Autor: ANDREA BOTTO STUVEN | Doctora en Historia; académica U. Finis Terrae.
La Iglesia de Chile y la «vía chilena» al socialismo
HACE CINCUENTA AÑOS, LA SITUACIÓN LLEGÓ A SER COMPLICADA PARA EL EPISCOPADO, PUES UN BUEN NÚMERO DE SACERDOTES, TANTO RELIGIOSOS COMO DEL CLERO SECULAR, APOYABA E INCLUSO COLABORABA EN LA CAMPAÑA DE ALLENDE.
Cardenal Silva y presidente Allende, Te Deum, 3 de noviembre 1970. | modo como incidió y a la vez fue influido el mundo católico por los procesos sociales y políticos de los años sesenta, que culminaron en la elección de Salvador Allende, tiene antecedentes que se remontan a las primeras décadas del siglo XX.
Están en el paulatino desmembramiento que vivió el catolicismo chileno desde fines de los años treinta, el cual obedeció no solo a razones político-partidistas sino además a que este buscó readecuarse a un mayor compromiso social, el que también significó una participación más concreta en la sociedad civil. Un sector católico asumió la tarea de reformar las estructuras para garantizar una verdadera justicia social. Figuras señeras en ese quehacer fueron, entre otras, Fernando Vives S. )., Alberto Hurtado S.J. Y el obispo Manuel Larraín.
Este nuevo énfasis católico en el espacio público socavó el statu quo y provocó rupturas importantes, tanto en el clero como en el laicado, entre quienes promovían una Iglesia más solidaria y puesta al día con los problemas sociales, y quienes preferían un catolicismo más espiritual y menos politizado. La dialéctica entre «progresistas» y «tradicionalistas» no refleja bien la complejidad del proceso, pero ayuda a entender el resquebrajamiento entre diferentes maneras de entender el catolicismo y su relación con la esfera pública. A FINES DE LOS AÑOS SESENTA, LAS DIVISIONES EN EL MUNDO CATÓLICO SE ACRECENTARON, MIENTRAS LA JERARQUÍA SE ESFORZABA POR LA UNIDAD. La dialéctica entre «progresistas» y «tradicionalistas» no refleja bien la complejidad del proceso, pero ayuda a entender el resquebrajamiento entre diferentes maneras de entender el catolicismo y su relación con la esfera pública.
AIRES RUPTURISTAS EN LOS AÑOS SESENTA El Concilio Vaticano ll (1962-1965) dio la razón a la corriente católica reformista, al declarar su «opción preferencial por los pobres» e instalar un nuevo lineamiento de avanzada, cuyo eje central fue el aggiornamiento del catolicismo de acuerdo a los nuevos signos de los tiempos. La Iglesia chilena fue reconocida por ser una de las más vanguardistas de América Latina, con lo que se adaptó con facilidad alos nuevos paradigmas conciliares. Ello quedó reflejado en el Sínodo de la Iglesia de Santiago (1967), a través del rediseño de sus orientaciones y de un nuevo modelo de pastoral. No obstante, el hito más demostrativo de la renovación de la Iglesia se expresó a nivel continental, en la ll Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM), celebrada en Medellín en 1968.
Las conferencias de Medellín significaron redefinir las directrices vaticanas a la realidad latinoamericana de pobreza y marginalidad; y exhortaron a los laicos a comprometerse de manera más concreta con los sectores populares a través de las comunidades laicales de base, las que pasaron a ser el núcleo central de la Iglesia.
Quizás lo más relevante de ese encuentro fue el diagnóstico: el pecado estaba en las estructuras sociales injustas, en la «violencia institucionalizada» causante de la miseria, de la opresión y de la ignorancia en la que vivía gran parte del pueblo latinoamericano.
La Teología de la Liberación, publicada por el sacerdote Gustavo Gutiérrez en 1969 dio un trasfondo teológico a esta nueva praxis eclesial y tuvo el mérito de ser una elaboración regional, con un contenido liberador y revolucionario, que logró romper con la dependencia histórica de la teología europea.
Parafraseando al historiador Joaquín Fermandois, a partir de entonces el concepto tradicional de la «salvación» dio paso al de «liberación». A finales de los años sesenta, las divisiones al interior del mundo católico se acrecentaron aún más, pues no toda la Iglesia caminaba en el mismo sentido. Para un sector importante de creyentes, el catolicismo había sido infiltrado por el marxismo gracias a la colaboración de jesuitas, sacerdotes extranjeros y un episcopado tibio. Además, muchos estaban en desacuerdo con las reformas impuestas por el Concilio Vaticano ll y querían devolver a la Iglesia a sus rumbos tradicionales. Sin embargo, no parece apropiado separar a los católicos entre tradicionalistas preconciliares y progresistas postconciliares: el catolicismo chileno de fines de los sesenta y comienzos de los setenta está lleno de matices. Ello desaconseja cualquier encasillamiento y esquematización respecto al catolicismo durante esa época.
En la segunda mitad de los sesenta, los sectores católicos más de avanzada pensaron que el gobierno demócrata cristiano (1964-1970) iba a cumplir con las expectativas de cambio y de reformas necesarias para el desarrollo de una sociedad más equitativa.
Así, a modo de ejemplo, en la revista Mensaje se perciben varias coincidencias con el programa de la DC, tanto en la necesidad de promover la justicia social como en la urgencia de transformar las estructuras.
Sin embargo, a finales del gobierno mencionado, muchos católicos progresistas —entre ellos, muchos jesuitas—, optaron por extremar sus 1 Fermandois, Joaquín. «Catolicismo y Liberalismo en el siglo XX», Estudios Públicos (verano 2004), p. 148.2 «Fiducia y los pecados del mundo», Portada N*6, junio de 1969, p. 27.3 «Responsabilidad de la Iglesia», Portada, N*15, octubre de 1970, p. 9.
Posturas, acercándose al socialismo o, en términos de la época, «tendiéndole la mano al marxismo». En tal escenario de radicalización del catolicismo, es necesario diferenciar entre los católicos progresistas y quienes optaron por un camino revolucionario de colaboración con los comunistas, al sentir que cristianismo y marxismo coincidían en el objetivo de destruir las estructuras establecidas para promover una sociedad igualitaria.
En tanto, también se daban matices en el catolicismo conservador y no se debe confundir a quienes promovieron un integrismo radicalizado, como el grupo Tradición Familia y Propiedad (y su revista Fiducia) con católicos de «derecha» que, mientras insistían en la imposibilidad de la colaboración entre cristianismo y marxismo, comulgaban con el énfasis social que había ido tomando el catolicismo y criticaban abiertamente la peligrosa intransigencia del extremismo integrista?. Los sectores tradicionalistas confrontaron evidentemente, a los católicos de izquierda, pero también tiraron los dardos hacia la jerarquía, a la que exigían un rol orientador, acusándola de «una lamentable debilidad de carácter, tanto para dejar en claro (... ) la incompatibilidad doctrinaria del marxismo y del catolicismo, como para impedir que miembros del clero hiciesen pública y destacada adhesión a Salvador El episodio de la toma de la Catedral de Santiago, en agosto de 1968, por parte de un grupo heterogéneo de sacerdotes y laicos denominado Iglesia Joven, es un claro ejemplo de cómo los aires revolucionarios habían penetrado en el catolicismo nacional.
Iglesia Joven, que proponía una vuelta a la sencillez del cristianismo primitivo, declaró desde el primer momento que su lucha no era contra la jerarquía, sino contra las estructuras Este fue el primer gran acto masivo de indisciplina Medellín, 1968: el CELAM fue un hito en la renovación de la Iglesia, marcando mucho a la chilena.
Obispos firmando los docuemntos finales emanados de la Conferencia.. El movimiento Cristianos por el Socialismo, considerado «una de las creaciones más genuinas del proceso revolucionario chileno», se originó a partir de ochenta sacerdotes que asumieron una posición político partidista de abierto apoyo al gobierno de la UP. En la Iglesia chilena.
El cardenal Raúl Silva Henríquez reaccionó a través de un comunicado oficial por el cual condenó «con energía los hechos». Sin embargo, algunos aseguran que el arzobispo se opuso a la «acción», pero no a la motivación de Iglesia Joven, pues coincidía con algunas de sus demandas Ello demuestra lo difícil que era para los dirigentes eclesiásticos empatizar con los católicos reformistas, sin por ello avalar los discursos extremos.
Otro ejemplo de lo complejas que eran las posiciones se ve nuevamente en el caso de Mensaje, cuya línea editorial simpatizaba abiertamente con los objetivos del movimiento Iglesia Joven, pero que también optó por reforzar la autoridad del arzobispo.
Como señala Antje Schnoor, el contexto hacía factible para algunos jesuitas asumir posturas radicales y defenderlas públicamente, al tiempo que reconocían la necesidad de un «caminar junto» con los obispos*. LAS ELECCIONES DE 1970 Con motivo de las elecciones presidenciales de septiembre de 1970, la Conferencia Episcopal, asumió una actitud de neutralidad y cautela. En un contexto marcado por la polarización política, la jerarquía buscó erigirse como agente de unidad, afirmando constantemente su respeto por los procesos democráticos.
El cardenal Silva Henríquez tenía cierta esperanza de que los católicos no serían perseguidos en la eventualidad de que triunfara la coalición de la UP, pues Allende le había asegurado durante su campaña el respeto total por la Iglesia. Tras el triunfo del candidato socialista el 4 de septiembre, antes de su ratificación por parte del Congreso, el cardenal no acudió a felicitar al candidato electo, como era tradición en el país. La situación era muy complicada. Numerosos sacerdotes habían apoyado directamente a Allende, desobedeciendo las directrices de los obispos de no intervenir en política partidista. Pero, aunque en el episcopado existía diversidad de opiniones”, prevaleció un discurso de unidad. De este modo, la jerarquía se abstuvo de Dictar el comportamiento político de los católicos ante la UP y nunca manifestó, por ejemplo, que era lícito votar en contra del candidato socialista. Incluso Silva Henríquez declaró la libertad de cada creyente para asumir sus propios compromisos políticos. El 3 de noviembre el Cardenal celebró el Tedeum en la Catedral, con asistencia de Allende, como Presidente ya ratificado.
El evento fue interpretado como un acto político que dio legitimidad al nuevo Gobernante, ya que la misa había sido solicitada por el nuevo gobernante, quien tenía total conciencia de la importancia de la Iglesia católica en el país. A esta, con pedir la ceremonia, se le reconocía su calidad de entidad moral y su rol de articuladora de la política nacional. Prevaleció así desde un comienzo una estrategia de diplomacia y de cautela entre el nuevo gobierno y la Iglesia.
LOS CRISTIANOS POR EL SOCIALISMO La aparición de Cristianos por el Socialismo (CpS), en abril de 1971, complicaría más tarde los precarios equilibrios al interior del catolicismo chileno y pondría en jaque a los dirigentes eclesiásticos, quienes tendrían que lidiar con un grupo que cuestionaba abiertamente el modelo de la Iglesia. El movimiento CpS, considerado «una de las creaciones más genuinas del proceso revolucionario chileno»*, se originó a partir de ochenta sacerdotes que asumieron una posición político partidista de abierto apoyo al gobierno de la UP. Se diferenció de Iglesia Joven, al exigir un mayor compromiso de los creyentes en los asuntos políticos del país, utilizando la terminología socialista y planteando la absoluta compatibilidad entre socialismo y cristianismo. La Conferencia Episcopal no se quedó de brazos cruzados ante las declaraciones de CpS, pues consideró que afectaban la unidad de la Iglesia y confundían A los católicos. Los obispos emitieron entonces el documento «Evangelio, Política y Socialismos» (abril de 1971), el mensaje escrito más importante del episcopado durante la UP. Señalan en él que un cristiano que desea vivir su fe no puede adherir a la visión marxista del universo y del hombre.
Lo interesante es que, a partir de este momento, la Iglesia reajustó su argumentación respecto a la UP, pues —consciente del peligro de la indisciplina y de la confusión conceptual— optó por un discurso optimista y dialogante con la terminología y los métodos socialistas, extendiendo la idea de que, efectivamente, socialismo y cristianismo podían llegar a compartir objetivos comunes.
No obstante, y se entiende en la lógica diplomática en que se estaba moviendo la jerarquía, el mensaje hacía gala de una enorme ambigiedad discursiva al enfatizar, al mismo tiempo, los riesgos de colaborar con las fuerzas socialistas. Sin duda, la jerarquía estaba muy complicada con CpS, porque atrajo a muchos y generó varias polémicas, sobre Todo por la incorporación de la terminología y metodología marxista. La verdad es que el conflicto entre la jerarquía de la Iglesia y CpS solo desaparecería con el fin de la UP, en septiembre de 1973. CONCLUSIONES Existe una creencia generalizada de que la Iglesia hizo muy poco durante este periodo.
Para algunos, no fue lo suficientemente enfática con los cristianos revolucionarios; para otros, dedicó los tres años de la UP a defenderse de los grupos contestatarios que criticaban su magisterio y autoridad; por último, se le criticó también ser defensora del statu quo y de los poderes tradicionales. En suma, parece existir un consenso sobre que la Iglesia fue «tibia» y ambigua en sus discursos y en sus acciones en el período de la UP.
Creo que es sensato señalar que la Iglesia chilena fue absorbida por la contingencia y consumida por la urgencia de los desafíos inmediatos, lo que probablemente la llevó a descuidar Su labor pastoral; hecho que la misma Iglesia reconoce”. A grandes rasgos, podemos entender que la jerarquía se esforzó mucho por no romper el diálogo con los sacerdotes socialistas y en evitar que importantes sectores obreros, campesinos y universitarios se alejaran definitivamente de la fe católica. MSJ 4 Concha O., Héctor. «La Iglesia Joven y la toma de la Catedral de Santiago: 11 de agosto de 1968», http:// www.archivochile.com/Mov_sociales/iglesia_popular/MSiglepopuooo1.pdf. Fecha de consulta, 7 de agosto, 2020.5 Ibid. 6 Schnoor, Antje. Santa Desobediencia. Jesuitas entre democracia y dictadura en Chile 1962-1983. Ediciones Universidad Alberto Hurtado: Santiago, 2019, pp. 269-272.7 Esclaro que al interior del episcopado chileno prevalecían las posturas reformistas y progresistas. No obstante, existían obispos que eran abiertamente contrarios a la UP, como Emilio Tagle, Augusto Salinas y Alfredo Cifuentes. 8 Amorós, Mario. «La Iglesia que nace del pueblo. Relevancia histórica del movimiento Cristianos por el Socialismo», en Pinto Vallejos, Julio (comp. ), Cuando hicimos historia. La experiencia de la Unidad Popular. Santiago de Chile: LOM, 2005, p. 125.9 Esto es reconocido formalmente por la Conferencia Episcopal. Ver Documentos CECh «La Iglesia y la experiencia chilena hacia el socialismo, 1.1. 1974, ref. 241/74.