Miguel Piñera, la muerte del último bohemio
Miguel Piñera, la muerte del último bohemio ¿ Jaime González Colville Academia Chilena de la Historia Miguel Piñera, la muerte del último bohemio Tal vez sin saberlo, el cantante y compositor Miguel Piñera Echenique fue el último representante de una época bohemia de singulares características que, en nuestra historia social (gran tema para ampliar) parte en los años 20 y se extendió, con descenso marcado, hasta nuestros días Por qué en los años veinte? Desde esa época, la juventud lanza fuertes gritos de libertad y autonomía.
No se deja arrastrar, como sucedió hasta fines del siglo XIX, por los almuerzos regulares, las cenas en familia, una discreta tertulia en los salones, tal vez el rosario en los conglomerados más devotos y luego recogerse a los dormitorios. Era así en provincias y en el Santiago soñoliento de esa época. Pero el acento era más marcado en las familias "bien", donde en las comidas, los mayores hablaban de las cosechas y política mientras los niños y jóvenes guardaban silencio en mesa aparte. Desde una edad determinada, podían sentarse con "los grandes", y luego, todo a su tiempo, hacer oír su voz.
Pero hay un instante en que las familias adineradas de provincia envían a sus hijos a seguir carreras universitarias en la capital: leyes, medicina, ingeniería (los menos) pedagogía (más escasos aún). Es una pléyade de ojos ávidos, corazones latiendo y desbordes sensuales que llegan a esta ciudad que, en la mayoría de los casos, sólo conocían de nombre. Se vienen a pensiones de algunas calles clásicas de esos años: Independencia, Avenida Matta, Maruri (que haría famosa Neruda), etc. Vienen "recomendados" por sus progenitores: enviar cartas semanales, recogerse temprano, misa dominical y, desde luego, estudiar. Pero las cosas no se dan como "los mayores" esperan.
Oreste Plath, este buen amigo siempre recordado, publicó póstumamente en el 2010 (por cuidado de su hija Karen) el evocador libro "El Santiago que se fue", crónicas de lugares, personajes y un resumen cuantioso y sabroso de la bohemia que él mismo vivió. Vi, en las mesas de trabajo de la Biblioteca Nacional, como Oreste fue armando las fichas, fotografías y recuerdos que dejaría en su tramo final, cuando la muerte lo llamó en 1996. Entre esa bohemia de los años 20 y la casi romántica partida de Miguel "Negro" Piñera, hay un ancho lago de recuerdos. Son los años veinte, ya lo dijimos, pero quizás un poco antes.
En 1906, el rector de la Universidad de Chile, Valentín Letelier funda (o lo permite) la creación de la Federación de Estudiantes de Chile, la FECH, que daría singulares dolores de cabeza a muchos presidentes, desde Arturo Alessandri en los años 20 hacia abajo. La bohemia emerge con fuerza. Ya los jóvenes se alejan de las novenas y las formalidades sociales para recorrer los lugares donde se tocan guitarras, departen con chicas y se brinda con entusiasmo. En la década de los años 10 es famosa la Quinta Roma, en Ñuñoa de hoy y, en esa época en Avenida Ossa 877, sector Los Guindos. Las "quintas de recreo" ya las describe Alberto Blest Gana en sus novelas y a ellas concurren, con cierto anonimato, la juventud santiaguina y donde asiste un asombrado y provinciano Martín Rivas.
Pero nacido el siglo, una avalancha de jóvenes de provincias (varios del Maule) llegan tras el "cartón" que les exige la familia, todos de buen pasar y herederos de fundos y haciendas, conminados a llevar una conducta acorde con sus estatus... Pero la bohemia se Miguel Piñera y sus grandes amores, la guitarra y la noche.. Miguel Piñera, la muerte del último bohemio abre de par en par. Las fiestas de la primavera son el primer atisbo, luego el cuadro se haría más colorido.
Sin embargo, en ese ambiente de distensión y despreocupación, ocurre una nota lúgubre: en septiembre de 1917, Hugo Donoso, de apellidos talquinos y de "clase", casi recién graduado de abogado, se empapa del mundo de las letras y los poetas, camino al que ningún padre quiere que su hijo llegue, el dicho "mi hijo me salió poeta", equivalía al farrero o fiestero o "carretero" de hoy. Eran la "oveja negra" de la familia y algunos perdían el apoyo económico.
Hugo Donoso, atraído por las luces de candilejas, se hizo autor teatral y estrenó, con notable éxito, su obra "Los Payasos se Van". Pero en septiembre de 1917, cuando en un taxi de aquella época, iba con un grupo de amigos chicas entremedio hacia la Quinta Roma, un brutal accidente de tránsito cortó su alegre vida de raíz, causando un duelo que marcó al menos dos generaciones de jóvenes. Donoso, cuando tomaba la guitarra, entonaba una copla de raíces hispanas que decía: "Quiero que mi ataúd tenga una forma bizarra, la forma de un corazón, la forma de una guitarra". Toda una premonición. Por los veinte y treinta llegan a Santiago, Neruda, de apenas 19 años, el poeta Armando Ulloa, Mariano Latorre, Víctor Barberis, Joaquín Cifuentes Sepúlveda, Romeo Murga y otros tantos.
Lo reiteramos, todos, salvo excepciones, cargaban con apellidos, tradiciones y buenas costumbres y, por añadidura, un giro en buen dinero cada mes... Y cada padre esperaba ver retornar a un abogado, un médico o un ingeniero. Nadie los vigilaba, se acabó la mirada severa del patriarca de la familia obligando a los deberes. Aun cuando, lo dijimos, en más de una oportunidad los envíos monetarios se suspendieron al ver la poca prolijidad académica de los retoños. Pero se seguía en la bohemia.
Ya nada podría librarlos del "mal de la noche". "Tiempos de bohemia obligatoria nos dice Volodia Teitelboim cuando se fumaba tabaco malo, se jugaba apasionadamente al billar, se bebía `leche con parafina' y se vivía a crédito, empeñando relojes o prendas de vestir en la Tía Rica". La vida nocturna de esos días se tragó en su vorágine a poetas, pintores, escritores, estudiantes de medicina o leyes, etc. Eran trasnochadas agresivas de alcohol en bares de San Diego, Avenida Matta y también calles del centro del añoso Santiago. Se vivía "al día" para disfrutar la noche. Pero la tuberculosis, la gran plaga de esos años, acechaba a los más débiles. Muchos se fueron en el humo de esas orgías exacerbadas. Neruda, lo hemos ya recordado, escribió: "Yo tengo un sentido sureño de la amistad. Nunca he perdido amigos.
Sólo la muerte me los ha quitado". Algunos de estos devorados por las tabernas santiaguinas lo fueron a temprana edad: Romeo Murga, Eusebio Ibar, Raimundo Echevarría o Víctor Barberis, estos tres últimos de Constitución, San Javier y Talca. Los vagabundeos nocherniegos, nos contaba Oreste Plath, se repartían por los bodegones de San Pablo, Bandera y Mapocho.
Hubo bares alemanes de buena cocina y precio considerable, y otros donde se podía pasar la noche por tres pesos de la época como "El Jote", "El Hércules", "La Trinchera" o "La Bahía", esta última la más concurrida por Neruda y su séquito. Pedro Olmos nos comentaba: "Muchos hicieron de su vida una obra de arte, como Neruda o De Rokha", cada uno a su manera, otros la dilapidaron irreflexivamente. Entre esos derrochadores estaba Armando Ulloa Muñoz, de Huinganes, donde nació en 1899. De familia de prósperos agricultores, se vino a Santiago a seguir la carrera de pedagogía en francés, poco después llegó su hermano Emilio a estudiar leyes. Muy distintos los dos, aunque del mismo tronco, Emilio, a quien conocimos en sus últimos años, llegó a ser ministro de la Corte Suprema. Armando tiene porte y prestancia. Es figura destacada de las calles de Santiago de esos años. Muy pronto deja las aulas para entregarse a esta vorágine, donde se mezclan los brindis y los brazos amantes de las jóvenes que se le acercan. Atrás queda, olvidado, el rincón maulino de Huinganes. Su madre sigue solventando sus gastos a escondidas del padre, quien despotrica en contra de esta "oveja negra". Las remoliendas eran la culminación de las fiestas. Guitarras, ponches, empanadas, pequenes, tallarines con salsa corrían en bandeja por las mesas de los restaurantes.
Por ahí aparecía Neruda, siempre con su séquito, Mariano Latorre, atildado y conquistador con sus ojos azules y bien delineadas facciones de vasco francés, quien había abandonado su carrera de leyes ya en tercer año, para seguir, a "tirones" la de Pedagogía en Castellano que demoró diez años en concluir. El periodista Raúl Morales Álvarez, fallecido en 1994, dejó algunas evocaciones de esos años semisalvajes. Lo conocimos en la Biblioteca Nacional donde solía rememorar el tiempo ido.
A menudo repetía un verso chispeante: "Me quitaré sin pena/ la mañana/: El mediodía y el atardecer, / Pero jamás me quitaré la noche/ Porque me queda bien/". Como cada protagonista de esa época ida para siempre, Morales Álvarez hacía el recorrido mental que nosotros en el salón de lectura de la Biblioteca, seguíamos absortos: "La noche nos quedaba bien a todos.
La comenzábamos a corazón abierto en el boliche que llamábamos `El Alemán de Esmeralda', un club germano de canto sobre la acera sur de Esmeralda al llegar a 21 de mayo, donde era dable darse una hecatombe digestiva sólo por tres pesos, incluido el vino y la propina. Luego pasábamos al frente, al `Casa Club', bajo cuyo alero volvíamos a darnos un atracón bebestible y gastronómico sin gastar un peso.
Sus dueños nunca nos cobraron nada, pagándose con la charla de los poetas, artistas y escritores que fuimos su clientela preferida". Pero hubo quienes concluyeron sus alegres noches en el temido sanatorio de tísicos de San José de Maipo.
Allí dejaron parte de sus vidas Armando Ulloa (quien quiso volver a su casona de Huinganes, semi derrotado por los excesos donde murió el 10 de enero de 1927) y Raimundo Echevarría Larrazábal, quien fue llevado por sus amigos casi a la fuerza a principios de 1924, desde la miserable pensión de Avenida Matta, donde fumaba sin cesar. En una de esas salas muere en la mañana del 18 de julio de 1924, sólo lo acompaña su hermano Enrique. Un raído cortejo cruza las calles de Santiago de ese invierno, donde van Neruda, González Bastías, Gandolfo y otros integrantes de la bohemia que los devoraba de a poco.
En 1994 trajimos sus restos a San Javier y descansan en el Parque "Jerónimo Lagos Lisboa". Miguel Piñera fue, indudablemente, el último representante de esa época que él no conoció y tal vez ni se enteró. Supo de su inminente muerte, pero se resistió a ir a un hospital. Antes de sufrir el fatal golpe, estuvo actuando en el norte. La noche anterior, cantó y río con esa carcajada que le conocí en persona, en un local del sur, sin que nadie presumiera que la pálida presencia estaba junto a él. Hizo de su vida una eterna degustación, una imborrable risa, su existencia la sorbió a concho hasta que se le acabó sin poder contenerla. En los años 20 hubiese sido un ídolo de las andanzas que hemos descrito. Dicen que al lado de sus hermanos, todos cargados de títulos y nombradías, fue la "oveja negra... ". La verdad, no estoy seguro que sea así. De lo que sí estamos ciertos, es que tuvo el talante, la actitud y la presencia del último bohemio. Y murió como tal. Armando Ulloa, en la plenitud de su vida y apostura. Joaquín Cifuentes Sepúlveda, de San Clemente, fue poeta laureado en las fiestas primaverales de 1919. Lírico notable, murió demente en Buenos Aires en 1929. Raimundo Echevarría Larrazábal, nacido en San Javier y absorbido por la bohemia de los años 20, de poesía admirada por Neruda. Murió en 1924 en el sanatorio San José de Maipo..