Catolicismo fácil
Catolicismo fácil Señor Director: ¿ En qué aspectos de la vida posee autoridad la Iglesia? ¿ Será verdad que ella alcanza a cuestiones propias de las políticas públicas o de la convivencia política? ¿ Y que en cuestiones relativas a la vida --el aborto y la eutanasia-los católicos pueden excusarse de seguirla esgrimiendo su propia conciencia? A propósito de la columna del domingo recién pasado --"La Iglesia saca la voz"--, Ignacio Walker sostiene que la Iglesia tiene autoridad en cuestiones de política y que, tratándose de asuntos dogmáticos, como la santidad de la vida, los católicos pueden excusarse recurriendo a su conciencia y discernimiento. Cristián del Campo SJ, por su parte, sostiene que no es fácil establecer sobre qué temas del debate público los católicos debieran tener una única opinión. Creo que ambos incurren en severos errores conceptuales, acabando por presentar una concepción del catolicismo de digestión fácil, sin sacrificios, exento de la locura de la cruz.
Para mostrarlo, puede ser útil distinguir entre la intervención de la Iglesia en problemas sociales como la seguridad u otros, y la autoridad de que estaría provista en cuestiones relativas al principio y fin de la vida.
En lo que respecta a lo primero --la intervención de la Iglesia en cuestiones ciudadanas--, es necesario distinguir entre el derecho de la Iglesia a participar de la esfera pública y el título que ella pueda esgrimir en favor de la corrección de las opiniones que vierta en ella.
No cabe duda del derecho de la Iglesia a participar de los problemas urgentes de la esfera pública; pero ello es distinto a que la Iglesia, incluso frente a los creyentes, reclame particular autoridad para sus aseveraciones. Un creyente no está obligado a adherir a las opiniones que en cuestiones políticas --o de políticas públicas-formule la Iglesia. La Iglesia no posee autoridad en el sentido epistémico o dogmático en ese tipo de materias.
No cabe duda de que las expresiones vertidas por monseñor Chomali a propósito de los problemas públicos son valiosas; pero no se distinguen en nada de las que podría formular un sociólogo, un político sensato o un ateo razonable como el Presidente Boric. Si un católico se aparta de ellas no está siendo infiel a su fe o su condición de católico. Pero, como es obvio, no ocurre lo mismo en cuestiones relativas a los límites de la vida.
En este materia, la Iglesia reclama autoridad frente al creyente o, en otras palabras, el creyente si lo es de veras debe reconocer la verdad en el punto de vista de la Iglesia, sin que pueda esgrimir su conciencia para apartarse de ella. En este aspecto se debe distinguir entre la conciencia concebida como certeza subjetiva y la conciencia como un mandato de apertura a la verdad revelada.
Cuando la Iglesia habla de conciencia no se está refiriendo a la certeza del yo, al apego a la propia subjetividad o a la buena intención, sino al deber de estar alerta a la verdad que no provendría de la conciencia, sino que se ofrecería a ella.
La idea de que es correcto apartarse de la Iglesia en cuestiones como el aborto o la eutanasia sobre la base del propio discernimiento es un error frecuente que confunde, vale la pena repetirlo, la conciencia como certeza del yo o convencimiento subjetivo, de la conciencia como apertura a la realidad (que en términos más estrictos cabría llamar anamnesis, una suerte de memoria originaria del bien que, en términos teológicos, derivaría del hecho de que el ser humano habría sido hecho a imagen de Dios). Desde el punto de vista del no creyente, el catolicismo no parece digno de admiración cuando se lo concibe como una doctrina políticosocial (donde puede ser aventajada por la sociología o una buena teoría de la justicia) y cuando, al mismo tiempo, se concede a quienes se dicen creyentes la posibilidad de excusarse de sus aspectos más severos recurriendo a su conciencia subjetiva o arguyendo que no es posible saber de qué lado debe estar.
Ese tipo de catolicismo mal entiende el concilio y confunde la apertura al mundo moderno con la elaboración de un catolicismo fácil y ligero, que al revés de lo que se piensa, en vez de acercar la gente a la Iglesia la aleja.
Tal vez esta manera de concebir la catolicidad que acaba haciéndola irrelevante sea la causa profunda de que las iglesias sean cada vez más "tumbas y monumentos fúnebres de Dios". Después de todo, piensa el no creyente, ¿para qué necesitar a la Iglesia si está la buena sociología a la mano y si en cuestiones morales cada uno cuenta con su conciencia subjetiva como el árbitro final? CARLOS PEÑA.