LA BIBLIOTECA FLOTANTE de Chiloé
E s un día como cualquiera: llueve, sale el sol, el cielo se tensa, vuelve a llover. En Quemchi, a 68 kilómetros de Castro, hay lluvia prácticamente cada día del año. Más allá de las ventanillas de la embarcación queda atrás la calle Centenario, la costanera donde se alzan las casas de tejuelas de alerce y se escucha multiplicado el graznido de las gaviotas. Sobre la mesa, dentro de la nave, un trozo de queso chanco de dos kilos, hallullas crujientes, galletas rellenas de chocolate. Una tetera de aluminio plateada suelta vapor. El viento helado intenta colarse, pero el compacto salón, más parecido al comedor de una casa, está temperado. La chilota Teolinda Higueras, 65 años, rebana el queso. Vigila que todos tengan algo en el plato, que las tazas estén con café. Está su marido, Eliecer Díaz. Están sus hijos, el gestor cultural Francisco y el capitán, Sebastián. Está su nuera, licenciada en Historia y gestora cultural, Catalina Castillo. Está su nieto de 8 años, Eluan.
Con la proa en dirección al estero de Tubildad, Teolinda empieza a contar su historia como si fuera un cuento. "Mientras crecía en Chiloé, me fui dando cuenta de que siempre nosotros somos como `el último lugar del país'", dice. "Yo tuve la oportunidad de estudiar fuera de la isla y tengo otra mirada por lo mismo. Por eso quería darles la oportunidad a los niños. No todos la tienen". Contar historias es lo que ha hecho otras veces aquí mismo, solo que frente a otras audiencias. Bibliotecaria autodidacta, Higueras siempre ha sido buena narradora. De sus propias anécdotas, pero también de las de Pedro Urdemales y de las leyendas de brujería que escuchaba de su propia abuela junto al brasero.
Teolinda Higueras empezó la idea de la bibliolancha itinerante hace casi 30 años: hoy tiene una nave de unos 14 metros y medio de eslora, fabricada en ciprés, pintada de blanco, azul y naranjo (como se estila en las lanchas de Quemchi), donde caben poco más de treinta personas. Es también una biblioteca, una de las más exóticas del mundo. Lleva un stock distinto de libros en cada navegación. Hoy tiene títulos como Historias textiles de Chiloé, Atlas animado de mares y océanos y Cincuenta historias de mujeres y niñas que cambiaron el mundo.
Los libros cuelgan bajo un muestrario plástico, para protegerlos de la humedad y la salinidad, que se convierte en mochila cada vez que la tripulación desciende. "Es para evitar que se mojen y se peguen las páginas", dice. Aunque la estructura de la lancha parece sencilla, ventanas pequeñas, mesa de centro, banquillas con cojines, pronto uno ve su cocina a gas, lavaplatos, camarotes y una despensa. A pesar de que reciben financiamiento estatal, que cubre el combustible y algo más, nadie recibe sueldo. Funciona por la voluntad inquebrantable de esta familia chilota. Por lo mismo, es fácil sentirse en un hogar. "Hacemos filantropía desde la pobreza", dice Teolinda Higueras. Por casi tres décadas, la bibliolancha ha logrado fomentar no solo la lectura entre cientos de chilotes en edad escolar. También ha conseguido la apertura de una zona al arte, la cultura y el patrimonio por mucho tiempo fuera de radar. Sus primeras conquistas fueron los canales interiores de las islas rurales de la comuna de Quemchi: localidades insulares como Tac, Chauques y Butachauques. Después fueron sumando destinos remotos, tierras desperdigadas en las comunas de Dalcahue, Ancud, Achao, Castro y Quinchao. Solo la isla más cercana a Quemchi, Mechuque, está a unas dos y media horas de navegación. Y todo porque la bibliolancha no solo trasporta libros: es un verdadero centro cultural flotante. Acarrea grupos que realizan conciertos, exhibiciones de arte, obras de teatro y cuentacuentos, además de festivales de títeres o el encuentro nacional de payadores. También impulsan talleres de artesanía local, como la juguetería en madera, y de antropología en temas como pueblos originarios. Además imparten cursos en xilografía y jornadas de exploración para menores de edad en la naturaleza. En la lancha es usual que viajen autoridades. También artistas, escritores y poetas, como Roxana Miranda Rupailaf o Rosabetty Muñoz.
Esta última, varias veces a bordo, ha traído a grupos de estudiantes para leer poesía y la emociona la camaradería: "Siempre hay niños que tienen una vida interior muy profunda, pero no saben expresarla bien, y entran a los talleres pensando en sacarla. En estos encuentros se producen estos círculos virtuosos. Alguien toca una guitarra. Todos corean canciones que nos recuerdan algo, propias de la infancia. Se da lectura muy espontánea. No hay un libreto ni una puesta en escena". Teolinda es una figura ilustre. Ha recibido reconocimientos y galardones por su esfuerzo para abrir lugares de lectura, escritura, reflexión e intercambio cultural.
Su idea pionera ha sido objeto de estudio entre antropólogas e historiadoras: una lancha que primero llevó libros y, luego, cultura a donde nadie la había llevado. "El Estado nunca ha pensado que hay tantas islas en las que la gente nace y muere, y nunca sale a la ciudad", dice. La navegación esta mañana es tranquila y bastante silenciosa. Pero no es así generalmente. "Hay veces en que no podemos salir", dice Francisco Díaz, su hijo. "Tampoco nos atrevemos a desafiar la fuerza del mar. Mucha gente ha muerto por eso. Cuando mueren los tripulantes, se dice que se transforman en marinos del Caleuche". Libros en busca de lectores Era una postal desconocida de las islas más recónditas del archipiélago. No tenían acceso a electricidad ni agua potable. Eran zonas despobladas. Postergadas. Pobres. No había caminos. En muchas, sigue siendo así. Pero en 1995, Teolinda, entonces directora de la Biblioteca Pública de Quemchi (llamada Edwin Langdon, en homenaje al fundador de la comuna), decidió que no podían seguir así. Su gestión llevó la biblioteca de mero repositorio de libros a convertirse en un centro de encuentro local. Tenía sala para videos, un rincón infantil y de la memoria. Este luego se transformó en "museo viviente", convocando a artesanas. Aún hoy se las puede ver desarrollando su arte ahí. Para cuando ella asumió el rol, la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (Dibam) había dado a conocer una nueva política para estos espacios: los libros ya no se custodiarían tras el mesón. Serían de libre acceso. Se los podría manipular, llevar a casa. "Había que integrar a la comunidad en el quehacer bibliotecario. Entonces, cada uno se las ingeniaba cómo hacerlo", recuerda. La chilota empezó a recorrer la comuna, asomándose a las islas. Navegó en diferentes lanchas municipales. Sintió la distancia. Vio la soledad.
No había comunicación con estos lugares. "La única persona distinta que los niños veían era su profesor", dice. "En los colegios, los libros a veces pasaban guardados, porque no había quienes fomentaran la lectura". En Quemchi, una bibliotecaria autodidacta partió hace casi 30 años llevando libros a los niños de las islas remotas del archipiélago. Ahora, con lanchón propio, son un centro cultural ambulante que traslada cuentacuentos, artistas, escritores, espectáculos y talleres a rincones que apenas aparecen en los mapas. TEXTO: Muriel Alarcón, DESDE LA REGIÓN DE LOS LAGOS. FOTOGRAFÍAS: Fernando Alarcón. BIBLIOLANCHA. Tiene unos 14 metros y medio de eslora, está hecha en ciprés y puede mover algo más de 30 personas. BASE. La embarcación sale desde Quemchi, a 68 kilómetros de Castro. ENCUENTRO. Teolinda Higueras visitó con un grupo de niños chilotes al escritor Francisco Coloane y le prometió una casa-museo. LA BIBLIOTECA FLOTANTE de Chiloé CAPITÁN. Al timón, Sebastián Díaz, hijo de Teolinda Higueras. VARIEDAD. Esta lancha es una de las bibliotecas más exóticas del mundo y lleva distintos libros en cada salida. LA BIBLIOTECA FLOTANTE de Chiloé. - - En algunas islas ni siquiera había rampas para atracar. Teolinda dejaba la lancha que le prestaban amarrada mar adentro y usaba un bote auxiliar para tocar tierra. Tampoco había hospedajes. Si caía la noche, dormía en alta mar. En todos estos viajes llevaba libros para que estos viajaran hasta sus lectores. "Los transportaba en una caja de madera que hizo un carpintero de la municipalidad, muy pesada. Era más pesada la caja que los libros", dice. Con el tiempo, empezó a llevar todavía más. Incluso un televisor que el escritor Francisco Coloane, amigo cercano, autor de clásicos como El último grumete de la Baquedano, oriundo de la zona, había regalado a los niños. Teolinda conseguía encenderlo con un motor electrógeno municipal.
Además del aparato, llevaba películas en VHS y documentales de National Geographic. "Ellos no tenían la oportunidad que tiene el chico de la ciudad de ir a un cine, a un teatro, de ver un espectáculo", recuerda. En esos viajes empezó a notar que algunos títulos no concitaban interés. Además, muchos libros estaban mal cuidados. Les faltaban hojas, el lomo. Los niños no enganchaban con los grandes clásicos; querían leer sobre cultura chilota. Entonces, consiguió fondos. Por medio de la Dibam, primero de la ONG española Libros Para el Mundo, con la que renovó su oferta. Más tarde aprendió de otros fondos, como el del Libro, al que postula sagradamente hasta hoy. De paso, dice, vio que había grupos enteros que ni siquiera conocían las islas vecinas, como explica su hijo Francisco.
Así que Teolinda creó las "giras culturales": hasta la fecha ha sacado a quince grupos de niños chilotes que nunca habían atravesado el canal de Chacao para que conocieran Santiago e hitos como La Moneda, palacios, museos y bibliotecas. Uno de esos niños es Patricio Aguilar, 38 años hoy, de la isla de Cheniao, hijo de madre soltera no vidente, técnico superior en Electricidad Industrial y dueño de una empresa eléctrica en Chiloé. Iba en sexto básico --el curso hasta el cual sus coterráneos llegaban-cuando Teolinda lo invitó a su lancha. "Fue una emoción tremenda cuando pasó a buscarnos. La esperamos con ansias. Vivíamos en el campo, no teníamos zapatos", dice. "Ni siquiera viajar a Castro o Dalcahue estaba dentro del alcance. Íbamos atrasados 30 años con respecto a la gente que vivía en la ciudad". Teolinda recuerda que esa vez llevó a los niños hasta la Biblioteca Nacional. La entonces directora Marta Cruz-Coke quería conocerlos, y finalmente los invitó a la Sala Medina, donde está el fondo bibliográfico más valioso de Chile y uno de los más importantes de Latinoamérica. En otra gira llegó en Santiago a la casa de Francisco Coloane. Con los niños ahí, prometió al escritor que le abriría una casa-museo en su tierra. Ella misma donó una casa palafito que trasportó del campo a través de una minga, y la instaló a un costado de la Biblioteca Pública: es el único museo que tiene Quemchi sobre el autor. Yanira Labra, 31 años, hoy profesora de Educación Diferencial en la Escuela Rural Lliuco, otra de las niñas en esa gira, recuerda que el escritor se puso feliz: "No caminaba mucho. Estaba en un sillón. Nos ofreció bombones. Le daba mucha alegría saber que lo habían ido a visitar niños de Quemchi. Nos contó cómo escribió sus primeros libros ahí, en su casa en Huite". Llevar algo que no tienen Por mucho tiempo, los viajes de la lancha dependieron de la voluntad de otros. Teolinda tuvo que pedir a la municipalidad que le cediera por horas las lanchas que cumplían distintos propósitos: medicinales, de asistencia social. Podía viajar en un buque de la Armada o cualquier embarcación que saliera. "Lo importante era no dejar solos a los niños porque me esperaban", dice. "Les llevaba la medicina del alma.
Los niños quedaban felices". En 2015, su iniciativa se incorporó a la Red de Bibliomóviles de Chile (un proyecto de la Dibam que agrupa a bibliotecas que operan en diversos transportes en zonas apartadas), y dos años después Desafío Levantemos Chile, por medio de una donación de empresarios, consiguió una lancha propia para ellos. Teolinda la recibió cuando estaba recién construida en Quinchao. En su cubierta lleva el nombre Felipe Navegante, en alusión a Felipe Cubillos, empresario, velerista y filántropo, fallecido en 2011. "Reunía todas las condiciones, considerando que tenía gran espacio para llevar artistas", dice. Hoy su bibliolancha depende de la Agrupación Cultural y Social Artesana Otilia Yáñez, que formó junto a su familia. Su nuera Catalina y su nieto Eluan son hoy sus cuentacuentos oficiales: están a cargo de elegir, guiar la lectura y hacer performances. Lo hacen bajo los seudónimos de Caturra Cotorra y Pequecuentos. La agrupación también está integrada por algunas amistades, como el Premio Nacional de Arquitectura Edward Rojas. Bajo su alero además funciona la Escuela de Artes y Oficios, que se ha hecho un nombre en el archipiélago por recuperar labores tradicionales chilotas.
Hasta ahora no tiene lugar, pero Rojas acaba de donar el diseño para conseguir la concesión marítima y construir en la costanera de Quemchi, a poca distancia de la Biblioteca y de la casa-museo Coloane, una sede definitiva. "Será el espacio donde los viejos maestros, los grandes entendidos y conocedores de la artesanía de la lana, de la fibra, de la madera, incluso de la gastronomía, puedan ir a traspasar ese conocimiento", dice Edward Rojas. "Queremos que quienes no puedan estudiar una carrera técnica o profesional, sientan que llegan a una universidad de los oficios", sueña Teolinda. Ella, luego de tantos años en esto, dice que ha seguido en contacto con los niños que visitaba, hoy adultos. Muchos, cuenta, han llegado a la universidad.
Nadie ha hecho una medición del impacto de la bibliolancha, dice, "pero yo sí: en mi cabeza y en mi corazón, sé lo que ha significado porque sé el resultado de esos niños que crecieron conmigo a través de la lectura y son grandes personas hoy". Teolinda ya no navega como antes. Hace algunos años, su hijo Francisco asumió la coordinación y Sebastián, el otro hijo, se hizo cargo del timón. Son ellos quienes hacen viajar su legado. "Saben que yo tengo este compromiso social. Las islas siempre van a existir", dice ella. No es un asunto de cansancio, en todo caso. Teolinda hoy es concejala, dirige la Escuela de Artes y Oficios, y abrió recientemente un nuevo espacio cultural, Casa-Tola, un museo-biblioteca en Río Aucho, Quemchi. "No paramos. Todo el día trabajamos para la cultura". Por eso, ahora es Francisco quien organiza las expediciones. Dice que la precariedad en varias islas aún es visible. La mayoría de los gimnasios que visitan no funcionan como tal: son más bien bodegas, no tienen luz y varios están llenos de goteras. La bibliolancha, en tanto, opera en distintas frecuencias. Usualmente está programada para navegar diez días al mes, pero también funciona mientras está en el puerto de Quemchi, donde sirve como sala para talleres. Claro, la navegación no siempre se puede programar. Para salir de Quemchi hay que cruzar el golfo de Ancud, que se pone bravo. "Con tormenta, es terrible. Las olas son muy altas. Las hemos navegado. Hemos estado muchas veces en peligro de naufragar. A veces te vas con tiempo bueno, pero en la tarde se desata la tempestad", dice Teolinda. "Se vienen los temporales, se cierran los puertos, no se puede salir. Nos quedamos aislados; no podemos regresar por clima, tenemos que amanecer en algunas islas", agrega Francisco. Es parte de la rutina para quienes los esperan. Los niños saben cuando el clima impedirá la llegada de la bibliolancha, pero también tienen claro que el viaje se reagendará. "Saben que les llevamos algo que no tienen", dice él. La espera vale la pena. D DETERMINACIÓN. La bibliolancha funciona por la voluntad inquebrantable de esta familia chilota. A BORDO. Es usual que lleven también a artistas, escritores y poetas. ADAPTADOS. Este muestrario se convierte en mochila: así protegen los libros de la lluvia. RUTA. Solo la isla más cercana está a dos y media horas de navegación. LA BIBLIOTECA FLOTANTE de Chiloé.