Autor: POR Sebastián Montalva Wainer, DESDE LA REGIÓN DE LOS LAGOS. FOTOS: Eduardo Sorensen.
ASÍ SON LOS BOSOUES SUBMARINOS de la Patagonia
Los bosques de algas son uno de los principales productores del oxígeno, y solo en los fiordos y canales de la Patagonia se encuentra un tercio de todos los que existen en el planeta. Una expedición internacional acaba de estar aquí para mostrar su increíble belleza y explicar por qué es urgente protegerlos. Los acompañamos en la aventura. O está en el Caribe ni en el Mar Rojo ni en las islas Raja Ampat de Indonesia. Está aquí mismo, en Chile, en los fiordos de la Patagonia. Específicamente, en el canal Refugio, cerca de la bahía de Melimoyu. Es un lugar que hasta ahora prácticamente nadie conocía, salvo unos pocos buzos locales, pero que hoy incluso ha alcanzado reconocimiento internacional. De hecho, ya tiene nombre propio y marketero: Acid Rock.
“Le pusimos así cuando salimos de la inmersión, porque era como estar en ácido”, dice entre risas Juan Antonio Romero, buzo y documentalista español que trabajó con Jacques Cousteau en los años ochenta, mientras navegamos una mañana por los canales cerca de Dalcahue, en Chiloé.
Romero buceó en este sitio junto al destacado buzo y fotógrafo chileno Eduardo Sorensen, que ya conocía el lugar, y el estadounidense Andy Mann, cofundador de Sea Legacy y uno de los mejores fotógrafos submarinos del mundo, quien quedó igual de impresionado. De hecho, fue Mann el que lo bautizó así. “Es algo que no te puedes imaginar: en un agua fría, con las corrientes que había, nos encontramos de pronto con llena de colores”, agrega Romero. “Hicimos varias inmersiones, cada una más bonita que la otra: había esponjas, invertebrados, pulpos... Yo estaba acostumbrado a los fiordos noruegos y esto es lo mismo, pero con esteroides.
Es diez veces más grande”. Acid Rock fue solo uno más de la decena de sitios, canales, islas e islotes que acaba de visitar la reciente expedición de científicos, documentalistas y fotógrafos chilenos y extranjeros que se realizó en los fiordos de la Patagonia norte, entre Puerto Montt en la Región de Los Lagos y el norte de la península de Taitao, ya en la Región de Aysén.
Producida por Mission Blue —la organización que lidera la oceanógrafa Sylvia Earle—, el objetivo principal de este viaje fue, precisamente, dar a conocer la belleza y biodiversidad submarina de la Patagonia, donde existen los bosques de kelp o macroalgas (Macrocystis pyrifera) más grandes del planeta y los fotosintetizadores que producen gran parte del oxígeno que respiramos.
De hecho, estudios recientes —como uno que acaba de publicar la revista científica Austral Ecology— determinan que el carbono almacenado en la Patagonia chilena es superior al de la Amazonía, y eso solo considerando sus bosques y turberas terrestres. Bajo el mar, como se propuso mostrar esta expedición, existe un “Amazonas” aún más grande. “En los fiordos y canales de la Patagonia se encuentra un tercio de toda la biomasa de macroalgas a nivel global. Eso es muchísimo”, explica el biólogo marino Rodrigo Hucke-Gaete, cofundador del Centro Ballena Azul y profesor de la Universidad Austral de Chile, que también participó en la expedición. “Los fiordos son las máquinas biogeoquímicas más poderosas para sumir carbono, en virtud de la superficie que ocupan.
La Patagonia va a ser uno de los últimos lugares en ser afectados por el cambio climático, debido alos eventos de freshening (o “desalinización”) producidos por las aguas dulces y frías que provienen de los campos de hielo y caen al mar. Y los bosques de macroalgas, un bastión para poder mitigar sus efectos y el gran pulmón de la Tierra en un futuro próximo.
Por eso tenemos que cuidarlos”. Belleza patagónica A bordo de dos embarcaciones, el yate Discovery y el velero Beagle, los expedicionarios zarparon el pasado 5 de abril desde Puerto Montt y desde allí continuaron hacia la isla Quehui, el nuevo Parque Marino Bahía Tic Toc, el fiordo Pitipalena cerca de Puerto Raúl Marín Balmaceda, los islotes Cayes en el canal Moraleda y la isla Jéchica, en el archipiélago de Las Guaitecas, entre otras escalas (ver mapa). En total fueron nueve días de navegación y buceo que los dejaron a todos muy sorprendidos.
“Cuando a ti te mencionan la palabra Patagonia, imaginas cerros y rocas”, dice Max Bello, mano derecha de Sylvia Earle en Mission Blue y organizador de la expedición, quien hasta ahora nunca había buceado en estos fiordos.
“Pero en el mar tienes las mayores agregaciones de ballena azul del hemisferio sur, especies endémicas como el delfín chileno, corales de agua fría que en otros lados viven a 200 metros de profundidad, pero aquí existen a 15 metros... Y, por cierto, tienes el bosque continuo de algas más grande del planeta.
En Patagonia te metes debajo del agua y es impactante ver cómo la vida ebulle”. La idea no era solamente registrar y fotografiar estos lugares que ya tienen cierto reconocimiento, sino también explorar puntos que hasta ahora permanecian ignotos. Entre ellos se encontraban las islas Johnson y Midhurst, ubicadas al suroeste de Melinka, en el archipiélago de Las Guaitecas. “Nadie había buceado ni hecho fotografías submarinas antes allí, salvo quizás pescadores artesanales”, dice Pedro Niada, destacado buzo y videografista chileno, y también integrante de la expedición. Niada es uno de los pioneros en la divulgación en torno a los bosques de kelp de la Patagonia, donde estuvo buceando por primera vez el año 2012, en una expedición por el canal Beagle. “Ese buceo me voló la cabeza y desde entonces he estado tratando de hacer viajes por la Patagonia insular.
Es que son lugares totalmente inexplorados, donde todavía queda un montón de sitios por descubrir y donde aventurarse”. Además del registro, el otro gran objetivo del viaje, que estuvo postergado desde 2018 debido al estallido y la pandemia, fue llamar la atención sobre la urgencia de proteger estos valiosos ecosistemas marinos.
Según explica Max Bello, la llamada Ecorregión Chiloense (la zona que va desde Puerto Montt hasta la península de Taitao por el sur) tiene menos del uno por ciento de su superficie protegida, a pesar de que es donde se concentra la mayor diversidad de especies y, además, están las principales amenazas, como el impacto de la industria salmonera o el gran tráfico de embarcaciones que chocan contra las ballenas. “Estuvimos buceando en sitios como la desembocadura del río Palena, que no ha tenido salmoneras, y la cantidad de organismos era sorprendente: tantos que no llegabas a ver las rocas. Cada inmersión fue una demostración de riqueza y abundancia”, cuenta Bello en ruta de vuelta hacia Puerto Montt, mientras el equipo revisa sus registros audiovisuales, algunos de los cuales acompañan este artículo. “Pero todo este patrimonio no está siendo bien cuidado: hay lugares donde no debieran haber intervenciones industriales de la escala que vimos. Además, había una cantidad de basura impactante, donde no debiera haber más que naturaleza; centros completos encallados en sitios súper alejados, como el oeste del archipiélago de los Chonos. Hoy sabemos que en la Patagonia de Puerto Montt hacia abajo hay 40 mil islas e islotes. Si eso lo extrapolas, puede haber millones de toneladas de basura”. Sin embargo, existen algunos avances.
De hecho, la protección de estos fiordos forma parte de un compromiso de gobierno basado en la Ley Marco del Cambio Climático, tal como lo explicó la ministra del Medio Ambiente, Maisa Rojas, quien estuvo invitada por la expedición durante un día e incluso buceó en un bosque de algas cerca de Dalcahue. “Como ministerio tenemos el compromiso de tener, de aquí al 2030, una representatividad de al por ciento de las ecorregiones que hoy no están bien representadas en nuestras áreas marinas protegidas. Una de ellas es la Ecorregión Chiloense”, dijo la ministra, una vez de regreso en el yate. “La declaración de áreas protegidas está íntimamente relacionada con el mundo científico, para entender por qué queremos protegerlas. En el caso del océano, para saber qué es lo que hay, hay que venir a verlo. Acabamos de bucear y fue impresionante constatar que estos son bosques que, al igual que los terrestres, albergan una cantidad muy grande de otras especies.
Ahora estamos entendiendo que el mundo submarino es igualmente valioso, y las personas que dependen del océano para sus actividades productivas también entienden que la protección es un beneficio para ellos”. Casa de ballenas La navegación por los fiordos y canales de la Patagonia depende en buena parte del tiempo. Si bien el itinerario de la expedición sufrió algunas modificaciones, los diez de viaje tuvieron unas condiciones de viento y temperatura poco comunes para la zona austral de Chile. Nosotros subimos en Dalcahue, ya en el final del viaje, y el mar era una auténtica tasa de leche. Además, no hacía frío y, lo mejor para los buzos, había una impresionante visibilidad en las aguas, de hasta 15 0 20 metros.
“Habíamos planeado hacer la expedición a comienzos de abril, cuando sabíamos que era mejor para navegar y bucear, pero no nos esperábamos que fuese tan bueno”, comentó Rodrigo Sánchez, otro reconocido buzo chileno, que estuvo a cargo de la logística del viaje.
Íbamos navegando por el golfo de Ancud en dirección a Calbuco cuando de pronto desde la cubierta alguien gritó en inglés: “Whales! Blue Efectivamente, frente al yate Discovery, dos ballenas azules estaban asomando sus aletas y parte de su cuerpo, y uno podía presenciar todo este espectáculo a simple vista, sin siquiera tener que utilizar unos binoculares. La presencia de ballenas azules, el animal más grande del planeta, es una prueba más de la importancia biológica de estos fiordos.
Hace unos 25 años, de hecho, se les consideraba condenadas a la extinción, pero tras el descubrimiento de nuevas poblaciones que se alimentaban en esta zona —hallazgo científico que realizó e investigó Rodrigo Hucke-Gaete en 2003— actualmente hay señales de esperanza. “Tenemos identificadas entre 300 y 700 ballenas azules que se alimentan acá, además de jorobadas y sei”, dice Hucke Gaete, con el mismo asombro de la primera vez que las vio. Según el investigador, las ballenas azules son auténticos agricultores del mar: sus fecas tienen micronutrientes especiales que ayudan a su crecimiento. Por eso, proteger a las ballenas también significa proteger estos bosques de algas, que son cruciales para la vida en el planeta. “En este ecorregión se produce la mayor frecuencia de avistamiento de ballena azul, y la segunda de jorobadas. Eso es una responsabilidad gigantesca”, dice.
Hucke-Gaete sabe muy bien de lo que habla: hace dos décadas fue uno de los impulsores de la creación de una gran área marina protegida de 50 mil kilómetros cuadrados en esta misma zona, idea que no prosperó. “Creo que por entonces no estábamos preparados para conservar: había un pensamiento negativo que decía que la conservación afectaba el desarrollo económico”, explica el investigador. Luego agrega: “Hoy existe más conciencia y entendimiento de que si conservamos, va a ser mejor para todos. Yo lo digo así: hace unos años perdimos una batalla, pero ahora vamos a ganar la paz con la naturaleza”.