El viaje cósmico
El viaje cósmico En "Mahler.
Música para las personas" (Ediciones UC, 2005 y 2024), el premio nacional de Humanidades Gastón Soublette caracteriza la época romántica de finales del XIX, de la que le tocó dar cuenta al músico de Bohemia, pero también al austríaco Anton Bruckner, figura aún enigmática, por su personalidad humildísima, por una parte, y la rotundidad afirmativa de su monumental obra, por otra.
Se trata, dice Soublette, de una sociedad menos segura espiritualmente por el avance del positivismo, lo que empuja al individuo a elaborar su propia concepción del mundo y a expresarse como hombre solo, todo lo cual conlleva una buena dosis de frustración y sensación opresiva de impotencia.
En ese contexto surgirán las voces de estos compositores que, en lo que Soublette llama "religión cósmica", se situarán "en las zonas del alma en que la memoria genética recuerda una dimensión de vida integrada al cosmos, en la que los encantos y misterios de la naturaleza se hacen presentes en toda su grandeza y esplendor". En tiempos de gran incertidumbre como los que vivimos, Bruckner pareciera dar señales certeras con su propuesta portentosa, como quiso mostrar el director chileno Luis Toro Araya (San Vicente de Tagua Tagua, 1995, hoy radicado en Zúrich) con la Octava Sinfonía, junto a la Orquesta Filarmónica de Santiago, el jueves, en el Teatro Municipal. Toro dijo que esta música es "la más sanadora", la que "más necesitamos hoy", e invitó al público a acompañar a los intérpretes en este viaje, esta meditación.
Con ese ánimo, un Municipal lleno al 70% siguió la muy cuidada entrega, que Toro dirigió sin partitura y con total convicción: desde el pianísimo de las cuerdas con el que comienza el Allegro moderato, sobre el que irrumpen los bronces, siempre protagonistas, pasando por el agitado Scherzo, las profundidades del Adagio que es el corazón de esta obra, según el destacado músico y el heroico Finale.
En ese último movimiento, el director se agachó al máximo para desde ahí construir, paso a paso, el crescendo con el que acaba épicamente esta obra, en el que brillaron los tres trombones, asertivos, y con perfecta afinación y fiato.
Pero, me perdonarán los brucknerianos fanáticos que estaban en la sala algunos con poleras con retratos a lo Warhol del compositor, y otro que quiso que todo el Municipal supiera, con un "¡ Bravo! " gritado a todo pulmón apenas resonó el último acorde, que él sabe cuándo termina esta sinfonía, uno no deja de preguntarse, también con toda humildad, ¿cuál es el triunfo? El concierto había comenzado con "Canción de cuna para Fuegia Basket", del chileno, que vive en Londres, Tomás Brantmayer, que toma la historia de la niña kawéskar secuestrada de Tierra del Fuego por un barco británico en el siglo XIX y llevada a la revolución industrial inglesa, donde aprendió el idioma, la cultura y la religión, como explicó el director, y luego se la devolvió, dolorosamente reificada, a su origen patagónico, que la repudió: ya no era parte de ese pueblo ni de ningún otro.
El muy talentoso Brantmayer recrea los vientos de la zona que resoplan en las maderas con un resultado que estremece y que recibió una ovación larga del público, que celebró por segunda vez en esta temporada en el Municipal a jóvenes compositores chilenos: a comienzos de marzo, fue Florencia Novoa que estudia en Ginebra y su "Manará", un homenaje a Jorge Peña Hen. Crítica de música El viaje cósmico GONZALO SAAVEDRA LUIS TORO ARAYA Y LA FILARMÓNICA:.