas, formadores quizá de una familia con hijos y nietos. De pronto, una falla de salud importante interrumpe su andar, ya en la edad mayor. La mujer queda postrada, el hombre la visita a diario durante un mes. Ella, sin poder comunicarse, piensa, recuerda, quiere acompañar a su marido, pero es imposible. Eso ya no existe más. El hombre diariamente viene al hospital; en el trayecto también piensa, sopesa; indaga en los rostros de los médicos alguna noticia alentadora que no llega. Los días se hacen largos para ambos. Una sensación de ser rehenes de alguien o de algo endurece sus músculos.
La sala hospitalaria carece de ese olor hogareño conocido; los médicos pasan veloces de tiempo en tiempo; las enfermeras sonrientes se enfrentan a tareas que a todas luces las superan. «¿Qué será de ella?», se pregunta el hombre. «Este mes ha sido triste y duro de vivir», agrega. «¿Será ese el porvenir que nos espera?». La casa está sola; parece guardar un silencioso recato para no incomodar. No queda más que echarse en el sillón y divagar: ir por las playas de la vida esquivando el mar; bailar despreocupadamente en el local de siempre. El silencio y la penumbra le regalan un breve sueño. Se sobresalta al escuchar un sonido de platos en la cocina que la bendita costumbre le anuncia que es ella. De un brinco abre la puerta y se cerciora: no hay nadie. El hombre se pasea callado en esa casa tan conocida que ahora desconoce. «¡Qué va a decir la gente¡ », se le escapa. Durante la noche organiza su plan. «Si no hay esperanza», se dice; «debo ser valiente». El hombre se ha dado cuenta de que como ese mes recién pasado serán los próximos que vengan. Se encoge cuando se enfrenta a esa mujer, su compañera, ausente y dolorida y se rebela. Se promete no temblar cuando coge su arma y la mete en el bolsillo. Mañana, mañana será otro día piensa. Acabaremos -como alguna vez lo conversamos con este suplicio. Al día siguiente, ya en la calle, se enfrenta a numerosos transeúntes haciendo sus vidas. Él camina seguro hacia su término. «Vamos, coraje, coraje», se repite. «Como aquella vez que tomé valor y le dije `te quiero'»..