Autor: Bélgica Arizmendy Carilao Ingeniera en Recursos Humanos
Columnas de Opinión: El celular y el aula: una conversación pendiente
Columnas de Opinión: El celular y el aula: una conversación pendiente Vivimos en una época en la que la tecnología avanza a pasos agigantados y, sin duda, ha transformado nuestra forma de comunicarnos, aprender incluso enseñar. El celular, ese pequeño dispositivo que llevamos en el bolsillo, se ha convertido en una extensión de nuestra vida cotidiana.
Pero su presencia en la sala de clases ha abierto un debate que como comunidad educativa aún no hemos resuelto del todo, ¿debe estar el celular en el aula? Desde mi experiencia como docente universitaria, he sido testigo de cómo la presencia del celular puede influir, y muchas veces interferir, en el proceso de aprendizaje.
No se trata de desacreditar la tecnología, ni desconocer su potencial pedagógico, pero sí es necesario reconocer que su uso sin una finalidad educativa clara muchas veces produce distracción, fragmenta la atención y debilita la calidad del tiempo que estudiantes y docentes compartimos en el aula.
Los celulares no solo interrumpen con notificaciones constantes, también propician el multitasking (multitareas), esta ilusión de hacer muchas cosas a la vez, cuando en realidad lo que ocurre es la disminución de la concentración y una pérdida de profundidad en la reflexión. Aprender requiere presencia, escucha activa, disposición al diálogo y a la construcción colectiva del conocimiento, y eso es difícil de lograr cuando una parte importante de la atención está depositada en la pantalla. Este fenómeno no afecta solo a la educación superior. En la enseñanza media, donde la etapa formativa es aún más sensible, el impacto puede ser incluso mayor. La dependencia del celular muchas veces interfiere en el desarrollo de habilidades sociales, en la participación activa y en la sana convivencia escolar. En algunos casos, incluso, puede reforzar dinámicas de aislamiento, ansiedad o comparación poco saludable.
Entonces, ¿Qué hacemos? ¿ Prohibimos por completo? ¿ Ignoramos el problema? Ni una ni otra opción parecen suficientes, lo que necesitamos es generar espacios de diálogo dentro de las comunidades educativas y acordar usos responsables y pertinentes del celular.
Por ejemplo, establecer momentos específicos donde se puedan usar como herramienta de aprendizaje (para investigar, colaborar, crear contenido), pero también momentos donde sea necesario “desconectarse para conectarse”, es decir, para centrarse en la clase, en la conversación, en el otro. La sala de clases debe ser un espacio de encuentro, y no solo de transmisión de contenidos. Recuperar la atención plena, fomentar la escucha, mirar a los ojos, trabajar en equipo, compartir ideas todo eso es más difícil si estamos atentos a una notificación que no puede esperar. Y lo que está en juego no es solo el aprendizaje académico, sino también la formación de personas críticas, empáticas y presentes. Como sociedad, nos debemos esta conversación. No para volver al pasado, sino para construir un presente donde la tecnología esté al servicio del aprendizaje, y no al revés. Porque a veces, para conectar mejor, hace falta desconectarse un momento. Bélgica Arizmendy Carilao.