TESTIMONIOS DESDE LA "ZONA CERO": Impacto del caos perdura entre los vecinos y afectados
TESTIMONIOS DESDE LA "ZONA CERO": Impacto del caos perdura entre los vecinos y afectados Eduardo Muñoz fue víctima de la delincuencia desatada.
Carmen León, delante de la atacada parroquia San Francisco de Borja TESTIMONIOS DESDE LA "ZONA CERO": Impacto del caos perdura entre los vecinos y afectados Un empresario, un clásico quiosquero, la presidenta de una junta de vecinos y la dirigenta de una feria artesanal del sector rememoran los momentos más duros del estallido, que los marca hasta hoy. Y aunque ansían días mejores en el lugar, admiten que el barrio está muy lejos de recobrar la normalidad.
MAX CHÁVEZ y FERNANDA AROS EN PLAZA BAQUEDANO Y ALREDEDORES ALICIA MARTÍNEZ, DIRIGENTA DE FERIA DE ARTESANÍAS BELLAVISTA: "Van a pasar muchos años para que este barrio vuelva a la normalidad" "Quedamos atrapados al medio de una guerra, porque esto acá era como una guerra", recuerda Alicia Martínez, dirigenta de la feria de artesanías Bellavista, ubicada en Recoleta, en Pío Nono con Santa María, a solo pasos de Plaza Baquedano.
Muy cerca del puesto que atiende, durante el estallido cientos de encapuchados atacaban a diario a la policía. "Les tiraban piedras a los carabineros y los carabineros tiraban bombas lacrimógenas, y nosotros estábamos al medio de todo", dice. Y los efectos de la violencia fueron considerables, reflexiona. De los 60 feriantes que había antes del estallido, ahora solo quedan 18. Muchos de ellos enfermaron, algunos fallecieron y otros decidieron dejar el lugar por la inseguridad y las bajas ventas. "Esto no es lo que era antes. Los turistas extranjeros se bajan del avión y les dicen que no vengan a este barrio porque es peligroso, y es cierto. Van a pasar muchos años para que este barrio vuelva a la normalidad", lamenta. Y añade que "esto tuvo un costo grande para nosotros. Nos afectó emocional y físicamente.
Me diagnosticaron enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), igual que a varios más de acá, y eso yo creo que fue por las bombas lacrimógenas, porque yo no fumo". Sandra, otra locataria de la feria, remarca el daño a la salud mental: "Quedé con mucho temor, no puedo salir a la calle sola. Aquí mismo yo sufrí dos crisis de pánico. Me acuerdo del estallido y siento angustia". n Antes del estallido eran 60 feriantes, hoy son 18, dice Alicia Martínez.
SERGIO ALFONSO LÓPEZ CARMEN LEÓN, EXPRESIDENTA DE LA JUNTA DE VECINOS DEL BARRIO SAN BORJA: "Hubo un cambio muy grande y ahora se está viviendo otra vida" Carmen León presidía la junta de vecinos Barrio San Borja. Hoy, recuerda que cuando amaneció aquel sábado 19 de octubre, se enteró de los ataques incendiarios perpetrados en las horas previas en distintas estaciones del metro. Pero lo que no imaginaba era que esa misma tarde el sector estaría copado de manifestantes.
Y aunque pensó que sería algo momentáneo, no fue así: "Al otro día volvió otra vez la cosa y al siguiente también, y entonces ahí nos dimos cuenta de que esto no iba a parar pronto", señala.
El problema, relata, vino con la rápida escalada de violencia, con su barrio transformado en un campo de batalla, capturado por los violentos manifestantes. "Empecé a somatizar y tuve sesiones con psicólogos, porque yo quedé... (Hace una pausa)... Llegó un momento en que yo no podía sentir las sirenas, porque el `guanaco' tiene un sonido, los bomberos tienen otro. Yo sentía eso y me daba temor; todavía estoy con colon irritable que se desarrolló por ese estrés", rememora mientras recorre su vecindario. Según León, el sector cambió por completo tras el 18-O. "Lo primero que pasó es que sacaron a todas las personas de edad que tenían grandes limitaciones. Estaban en familia acá y se las llevaron a hogares, y en los hogares no duraron más de seis meses, algunas se murieron. Empezamos a saber después", cuenta. Aunque también hubo familias con niños que decidieron dejar el sector: "Aquí era irrespirable. Andábamos con mascarillas antes de la pandemia. Entonces, fue un impacto muy fuerte, la población de este sector fue muy lastimada en lo familiar, comunitario y mental". Del estallido aún quedan rayados, edificios abandonados y ventanas tapiadas con planchas metálicas. A juicio de León, los cambios en el barrio perduran y con ello ha empeorado la calidad de vida.
Extraña, por ejemplo, la sucursal del banco donde abrió su primera cuenta hace más de 50 años, la farmacia que le quedaba a solo unas cuadras para retirar su remedios o el Museo Violeta Parra, donde "hacían muchos talleres todos los sábados, varios de nosotros participábamos ahí". "Hubo un cambio muy grande y ahora se está viviendo otra vida", resume.
Irónicamente, León admite que para los vecinos de San Borja la llegada de la pandemia fue un alivio: "Solo entonces pudimos descansar". n HÉCTOR FLORES JUAN CARLOS TORRE, EMPRESARIO: "Se me aprieta la guata en cada aniversario (... ), porque no sabes qué va a pasar" Al remontarse a los días de mayor violencia, Juan Carlos Torre admite: "No recuerdo tanto, porque el shock del tema me lo ha bloqueado". El empresario es miembro de una familia especialmente golpeada por la ola delictual de octubre del 2019 y los meses que siguieron.
Sí se acuerda cuando el gerente del Hotel Principado de Asturias, ubicado en Vicuña Mackenna 35, lo llamó para decirle que un grupo de encapuchados los habían rociado de bencina y les habían dado media hora para evacuar el recinto antes de prenderlo, o cómo tuvo que escapar "por los techos a un local de al lado", porque estaban saqueando el restaurante La Terraza, que también es propiedad de su padre, Lucio Torre, con inversiones desde hace más de 50 años en el hoy derruido sector. "Acá pasaban ocho, 10 horas sin presencia policial. Había impunidad total", dice Juan Carlos. En total, señala que fueron ocho los inmuebles que fueron saqueados o totalmente quemados que eran propiedad de la familia, entre ellos, el restaurante La Hacienda Gaucha y el Hotel Principado Express. En lo personal, también reconoce altos costos: "Me pegó fuerte, pero me metí en el personaje de estar apagando incendios y ver cómo recuperar todo, más que en lo que estaba pasando. Pero llegaba a mi casa con un nivel de angustia gigantesco, totalmente sobrepasado.
Mi papá es una persona muy fuerte, al que le ha tocado muy duro en la vida y él en un comienzo tuvo más fortaleza que nosotros y nos animaba, pero él también sufrió un bajón anímico muy fuerte que le ha costado superar". Ahora, a días de una nueva conmemoración del 18-O, Juan Carlos reconoce: "Se me aprieta la guata en cada aniversario. Porque esos días tenemos que estar acá, dentro de los locales. Pero es duro, porque no sabes lo que va a pasar.
Tenemos la esperanza de que sea un momento para evaluar lo que pasó y que no dé paso a la violencia". Torre dice que el sector está totalmente "de capa caída" y que "en comparación con lo que era antes del estallido, no es ni la sombra". Con todo, no se rinde ante la violencia: "Yo nací en el barrio, mi papá lleva más de 50 años y tenemos un deber moral por el legado de mi padre y con la gente de acá. Tenemos un cariño muy especial y nosotros no nos vamos a ir de acá. Somos testarudos y vamos a luchar. Aunque no ha sido fácil". Y asegura: "Acá hemos estado solos. La gente nos da mucho apoyo, pero ayudas del Estado, nada". n Juan Carlos Torre siente "un deber moral" de reimpulsar la zona.
HÉCTOR ARAVENA EDUARDO MUÑOZ, PEQUEÑO COMERCIANTE: "Nos reventaron siete veces el quiosco y nos robaban todo" "Yo aprendí a leer aquí, en la calle, usaba las monedas como ábaco, es toda una vida", dice Eduardo Muñoz (52), dueño junto a su madre de un quiosco en avenida Vicuña Mackenna con Alameda, en la denominada "zona cero" del estallido.
Al recordar esos meses, de sus labios aflora inmediatamente un concepto: "Terrible". A comienzos de 2019, rememora, había sido diagnosticado con cáncer y terminó el tratamiento de quimioterapia solo unos meses antes de la ola violentista. "Fue muy duro", recuerda, y no es para menos: "Nos reventaron siete veces el quiosco y nos robaban todo, no quedaba nada de nada. Tuve depresión, ansiedad... Luego del tratamiento contra el cáncer, me detectaron un glaucoma tubular y he ido perdiendo la visión.
Realmente este quiosco se mantiene parado de milagro". Pese a todo, Eduardo continuó visitando diariamente el sector para intentar abrir su negocio o, al menos, intentar evitar que fuera vandalizado. "Me terminó dando un cuadro alérgico en los brazos, me hicieron hasta una biopsia para saber qué era, nunca supe si fue solo el estrés o los gases de las lacrimógenas. Porque acá no se podía respirar.
Yo le pedía a mi mamá que se quedara en la casa y venía a intentar trabajar, pero no cumplía ni un año desde que había terminado la quimioterapia", dice, y repite: "Fue muy duro". En el caso de su madre, de 78 años, afirma que "ella se me vino en picada, por la impotencia. Porque nosotros no tenemos espaldas, no somos la farmacia, el banco que también reventaron, que no es por justificar, pero son empresas grandes, con seguros.
Lo que uno no entiende es qué tenían contra un quiosco, somos gente a la que no le sobra nada". Y mientras el 18-O permanece como un mal recuerdo para Eduardo y su madre, Elsira, hacia el futuro tampoco abriga mayores esperanzas: "Plaza Italia nunca va a volver a ser lo mismo. El barrio sigue muerto, porque no volvió nadie. Yo vendo un 40% de lo que vendía antes del estallido. Yo antes vendía $600 a $700 lucas en cigarros a la semana; ahora, con suerte, compro $350 mil y no lo vendo todo.
Hoy día he vendido 60 lucas, pero de esas 25 son puro cigarro, y de eso yo me gano, con suerte, una luca". Como otro ejemplo para graficar el panorama, añade que "antes aquí este barrio estaba plagado de lanzas, pero hasta ellos arrancaron de acá, porque olfatean la plata y buscan donde hay gente todo el día, y no se van a meter aquí, donde no anda nadie, ahora que ya no hay movimiento. Se fueron a Huérfanos, Ahumada, a Estación Central". n FELIPE BÁEZ.