Autor: Juan Carlos Jobet
Elon Musk
Elon Musk EL JUEVES, TESLA TUVO UNO DE ESOS EVENTOS QUE ATRAEN LA ATENCIÓN DEL MUNDO.
Presentó suCybercab, un taxi eléctrico y autónomo, sin pedales ni manubrio, que nos permitiría entregar el control, y trabajar o dormir mientras viajamos, además de liberar miles de kilómetros cuadrados de estacionamientos para hacer parques o viviendas.
Mostró también Optimus, un robot con dimensiones humanas que podría cuidar a los niños o servirnos un trago y que, según Elon Musk, será “el producto más grande que nunca se haya hecho, de cualquier tipo”. Aunque el viernes la acción de Tesla cayó, mostrando el escepticismo del mercado, el lanzamiento me pilló terminando la biografía de Musk escrita por Walter Isaacson. La historia y el personaje son fascinantes. Musk nació y creció en Sudáfrica. Un niño con poca capacidad de leer su entorno social, más pequeño que sus pares y víctima de bullying. En una ocasión los más grandes lo tiraron al suelo, le patearon la cabeza y lo golpearon hasta dejar su cara irreconocible.
Era un niño introvertido: a sus padres los llamaron del colegio para decirles que pensaban que era “retardado” (la expresión es del libro). Pero no, era solo que cuando su cerebro se enfoca en un problema difícil, su sistema sensorial se apaga, y pierde conexión con el mundo. Ese rasgo lo mantiene hasta hoy. Desde chico sufrió la intimidación de su padre, Errol, un megalómano fantasioso y violento, incapaz de sentir compasión.
Cuando en 1989, poco antes de cumplir 18 años, y harto de la vida en Sudáfrica, Elon compró su pasaje a Montreal, el papá le dijo que estaría de vuelta en pocos meses, “nunca vas a ser exitoso”. Creciendo con ese padre y en la violenta Sudáfrica de los setentas y ochentas, aprendió a desconectarse del miedo, y quizás, en la pasada, de otras emociones también. Él mismo dice que tiene ásperger, aunque nunca se diagnosticó. Adicto a la ciencia ficción y los videojuegos, sobre todo de guerra y construcción de imperios, usa ambos de inspiración para sus negocios. A los 13 años programó en Basic su primer juego, “Blastar”, que vendió en 500 dólares. Era buen estudiante, pero no excepcional. Trabajó limpiando calderas, como practicante en Microsoft y, luego, en Scotiabank, donde le perdió el respeto a la industria financiera y de donde sacó la audacia que originó PayPal. Estudió en Quenns y, luego, Física y Negocios en Penn: quería desarrollar productos, pero también armar sus propios negocios; no quería tener jefes. Pudo ir a Wall Street, pero según él los banqueros y los abogados no contribuyen mucho a la sociedad.
Así es que cruzó a Silicon Valley, donde desplegó su interésEn medio de la poco edificante contingencia nacional, uno se pregunta si en este rincón del mundo no nos vendría bien tener algo más de Musk. Su ambición e intolerancia a la mediocridad. Su capacidad de trabajo inagotable y su atención obsesiva por los detalles”. por los autos eléctricos, el espacio y los videojuegos. A los 27 vendió su primera empresa, Zip2, y recibió 22 millones de dólares.
En vez de ahorrar y asegurar su futuro, en los años que siguieron siempre apostó todo su capital en la siguiente aventura empresarial, la mayoría de ellas exitosas: PayPal, SolarCity, Tesla, SpaceX... Donde ha sido menos exitoso, o menos persistente al menos, es en su vida de pareja. Aunque ha sido persistente en lo de tener hijos: tiene 12, de tres mujeres. Pero parece ser un padre presente, abierto y, a su forma, querendón. Competitivo, directo y trabajólico. Tras unas vacaciones en Río y Sudáfrica en 2001, después que lo echaron de PayPal, casi murió de malaria. Según él, esa experien-ANÁLISIScia le enseñó que las vacaciones te pueden matar. El balance trabajo y familia no está en su registro.
En sus ciclos de alta energía también los tiene de baja puede pasar semanas en una planta de Tesla revisando hasta el último detalle de la línea de ensamblaje, sometiendo a escrutinio cada supuesto, reduciendo gastos, inventando una nueva manilla para abrir las puertas del modelo S. En 2008 estuvo al borde del fracaso con Tesla y SpaceX al mismo tiempo. Muchos lo empujaron a optar.
No puedo dejar ninguna, decía, porque si Tesla fracasa, eso va a reforzar la idea de que los autos eléctricos no sirven y “nunca vamos a tener energía renovable”. Y tampoco SpaceX porque, según él, nunca podríamos llegar a ser “una especie multiplanetaria”. Ese es el tamaño de su ambición. Con Tesla, Musk revolucionó el transporte eléctrico, validando la solución a una de las principales causas del cambio climático. Con SpaceX revitalizó la industria espacial, que estuvo dormida por años. Hizo posible el acceso a internet en todos los rincones del mundo con Starlink, que ayudó a Ucrania a mantener su defensa operativa tras la invasión rusa. Fundó OpenAI con Sam Altman, buscando que la inteligencia artificial estuviera disponible para todos y fuera una fuerza para el bien.
Aunque hay rasgos de Musk que uno no se quisiera, al leer su biografía en medio de la poco edificante contingencia nacional, uno se pregunta si en este rincón del mundo no nos vendría bien tener algo más de Musk. Su ambición e intolerancia a la mediocridad. Su capacidad de trabajo inagotable y su atención obsesiva por los detalles. Su habilidad para hacer de las crisis oportunidades de crear algo nuevo y mejor. Su convicción de que los negocios pueden ser la mayor fuerza de transformación social. Su ejemplo de que con visión y persistencia se puede llegar muy lejos. Y su confianza en que se puede cambiar el futuro, se lo puede esculpir casi.
Su historia parece decirnos que no ayuda andar por el mundo de víctima, y que sin importar las dificultades que se tuvo al partir, se puede tomar control de la propia existencia. (Y dejar el control del auto a los genios de la tecnología)..