Autor: RICARDO BRODSKY
Boric en versión realista
Señor Director: El Presidente, en la Cuenta Pública ante el Congreso Pleno, trató de entusiasmar a un país desencantado.
Cambió las ideas y los sueños con que llegó al poder por tangibles promesas y cuentas destinadas a mejorar la vida cotidiana de las personas, promesas envueltas, si se puede decir así, en el, antes despreciado, ideal burgués del progreso. La previa del discurso presidencial estuvo marcada por el coro oficialista que nos llamaba a reconocer que habían "estabilizado" el país.
No fue una buena idea, porque los chilenos tienen clara conciencia y recuerdo de quienes buscaron "meterle inestabilidad al país”. Así, el discurso nos habló de la construcción de un país que reconocía y se hacía cargo de las oportunidades que tiene al frente: la producción de combustible verde; la explotación del litio y del cobre para convertir a Chile en socio mundial de la transformación energética y la electromovilidad; la construcción de la red ferroviaria que uniría y daría orgullo al país; la modernización de las policías para afrontar la crisis de seguridad; la extensión del transporte público; los miles de millones en obras de infraestructura; un sistema de cuidados que hará justicia a las mujeres que consagran su tiempo a los otros; la organización de fiestas deportivas de nivel global que unirán y harán felices a los chilenos.
El ideal de progreso enarbolado en el discurso presidencial se acompañó de frases y propuestas que forman parte de la identidad oficialista y sobre las cuales no se dejará de hablar, aunque la verdad es que es muy difícil concretar avances.
De manera que sí, dice el Presidente, nos hemos puesto realistas, pero no dejamos de ser quienes somos ni de proponer debates que en democracia y en una sociedad moderna no se pueden eludir, como es el caso del aborto libre o la eutanasia. Es un buen giro el del Presidente, augura dos años en que el desafío será la gestión de avances y logros concretos sobre necesidades reales del país.
Lo lamentable del discurso, más que la mención al aborto, fue la ausencia de autocrítica y el silencio respecto de sus grandes desaciertos, como es el caso de los indultos y pensiones de gracia, la ingenuidad frente a la dictadura de Maduro, así como el paso exprés en el discurso sobre las responsabilidades en la tragedia del incendio de Viña del Mar. Asimismo, resulta desalentador ver al Presidente insistir en matricular a Chile en el frente antiisraelí, que lideran países donde los derechos humanos no son precisamente respetados.
Este giro presidencial no convierte al Gobierno en socialdemócrata ni al Presidente en socialista, como algunos con voluntarismo quieren creer, sino —y en buena hora— en realista, en pragmático, que parece saber que estando en La Moneda tiene responsabilidades que no puede eludir si no quiere agregar al fracaso de los sueños el descalabro en la vida real.