Los nuevos colores de Adriana Kiva
Los nuevos colores de Adriana Kiva Ruth es otro cuadro más en esta exposición. O, quizás, se trata de una exposición toda en un museo y, con cada capítulo, tenemos otra escena, otra imagen. Un nuevo color.
A la manera de lo que hace, también maravillosamente, Elizabeth Strout en una de sus más grandes obras, Olive Kitteridge, un caleidoscopio de historias que van dando cuenta de la temperamental Olive, a quien amamos y odiamos, para quedarse por siempre en nuestro corazón. En la obra de Strout, sí, cada viñeta está contada por alguien más y Olive aparece, a veces en sus palabras y muy protagónicamente, a veces como una visita casual en el relato de otro. En la novela de Riva, en cambio, es Ruth siempre quien nos habla. Así la conocemos. Cuando nos dice, por ejemplo: "Desde que murió mi marido, vivo en la cocina.
Es el único lugar de este departamento donde me siento cómoda". Para luego agregar: "Es mi manera de matar el tiempo, porque el tiempo se resiste a matarme. " Ruth dice que tiene 82 años, que se lo repite a sí misma, y aún así no se lo cree. Se acerca a la vida con maravilla e inteligencia. A ella tampoco la engaña tanto el paso del tiempo. Ve los cambios. Los disecciona. Los pone a contraluz. Así, leemos: "Aunque mis hijos insistan, ya no siento que formo parte del nosotros de nadie. Soy sola. En un texto sería una nota al pie. O una viuda, la última línea de un párrafo que queda suelta al comienzo de la página siguiente, separada del resto. " O también: "La belleza no es real. La gente me ve como el día de sol posteHay autoras que llegan para ir pintando de a poco su paisaje. Libro a libro, entregan un tono, un detalle, una particular forma de mirar y, cuando menos lo pensamos, ya estamos completamente envueltos por su maravilla.
Es lo que pasa, lo que ha venido pasando, con el trabajo de la escritora argentina Adriana Riva (Buenos Aires, 1980); dueña de una prosa sutil, engañosamente simple, que hilvana y captura la luz en todo lo que narra. En su última novela, Ruth, publicada este mes por Seix Barral, nos regala un personaje inolvidable que, también, vamos conociendo de a poco.
Una mujer mayor, algo solitaria, que disfruta viendo clases de arte por Zoom (y comparte con nosotros sus apuntes, que van interrumpiendo con dulzura su relato), que nos deja asomarnos a su cotidianeidad, las conversaciones con sus hijos (el abogado, el hijo con perro), las salidas o conversaciones por WhatsApp con sus amigas (que van enfermando, muriendo, que son cuidadas por sus hijas que las vigilan demasiado), sin caer nunca en la desesperanza. A veces da pudor incluir estas palabras en una reseña, por miedo a la cursilería, pero aquí son necesarias, brillan. Ruth es una novela hermosa, de esas que iluminan los malos días, de esas a las que una se acerca, agradecida de su existencia, de esas que sorprenden como un milagro. No es nada fácil encontrarlas. Menos aún, de escribirlas. Ahí está el talento apabullante de Adriana Riva. En presentar como simple algo de esta belleza. De tanta belleza. En hacer de días en los que aparentemente no pasa mucho un lienzo cada vez con nuevos colores y detalles, infinitos.
Como dice Ruth en un momento: "Los cuadros no tienen punto final, como los libros, ni créditos, como las películas; no se sabe cuándo terminan. " Sus reflexiones sobre el arte son preciosas, preciadas. rior a una gran nevada. Yo sé que soy la semana siguiente a la gran nevada. " Ruth se lleva bien con sus nietas, pero también les teme ("Me gustan los niños, pero también me aterran. Me mantengo lejos, fuera de su alcance, como rezan los medicamentos"). No son toda su vida (Dice: "Una de mis nietas me dijo que parecía un dibujito animado. No quiero parecer un dibujito animado"). Su vida son sus amigas, los libros que lee, las películas que ve, las obras de arte que mira. Ahí está su gozo y su deslumbramiento. Y es tanto. Apunta en su cuaderno reflexiones breves sobre David Hockney, Donald Judd, Leonora Carrington, Edward Hopper, Sarah Sze, Chantal Akerman, Joseph Kosuth, Hilmaaf Klint, y muchos otros. La obra que Adriana Riva ha venido construyendo tiene una melodía muy particular, inteligente y dulce, que destaca y sorprende en el panorama de la narrativa argentina y, también, latinoamericana.
Desde su brillante colección de cuentos, Angst (publicado por Tenemos las máquinas), su conmovedora novela La sal (publicada por Odelia), en la que narra un roadt rip que es en realidad un viaje a la madre que está sentada en el asiento junto a la protagonista, ese viaje difícil, sus bellísimos poemas en los cuales una madre le lee a su hija La Odisea en medio de la pandemia, de título Ahora sabemos esto (y publicado por Rosa Iceberg), a su sorprendente y luminosa reciente novela, Ruth, su ala del museo de la literatura es una en la que quisiera quedarme mucho rato. Deslumbrada y a la espera de más colores, nuevas canciones y, siempre, tanta maravilla. Ruth (Seix Barral, 2024), la nueva novela de Adriana Riva, llega para deslumbrarnos y conmovernos con sus reflexiones sobre el arte, el tiempo, y un personaje inolvidable.
La columna de María José Navia La obra que Adriana Riva ha venido construyendo tiene una melodía muy particular, inteligente y dulce, que destaca y sorprende en el panorama de la narrativa argentina y, también, latinoamericana.. -