Autor: JAIME ANTÚNEZ ALDUNATE
Tedeum y unidad de sentido
Señor Director: Por razones puntuales he debido leer en estos días las diez homilías que pronunció el cardenal Raúl Silva Henríquez en los Tedeum que van del 18 de septiembre de 1973 al de 1983. Década álgida, como se sabe, en que cada año constituye un escenario distinto, inserto en la misma secuencia.
Para mayor claridad escogí una edición en que los diez discursos del prelado van precedidos por una muy buena introducción del académico Ascanio Cavallo, que resume el contexto político-institucional y los avatares del momento previo a cada homilía.
Vistos en conjunto, y considerado el tiempo que comprende dicha secuencia, varios factores impresionan: calidad y fuerza del lenguaje, donde resalta un trasfondo bíblico, el magisterio social de los papas y una rica referencia a autores clásicos; realismo y universalidad del horizonte donde Chile, con sus problemas, es mirado en su tradición y su alma; "eclesialidad” por ser discursos donde la Iglesia asume su propia misión sub specie aeternitatis (con mirada de eternidad); respeto y justicia por las personas y por la autoridad, pidiendo a cada uno lo que corresponde en orden al bien común; y así. El conjunto, con todo lo que en ello se dice y se piensa, por su mirada de superior comprensión y cultura, constituye un documento de incomparable valor para entender la historia de esos años.
Asumiendo los cambios abismales que ha introducido en el lenguaje, al cabo de cuatro décadas, el avasallamiento de la cultura mediática, la comentada homilía del arzobispo de Santiago, Fernando Chomali, el pasado 18 de septiembre en el templo catedral, ante las primeras autoridades del país, se ciñó con todo, perfectamente, a idénticas prioridades de enfoque que su antecesor Raúl Silva Henríquez.
No se advierte, pues, por qué cree mi amigo Carlos Peña que, con los efectos paradójicos que subraya, haya sido sub specie aeternitatis la posición del arzobispo ante la eutanasia y el aborto, y esencialmente sociológico-política su referencia a la inseguridad que desarma a las familias más pobres y al avanzado estado de corrupción que horada el alma de Chile, incomparable por lo demás con el que previno en los 90 otro antecesor suyo, el cardenal Carlos Oviedo (tan criticado por tal "atrevimiento”) en su pastoral "Moral, juventud y sociedad permisiva". Unos y otros han mostrado la misma unidad de sentido.