LA VIDA DE PELÍCULA de un activista radical
LA VIDA DE PELÍCULA de un activista radical Álvaro Toro dejó su militancia comunista a los 26 años, estudió Derecho en la Universidad de Chile. “Ahí se acabó la política para mí, ahí dije, ya, tengo que rehacer mi vida, tenía polola, me casé”. POR ESTELA CABEZAS.
FOTO MACARENA PÉREZUna tarde del mes de junio de 2014, Álvaro Toro, 61 años, uno de los abogados ambientalistas más temidos de Chile, quien en 2012, según la prensa de la época, derribó la central termoeléctrica Castilla, perteneciente al multimillonario brasileño Eike Batista dejando en nada un negocio de 5 mil millones de pesos, se bajó del avión en un aeropuerto de Moscú con una misión: participar en el programa estelar de la televisora más importante de Rusia, donde había sido invitado como una personalidad, un símbolo.
Pero no uno ligado a casos de mi trabajo como abogado, sino para homenajear a una compositora rusa, Aleksandra Pakhmutova, que estaba cumpliendo 80 años y que escribió una canción que se llama Esperanza y que fue mi gran compañía cuando estuve preso. ¿Qué?Así no más. Ahí estaba yo en este programa, con muchas personalidades rusas haciéndole un homenaje a esta compositora que era una especie de Valentín Trujillo en Rusia. Había un cantante, algo así como un Lucho Jara, que interpretaba sus canciones. Había muchas luces y brillo. Y yo cuenta. La historia es así.
Álvaro Toro estuvo preso dos años en Chile y le escribió a un profesor de música que había tenido en sus años viviendo en la Unión Soviética que esa canción, Esperanza, lo acompañaba en su encierro. Él se lo comentó a la autora y ella se la dedicó, transformando, en cierto sentido, esa canción en su himno. El niño chileno que estuvo preso y que cantaba su canción. Ese fui yo dice y suelta una carcajada. “Mi vida, mi niñez en Moscú, y esto es algo que se lo he escuchado a muchos otros que estuvieron de chicos allá, fue una maravilla. La niñez en un país socialista, de estos socialistas reales, Alemania, Cuba, Unión Soviética, es una maravilla. El problema está en que la juventud es un infierno”. Álvaro Toro es el tercero de cuatro hermanos. Su padre, Carlos Toro, fue subsecretario de la PDI en el gobierno de Salvador Allende. Él y su madre, Alicia Vega, se conocieron en la Universidad de Chile, donde ambos estudiaban Ingeniería Electrónica.
Su padre se había hecho comunista en el Instituto Nacional, mientras que su madre, que había estudiado en el Santiago College hasta segundo medio y luego en el liceo 7 de niñas, lo hizo en la universidad. Ambos venían de familias con padres masones. Mi abuelo materno, mi tata Julio, era académico, entonces él siempre tuvo una tremenda disputa con la visión católica, pechoña. Era conocido, no amigo, de Allende y aunque era “facho”, votó por él por la masonería y porque no estaba dispuesto a votar por Frei que era católico. Su abuela materna era de izquierda y dice que, para el Gol-pe, ya era promirista. Ellos llevaban muchos años separados. Eran familias bien, como se decía en esa época, “eran profesionales, trabajaban para el Estado, vivían en Vitacura”, dice. Cuenta que antes de salir de la universidad su padre ya trabajaba para el Partido Comunista.
Era mediados de los 60 y el PC era una organización más o menos fuerte, tenía parlamentarios y a mi papá lo metieron en el tema de la seguridad del Partido Comunista, entonces, mi papá se retiró del partido públicamente. Al titularse, mucha gente pensó que, como varios estudiantes comunistas que cuando salían dejaban de lado el partido, él también se había ido. Pero no. Mi mamá también dejó de participar políticamente por esa razón. Álvaro Toro dice que el Partido Comunista puso sus fichas en él: a fines de los 60 su padre fue formado por los soviéticos en temas de seguridad, de armamento. También en Cuba. Pero claramente no le pegaban mucho dice. Si no, no se entiende lo que pasó en el Golpe y luego cómo cayó toda la cúpula del partido. El PC le puso un equipo a Allende, cuenta, para que le colaborara en las épocas de campaña y entre medio también, y así fue como Carlos Toro se transformó en su chofer. En ese sentido, conocía bastante a Allende porque se veían cotidianamente. Pero mi papá siempre fue muy reservado, nunca contó mucho, solo sé que cuando viajaban por el país lo pasaba a dejar a algunas casas en particular. Cuenta que su padre volvió a hacer pública su militancia cuando Salvador Allende salió elegido presidente y lo nombró como subsecretario de la PDI. Muchos se preguntaron “¿ de dónde salió este compadre?”. No lo identificaban. Yo siempre quise saber de esa época porque yo, como joven comunista, le cuestionaba el Golpe.
“¿Cómo pudo haber sucedido esto?”. Y él era uno de los que tendría que haber tenido una respuesta. ¿Se refiere que usted creía que ellos debieron haber salido a pelear con armas?Sí, se supone que para eso estaban, si era un gobierno legítimo. Y él en eso era muy, muy reservado.
Pero después hizo su análisis y yo creo que eso contribuyó un poco a que el Partido Comunista, desde el año 80 en adelante, girara de esa actitud democrática que había tenido, de este socialismo de nuevo tipo, allendista, con vino y empanada, a una política con un componente militar. A decir, como en Chile tenemos una dictadura, ese componente militar es muy relevante.
De la época de la Unidad Popular, Álvaro Toro se acuerda poco, solo que vivían en una casa cómoda en Vitacura, que eran los únicos de izquierda en su barrio y que “estaba lleno de fachos y ellos sabían que nosotros no lo éramos”. Los de Patria y Libertad nos rayaban la casa a cada rato, mi mamá siempre fue muy enérgica en eso, nunca se amedrentó. Alguna vez, claro, nos pusieron carabineros o investigaciones. Nos rayaban la casa, nos tiraban caca, pero nada más. Tenía 10 años y recuerda su mundo como uno muy feliz. Pero con el Golpe, agrega, vino para ellos el desastre. Mi papá no tenía dónde fondearse. Se supone que era elencargado de esconder a toda la dirección del partido y se les cayeron todas las casas. Lo hizo pésimo. Gladys Marín no tenía dónde esconderse. Luis Corvalán, la casa que tenía, no estaba tan cubierta y a la casa en que se iba a refugiar mi papá llegaron 10 personas más. ¿Alguna vez le dijo eso?Después, alguna vez, sí. Es que lo hicieron mal. ¿Y por qué cree que lo hicieron tan mal?Porque no pensaban que iba a ser así, con ese nivel de brutalidad. Creyeron que iba a haber un Golpe y que los iban a llevar a un campo de concentración y que los iban a tener ahí. Jamás pensaron que los iban a salir a matar. También pasó que mucha gente que iba a apoyar al partido se asustó y cerraron sus puertas. Toda la familia dejó la casa. A los pocos días los vecinos le avisaron a su abuelo materno, quien vivía con ellos, que estaban allanando la casa. Mi abuelo fue profesor de la Escuela de Oficiales de Carabineros y él tenía un departamentito al interior de la casa. Cuando llegaron, abrió unos libros y en uno decía “A mi estimado profesor”, firmado por Mendoza. Y con eso los milicos lo dejaron tranquilos.
Pero, dice, los militares no fueron los primeros que entraron, sino los vecinos de Patria y Libertad, que dejaron toda la casa “llena de caca, en el piso, la mesa, los sillones y en las paredes. También estaba lleno de papel confort, así puestos como guirnaldas”. Él terminó viviendo en la casa de una amiga de su mamá. Desde ahí no vi más a mi mamá, que terminó por asilarse en la embajada de Bulgaria, ni a mi papá, que llegó a la de Honduras. A mi papá después lo volví a ver muchas veces en la embajada, porque podíamos entrar. En septiembre de 1974, Carlos Toro pudo salir al exilio. Con él partieron todos sus hijos. Su esposa, Alicia Vega, se quedó en Chile por seis meses más. Llegaron a la RDA y cuando se les sumó Alicia, se fueron a Moscú. El Partido Comunista estableció su base en Moscú y allá llegaban pocos chilenos. Llegamos como en septiembre, estaba empezando el colegio. Mi papá y mi mamá se reencontraron. Nos pasaron un departamento chico, en el sentido de cómo estábamos acostumbramos a vivir, con nada, pero nos sentimos súper bien. Este era un departamento grande para Moscú, de dos dormitorios; de hecho, ocupábamos el living como un tercer dormitorio, allá no había muchos así. Álvaro Toro recuerda esa época como muy feliz, aunque su familia, dice, estaba viviendo muchos cambios: sus papás se separaron. Cuenta que Carlos Toro era el enlace del partido con el mundo, entonces viajaba mucho. Estaba mucho tiempo fuera de la casa, meses. Curioseando de cabro chico, me metí en sus cosas y vi pasaporte con distintas identidades, una de un español, con bigote por ejemplo, que viajaba a Argentina.
Yo tendría 12 años y ya sabía que eso no se lo podía comentar a nadie, entendí desde chico que tenía que ser reservado, cuidadoso. ¿Y allá su mundo era chileno o ruso?Era entre ruso y chileno. Es decir, hubo un esfuerzogrande de los chilenos por mantener una comunidad. Se formó un coro que dirigía el tío Pepe, el actor José Secall, que era increíble, y lo pasábamos súper bien, nos enseñaban a bailar, a cantar. Mi hermana cantaba precioso, pero nosotros cantábamos mal.
Y nos invitaban, por ejemplo, a cantar con el coro de Moscú, que tenía unas voces preciosas de 50 cabros y nos ponían a nosotros, que éramos diez o doce ahí, adelante, cantando más o menos no más recuerda y se ríe. Eran los chilenos desafinados. Sí, bueno, pero era divertido, yo me daba cuenta de que la gente nos quería mucho. Pero los querían porque eran los exiliados de Chile. Yo siempre tuve mucha conciencia de eso. Pero mi vida, mi niñez en Moscú, y esto es algo que se lo he escuchado a muchos otros que estuvieron de chicos allá, fue una maravilla. La niñez en un país socialista, de estos socialistas reales, Alemania, Cuba, Unión Soviética, es una maravilla. El problema está en que la juventud es un infierno. ¿Por qué?Porque durante la niñez tú haces lo que quieres. Es decir, con más modestia, con menos modestia, si te gustaba un deporte, natación, gimnasia, lo que fuera, lo podías practicar; si te gustaba pintar, cantar, había clases, lugares donde hacer actividades. A esa edad tú tenías la sensación de que podías hacer lo que quisieras y eso se incentivaba. Pero cuando crecías no. No podías criticar, si algo no te gustaba, te llegaba la repre. Yo no viví eso, pero muchos amigos que se quedaron, sí. Dice que si él se hubiera quedado en la Unión Soviética, probablemente habría sido uno de los primeros que habría salido a protestar con los universitarios, como lo hicieron todos sus amigos. Ellos salieron a respaldar la Glasnov y la Perestroika. El soviético era un sistema muy restrictivo, pero no para los niños, que es lo que yo viví. Cuenta que su mamá comenzó a trabajar como secretaria del Partido Comunista y que no estaba tan feliz. Ella se dio cuenta de que ahí las mujeres eran secretarias y los hombres eran los jefes. Mi mamá era la secretaria de Volodia Teitelboim. Ella lo admiraba un poco por la intelectualidad, pero pronto ella se comenzó a poner del lado de presionar dentro de lo que podía para que el partido adquiriera una posición más radical.
Ella era muy de la idea de la rebelión popular En esa época los niños menores de 18 años eran libres de volver a Chile y su madre, Alicia, estaba decidida a que sus hijos volvieran antes de cumplir esa edad. Para que eso sucediera, cuando los dos más grandes comenzaron a acercarse a esa edad, Alicia Vega habló con su mamá para que los recibiera de vuelta. Álvaro Toro fue el último en volver, su abuela no lo quiso recibir porque tenía una diabetes delicada y ella no quería hacerse cargo. Entonces su madre convenció a su padre OJO. Álvaro llegó a Chile en noviembre de 1981. Tenía 17 años. El único compromiso que pidió el abuelo fue que sus nietos no se metieran en política. Pero Toro y su hermano, cuenta hoy, se escapaban en la noche y salían a hacer grafitis contra Pinochet por toda Ñuñoa, que es donde vivía su abuelo. Era divertido porque como no teníamos un tan buen español, muchas veces escribíamos las palabras con faltas de ortografía. Una vez escribimos rebelión con v. Nos moríamos de plancha. Su abuelo descubrió sus andanzas y los mandó donde sus hermanos mayores, que ya vivían solos.
Por esa época entró a estudiar Historia y Geografía a la Universidad Católica, y lo hizo en esa universidad porque su hermano mayor, que era un activo militante de las Juventudes Comunistas, le dijo que ahí faltaba gente. Para ser un militante útil, él hizo lo suyo: ingresó a las unidades de combate, los grupos de choque. También hizo cursos de armas en el Cajón del Maipo, mismo lugar en que años después lo harían los militantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. También hizo cursos de explosivos. Ahí, con los más afines, porque no a todos les interesaba, comenzamos a poner explosivos. Poníamos explosivos en los postes y hacíamos cortes de luz en grandes sectores de Santiago, muchas veces generamos cortes en la Católica, en el campus San Joaquín. Hablamos del año 83,84. También reconoce que le pusieron bombas a la sede de los gremialistas en calle Suecia. Pero no eran bombas para matar a nadie, eran bombitas. ¿Y no le importaba matar a alguien?Era una bomba y la pusimos en la noche cuando nadie circula por el sector. Era un par de cartuchos de dinamita para expresar repudio a los gremialistas que controlaban y dominaban en la UC. Teníamos mucha confianza que no habría daños a personas, solo a la sede gremial. Éramos cuidadosos. Obvio, teníamos menos de 20 años. En todo caso, el mayor riesgo lo teníamos nosotros mismos. Estaba muy convencido de que era la manera de combatir al régimen pinochetista. Lo que hacíamos era tratar de hacer cosas para colaborar con las protestas que se estaban generando. Una vez también interceptamos un camión de pollos y lo llevamos a una población. Todo “iba bien”, dice, hasta que la noche del 1 de abril de 1984 algo salió mal. Nosotros íbamos desde Ñuñoa hasta el Campus San Joaquín, por las calles chicas, para poner una bomba en un poste y dejarlos sin luz. Las protestas estaban muy fuertes en esa época. Íbamos en bicicleta con mi amigo Horacio Lira.
Había toque de queda, en la bodega donde habíamos preparado todo y que era de propiedad del papá de Horacio, que obviamente no sabía nada de esto, se quedó la otra amiga que formaba nuestra célula. Y por ahí por calle Santa Elena, una micro de pacos nos vio. Nosotros no la vimos y se dio la vuelta y nos detuvo. Íbamos con una bomba y una pistola. Yo estaba en primer año de universidad. Ahí, asegura, les pegaron y los torturaron, tanto que él entregó el nombre de la compañera con la que estaban. Sí, entregué su nombre, porque como era una amiga, me lo sabía. Alvaro Toro se queda en silencio. Yo no fui ningún héroe. No estuve a la altura. Ahora con la tortura es difícil, me pegaron mucho, me pusieron corriente. Me preguntaban quién era mi jefe. Yo no sabía. Sabía que era el tanquista, pero su nombre no lo sabía, solo el de ella. Era una época en la que todavía desaparecían personas. Ella tuvo que exiliarse para que no la tomaran detenida. Cuenta que cuando salió libre su hermana le recriminó por qué había dado el nombre de su compañera, “fue bien dura conmigo. Yo a ella con el tiempo le pedí perdón y hoy somos amigos. Ahora, la pregunta es por qué no estuve a la altura y hoy pienso que yo era un poco irresponsable. No olía el peligro, yo pensaba que no me iba a pasar nada. Es decir, no es la situación que conozco de otros amigos que fueron súper participantes, que vivían el peligro, yo era como más “bueno”. Álvaro Toro tenía 19 años.
A las pocas horas de ser detenidos, dice, se produjo una toma de estudiantes en la Universidad Católica “exigiendo“Era mediados de los 60 y el PC era una organización más o menos fuerte, tenía parlamentarios y a mi papá lo metieron en el tema de la seguridad del Partido Comunista, entonces, mi papá se retiró del partido públicamente. Mi mamá también dejó de participar políticamente por esa razón”, dice Álvaro Toro. La foto es del día del matrimonio de Jorge Insunza quien sería después un destacado dirigente del PC y Magda Gregorio de las Heras, el 29 de abril de 1961. De izquierda a derecha aparecen los padres de Álvaro, Carlos Toro y Alicia Vega; Jorge Muñoz, Gladys Marín, los novios, e Isolina Ramírez y su marido, Mario Zamora.
Algunos, miembros del comité central de las JJ.CC. trabajo que tuvieron que hacer los servicios públicos, el Servicio Agrícola y Ganadero, la Dirección General de Aguas, la Corporación Indígena y de Pueblos Indígenas, que les entregaban la información, ellos agarraban eso y pagaban a una consultora y decían “hagamos un proyecto que resuelva todos estos problemas”. Y hacían un segundo proyecto, lo entregaban, y ese proyecto se aprobaba. Todo el aparato público trabajaba para entregarle información.
Entonces era súper barato hacer proyectos aquí. ¿Y eso cambió? ¿ Cómo lo ve ahora? ¿ Se paran todos los proyectos, como reclaman algunos?No, se paran algunos y algunos que están muy mal hechos y se aprueban. Se acaba de aprobar Los Bronces. Yo creo que está mal hecho, y está aprobado. Y no puede ser: se supone que el sistema chileno tiene tres componentes: apoyo al desarrollo, apoyo al surgimiento de las comunidades, de las organizaciones y protección del medio ambiente. Si el componente de protección del medio ambiente falla, no se puede aprobar.
Entonces, si tú me dices ¿ Pascua Lama lo echamos abajo nosotros? No, lo echaron abajo la comunidad y el sistema, nosotros apoyando, por supuesto, pero fueron el sistema, la fiscalía, la Superintendencia del Medio Ambiente que constataron que en el proceso de construcción del proyecto, que es un proyecto millonario, claro, estaban haciendo ilegalidades, les pusieron multas, siguieron con las ilegalidades y les puso una sanción de pérdida de la resolución de calificación ambiental.
Entonces, sí, perdieron millones, se perdieron trabajos, pero fueron ellos. ¿Le gusta la política que ha implementado este gobierno en ese sentido?No, porque hay mucho acuerdo político, no hay un estándar técnico en función de cuál resolver. Y puede que ese estándar a mí no me guste, pero es un estándar técnico. Pero aquí aún resuelve la autoridad política y la gran mayoría designada. Ahora acaban de echar al director del Servicio de Evaluación Ambiental de Antofagasta, lo echó la directora ejecutiva. Él rechazó el proyecto por razones técnicas. Ahora, es que va a impedir un proyecto de 1.400 millones de dólares y que se va a ir a Brasil. Él era una autoridad que había llegado ahí por Alta Dirección Pública, no es un ecologista radical. Él es una autoridad que ha trabajado durante meses, años en mineras y el tomó una decisión técnica fundamentada y lo echan, entonces no vengan a decir que acá funciona el sistema. Un proyecto de Arauco se fue a Brasil a poner una planta de celulosa por las trabas en Chile.
Y allá no es que no hayan leyes que protegen el medio ambiente. ¿Por qué allá sí y acá no?Bueno, ¿qué es lo que dijo Boric cuando llegó al Gobierno? Que iba a poner un atajo al extractivismo. ¿Qué se entiende por extractivismo? Extracción de recursos naturales sin ningún procesamiento que se llevan al exterior. Así funciona Chile. Madera, pesca, minerales, el agua. ¿Eso es lo que queremos? En Europa ya no quedan minerales, no quedan plantaciones forestales. Y así vamos a llegar al desarrollo, supuestamente. Yo no veo por dónde. ¿Te ves a ti mismo como un radical?En un país tan prolibertad de mercado y empresarial, sí me siento como un radical, un activista ecologista popular. Pero me alienta que, aunque minoría, casi un 40% estuvo por aprobar el texto propuesto por la Convención, que, sin ser perfecta, garantizaba los derechos socioambientales y reconocía los derechos de la naturaleza. “En un país tan prolibertad de mercado y empresarial, sí me siento como un radical, un activista ecologista popular.
Pero me alienta que, aunque minoría, casi un 40% estuvo por aprobar el texto propuesto por la Convención, que, sin ser perfecta, garantizaba los derechos socioambientales y reconocía los derechos de la naturaleza”. que apareciéramos”. Estuvieron incomunicados 48 horas. Se armó una solidaridad súper grande con nosotros. Sus papás continuaban exiliados y su madre avisó en Moscú que él había sido detenido. Una de las personas que se enteró fue el maestro Efim Borisovich Steimberg, que era, dice, un pedagogo muy importante allá. Él dirigía un grupo de Jóvenes Pioneros en el que Álvaro Toro había participado. Él nos tenía mucho cariño a mi hermano mayor y a mí. Entonces, cuando mi mamá le avisó, dijo esto hay que hacerlo una campaña y les pidió a todos los pioneros de Rusia que mandaran cartas a la ONU pidiendo por mi liberación. Asegura que llegaron “millones”. ¿Y la ONU qué hizo con esas cartas? Dijo, mándenlas a Chile. Y aquí llegaron millones de cartas. Entonces, yo me transformé en una personalidad.
Imagínate que cuando vino el costarricense Fernando Volio, una de las primeras visitas relacionada a los derechos humanos que llegó a Chile, pidió entrevistarse con los presos políticos que estaban siendo procesados a muerte, con los presos políticos que habían sido torturados salvajemente y conmigo. Ahí le dijeron, “¿con quién?” e inmediatamente “¿ por qué?”. Entonces me transformé en algo así como un símbolo. Relata que a esas alturas su madre ya había vuelto a Chile. Ellos no se habían visto en cinco años, por lo que todavía recuerda la emoción de ese primer encuentro. Ella, junto a la madre de Horacio Lira, estaba tratando de que les bajaran la condena. Nosotros fuimos condenados en la fiscalía a 13 años, y en un segundo proceso a cuatro años, por lo que apelamos a la Corte Marcial. Ahí, ambas madres se sentaron y vieron quiénes eran los integrantes: dos jueces civiles de la Corte de Apelaciones y tres milicos o abogados milicos. Recuerda que ellas lograron tomar contacto con cuatro de esos funcionarios por diversas vías, y les contaron de sus hijos, quiénes eran y por qué no tenían que pasar casi 20 años presos. Finalmente, la sentencia se la dejaron en 800 días, que ya habían sido pagados. Álvaro Toro salió libre en mayo de 1986. Yo dije: “Quiero seguir apoyando la pelea” y me metí a la Jota. ¿No temía volver a caer preso?No, yo no había aprendido nada, aunque sí aprendí a ser más cuidadoso. Me fui a estudiar Derecho a Concepción, porque allá no me conocía nadie. Dice que iba poco a clases, no estudiaba mucho, estaba completamente dedicado al activismo y cuando estuvieron a punto de echarlo, congeló. Cuando llegó la democracia, colgó los botines. Dejó su militancia y a los 26 año comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de Chile y se tituló. Ahí se acabó la política para mí, ahí dije ya, tengo que rehacer mi vida, tenía polola, me casé, todos mis hermanos también. Después de pasar por algunos trabajos, decidió ser abogado ambientalista porque según dice necesitaba hacer algo que le hiciera sentido.
Decidí que lo de nosotros no sería el meternos en el trato, en la negociación, sino en asesorar y colaborar con las organizaciones locales porque decíamos que el sistema estaba hecho para aprobar proyectos, el sistema estaba hecho para cooptar a la gente, para convencerla. Por eso les hacíamos capacitaciones. Eso pasó con la Central Ralco en Alto Biobío.
Esto fue evolucionando porque la legislación se fue mejorando un poco, entonces después llegó un momento en que dijimos “apoyemos a las organizaciones en los juicios” y nos metimos contra el proyecto minero Pascua Lama y la central termoeléctrica Castilla. El 2012, el proyecto Castilla se rechazó en la Corte Suprema.
Se había aprobado en el sistema, a pesar de que nosotros habíamos apoyado movilizaciones de miles de personas en Atacama, a pesar de todas las conversaciones que nosotros teníamos con los funcionarios, que eran más o menos de nuestra época y que eran de izquierda. Yo no creo en que las comunidades deban llegar a acuerdo.
Y cuando me pasó que una comunidad a la que representaba quiso llegar a acuerdo, yo les dije que no podía seguir representándolos. ¿Qué opina de la ley de evaluación ambiental chilena?Es muy debilucha, es muy permisiva. Hoy se critica mucho que, por las evaluaciones ambientales, están parados los proyectos, que no hay inversión. Se habla de “permisología” en esa área también. Creo que tenemos un sistema empresarial muy poco responsable, al que se le facilitaba mucho la cosa. ¿Sabes cómo funcionaba el sistema? Presentaban un proyecto, un bodrio. Todos los servicios le hacían observaciones, lo retiraban y con toda esa nueva información, que no les costó nada, que fue un. Detrás de uno de los abogados ambientalistas más temidos de la plaza se esconde una historia novelesca que incluye exilio, bombas, delación, cárcel, música y redención. Esta es la vida de Álvaro Toro, hijo de Carlos Toro —subsecretario de la PDI en el gobierno de Salvador Allende— quien aún se asume como un “activista” y no deja sus críticas de lado.
Aquí, afirma que no le gusta la política medioambiental del gobierno del Presidente Boric porque “hay mucho acuerdo político, no hay un estándar técnico en función de cuál resolver”. y LA VIDA DE PELÍCULA de un activista radical Álvaro Toro dejó su militancia comunista a los 26 años, estudió Derecho en la Universidad de Chile. “Ahí se acabó la política para mí, ahí dije, ya, tengo que rehacer mi vida, tenía polola, me casé”. POR ESTELA CABEZAS.
FOTO MACARENA PÉREZUna tarde del mes de junio de 2014, Álvaro Toro, 61 años, uno de los abogados ambientalistas más temidos de Chile, quien en 2012, según la prensa de la época, derribó la central termoeléctrica Castilla, perteneciente al multimillonario brasileño Eike Batista dejando en nada un negocio de 5 mil millones de pesos, se bajó del avión en un aeropuerto de Moscú con una misión: participar en el programa estelar de la televisora más importante de Rusia, donde había sido invitado como una personalidad, un símbolo.
Pero no uno ligado a casos de mi trabajo como abogado, sino para homenajear a una compositora rusa, Aleksandra Pakhmutova, que estaba cumpliendo 80 años y que escribió una canción que se llama Esperanza y que fue mi gran compañía cuando estuve preso. ¿Qué?Así no más. Ahí estaba yo en este programa, con muchas personalidades rusas haciéndole un homenaje a esta compositora que era una especie de Valentín Trujillo en Rusia. Había un cantante, algo así como un Lucho Jara, que interpretaba sus canciones. Había muchas luces y brillo. Y yo cuenta. La historia es así.
Álvaro Toro estuvo preso dos años en Chile y le escribió a un profesor de música que había tenido en sus años viviendo en la Unión Soviética que esa canción, Esperanza, lo acompañaba en su encierro. Él se lo comentó a la autora y ella se la dedicó, transformando, en cierto sentido, esa canción en su himno. El niño chileno que estuvo preso y que cantaba su canción. Ese fui yo dice y suelta una carcajada. “Mi vida, mi niñez en Moscú, y esto es algo que se lo he escuchado a muchos otros que estuvieron de chicos allá, fue una maravilla. La niñez en un país socialista, de estos socialistas reales, Alemania, Cuba, Unión Soviética, es una maravilla. El problema está en que la juventud es un infierno”. Álvaro Toro es el tercero de cuatro hermanos. Su padre, Carlos Toro, fue subsecretario de la PDI en el gobierno de Salvador Allende. Él y su madre, Alicia Vega, se conocieron en la Universidad de Chile, donde ambos estudiaban Ingeniería Electrónica.
Su padre se había hecho comunista en el Instituto Nacional, mientras que su madre, que había estudiado en el Santiago College hasta segundo medio y luego en el liceo 7 de niñas, lo hizo en la universidad. Ambos venían de familias con padres masones. Mi abuelo materno, mi tata Julio, era académico, entonces él siempre tuvo una tremenda disputa con la visión católica, pechoña. Era conocido, no amigo, de Allende y aunque era “facho”, votó por él por la masonería y porque no estaba dispuesto a votar por Frei que era católico. Su abuela materna era de izquierda y dice que, para el Gol-pe, ya era promirista. Ellos llevaban muchos años separados. Eran familias bien, como se decía en esa época, “eran profesionales, trabajaban para el Estado, vivían en Vitacura”, dice. Cuenta que antes de salir de la universidad su padre ya trabajaba para el Partido Comunista.
Era mediados de los 60 y el PC era una organización más o menos fuerte, tenía parlamentarios y a mi papá lo metieron en el tema de la seguridad del Partido Comunista, entonces, mi papá se retiró del partido públicamente. Al titularse, mucha gente pensó que, como varios estudiantes comunistas que cuando salían dejaban de lado el partido, él también se había ido. Pero no. Mi mamá también dejó de participar políticamente por esa razón. Álvaro Toro dice que el Partido Comunista puso sus fichas en él: a fines de los 60 su padre fue formado por los soviéticos en temas de seguridad, de armamento. También en Cuba. Pero claramente no le pegaban mucho dice. Si no, no se entiende lo que pasó en el Golpe y luego cómo cayó toda la cúpula del partido. El PC le puso un equipo a Allende, cuenta, para que le colaborara en las épocas de campaña y entre medio también, y así fue como Carlos Toro se transformó en su chofer. En ese sentido, conocía bastante a Allende porque se veían cotidianamente. Pero mi papá siempre fue muy reservado, nunca contó mucho, solo sé que cuando viajaban por el país lo pasaba a dejar a algunas casas en particular. Cuenta que su padre volvió a hacer pública su militancia cuando Salvador Allende salió elegido presidente y lo nombró como subsecretario de la PDI. Muchos se preguntaron “¿ de dónde salió este compadre?”. No lo identificaban. Yo siempre quise saber de esa época porque yo, como joven comunista, le cuestionaba el Golpe.
“¿Cómo pudo haber sucedido esto?”. Y él era uno de los que tendría que haber tenido una respuesta. ¿Se refiere que usted creía que ellos debieron haber salido a pelear con armas?Sí, se supone que para eso estaban, si era un gobierno legítimo. Y él en eso era muy, muy reservado.
Pero después hizo su análisis y yo creo que eso contribuyó un poco a que el Partido Comunista, desde el año 80 en adelante, girara de esa actitud democrática que había tenido, de este socialismo de nuevo tipo, allendista, con vino y empanada, a una política con un componente militar. A decir, como en Chile tenemos una dictadura, ese componente militar es muy relevante.
De la época de la Unidad Popular, Álvaro Toro se acuerda poco, solo que vivían en una casa cómoda en Vitacura, que eran los únicos de izquierda en su barrio y que “estaba lleno de fachos y ellos sabían que nosotros no lo éramos”. Los de Patria y Libertad nos rayaban la casa a cada rato, mi mamá siempre fue muy enérgica en eso, nunca se amedrentó. Alguna vez, claro, nos pusieron carabineros o investigaciones. Nos rayaban la casa, nos tiraban caca, pero nada más. Tenía 10 años y recuerda su mundo como uno muy feliz. Pero con el Golpe, agrega, vino para ellos el desastre. Mi papá no tenía dónde fondearse. Se supone que era elencargado de esconder a toda la dirección del partido y se les cayeron todas las casas. Lo hizo pésimo. Gladys Marín no tenía dónde esconderse. Luis Corvalán, la casa que tenía, no estaba tan cubierta y a la casa en que se iba a refugiar mi papá llegaron 10 personas más. ¿Alguna vez le dijo eso?Después, alguna vez, sí. Es que lo hicieron mal. ¿Y por qué cree que lo hicieron tan mal?Porque no pensaban que iba a ser así, con ese nivel de brutalidad. Creyeron que iba a haber un Golpe y que los iban a llevar a un campo de concentración y que los iban a tener ahí. Jamás pensaron que los iban a salir a matar. También pasó que mucha gente que iba a apoyar al partido se asustó y cerraron sus puertas. Toda la familia dejó la casa. A los pocos días los vecinos le avisaron a su abuelo materno, quien vivía con ellos, que estaban allanando la casa. Mi abuelo fue profesor de la Escuela de Oficiales de Carabineros y él tenía un departamentito al interior de la casa. Cuando llegaron, abrió unos libros y en uno decía “A mi estimado profesor”, firmado por Mendoza. Y con eso los milicos lo dejaron tranquilos.
Pero, dice, los militares no fueron los primeros que entraron, sino los vecinos de Patria y Libertad, que dejaron toda la casa “llena de caca, en el piso, la mesa, los sillones y en las paredes. También estaba lleno de papel confort, así puestos como guirnaldas”. Él terminó viviendo en la casa de una amiga de su mamá. Desde ahí no vi más a mi mamá, que terminó por asilarse en la embajada de Bulgaria, ni a mi papá, que llegó a la de Honduras. A mi papá después lo volví a ver muchas veces en la embajada, porque podíamos entrar. En septiembre de 1974, Carlos Toro pudo salir al exilio. Con él partieron todos sus hijos. Su esposa, Alicia Vega, se quedó en Chile por seis meses más. Llegaron a la RDA y cuando se les sumó Alicia, se fueron a Moscú. El Partido Comunista estableció su base en Moscú y allá llegaban pocos chilenos. Llegamos como en septiembre, estaba empezando el colegio. Mi papá y mi mamá se reencontraron. Nos pasaron un departamento chico, en el sentido de cómo estábamos acostumbramos a vivir, con nada, pero nos sentimos súper bien. Este era un departamento grande para Moscú, de dos dormitorios; de hecho, ocupábamos el living como un tercer dormitorio, allá no había muchos así. Álvaro Toro recuerda esa época como muy feliz, aunque su familia, dice, estaba viviendo muchos cambios: sus papás se separaron. Cuenta que Carlos Toro era el enlace del partido con el mundo, entonces viajaba mucho. Estaba mucho tiempo fuera de la casa, meses. Curioseando de cabro chico, me metí en sus cosas y vi pasaporte con distintas identidades, una de un español, con bigote por ejemplo, que viajaba a Argentina.
Yo tendría 12 años y ya sabía que eso no se lo podía comentar a nadie, entendí desde chico que tenía que ser reservado, cuidadoso. ¿Y allá su mundo era chileno o ruso?Era entre ruso y chileno. Es decir, hubo un esfuerzogrande de los chilenos por mantener una comunidad. Se formó un coro que dirigía el tío Pepe, el actor José Secall, que era increíble, y lo pasábamos súper bien, nos enseñaban a bailar, a cantar. Mi hermana cantaba precioso, pero nosotros cantábamos mal.
Y nos invitaban, por ejemplo, a cantar con el coro de Moscú, que tenía unas voces preciosas de 50 cabros y nos ponían a nosotros, que éramos diez o doce ahí, adelante, cantando más o menos no más recuerda y se ríe. Eran los chilenos desafinados. Sí, bueno, pero era divertido, yo me daba cuenta de que la gente nos quería mucho. Pero los querían porque eran los exiliados de Chile. Yo siempre tuve mucha conciencia de eso. Pero mi vida, mi niñez en Moscú, y esto es algo que se lo he escuchado a muchos otros que estuvieron de chicos allá, fue una maravilla. La niñez en un país socialista, de estos socialistas reales, Alemania, Cuba, Unión Soviética, es una maravilla. El problema está en que la juventud es un infierno. ¿Por qué?Porque durante la niñez tú haces lo que quieres. Es decir, con más modestia, con menos modestia, si te gustaba un deporte, natación, gimnasia, lo que fuera, lo podías practicar; si te gustaba pintar, cantar, había clases, lugares donde hacer actividades. A esa edad tú tenías la sensación de que podías hacer lo que quisieras y eso se incentivaba. Pero cuando crecías no. No podías criticar, si algo no te gustaba, te llegaba la repre. Yo no viví eso, pero muchos amigos que se quedaron, sí. Dice que si él se hubiera quedado en la Unión Soviética, probablemente habría sido uno de los primeros que habría salido a protestar con los universitarios, como lo hicieron todos sus amigos. Ellos salieron a respaldar la Glasnov y la Perestroika. El soviético era un sistema muy restrictivo, pero no para los niños, que es lo que yo viví. Cuenta que su mamá comenzó a trabajar como secretaria del Partido Comunista y que no estaba tan feliz. Ella se dio cuenta de que ahí las mujeres eran secretarias y los hombres eran los jefes. Mi mamá era la secretaria de Volodia Teitelboim. Ella lo admiraba un poco por la intelectualidad, pero pronto ella se comenzó a poner del lado de presionar dentro de lo que podía para que el partido adquiriera una posición más radical.
Ella era muy de la idea de la rebelión popular En esa época los niños menores de 18 años eran libres de volver a Chile y su madre, Alicia, estaba decidida a que sus hijos volvieran antes de cumplir esa edad. Para que eso sucediera, cuando los dos más grandes comenzaron a acercarse a esa edad, Alicia Vega habló con su mamá para que los recibiera de vuelta. Álvaro Toro fue el último en volver, su abuela no lo quiso recibir porque tenía una diabetes delicada y ella no quería hacerse cargo. Entonces su madre convenció a su padre OJO. Álvaro llegó a Chile en noviembre de 1981. Tenía 17 años. El único compromiso que pidió el abuelo fue que sus nietos no se metieran en política. Pero Toro y su hermano, cuenta hoy, se escapaban en la noche y salían a hacer grafitis contra Pinochet por toda Ñuñoa, que es donde vivía su abuelo. Era divertido porque como no teníamos un tan buen español, muchas veces escribíamos las palabras con faltas de ortografía. Una vez escribimos rebelión con v. Nos moríamos de plancha. Su abuelo descubrió sus andanzas y los mandó donde sus hermanos mayores, que ya vivían solos.
Por esa época entró a estudiar Historia y Geografía a la Universidad Católica, y lo hizo en esa universidad porque su hermano mayor, que era un activo militante de las Juventudes Comunistas, le dijo que ahí faltaba gente. Para ser un militante útil, él hizo lo suyo: ingresó a las unidades de combate, los grupos de choque. También hizo cursos de armas en el Cajón del Maipo, mismo lugar en que años después lo harían los militantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. También hizo cursos de explosivos. Ahí, con los más afines, porque no a todos les interesaba, comenzamos a poner explosivos. Poníamos explosivos en los postes y hacíamos cortes de luz en grandes sectores de Santiago, muchas veces generamos cortes en la Católica, en el campus San Joaquín. Hablamos del año 83,84. También reconoce que le pusieron bombas a la sede de los gremialistas en calle Suecia. Pero no eran bombas para matar a nadie, eran bombitas. ¿Y no le importaba matar a alguien?Era una bomba y la pusimos en la noche cuando nadie circula por el sector. Era un par de cartuchos de dinamita para expresar repudio a los gremialistas que controlaban y dominaban en la UC. Teníamos mucha confianza que no habría daños a personas, solo a la sede gremial. Éramos cuidadosos. Obvio, teníamos menos de 20 años. En todo caso, el mayor riesgo lo teníamos nosotros mismos. Estaba muy convencido de que era la manera de combatir al régimen pinochetista. Lo que hacíamos era tratar de hacer cosas para colaborar con las protestas que se estaban generando. Una vez también interceptamos un camión de pollos y lo llevamos a una población. Todo “iba bien”, dice, hasta que la noche del 1 de abril de 1984 algo salió mal. Nosotros íbamos desde Ñuñoa hasta el Campus San Joaquín, por las calles chicas, para poner una bomba en un poste y dejarlos sin luz. Las protestas estaban muy fuertes en esa época. Íbamos en bicicleta con mi amigo Horacio Lira.
Había toque de queda, en la bodega donde habíamos preparado todo y que era de propiedad del papá de Horacio, que obviamente no sabía nada de esto, se quedó la otra amiga que formaba nuestra célula. Y por ahí por calle Santa Elena, una micro de pacos nos vio. Nosotros no la vimos y se dio la vuelta y nos detuvo. Íbamos con una bomba y una pistola. Yo estaba en primer año de universidad. Ahí, asegura, les pegaron y los torturaron, tanto que él entregó el nombre de la compañera con la que estaban. Sí, entregué su nombre, porque como era una amiga, me lo sabía. Alvaro Toro se queda en silencio. Yo no fui ningún héroe. No estuve a la altura. Ahora con la tortura es difícil, me pegaron mucho, me pusieron corriente. Me preguntaban quién era mi jefe. Yo no sabía. Sabía que era el tanquista, pero su nombre no lo sabía, solo el de ella. Era una época en la que todavía desaparecían personas. Ella tuvo que exiliarse para que no la tomaran detenida. Cuenta que cuando salió libre su hermana le recriminó por qué había dado el nombre de su compañera, “fue bien dura conmigo. Yo a ella con el tiempo le pedí perdón y hoy somos amigos. Ahora, la pregunta es por qué no estuve a la altura y hoy pienso que yo era un poco irresponsable. No olía el peligro, yo pensaba que no me iba a pasar nada. Es decir, no es la situación que conozco de otros amigos que fueron súper participantes, que vivían el peligro, yo era como más “bueno”. Álvaro Toro tenía 19 años.
A las pocas horas de ser detenidos, dice, se produjo una toma de estudiantes en la Universidad Católica “exigiendo“Era mediados de los 60 y el PC era una organización más o menos fuerte, tenía parlamentarios y a mi papá lo metieron en el tema de la seguridad del Partido Comunista, entonces, mi papá se retiró del partido públicamente. Mi mamá también dejó de participar políticamente por esa razón”, dice Álvaro Toro. La foto es del día del matrimonio de Jorge Insunza quien sería después un destacado dirigente del PC y Magda Gregorio de las Heras, el 29 de abril de 1961. De izquierda a derecha aparecen los padres de Álvaro, Carlos Toro y Alicia Vega; Jorge Muñoz, Gladys Marín, los novios, e Isolina Ramírez y su marido, Mario Zamora.
Algunos, miembros del comité central de las JJ.CC. trabajo que tuvieron que hacer los servicios públicos, el Servicio Agrícola y Ganadero, la Dirección General de Aguas, la Corporación Indígena y de Pueblos Indígenas, que les entregaban la información, ellos agarraban eso y pagaban a una consultora y decían “hagamos un proyecto que resuelva todos estos problemas”. Y hacían un segundo proyecto, lo entregaban, y ese proyecto se aprobaba. Todo el aparato público trabajaba para entregarle información.
Entonces era súper barato hacer proyectos aquí. ¿Y eso cambió? ¿ Cómo lo ve ahora? ¿ Se paran todos los proyectos, como reclaman algunos?No, se paran algunos y algunos que están muy mal hechos y se aprueban. Se acaba de aprobar Los Bronces. Yo creo que está mal hecho, y está aprobado. Y no puede ser: se supone que el sistema chileno tiene tres componentes: apoyo al desarrollo, apoyo al surgimiento de las comunidades, de las organizaciones y protección del medio ambiente. Si el componente de protección del medio ambiente falla, no se puede aprobar.
Entonces, si tú me dices ¿ Pascua Lama lo echamos abajo nosotros? No, lo echaron abajo la comunidad y el sistema, nosotros apoyando, por supuesto, pero fueron el sistema, la fiscalía, la Superintendencia del Medio Ambiente que constataron que en el proceso de construcción del proyecto, que es un proyecto millonario, claro, estaban haciendo ilegalidades, les pusieron multas, siguieron con las ilegalidades y les puso una sanción de pérdida de la resolución de calificación ambiental.
Entonces, sí, perdieron millones, se perdieron trabajos, pero fueron ellos. ¿Le gusta la política que ha implementado este gobierno en ese sentido?No, porque hay mucho acuerdo político, no hay un estándar técnico en función de cuál resolver. Y puede que ese estándar a mí no me guste, pero es un estándar técnico. Pero aquí aún resuelve la autoridad política y la gran mayoría designada. Ahora acaban de echar al director del Servicio de Evaluación Ambiental de Antofagasta, lo echó la directora ejecutiva. Él rechazó el proyecto por razones técnicas. Ahora, es que va a impedir un proyecto de 1.400 millones de dólares y que se va a ir a Brasil. Él era una autoridad que había llegado ahí por Alta Dirección Pública, no es un ecologista radical. Él es una autoridad que ha trabajado durante meses, años en mineras y el tomó una decisión técnica fundamentada y lo echan, entonces no vengan a decir que acá funciona el sistema. Un proyecto de Arauco se fue a Brasil a poner una planta de celulosa por las trabas en Chile.
Y allá no es que no hayan leyes que protegen el medio ambiente. ¿Por qué allá sí y acá no?Bueno, ¿qué es lo que dijo Boric cuando llegó al Gobierno? Que iba a poner un atajo al extractivismo. ¿Qué se entiende por extractivismo? Extracción de recursos naturales sin ningún procesamiento que se llevan al exterior. Así funciona Chile. Madera, pesca, minerales, el agua. ¿Eso es lo que queremos? En Europa ya no quedan minerales, no quedan plantaciones forestales. Y así vamos a llegar al desarrollo, supuestamente. Yo no veo por dónde. ¿Te ves a ti mismo como un radical?En un país tan prolibertad de mercado y empresarial, sí me siento como un radical, un activista ecologista popular. Pero me alienta que, aunque minoría, casi un 40% estuvo por aprobar el texto propuesto por la Convención, que, sin ser perfecta, garantizaba los derechos socioambientales y reconocía los derechos de la naturaleza. “En un país tan prolibertad de mercado y empresarial, sí me siento como un radical, un activista ecologista popular.
Pero me alienta que, aunque minoría, casi un 40% estuvo por aprobar el texto propuesto por la Convención, que, sin ser perfecta, garantizaba los derechos socioambientales y reconocía los derechos de la naturaleza”. que apareciéramos”. Estuvieron incomunicados 48 horas. Se armó una solidaridad súper grande con nosotros. Sus papás continuaban exiliados y su madre avisó en Moscú que él había sido detenido. Una de las personas que se enteró fue el maestro Efim Borisovich Steimberg, que era, dice, un pedagogo muy importante allá. Él dirigía un grupo de Jóvenes Pioneros en el que Álvaro Toro había participado. Él nos tenía mucho cariño a mi hermano mayor y a mí. Entonces, cuando mi mamá le avisó, dijo esto hay que hacerlo una campaña y les pidió a todos los pioneros de Rusia que mandaran cartas a la ONU pidiendo por mi liberación. Asegura que llegaron “millones”. ¿Y la ONU qué hizo con esas cartas? Dijo, mándenlas a Chile. Y aquí llegaron millones de cartas. Entonces, yo me transformé en una personalidad.
Imagínate que cuando vino el costarricense Fernando Volio, una de las primeras visitas relacionada a los derechos humanos que llegó a Chile, pidió entrevistarse con los presos políticos que estaban siendo procesados a muerte, con los presos políticos que habían sido torturados salvajemente y conmigo. Ahí le dijeron, “¿con quién?” e inmediatamente “¿ por qué?”. Entonces me transformé en algo así como un símbolo. Relata que a esas alturas su madre ya había vuelto a Chile. Ellos no se habían visto en cinco años, por lo que todavía recuerda la emoción de ese primer encuentro. Ella, junto a la madre de Horacio Lira, estaba tratando de que les bajaran la condena. Nosotros fuimos condenados en la fiscalía a 13 años, y en un segundo proceso a cuatro años, por lo que apelamos a la Corte Marcial. Ahí, ambas madres se sentaron y vieron quiénes eran los integrantes: dos jueces civiles de la Corte de Apelaciones y tres milicos o abogados milicos. Recuerda que ellas lograron tomar contacto con cuatro de esos funcionarios por diversas vías, y les contaron de sus hijos, quiénes eran y por qué no tenían que pasar casi 20 años presos. Finalmente, la sentencia se la dejaron en 800 días, que ya habían sido pagados. Álvaro Toro salió libre en mayo de 1986. Yo dije: “Quiero seguir apoyando la pelea” y me metí a la Jota. ¿No temía volver a caer preso?No, yo no había aprendido nada, aunque sí aprendí a ser más cuidadoso. Me fui a estudiar Derecho a Concepción, porque allá no me conocía nadie. Dice que iba poco a clases, no estudiaba mucho, estaba completamente dedicado al activismo y cuando estuvieron a punto de echarlo, congeló. Cuando llegó la democracia, colgó los botines. Dejó su militancia y a los 26 año comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de Chile y se tituló. Ahí se acabó la política para mí, ahí dije ya, tengo que rehacer mi vida, tenía polola, me casé, todos mis hermanos también. Después de pasar por algunos trabajos, decidió ser abogado ambientalista porque según dice necesitaba hacer algo que le hiciera sentido.
Decidí que lo de nosotros no sería el meternos en el trato, en la negociación, sino en asesorar y colaborar con las organizaciones locales porque decíamos que el sistema estaba hecho para aprobar proyectos, el sistema estaba hecho para cooptar a la gente, para convencerla. Por eso les hacíamos capacitaciones. Eso pasó con la Central Ralco en Alto Biobío.
Esto fue evolucionando porque la legislación se fue mejorando un poco, entonces después llegó un momento en que dijimos “apoyemos a las organizaciones en los juicios” y nos metimos contra el proyecto minero Pascua Lama y la central termoeléctrica Castilla. El 2012, el proyecto Castilla se rechazó en la Corte Suprema.
Se había aprobado en el sistema, a pesar de que nosotros habíamos apoyado movilizaciones de miles de personas en Atacama, a pesar de todas las conversaciones que nosotros teníamos con los funcionarios, que eran más o menos de nuestra época y que eran de izquierda. Yo no creo en que las comunidades deban llegar a acuerdo.
Y cuando me pasó que una comunidad a la que representaba quiso llegar a acuerdo, yo les dije que no podía seguir representándolos. ¿Qué opina de la ley de evaluación ambiental chilena?Es muy debilucha, es muy permisiva. Hoy se critica mucho que, por las evaluaciones ambientales, están parados los proyectos, que no hay inversión. Se habla de “permisología” en esa área también. Creo que tenemos un sistema empresarial muy poco responsable, al que se le facilitaba mucho la cosa. ¿Sabes cómo funcionaba el sistema? Presentaban un proyecto, un bodrio. Todos los servicios le hacían observaciones, lo retiraban y con toda esa nueva información, que no les costó nada, que fue un. Detrás de uno de los abogados ambientalistas más temidos de la plaza se esconde una historia novelesca que incluye exilio, bombas, delación, cárcel, música y redención. Esta es la vida de Álvaro Toro, hijo de Carlos Toro —subsecretario de la PDI en el gobierno de Salvador Allende— quien aún se asume como un “activista” y no deja sus críticas de lado. Aquí, afirma que no le gusta la política medioambiental del gobierno del Presidente Boric porque “hay mucho acuerdo político, no hay un estándar técnico en función de cuál resolver”. y