Cuidados. ¿Un callejón sin salida?
La académica de la U. De los Andes advierte que tanto priorizar el desarrollo profesional como privilegiar sólo la familia comparten defectos: inmovilizan las estructuras sociales y eluden la corresponsabilidad. Las reivindicaciones feministas contemporáneas suelen impulsar la paridad como uno de sus principales tópicos. Se trata de buscar la promoción de la presencia femenina en posi ciones de poder político y empresarial, fuerzas laborales, ciencias e ción. Planteada de manera general, la idea puede ser buena.
Aunque para algunas de sus defensoras el objetivo es compartir el poder con los hombres, que podrían sostener las ventajas de lo que Sylviane Agacinski llama el “principio general de mixitud”: que las diversas instituciones y asociaciones en las que se organiza la vida social reflejen el carácter mixto que compone la humanidad en general añade una diferencia relevante y positiva en el modo de desenvolverse de las instituciones.
Por uno u otro argumento, las feministas se han embarcado así en la causa paritaria asumiendo con demasiada celeridad el modo en que debe operar: determinados mecanismos electorales, revisión de proyectos de investigación por género y supervisión de contrataciones. Sin embargo, la demanda por paridad (en cualquiera de sus formas) da por sentada una de condiciones de posibilidad más bá: cas: la compatibilidad entre empleo y cuidado. Lo cierto es que quienes tie= nen en sus manos el cuidado de los más dependientes y vulnerables de nuestra sociedad son, en mayor medida, las mujeres. La insistencia en la paridad suele soslayar esa situación, o no ve la relación entre una y otra. Los múltiples estudios y encuestas realizados durante y después de la pandemia dejaron expuesto el hecho de que las mujeres llevan adelante la mayor parte del trabajo de cuidados y labores domésticas.
En general, fueron ellas las primeras en abandonar o perder sus puestos de trabajo para poder dedicarse a atender y enseñar a sus hijos luego del cierre de los establecimientos educacionales. [... ] Pasada la pandemia, la urgencia de la Mamada * “crisis de los cuidados” quedar olvidada.
Pero, aunque los establecimientos educacionales y las fuentes de trabajo se han reabierto, la crisis sigue viva porque responde a una serie de factores muy anteriores al covid-19: el progresivo incremento del costo de la vida sin mayores ingresos, el aumento en la esperanza de vida y el envejecimiento de la población, o los cambios en las estructuras familiares y en las redes de apoyo. En ese contexto, las mujeres deben salir a trabajar como si no cuidasen y, a la vez, cuidar como si no trabajasen.
Autonomía contra cuidados Cierto feminismo observa esta situación como un resabio más de las cadenas que limitan la libertad de las mujeres. [... ] Desprenderse de esas cargas exigiría liberar la mayor cantidad de tiempo femenino posible a través de asilos más o menos sofisticados y de sistemas estatales o privados para el cuidado de enfermos y discapacitados. Según este punto de vista, si las mujeres han decidido tener hijos, se les debería facilitar el acceso temprano a salas cuna con la jornada más extendida posible. El cuidado de sus familiares no debería suponer ningún obstáculo para ellas y su desa: rrollo profesional o para el aumento de sus ingresos. Esta visión tiene al menos tres puntos ciegos. El primero es que opaca y debilita el papel de la corresponsabilidad. Al concentrarse en tercerizar el cuidado la mayor cantidad de tiempo posible, la modificación de los roles tradicionales de género se puede ver ralentizada, porque los varones no verían razón para involucrarse. Tampoco las instituciones donde ellos trabajan necesitarían considerar su dimensión de cuidadores, sino solo en cuanto trabajadores.
El segundo problema es que, al menos en lo que respecta a nuestro país, la familia sigue siendo considerada como la primera instancia responsable del cuidado. [... ] Visto desde cierto feminismo, esta visión puede tratarse únicamente de un paradigma cultural que puede y merece ser cambiado mediante diversas políticas que promuevan la desfamiliarización del cuidado.
Esta aproximación nos lleva a un tercer punto, pues la óptica culturalista resulta ineficaz tanto para comprender el problema desde la perspectiva de la persona cuidada, como para explicar las tensiones emocionales que experimentan muchas de las mujeres que trabajan y cuidan de sus seres queridos: proveer las condiciones materiales del cuidado no es lo mismo que cuidar. En esta tarea es fundamental conocer a quien se cuida para identificar y cubrir sus necesidades, con el fin de que ellas encuentren una respuesta satisfactoria a nivel físico, psicológico y emocional.
Las mujeres que trabajan fuera de su hogar, que han llevado adelante alguna labor de cuidado familiar y que luego la dejan atrás, perciben perfectamente esta diferencia, y tal percepción se suele traducir en una tensión emocional.
El acento en la autonomía y en el exclusivo desarrollo personal invisibiliza la culpa y tensión constantes con la que cargan muchas mujeres que trabajan y que han dejado tras ellas personas que requieren ser cuidadas. Este escenario no es una novedad.
Ya en los años veinte, Edith Stein denunciaba el estado de estrés y nerviosismo permanente de las mujeres que buscaban legítimamente desarrollarse en su profesión —o simplemente ga4 Ficha de autor Gabriela Caviedes es licenciada y doctora en Filosofía por la Universidad de los Andes (Chile) e investigadora del centro Signos de la misma casa de estudios. narse el pan— y a la vez atender a su familia.
Hoy, la politóloga feminista canadiense Joan Tronto identifica esta sensación de constante conflicto como un elemento esencial de lo que comprendemos como “crisis de los cuidados”. Escribe Tronto: “Todos experimentamos una versión de esa crisis a diario: “quisiera tener más tiempo para cuidar a mis seres queridos, para contribuir a causas que me importan, para estar ahí para mis amigos y amigas” Pasamos tanto tiempo en tareas indeseables y tan poco en las que realmente valoramos. ¿Cómo puede estar todo tan al revés? Empezamos a sentir esa presión como un fracaso personal”. Para las mujeres, la solución de ese fracaso suele estar estrechamente ligada a su situación económica.
Si desea impulsar su carrera profesional y puede permitírselo, la mujer opta por tercerizar el cuidado (lo que no la libera del estrés y del quiebre interno, ni tampoco de una fuerte dependencia de la institución, persona o empresa en la que relegó el cuidado). La otra opción es privilegiar un trabajo acotado, de menor ingreso económico y con el conocido “techo de cristal”. Algunas mujeres optan sencillamente por desertar del mercado laboral y descansar en el sueldo de su pareja o de alguna otra persona de quien ella se vuelve económicamente dependiente. Esto puede deberse a que su ingreso no alcanza a cubrir los gastos de tercerización, o bien a que el costo emocional de delegar aquellas tareas le resulta excesivamente gravoso.
En cambio, si su situación económica no se lo permite y se ve obligada a buscar no ya una carrera profesional, sino una fuente de ingresos —a veces lejos y por jornadas largas—, el desgarro se vuelve en muchos casos permanente.
Tradwives, la reacción antifeminista El énfasis en el cuidado que de facto realizan las mujeres, la tensión vivida por muchas de ellas y las experiencias compartidas han conducido a sectores ultraconservadores a una reacción contra la empleabilidad femenina, que romantiza la vida doméstica y hace imposible siquiera pensar compatibilizar trabajo y familia. [... ] El único lugar adecuado para la mujer sería el hogar, porque el bienestar completo de todo su núcleo familiar pareciera depender de su presencia.
No se trata únicamente de la decisión de una mujer particular dedesertar del mercado laboral para dedicarse al cuidado de sus hijos, de su madre o su padre, sino de una reemergencia ideológica —presente sobre todo en Estados Unidos—de lo que significa ser mujer y las labores a las que debe estar dedicada, incluyendo la sumisión a la voluntad del marido.
Este fenómeno se conoce bajo el nombre de tradwives movement (neologismo proveniente de la unión entre las palabras traditionaly wife). No es primera vez que la romanti zación de la vida doméstica cobra vida a modo de reacción o extenuación. Como bien señala Camille Paglia, un modelo femenino similar emergió tras la Segunda Guerra, cuando hombres y mujeres compartían el profundo anhelo de recuperar la normalidad familiar. Esto se tradujo en un realce de la vida doméstica, una polarización de los roles de género y el nacimiento de los baby boomers. Tal como se observa, por ejemplo, en la película La sonrisa de Mona Lisa, las mujeres de entonces, independientemente de lo capaces que fueran, tenían primordialmente el matrimonio y la crianza en su horizonte vital. Pero lo que nuestras reaccionarias contemporáneas olvidan es el vacío que se fue apoderando de manera progresiva del corazón de esas mujeres. Betty Friedan describe ese vacío en La mística de la feminidad, publicado por primera vez en 1963. Friedan comenzó su trabajo de investigación cuando era una dueña de casa de 36 años y madre de tres hijos.
Se dio a la tarea de entrevistar a decenas de mujeres para saber cómo se sentían con sus vidas, pues intuía que en todas ellas había un “malestar sin nombre” producto de aquella “mística femenina” que debían encarnar.
Realizó una cantidad suficiente de entrevistas como para sostener con firmeza que la mujer estadounidense “cuando hacía las camas, la compra, ajustaba las fundas de los muebles, comía sán= dwiches de crema de cacahuete con sus hijos, los conducía a sus grupos de exploradores y exploradoras y se acostaba junto a su marido por las noches, le daba miedo hacer, incluso hacerse a sí misma, la pregunta nunca pronunciada: ¿ esto es todo?” La pregunta no sorprende demasiado. Como hoy nos parece natural afirmar, el trabajo remunerado y fuera de casa tiene múltiples beneficios además de la independencia económica. Permite desplegar talentos, cambiar de ambiente y renovar las relaciones familiares, así como impactar en la comunidad y en la esfera pública a partir de las propias acciones, características personales y potencialidades. Buscar el balance Puede objetarse que, al menos en nuestro país, no existe un movimiento ideológico antifeministafuerte como el de las tradwives. Pocos —si alguno— osarían sostener públicamente que el lugar de las mujeres es la cocina, o que deben estar sometidas a la voluntad del marido.
Sin embargo, persiste la idea de que las mujeres deberían quedarse en su casa mientras los hijos son (Continúa en la página 16) (Viene de la páginat5) pequeños, y que la familia se ve descuidada si la mujer trabaja a jornada completa. En la práctica, la conclusión que subyace es que resulta imposible compatibilizar un cuidado adecuado de la familia y el trabajo. Paradójicamente, además, parece ser una conclusión compartida con las feministas que buscan dar mayor libertad de acción a las mujeres para su desarrollo personal a través de la liberación de su tiempo.
Las grandes dificultades logísticas y emocionales que enfrentan las mujeres al momento de intentar realizar ambas tareas lo mejor posible parece levantar un profundo escepticismo general respecto a la sostenibilidad del sistema, tanto para el desarrollo laboral como para las mujeres y las familias. En una palabra: ella debe escoger entre la familia y la vida profesional, pues atender bien ambas dimensiones resulta imposible. El mayor involucramiento de los hombres y una evaluación crítica del tiempo en el trabajo son los grandes ausentes de la discusión. Joan Tronto pone énfasis precisamente en estos últimos asuntos. Sabemos que las mujeres cuidan.
Pero según Tronto, que lo hagan no quiere decir que: (i) dado que las mujeres se embarazan y dan a luz, entonces son más naturalmente aptas para cuidar; (ii) todas las mujeres cuidan o deberían cuidar bien; (iii) los hombres no cuidan, no lo hacen bien o no deberían hacerlo. Lo único que sí significa decir que las mujeres cuidan es que de hecho ellas se han llevado, y se llevan, las labores de cuidado en una proporción mayor. El tercer punto recién descrito es particularmente interesante. Los hombres cuidan, y son tan capaces como las mujeres de cuidar, pero lo hacen en menor proporción y de otra manera. Asociar el cuidado solo con el modo femenino de hacerlo conduce a inequidades importantes, porque te se contempla el tiempo que ellas deben dedicar a cuidar. Por otro lado las personas cuidadas se ven privada de la riqueza de la complementariedad.
Ahora bien, esto no significa qu haya cierto tipo de acciones que esté reservadas a las mujeres —digamos, cambiar pañales o dar medicamentos— y otras a hombres —por ejemplo, salir con sus hijos a hacer deporte—. Una visión equilibrada del cuidado requiere estar abiertos a la totalidad de las prácticas que lo constituyen, según el modo que resulte más cómodo para cada cual.
La estrechez con la que acostumbramos evaluar el cuidado ha llevado a que muchas mujeres limiten el campo de acción masculina en él, porque les gustaría que imitaran sus modos y terminan dilapidando así las posibilidades de la corresponsabilidad.
Por su parte, muchos varones suelen valerse de excusas para mantener el estilo de vida al que están acostumbrados: “no soy bueno en esto”, “he trabajado ya todo el día” o “ya hice mi parte”. El resultado final es que, en Chile, aunque las prácticas de corresponsabilidad han mejorado a lo largo del tiempo, aún son muy precarias. Tronto recuerda que nadie nace sabiendo cómo cuidar: tanto para hombres como para mujeres, cuidar es una práctica.
Y como toda práctica, solo se mejora en su ejercicio, lo que requiere desde luego más tiempo. [... ] Tronto piensa que hemos hecho aparecer la crisis de los cuidados como un dilema exclusivamente personal que nos ahoga, cuando responde en realidad a un jlema político y económico. Proe repensar la distribución y el uso tiempo: “El propósito de la vida 1ómica es respaldar el cuidado, no wés.
La producción no es un fin en ¡ isma; es un medio para el fin de r lo mejor que podamos”. Y vivir lo ar que se pueda incluye tener la or disponibilidad para el cuidado ¡ uestros seres queridos y de nosotros mismos. El desarrollo humano alcanzado a través del trabajo es relevante, desde luego, y debe ) impulsarse.
Pero si ese desarrollo carcome los espacios necesa) rios para el enriquecimiento que obtenemos en conjunto con nuestros seres queridos, ces subsiste en la estructura de la sociedad un severo problema de orden que afecta a ambos sexos.
En ese sentido, la búsqueda de mecanismos de apoyo para el cuidado es positiva, en la medida en que no se vean como un reemplazo sino como un complemento que permita el desarrollo laboral de hombres y mujeres. A la vez, tales mecanismos deben entenderse como un complemento a ambos, no solo a las mujeres. Así pues, por un lado, resulta relevante recordar que las labores de cuidado poseen un valor humano superior a los bienes económicos que están en juego. Sin embargo, de ahí no se sigue que solo las mujeres puedan ni deban hacerse cargo, de manera individual y particular, del cuidado de los vulnerables o de los miembros de su hogar. Los hombres también pueden estar atentos a las necesidades de otros.
Tampoco se sigue que sea necesariamente beneficiosa la presencia constante de la mujer en su hogar y con su familia, sino que la pérdida de autonomía y desarrollo personal puede impactar negativamente también en aquel círculo que se busca enriquecer.
Es necesario, por último, volver a subrayar que la visión enfocada en la protección de la autonomía y el desarrollo profesional en desmedro de la familia tiene un gran punto de encuentro con la visión conservadora que busca privilegiar la familia en menoscabo del desarrollo profesional.
Para ambos, hay que elegir entre una y otra, lo que inmoviliza las estructuras sociales, vuelve dispensable la corres= ponsabilidad e imposibilita ajustar la manera en que usamos el tiempo [... ]. Sin haber reflexionado sobre estos asuntos, o sin haber buscado soluciones, cualquier intento de pensar una mayor presencia femenina en los distintos ámbitos de la vida pública tendrá poco alcance de largo plazo.
El privilegio de autonomía como valor preponderante y la visión del trabajo o la presencia en la esfera pública como el único medio de desarrollo, como si lo público y lo privado no compartiesen campo común, dejarán fuera de la participación pública a muchas mujeres que no encontrarán la manera de sobrellevar las tensiones de la compatibilización, o soslayará el dolor de quienes no tienen más alternativa que tercerizar los cuidados de manera permanente.
En cambio, romantizar la vida de la cuidadora de la familia posee el alto riesgo de volver a crear en las mujeres ese problema interno “que no tiene nombre”, que Friedan describió, y que responde a la necesidad que cada ser humano tiene de desplegar sus talentos. En ambos casos, la presencia de figuras disponibles para llenar espacios en la esfera pública tiende a disminuir.
Así, encontrar el equilibrio entre cuida= do interpersonal y el desarrollo autónomo de las capacidades es un requisito indispensable para pensar en cualquier grado de de mixitud de género en lo laboral, lo político y lo intelectual.