Valentina Toro: "SI FUESE A PARÍS, YO ESTARÍA CLASIFICADA Y CON OPCIÓN TOTAL A MEDALLA"
Valentina Toro: Valentina Toro tiene el pelo tomado con un moño tirante, pegado a su cabeza con gel y que termina en una trenza apretada. Su rostro está completamente despejado y sus ojos fijos en su rival. Vestida con traje de karate blanco, una cinta roja amarrada a su cintura, da pequeños saltos con sus pies. Se inclina hacia atrás, abre la boca como agarrando fuerzas y levanta su pierna derecha para golpear rápido y preciso la cara de su oponente. Valentina vuelve a dar pequeños saltos en sus pies. Es fines de abril de 2024 y está en el tatami de la Premier League de Karate que se realiza en El Cairo, Egipto. Ahora, en solo un segundo, nuevamente echa su cuerpo hacia atrás, y con su pierna golpea a su rival. Esta vez en el abdomen. El combate se detiene y el juez anuncia con una mano que ella es la ganadora.
Valentina grita, sonríe y se golpea el pecho con su mano, empuñada dentro del mitón de karate. --¿ Qué piensas cuando estás peleando? --Fuera del tatami, soy una persona muy alegre, como que no me imaginas así peleando, pero cuando entro me digo a mí misma como que soy una perra, pero sin volverme loca, porque el karate es un deporte súper estratégico. Y si tú no tienes la cabeza fría, no te va a ir bien. Valentina ya había sido campeona mundial juvenil y había ganado oro en los Panamericanos de Santiago el año pasado.
Ese día en El Cairo también obtuvo medalla de oro, y hace solo unas semanas recibió el premio Grand Winner's, que la distingue como la mejor del año en su disciplina, además de quedar tercera en el ranking mundial de la categoría -55 kilos. El mejor de su carrera.
El paso lógico a seguir eran los Juegos Olímpicos París 2024, que comienzan a fin de mes, sin embargo se decidió que el karate ya no será un deporte olímpico y entrará en su reemplazo el break dance, con el motivo de acercar nuevas audiencias. --Es triste, yo ahora pensaba, si fuese a París, yo estaría clasificada y con opción total a la medalla.
La posibilidad de obtener podio ahí era enorme, entonces es como que oh.. . te duele el corazón. --¿ Te desmotiva no estar ahí? --Sí, un poquito, porque ya se terminó el semestre y mis competencias. Vienen los Juegos Olímpicos y todo pasa a segundo plano. Es como que eres buena, de las mejores del mundo, pero no es deporte olímpico, entonces chao. Valentina es hija única. Sus padres se conocieron trabajando en una empresa que ofrecía catering en los canales de televisión. Él lavaba platos y ella era garzona. Juntos vivían en una pieza que arrendaban en el barrio Franklin, donde Valentina nació y creció. --Me acuerdo de que compartíamos baño con otras personas y que había una cocina al fondo. El dueño de la cocina era el dueño del catering donde trabajaban mis papás. Ahí ahorraron hasta que compramos una casa para nosotros --cuenta Valentina. Tenía cinco años cuando se fueron a su propia casa, que quedaba también en Franklin.
A través de ese barrio, Valentina llegó por primera vez al karate, ya que a pocas cuadras de su casa había una escuela a la que su papá le pidió que lo acompañara. --Fui a mi primera clase de karate, no había ni tatami, entrenábamos en el piso, literal. Mi papá estaba fascinado, le encantaba, estaba en su ambiente, porque eran todos hombres, y todos eran de su edad. Se reían, tiraban sus tallas, se agarraban a combos, y yo ahí poh... Había otros niños también, pero yo era la única mujer, la más chica y me hacían pelear con los chiquillos. Iba por seguir, por hacer feliz a mi papá, pero no me gustaba mucho. En ese tiempo Valentina estudiaba en el colegio María Auxiliadora de Santiago, donde participaba en los talleres de cheerleader. --En el colegio me decían cómo vas a hacer karate si tú eres súper femenina. Además, yo grababa comerciales de repente y me ganaba, no sé, en una jornada me hacía 80 lucas. Para una niña que va en básica, tenía nueve años, era mucha plata. Entonces los profes me decían ahí hay plata, dedícate a eso, qué haces en karate.
Valentina seguía acompañando a su papá, pero sin mucho interés, hasta que el profesor de karate le dijo a su padre que ella tenía condiciones y que la llevara al Centro de Entrenamiento Olímpico (CEO), donde se hacía karate deportivo. --Cuando llegué, quedé loquísima: la sala era gigante, estaba karate, al lado taekwondo, después estaba judo, esgrima, había sala de pesas, halterofilia, tenis de pesa. Y la entrenadora era mujer, eso para mí fue guau, era la Daniela Lepín, que fue medallista de los Juegos Panamericanos de Toronto. Entonces, era como yo quiero ser así, mamá, quiero ser deportista, quiero usar el buzo del Team Chile. Y ahí me empecé a emocionar con el karate. Después de un tiempo en el CEO, comenzó a entrenar con el técnico César Tolorza. A los 13 años ganó su primer Panamericano en Medellín, Colombia.
En ese momento, todos los viajes que realizaba Valentina los costeaban sus padres, quienes habían puesto ya su propia empresa de catering. --Mi papá pidió hartos créditos en el banco, después tuvo problemas financieros por eso, lo llamaban siempre del banco, y ya después no le daban más créditos. Al año siguiente, venía un Panamericano a Bolivia, donde yo iba a revalidar mi título y la federación no me iba a pagar nada.
Entonces, yo les pregunté a mis papás si me iban a pagar el pasaje a Bolivia, y me dijeron que no, que no teníamos plata --relata Valentina y continúa--, yo estaba súper triste, y mi papá no sé de dónde cresta, porque cuando uno es chico los papás hacen magia, y uno no sabe de dónde salen esas cosas, pero consiguió la plata. Valentina viajó a Bolivia, sin embargo, en la primera ronda del torneo perdió y quedó descalificada. Tenía 14 años. --Me puse a llorar. Era un llanto como si a una guagua le hubieran quitado un chupete. Mis papás haciendo el medio de esfuerzo y yo perdiendo en estos campeonatos que me debería ir bien. Yo me hacía una presión, pero al final ellos me la bajaban, siempre me apoyaron un montón y me entendieron cómo era el deporte. Y agradezco mucho eso, porque, en verdad, no todos los papás son así. Hay papás terribles con esto del deporte. Al año siguiente debía ir al mundial en Indonesia.
Hicieron rifas, campañas en su colegio y su papá puso un cartel detrás de su auto con una foto de Valentina, su nombre, sus logros, diciendo que debía ir al mundial y pidiendo aportes voluntarios. --La gente le tocaba la bocina en los semáforos y le daba cinco lucas, o le daba luca, "para que su hija vaya a competir, tome, tome". Valentina quedó quinta en el mundial de Indonesia, también ganó otros oros en los Panamericanos y el Comité Olímpico comenzó a costear gran parte de sus viajes. Luego se coronó campeona mundial sub21. En el clímax de su carrera como juvenil, Valentina entró a estudiar Ingeniería Civil en la Usach con una beca deportiva. Poco tiempo después le tocó pasar a la categoría adulto, pero los resultados no fueron los que ella esperaba: no clasificó a los Juegos Panamericanos de Lima 2019, ni tampoco logró el número uno nacional. Al poco tiempo dejó de tener apoyo económico del Comité Olímpico. --En todos los campeonatos perdía en primera ronda. Me costó como un año y medio adaptarme recién a la categoría adulta. De hecho, me llegué a cuestionar muchas veces si en verdad esto era para mí. Después de un año sin resultados, decidió hacer un último esfuerzo y pagar por su propia cuenta un viaje a una liga mundial en Austria. Fue la única autofinanciada del equipo y obtuvo el segundo lugar. Fue su primera medalla como adulto. Estaba comenzando su carrera como karateca profesional cuando llegó la pandemia. Con todos los torneos suspendidos y los centros de entrenamiento cerrados, pasó la cuarentena en la casa de sus padres en Franklin. Ellos tampoco tenían trabajo con su catering, por lo que decidieron entre los tres comenzar a vender frutas y verduras a domicilio.
Su padre compraba en Lo Valledor, Valentina ayudaba con los despachos y la difusión en redes sociales y su madre convirtió el living de la casa en un almacén y verdulería. --Hacíamos todo para poder tener plata --explica Valentina. El emprendimiento era para ellos algo provisorio mientras estaba la cuarentena, pensando que volverían con su empresa de catering.
Sin embargo, a mediados de 2020 les robaron afuera de su casa el camión en el que guardaban todos los hornos y equipamientos de su empresa de catering. --Me acuerdo de que los dos se tiraron al suelo llorando, como si hubieran matado a alguien. Era su fuente de trabajo, todo el esfuerzo, todos los años, fue demasiado fuerte. Y ahí empezó a decaer todo --cuenta Valentina--. Sentí que yo pasé a ser como papá de mis papás. Como que mi papá no se quería levantar, no trabajaban, toda la casa estaba cochina, nadie cocinaba, todo era despelote. Son las primeras señales cuando ya la salud mental empieza a decaer. En su casa, además de ayudar con el negocio de las verduras, Valentina entrenaba.
El espacio que tenía disponible era su habitación, donde solo le alcanzaba para poner un pequeño tatami de uno por dos metros. --Yo era una persona que tenía mucha hambre por salir afuera, por querer ganar más campeonatos, por querer crecer.
Además la casa había dejado de ser mi casa, ya no tenía living, todo era verdulería, todo era almacén y casi no tenía espacio para entrenar... Ahí fue cuando decidí venirme a vivir con mi pololo.
En ese momento, Valentina había comenzado una relación con el karateca Joaquín González, campeón en los Juegos Panamericanos de Lima 2019, con quien vive desde 2021 en la casa del padre de él, en Las Condes. --Al principio a mis papás no les gustó mucho, pero al final como que entendieron que no tenía nada que hacer allá, y que mi pieza donde entrenaba era súper chica --cuenta Valentina y explica que sus padres de a poco fueron rehaciendo sus vidas. Su madre mantuvo el almacén en la casa y su padre consiguió trabajo como garzón en una picada del barrio. De a poco Valentina retomó los entrenamientos y se activaron los torneos. En 2022 ganó medalla de oro en los Juegos Sudamericanos en Paraguay y en los Juegos Bolivarianos en Colombia. Y el 2023 lo comenzó con el foco en los Panamericanos de Santiago. Sin embargo, en marzo de ese año, su padre llegó de urgencia al hospital, lo que cambió completamente sus planes. --Mi papá... el tema de salud mental, no dio más. Estuvo en coma, cuando uno tiene depresión quiere acabar con su vida simplemente. Entonces, claro, cuando uno intenta y no resulta, la gente te intenta salvar de igual forma. Estuvo varios días hospitalizado y me acuerdo de que le hicieron escáner completo en el hospital y además le encontraron cáncer. Le escribí a mi entrenador y le dije "no sé cuándo vuelva a entrenar". Por un tiempo, se llevó a su papá a la casa donde vivía con su pololo para cuidarlo. También buscó y financió terapia psicológica para él. Mientras, aguardaban la lista de espera en el hospital para que lo operaran del cáncer renal que le habían diagnosticado.
Para costear todos los tratamientos, Valentina comenzó a través de su cuenta de Instagram, donde se estaba posicionando como influencer, a buscar todas la opciones de trabajo con marcas para conseguir más ingresos. --Me volví loca. Dormía tres horas, cinco de repente. Pasé todos los ramos de la universidad y además estaba trabajando caleta porque necesitaba plata para ayudar a mis papás. Me acuerdo de que me quedé hasta dormida manejando, choqué, menos mal no me pasó nada. Me tiritaban los ojos, me tiritaban las manos, tenía los niveles de estrés de cortisol encima. Tenía que viajar a torneos fuera y me da miedo estar lejos de casa y que me llamen para decirme que tengo que volverme a Chile de emergencia. Me hablaban de los Panamericanos y me ponía a llorar. En agosto operaron a su padre. Y en octubre él estaba viendo a Valentina subirse al podio a recibir la medalla de oro en los Panamericanos de Santiago. --Yo solo decía gracias, eran demasiadas emociones juntas. Me tocó un año patas arriba, todo el esfuerzo que hice, tuvo su recompensa. Y le decía gracias a Dios por permitir a mis papás estar aquí, porque en un momento pensé que no iban a estar. La salud de su padre se estabilizó y su carrera como karateca tomó impulso. De hecho, este 2024 ha sido el mejor año de su trayectoria. --¿ Cómo te ves de aquí a 10 años? --La verdad me gustaría algún día tener mi propia academia de karate.
A esa edad me gustaría también empezar con planes para formar mi familia, para tener hijos karatecas y ojalá meterlos a algún deporte olímpico, porque yo voy a ir a unos Juegos Olímpicos, aunque sea como apoderada --dice riéndose--. Quiero crear un legado, quiero generar historia en el karate, que mi nombre y mi huella siempre se escuche, aunque ya dejé de practicar.
La karateca nacional está viviendo el mejor momento de su carrera luego de posicionarse como la número tres del mundo y de ganar el premio Grand Winner's, que la distingue como la mejor del año en su disciplina. Aquí expresa la decepción de no poder estar en los próximos Juegos Olímpicos París 2024, luego de que su deporte fuera reemplazado por el break dance.
Habla también de sus inicios en una escuela de karate en el barrio Franklin, de los malabares económicos que ha tenido que hacer durante su carrera, del cáncer de su papá y el complejo 2023 que vivió antes de coronarse como campeona panamericana. POR ANTONIA DOMEYKO. FOTO SERGIO ALFONSO LOPEZ.
Valentina Toro: "SI FUESE A PARÍS, YO ESTARÍA CLASIFICADA Y CON OPCIÓN TOTAL A MEDALLA" "Fuera del tatami, soy una persona muy alegre, como que no me imaginas así peleando, pero cuando entro me digo a mí misma como que soy una perra, pero sin volverme loca, porque el karate es un deporte súper estratégico". "Me volví loca. Dormía tres horas, cinco de repente. Pasé todos los ramos de la universidad y además estaba trabajando caleta porque necesitaba plata para ayudar a mis papás"..