Cinco años del covid
Cinco años del covid Aunque en noviembre de 2019 apareció el primer caso de covid en Wuhan, China, fue a fines de enero de 2020 cuando la Organización Mundial de la Salud declaró la “emergencia de salud pública de importancia internacional”, condición que levantaría recién en mayo de 2023.
Paralelamente, en marzo de 2020, el gobierno de Chile decretó el estado de catástrofe en todo el territorio, y pocos días después comenzaron las restricciones a la movilidad que dieron paso a numerosos períodos de cuarentena y confinamiento, con la consecuente suspensión de actividades productivas, sociales y educativas. Cinco años después, revisitar esa experiencia parece un ejercicio necesario. El paso del tiempo, en efecto, permite sopesar de manera distinta los antecedentes respecto de la reacción que diferentes países tuvieron frente a la expansión del covid.
Cabe recordar có-mo la falta de información sobre el nuevo virus y la incertidumbre respecto de cómo podría evolucionar su propagación hicieron que la primera reacción en muchas partes del mundo fuese la de imponer gravosas restricciones a la movilidad de la población.
Esto, ante el miedo a los contagios y a que las capacidades sanitarias se vieran desbordadas, como ocurrió inicialmente en varios países, que llegaron a enfrentar el temido dilema de la “última cama”. Sin embargo, la persistencia de las políticas de confinamiento demostró ser extraordinariamente costosa en una variedad de aspectos, desde el inmenso daño económico generado hasta el impacto en la salud mental de las personas o el retroceso educativo.
Aunque es difícil evaluar qué hubiese pasado sin restricciones tan estrictas, se ha venido acumulando cierta evidencia de que la restricción total de movilidad pudo tener un efecto más bien aco-tado en limitar la expansión del virus, y que países o zonas geográficas donde los controles fueron menos estrictos, como Suecia, si bien golpeados con la primera ola de la pandemia, tuvieron, a la larga, indicadores comparativamente favorables en términos de mortalidad. Esto, al privilegiar medidas de distanciamiento social y favorecer el teletrabajo, pero evitar los confinamientos obligatorios o el cierre total de escuelas.
Quizá el caso más paradigmático sea el de China, cuyas duras restricciones parecieron en un inicio contener el virus y dar cuenta de un gran manejo de la situación, aprovechando el inmenso poder del Estado comunista sobre los ciudadanos.
Ello, que en algún momento sirvió para proclamar las supuestas ventajas del “modelo chino”, debió finalmente terminar revirtiéndose con la reapertura de las actividades ante los graves problemas económicos, las protestas y el des-contento social que aquella política generó. En el balance, y aunque China nunca publicó cifras creíbles de muertes, se estima que ellas superaron el millón de personas. A nivel global, los costos económicos, tanto por la paralización de la actividad como por el endeudamiento en que debieron incurrir los gobiernos, fueron sustantivos. A esto deben sumarse los costos asociados a la pérdida de meses y hasta años, en ciertos casos en los procesos educativos, especialmente en edades clave para la formación. También, los impactos psicológicos entre jóvenes y adultos mayores derivados de la falta de sociabilización generaron consecuencias que en muchos casos se proyectan hasta hoy. Estas lecciones deben internalizarse, no solo como ejercicio intelectual por repasar las consecuencias de la pandemia, sino para extraer las conclusiones adecuadas si en el futuro un fenómeno equivalente tuviese lugar. Se impone una mirada crítica respecto de las restrictivas políticas impulsadas en el mundo para enfrentar la pandemia..