Autor: Gonzalo Peralta
COLUMNAS DE OPINIÓN: Educar a gritos
COLUMNAS DE OPINIÓN: Educar a gritos COLUMNAS DE OPINIÓN: Educar a gritos Más reflexión En la misma línea, Verónica Pantoja, direcbásicas, conocidas como "escuelas de primeras letras", estaban bajo la administración de los conventos, que estilaban la enseñanza memorística con una curiosa metodología. Desde las oraciones, la cartilla, el deletreo, hasta la tabla pitagórica, las materias eran aprendidas a gritos.
Así, desde la puerta de la escuela se podía escuchar, a ciertas horas, un tremendo griterío y una voz más grave que las demás, que machacaba "be, i, bi.. . be, o, bo.. ." seguida de otras voces más agudas repitiendo la lección a coro. De improviso se oía un berrido y una pelea, luego todos callaban y alguien acusaba.
Era entonces que venía el sonido aterrador del guante, los alaridos del E: Santiago, hacia 1650, las escuelas E: Santiago, hacia 1650, las escuelas E: Santiago, hacia 1650, las escuelas E: Santiago, hacia 1650, las escuelas E: Santiago, hacia 1650, las escuelas E: Santiago, hacia 1650, las escuelas de antaño, la paciencia era motora fina, la percepción visual y la memoria hace que la escritura a mano sea mucho más efectiva, por ejemplo, para mejorar procesos efectiva, por ejemplo, para mejorar procesos efectiva, por ejemplo, para mejorar procesos mar decisiones en cada palabra y a reflexionar sobre la estructura de la frase, promoviendo así un aprendizaje activo. Según dice, "es Educar a gritos castigado, un momento de silencio y de nuevo: "pe, a, pa.. .". Se estilaba, además, utilizar la afrenta como método pedagógico. A los indisciplinados o flojos se les humillaba con bonetes y apodos vergonzantes y, por cualquier falta u omisión se les recetaba una buena dosis de azotes, palmetazos, chicotazos y guantazos.
Los chicotes o látigos eran los castigos más humillantes y dolorosos: solían darse en público, con el torso desnudo si la falta había sido notoria y manifiesta; en privado y sobre el trasero, si los pecados disciplinarios eran menores.
Esta pedagogía también fue llevada afuera de las aulas, siendo común que los curas sacasen a los niños en procesión y, durante el recorrido, llevando en alto el En la educación escasa. santo lábaro, los pequeños respondieran a gritos las preguntas de los catequistas.
Los días sábado, en el atrio de la catedral, en la Plaza de Armas y en las plazuelas de las parroquias, se efectuaban los denominados remates, esto es, contiendas entre los alumnos divididos en dos bandos, romanos, y cartagineses. Una mesa servía de tarima en la que se lucían los curas interrogadores y se humillaba a los ignorantes con los aplausos o las burlas del público. La contienda versaba sobre las materias y lecciones memorizadas, buscando pillar al contrario en los detalles más abstrusos y recónditos. Era una suerte de concurso televisivo al estilo de "¿ Quién quiere ser millonario?" donde el bando con más aciertos derrotaba al contrario y se proclamaba vencedor. Además del guante y el azote, la disciGonzalo Peralta plina se sustentaba en una serie de cargos y puestos asignados a los mismos niños y que reflejaban la vida militar de este confín del imperio. Arriba estaban el emperador y el general, quienes podían sustituir al cura, dirigiendo los coros y las tablas de multiplicar. Los capitanes controlaban la asistencia y repartían los escasos útiles y libros. El alférez era el portaestandarte en las procesiones y el cruciferario llevaba en alto la cruz y ordenaba la marcha. El pasante, algo similar al actual ayudante, auxiliaba al maestro y tomaba las lecciones a los alumnos rezagados. Pero por lejos los más detestables eran los fiscales, pequeños chupamedias coloniales encargados de propinar los azotes y demás castigos corporales. Sin Asignar.