Autor: POR MURIEL ALARCÓN
CARABINERO DE DÍA, taxista de noche
CARABINERO DE DÍA, taxista de noche El pasado 19 de septiembre, a las 3:40 de la ma-drugada, el sonido insistente de los teléfonos interrumpió la tranquilidad de una casa en Talcahuano, en la Región del Biobío. Allí, Katherine Lagos, profesora de educación básica de 38 años, y sus hijos, Vicente Poza, de 16, y Martín Poza, de 14, habían pasado el día celebrando las Fiestas Patrias. Martín estaba tan dormido que, al principio, no reaccionó. Pero luego decidió despertar a Vicente. Junto a su madre, los adolescentes escucharon el mensaje que vino del otro lado: “Levántense, el papá tuvo un accidente”, les dijo su tío paterno.
Segundos después, agregó: “El papito está en el cielo”. A poco más de 500 kilómetros, en la intersección de las calles Creta y Sagasca, en la Villa El Comercio, en Puente Alto, su padre, el sargento segundo Claudio Poza, un carabinero de 37 años con 17 de servicio en la institución, había sido asesinado. Dos horas antes, aquella madrugada, Poza, quien trabajaba en la Subcomisaría Los Quillayes, en La Florida, conducía un taxi cuando fue víctima de un asalto, durante el que recibió un disparo en la espalda. Intentó seguir manejando, pero perdió el control del vehículo y lo estrelló contra un poste, una casa y un árbol. Se cree pretendía dirigir el auto hacia el servicio de urgencias del Hospital Sótero del Río, pero la herida que le ocasionó la bala incrustada en la zona lumbar acabó con su vida antes. La muerte de Claudio Poza se sumó a la del sargento segundo Rodrigo Puga, asesinado en agosto pasado mientras trabajaba como guardia privado en las afueras del Teatro Caupolicán.
Ambos casos han reabierto el debate sobre las bajas remuneraciones de Carabineros y las razones que obligan a muchos a buscar ingresos adicionales, en un contexto de crisis de seguridad, avance del crimen organizado y mayor demanda de servicios policiales. Al ser consultados, Carabineros se restó de participar en este reportaje. Si bien la investigación sobre la muerte de Poza sigue en curso, la Fiscalía Regional Metropolitana Sur confirma haber formalizado a dos imputados por el delito de robo con homicidio. Ambos se encuentran en prisión preventiva, decretada por la Corte de Apelaciones de San Miguel.
Aunque a raíz de este caso el Presidente Gabriel Boric anunció que a fines de este año el Gobierno presentará un proyecto de ley para aumentar los sueldos de los funcionarios de Carabineros y la Policía de Investigaciones, para Katherine y sus hijos, las promesas llegan tarde.
Un martes nublado de octubre, de paso por Santiago, desde un café a poca distancia de La Moneda, Katherine hace una pausa al recordar los gritos de Vicente y Martín cuando se enteraron de la trágica muerte de su padre: “Esa cara que vi en mis hijos no se me va a olvidar jamás en mi vida. Por eso he luchado tanto, porque esos gritos no se me van a olvidar jamás. Sentí que me volvía loca. Y gritaba: “¿ Por qué me dejaste sola?, ¿por qué me dejaste?”. SOGALENIREHTAKAZELITNEGClaudio Poza y Katherine Lagos crecieron como vecinos en Talcahuano, en la población Nueva Los Lobos. Hijo de un obrero y una dueña de casa, Claudio era el tercero de cuatro hermanos y el único de la familia que decidió ingresar a Carabineros, motivado por el consejo de Katherine. A los 15 años, entrenaban juntos en artes marciales y a los 17 comenzaron a pololear. Antes de entrar a la institución, Claudio trabajó como guardia en una empresa de seguridad y luego como ayudante de electricista. “Le dije: Claudio, ¿por qué no eres carabinero?”, recuerda ella. La idea surgió porque el padre de una compañera suya en la universidad, donde Katherine empezó a estudiar Pedagogía en Educación General Básica, era uniformado. “Veíamos su potencial, era buen estudiante, era inteligente”, dice. “A él igual le gustaba”. A los 20, la pareja esperaba a Vicente, su primer hijo, lo que forzó a Katherine a congelar su carrera, que retomó años después. Cuando Claudio se graduó de la Escuela de Carabineros fue trasladado a distintos puntos del país, entre ellos Rancagua. En ocasiones, tuvo que reforzar servicios en Santiago, como lo hizo durante las marchas de la Revolución Pingüina. Dos años más tarde, Martín llegó a sus vidas, justo cuando Claudio fue trasladado a Nacimiento y luego a Negrete, en la Región del Biobío, donde se trasladaron juntos como familia. Pero la vida de carabinero era dura, asegura Katherine. Los traslados implicaban largas jornadas, horarios impredecibles y una presión constante que fue desgastando la relación de pareja. “Cuando empiezas como carabinero estás a disposición del servicio, porque eres joven. Luego, cuando vas ascendiendo de grado, tienes que cumplir con los turnos. Tuvimos muchos quiebres, muchas navidades, años nuevos y cumpleaños solos. Eso influyó mucho en nosotros”, cuenta. “La gente no sabe la realidad de cómo es la vida de un carabinero. Es sacrificada y arriesgada”. El quiebre definitivo llegó poco antes de que Claudio fuera destinado definitivamente a Santiago. Ella se quedó en Los Ángeles con los hijos.
En más de una ocasión, Katherine sugirió mudarse a Santiago, pero Claudio le respondió que la calidad de vida en la ciudad “era complicada y difícil”. Aunque Vicente y Martín crecieron en un hogar marcado por la ausencia física de su padre, él siguió siendo “un padre cien por ciento presente”, asegura Katherine. A pesar de la distancia, siempre mantuvieron una relación cordial. Incluso después de que Katherine tuviera una hija con otra pareja, que hoy tiene 5 años, y Claudio se volviera a emparejar en Santiago. De hecho, aunque Claudio no era su padre biológico, se ofreció a apoyar económicamente la crianza de la hija de Katherine, subiendo la pensión que ya pagaba por sus dos hijos. “Él les enseñaba a los niños que a su princesa no había que tocarla, que tenían que cuidarla”, dice ella. Katherine relata que las conversaciones con Claudio eran constantes, y que él intervenía activamente en la vida de sus hijos. “Yo le comunicaba todo sobre los niños. Les ponía el celular en el living, los sentaba, y por videoconferencia él les pedía explicaciones”, recuerda. “Le mandaba fotos de todo: Aquí está la pieza de los niños, aquí está esto. A veces me decía: Pero Kathy, castígalos, rétalos tú. Pero yo le respondía: Tienes que hablar con ellos tú. Quería que él estuviera presente”. Martín agrega: “Él no estaba, para ingresar a la Escuela de Suboficiales de Carabineros.
Esto, le permitiría ascender en la institución y percibir una mayor remuneración. pero era como si viviera en la casa”. Por esta cercana relación, a Katherine le cuesta entender por qué Claudio le ocultó sus problemas financieros. “Si estaba mal económicamente, quizás podría haberme hablado, haberme dicho: Kathy, pasa esto. Porque lo del taxi era un secreto”, lamenta. Y agrega: “Cuando vi la liquidación de sueldo, para mí fue lo más terrible.
Pensé: ¿ Por qué si él luchó en Carabineros conmigo y salimos adelante, tuvimos una casa hermosa, formada, tuvimos una familia hermosa?, ¿por qué no me lo dijo? ¿ Por qué se expuso a trabajar a esa hora?”. Claudio Poza compartía con orgullo los logros de sus hijos adolescentes con sus amigos de la Subcomisaría de Los Quillayes, en La Florida, donde comenzó a trabajar en 2018, como cabo primero. Se encargaba de labores operativas en las calles, centradas en la prevención de delitos, el control, la fiscalización y la detención de delincuentes.
En 2021, había ascendido al grado de sargento segundo, lo que no cambiaba sus funciones, aunque sí aumentaba sus responsabilidades, como la de tener equipos a cargo, ser un apoyo más cercano a las autoridades al mando de la unidad, y le confería un aumento de su salario. Tras su muerte, al revisar su liquidación de sueldo, Katherine descubrió que, aunque su salario era de $1.200.000, después de pagar los múltiples préstamos acumulados, apenas le quedaban $466.000. Si se descontaba la pensión mensual de $400.000 que pagaba a sus hijos, solo le restaban alrededor de $66.000. “No entiendo cómo vivía con eso”, dice Katherine.
“Me da rabia, ¿por qué tan endeudado? ¿ Cómo llegó a ese punto? No me cabe en la cabeza”. Aunque Katherine no sabía que Claudio manejaba un taxi en sus horas libres, sus hijos en cambio algo habían escuchado. “Decía: Ya, hijo, voy a trabajar un ratito en el taxi, pero para hacer unas lucas más”, relata Vicente. No saben, eso sí, cuán frecuente lo hacía. A pesar de sus evidentes problemas económicos, Vicente asegura que su padre nunca escatimó en gastos para ellos.
“Siempre estaba dispuesto a darnos lo que necesitáramos”. A los hijos no les faltaron implementos para los deportes que practicaban, como el karate y el fútbol, tampoco invitaciones a salidas a lugares como el Swing de La Reina o ropa de marca para el día de sus cumpleaños.
De hecho, en una de las últimas salidas que hizo con sus hijos, en el viaje mensual que los adolescentes hacían a Santiago, recorrió varios malls buscando el regalo de cumpleaños que Martín había elegido: unas zapatillas Nike TN, un polerón Jordan y unos pantalones Nike. Vicente consiguió una tenida semiformal de Zara que incluía camisa, pantalón y zapatillas. Aunque no mencionaba mucho la creciente inseguridad que atestiguaba en Santiago, sus hijos recuerdan que, cada vez que les compraba ropa en la capital, les hacía ponérsela antes de regresar a Los Ángeles. “Me decía: Llévate las zapatillas viejas en la caja, así se llevarán esas si es que te roban”, cuenta Martín.
La madrugada del 19 de septiembre, tras tomar un bus desde Talcahuano que los llevó a Santiago, Katherine y sus hijos se tras-ZEÁBEPILEFA pesar de sus evidentes problemas económicos, Vicente asegura que su padre nunca escatimó en gastos para ellos. “Siempre estaba dispuesto a darnos lo que necesitáramos”. En la foto, Katherine y sus dos hijos, Vicente y Martín. Katherine estaba separada de Claudio. Ella cuenta que no sabía que él manejaba un taxi en sus horas libres. Pero sus hijos sí. “Decía: Ya, hijo, voy a trabajar un ratito en el taxi, pero para hacer unas lucas más”, relata Vicente. ladaron a la urgencia del Hospital Sótero del Río para reconocer el cadáver de su padre. En el trayecto, uno de los amigos de Claudio en la comisaría le contó a Vicente que, un mes antes, su padre había sido seleccionado para ingresar a la Escuela de Suboficiales de Carabineros. Para la familia era un logro que representaba un paso muy anhelado en su carrera. Esto, porque le permitiría seguir ascendiendo en el escalafón de la institución y además percibir una mayor remuneración. Según Vicente, su padre había postulado tres veces a esa escuela. “Yo creo que él quería que viajáramos para contarnos”, dice. “Lo más probable es que los iba a invitar a comer para decirles”, agrega Katherine. Claudio también tenía otros sueños. Algunos inmediatos, como llevar a sus hijos de viaje a Río de Janeiro a fines de este año. Otros más remotos, como recorrer Chile en moto al jubilarse y, algún día, mudarse a Canadá para trabajar como camionero. “Decía que Canadá era un país de primer mundo, con muchas oportunidades”, cuenta Vicente. Antes de abandonar el Servicio Médico Legal, donde vio por última vez su cuerpo, Katherine le prometió a Claudio que haría todo lo posible por esclarecer las circunstancias en las que murió. “Yo quiero justicia, quiero verles la cara a esos delincuentes, y que paguen con pena perpetua”, asegura.
“También le dije: Voy a luchar por nuestros hijos para que tengan la calidad de vida digna que tú querías darles”. “Sé que él nos va a ayudar, que nos está cuidando y guiando”. Para la familia el duelo ha sido devastador. Después de la muerte de Claudio, Katherine recibió una maleta con unas zapatillas, unos zapatos, unos botines Columbia y algunas prendas de ropa. “Eso fue todo lo que dejó”, lamenta. La búsqueda de justicia ha estado marcada por múltiples dificultades, asegura Katherine. Como Claudio no murió en servicio, no fue incluido en el listado oficial de mártires de Carabineros. Aun así, para su exmujer, la investigación sigue inconclusa. “No sabemos si se identificó como carabinero durante el incidente”, explica. A pesar de las incertidumbres, Katherine ha descubierto en su recorrido que la situa-ción de su marido no es única. “Yo no sabía que ellos no podían trabajar haciendo otra cosa”, pero asegura que muchos lo hacen. El 30 de septiembre pasado, el día en que Claudio habría cumplido 38 años, Katherine y sus hijos fueron a visitarlo a su tumba en el cementerio Parque del Recuerdo en Concepción. Ella le preparó una torta simbólica con cintas y rosas eternas, y les compró a sus hijos sándwiches.
“Dije: ¿ por qué comerse una torta si a él no le gustaban las tortas? Le gustaban los churrascos”. Los hijos de Claudio se emocionan al recordarlo y aseguran que cumplirán los planes que su padre tenía para ellos. Vicente dice que será oficial del Ejército, y Martín, gendarme. Nunca le gustó la idea de que fueran carabineros, dice Vicente.
“Quiero que se sienta orgulloso, que diga: Esto era lo que yo estaba esperando de ti”.. En la madrugada del pasado 19 de septiembre, el sargento segundo Claudio Poza fue asesinado de un disparo mientras trabajaba como taxista fuera de su horario laboral para cubrir sus deudas. Su muerte volvió a encender el debate sobre los bajos sueldos que reciben uniformados, que ha impulsado a que algunos busquen formas adicionales para generar ingresos. Aquí, su esposa y sus hijos reconstruyen su vida por primera vez. Claudio Poza había sido seleccionado