El infierno en la Tierra
El infierno en la Tierra Washingipn D. Ç en «»póib1e ftdü$ cercazin La Óf&22t+Jb un aÁ1rno\flucleatd! tm mefln e1npl#! tS11 tu *2spltb i&áldk t4Ip3bies Ue fltíite 12 lflati im) im) asirfi fi ¡ *21 graa graa 1$fis es 4 $qpetatfl entre &inco v&4*d4i la del *NW41 SoL ¡ n1 primera WIdaegundo de que estflii*bi tbrmonudat tbrmonudat ipacte en 1 úbno, a las afueras de Washington D.C., se produce un destello. Una tenue luz de rayos X de una longitud de onda muy corta. La luz sobrecalienta el aire circundante a mi llones de grados, creando una inmensa bola de fuego que se expande a millones de kilómetros por hora.
Al cabo de pocos pocos segundos, esa bola de fuego alcanza un diámetro superior a un kilómetro y medio (1.735 metros) y genera un resplandor resplandor y un calor tan intensos que las superficies de hormigón revientan, los objetos metálicos se funden ose evaporan, evaporan, las piedras se desintegran y los seres seres humanos se convierten al instante en carbón en combustión.
La estructura de cinco plantas y cinco caras del Pentágono, asi como todo todo lo que contiene en sus más de seiscientos seiscientos mil metros cuadrados de oficinas, oficinas, estalla y queda reducido a un polvo abrasado por el resplandor y el calor iniciales; iniciales; las paredes se derrumban con el impacto casi simultáneo de la onda expansiva, expansiva, ylos veintisiete mil empleados de las instalaciones mueren al instante. Dentro de la bola de fuego no queda nada, da. Nada.
La zona cero queda reducida ala naViajando naViajando a la velocidad de la luz, el calor que irradia la bola de fuego incendia incendia todo objeto inflamable que se halla en un horizonte de varios kilómetros a la redonda.
Cortinas, papel, libros, cercados cercados de madera, ropa y hojas secas arden en llamas y se convierten en yesca para una gran tormenta de fuego que empieza a consumir unos doscientos cincuenta kilómetros cuadrados de la zona que, antes antes del resplandor, era el centro neurálgico neurálgico del Gobierno de Estados Unidos y el hogar de seis millones de personas.
Varios centenares de metros al noroeste noroeste del Pentágono, las 258 hectáreas del Cementerio Nacional de Arlington, incluidos sus cuatrocientos mil osarios y lápidas en honor a los caldos en la guerra, los tres mil ochocientos afroa mericanos liberados enterrados en la sección 27 y los visitantes que han acudido acudido a rendirles sus respetos a primera hora de esta tarde primaveral, así como los jardineros que mantienen el césped, los podadores que cuidan de los árboles, árboles, los guias turisticos que ilustran a sus grupos y los miembros de la Vieja El infierno en la Tierra Este es el prólogo del libro «Guerra nuclear. Un escenario», de la periodista estadounidense Annie Jacobsen Aquí entrega detalles de las circunstancias que las autoridades de su país esperan de un ataque nuclear contra Washington.
Guardia que, con sus guantes blancos, vigilan la Tumba del Soldado Desconocido Desconocido quedan transformados, en un instante, instante, en estatuillas humanas chamuscadas chamuscadas y en llamas, En polvo negro de materia orgánica, en hollirn Los incinerados incinerados se ahorran el horror sin precedentes precedentes que empiezan a sentir los entre uno y dos millones de personas gravemente gravemente heridas y que no han muerto al instante en este ataque nuclear por sorpresa. sorpresa.
En la ribera opuesta del rio Potomac, a un kilómetro y medio al nordeste, las columnas y las paredes de mármol de los monumentos conmemorativos a Lincoln y Jefferson se sobrecalientan, se resquebrajan, resquebrajan, estallan y se desintegran.
Los puentes de acero y piedra y las carreteras (Continúa en b página 14) QIiene de la página 13) que conectan estos monumentos histórices histórices con las zonas colindantes se levantan levantan primero y luego se hunden.
Al sur, al otro lado de la carretera interestatal interestatal 39, el luminoso y diáfano Fashion Centre de Pentagon City, con sus muros cortina y sus abundantes comercios llenos de prendas de marcas exclusivas y menaje para e] hogar, los restaurantes y las oficinas que lo rodean y el hotel Ritz-Carlton desaparecen de la faz de la Tierra. Las vigas de los techos, las escaleras escaleras mecánicas, las lámparas de araña, las alfombras, el ¡ nobiliario, los maniquíes, maniquíes, los perros, las ardillas y las personas personas se carbonizan. Estamos a finales de marzo, son las i5.36, hora local. Han pasado tres segundos desde la explosión. A unos cuatro kilómetros al oeste, en el Nationals Park, se está jugando un partido de béisbol. La ropa de la mayoría de los treinta y cinco mil espectadores presentes en el estadio se prende fuego. Quienes no mueren achicharrados enseguida sufren graves quemaduras de tercer grado. Sus cuer pos, despojados de la capa exterior de piel, dejan a la vista la sangrienta dermis. dermis. Las quemaduras de tercer grado requieren cuidados hospitalarios inmediatos inmediatos y, a menudo, amputaciones de extremidades para evitar la muerte. En el Nationals Park, cientos de personas personas quizá logren sobrevivir en un primer primer momento porque estaban dentro de las instalaciones, bajo techo, comprando comprando comida o usando los aseos. Ahora necesitan desesperadamente una cama en una unidad de quemados. Pero en toda la zona metropolitana de Washington solo hay diez camas especializadas especializadas en quemaduras graves, ubicadas ubicadas en la unidad de quemados del hospital MedStar Washington, en el centro de la ciudad. Y dado que esta instalación se halla a unos ocho kilómetros kilómetros al nordeste del Pentágono, habrá dejado de estar operativa, si es que aún existe.
En la unidad de quemados quemados del Johns Hopkins, a unos setenta setenta kilómetros al nordeste, en Baltimore, Baltimore, hay menos de veinte camas especializadas, pero todas están a punto de ocuparse En total, en los cincuenta estados que conforman Estados Unidos hay unas dos mil camas camas en unidades especializadas para este tipo de heridos.
En cuestión de segundos, la radiación radiación térmica del ataque al Pentágono con una bomba nuclear de un megatón ha provocado graves quemaduras en la piel a aproximadamente otro millón de personas, el 90 por ciento de las cuales cuales morirL Académicos y científicos especializados en defensa se han pasado pasado décadas elaborando estos cálculos.
La mayoría de esas personas no lograrán lograrán más que dar unos pasos desde el punto en el que les ha sorprendido la Ficha de autor Anníe Jacobseri (1967), perIodista de investigación estadounidense especializada en temas de defensa e inteligencia. «Finalista del Premio Pulitzer (2016) es autora, entre otros libras de Área 51: Una historia sin censure de la base militar de alto secreto de Estados Unidos». rán en lo que los expertos en defensa civil de la década de 95o, cuando empezaron a manejarse estas espeluznantes espeluznantes cifras, llamaron «muertos in situ». «Muertos in situ», (Administración Federal de Defensa Civil de Estados Unidos) En la base conjunta de AnacostiaBolling, AnacostiaBolling, una instalación militar con una superficie de cuatrocientas hectáreas situada en la ribera opuesta del Potomac, Potomac, en el sudeste, hay otras diecisiete mil victimas, incluido prácticamente todo el personal del cuartel general de la Agencia de Inteligencia de Defensa, de la sede de la Agencia de Comunicaciones Comunicaciones de la Casa Blanca, de la estación de la Guardia Costera de Estados Unidos en Washington, del hangar de helicópteros helicópteros Marine One y de otras muchas instalaciones federales fuertemente protegidas y que velan por la seguridad del pais. En la Universidad de Defensa Nacional, la mayen a de los cuatro mil estudiantes que hay en el recinto están muertos o agonizan.
En medio de esta tragedia, no deja de ser irónico que sea en esta institución (financiada por el Pentágono e inaugurada en el bicentenario bicentenario de la fundación de Estados Unidos) Unidos) donde los oficiales de carrera aprenden a emplear estrategias para garantizar garantizar la seguridad de] pais en todo el mundo. Esta universidad no es la única institución militar de educación superior superior que desaparece con el primer ataque ataque nuclear.
También dejan de existir con efecto inmediato la Escuela Eisenhower Eisenhower de Estrategia, Recursos y Seguridad Seguridad Nacional, la Escuela Nacional de Guerra, el Colegio Interamericano de Defensa y el Centro Africano de Estudios Estudios Estratégicos. Toda esta zona del frente marítimo, desde el parque de Buzzard Point hasta la iglesia episcopal de St. Augustine, desde el barrio de Navy Yard hasta el puente conmemorativo conmemorativo de Frederick Douglass, queda arrasada arrasada por completo. En el siglo XX, los humanos crearon las armas nucleares para salvar el mundo mundo del mal y ahora, en el siglo XXI, ese armamento está a punto de destruir el mundo. De reducirlo a cenizas. El conocimiento científico necesario necesario para crear una bomba nuclear es muy amplio. El resplandor termonuclear contiene dos pulsos de radiación térmica. térmica. El primero dura una fracción de segundo, segundo, tras el cual se produce e] segundo, segundo, que se prolonga varios segundos y hace que la piel se prenda fuego y se queme. Los pulsos luminosos son silenciosos; silenciosos; la luz no tiene sonido. Lo que sigue es el atronador estruendo de la detonación.
El calor extremo generado por la explosión nuclear crea una onda de alta presión que se propaga como un tsunami desde su epicentro, un muro gigantesco de aire extremadamente comprimido que viaja a una velocidad supersónica.
Arrastra a las personas, las eleva en el aire, les revienta los pulmones pulmones y los timpanos, succiona cuerpos y los escupe. «En general, a los grandes edificios los destruye el cambio de presión presión atmosférica, mientras que lo que arrastra a las personas y los objetos, como como los árboles y los postes de electricidad, electricidad, es el viento», explica un archivero que recopila estas atroces estadisticas para el Archivo Atómico. A medida que la bola de fuego nuclear nuclear aumenta de tamaño, su onda expansiva expansiva siembra una destrucción catastrófica, catastrófica, avanzando como una apisonadora apisonadora otros cinco kilómetros.
El aire tras la onda expansiva se acelera y provoca vientos de varios centenares de kilómetros kilómetros por hora, una velocidad extraordinaria extraordinaria dificil de concebir, En 1012, el huracán huracán Sandy, que causó daños valorados en setenta mil millones de dólares y arreható la vida de 147 personas, predetonación predetonación de la bomba, Se converti.
El infierno en la Tierra El infierno en la Tierra Washingipn D. Ç en «»póib1e ftdü$ cercazin La Óf&22t+Jb un aÁ1rno\flucleatd! tm mefln e1npl#! tS11 tu *2spltb i&áldk t4Ip3bies Ue fltíite 12 lflati im) im) asirfi fi ¡ *21 graa graa 1$fis es 4 $qpetatfl entre &inco v&4*d4i la del *NW41 SoL ¡ n1 primera WIdaegundo de que estflii*bi tbrmonudat tbrmonudat ipacte en 1 úbno, a las afueras de Washington D.C., se produce un destello. Una tenue luz de rayos X de una longitud de onda muy corta. La luz sobrecalienta el aire circundante a mi llones de grados, creando una inmensa bola de fuego que se expande a millones de kilómetros por hora.
Al cabo de pocos pocos segundos, esa bola de fuego alcanza un diámetro superior a un kilómetro y medio (1.735 metros) y genera un resplandor resplandor y un calor tan intensos que las superficies de hormigón revientan, los objetos metálicos se funden ose evaporan, evaporan, las piedras se desintegran y los seres seres humanos se convierten al instante en carbón en combustión.
La estructura de cinco plantas y cinco caras del Pentágono, asi como todo todo lo que contiene en sus más de seiscientos seiscientos mil metros cuadrados de oficinas, oficinas, estalla y queda reducido a un polvo abrasado por el resplandor y el calor iniciales; iniciales; las paredes se derrumban con el impacto casi simultáneo de la onda expansiva, expansiva, ylos veintisiete mil empleados de las instalaciones mueren al instante. Dentro de la bola de fuego no queda nada, da. Nada.
La zona cero queda reducida ala naViajando naViajando a la velocidad de la luz, el calor que irradia la bola de fuego incendia incendia todo objeto inflamable que se halla en un horizonte de varios kilómetros a la redonda.
Cortinas, papel, libros, cercados cercados de madera, ropa y hojas secas arden en llamas y se convierten en yesca para una gran tormenta de fuego que empieza a consumir unos doscientos cincuenta kilómetros cuadrados de la zona que, antes antes del resplandor, era el centro neurálgico neurálgico del Gobierno de Estados Unidos y el hogar de seis millones de personas.
Varios centenares de metros al noroeste noroeste del Pentágono, las 258 hectáreas del Cementerio Nacional de Arlington, incluidos sus cuatrocientos mil osarios y lápidas en honor a los caldos en la guerra, los tres mil ochocientos afroa mericanos liberados enterrados en la sección 27 y los visitantes que han acudido acudido a rendirles sus respetos a primera hora de esta tarde primaveral, así como los jardineros que mantienen el césped, los podadores que cuidan de los árboles, árboles, los guias turisticos que ilustran a sus grupos y los miembros de la Vieja El infierno en la Tierra Este es el prólogo del libro «Guerra nuclear. Un escenario», de la periodista estadounidense Annie Jacobsen Aquí entrega detalles de las circunstancias que las autoridades de su país esperan de un ataque nuclear contra Washington.
Guardia que, con sus guantes blancos, vigilan la Tumba del Soldado Desconocido Desconocido quedan transformados, en un instante, instante, en estatuillas humanas chamuscadas chamuscadas y en llamas, En polvo negro de materia orgánica, en hollirn Los incinerados incinerados se ahorran el horror sin precedentes precedentes que empiezan a sentir los entre uno y dos millones de personas gravemente gravemente heridas y que no han muerto al instante en este ataque nuclear por sorpresa. sorpresa.
En la ribera opuesta del rio Potomac, a un kilómetro y medio al nordeste, las columnas y las paredes de mármol de los monumentos conmemorativos a Lincoln y Jefferson se sobrecalientan, se resquebrajan, resquebrajan, estallan y se desintegran.
Los puentes de acero y piedra y las carreteras (Continúa en b página 14) QIiene de la página 13) que conectan estos monumentos histórices histórices con las zonas colindantes se levantan levantan primero y luego se hunden.
Al sur, al otro lado de la carretera interestatal interestatal 39, el luminoso y diáfano Fashion Centre de Pentagon City, con sus muros cortina y sus abundantes comercios llenos de prendas de marcas exclusivas y menaje para e] hogar, los restaurantes y las oficinas que lo rodean y el hotel Ritz-Carlton desaparecen de la faz de la Tierra. Las vigas de los techos, las escaleras escaleras mecánicas, las lámparas de araña, las alfombras, el ¡ nobiliario, los maniquíes, maniquíes, los perros, las ardillas y las personas personas se carbonizan. Estamos a finales de marzo, son las i5.36, hora local. Han pasado tres segundos desde la explosión. A unos cuatro kilómetros al oeste, en el Nationals Park, se está jugando un partido de béisbol. La ropa de la mayoría de los treinta y cinco mil espectadores presentes en el estadio se prende fuego. Quienes no mueren achicharrados enseguida sufren graves quemaduras de tercer grado. Sus cuer pos, despojados de la capa exterior de piel, dejan a la vista la sangrienta dermis. dermis. Las quemaduras de tercer grado requieren cuidados hospitalarios inmediatos inmediatos y, a menudo, amputaciones de extremidades para evitar la muerte. En el Nationals Park, cientos de personas personas quizá logren sobrevivir en un primer primer momento porque estaban dentro de las instalaciones, bajo techo, comprando comprando comida o usando los aseos. Ahora necesitan desesperadamente una cama en una unidad de quemados. Pero en toda la zona metropolitana de Washington solo hay diez camas especializadas especializadas en quemaduras graves, ubicadas ubicadas en la unidad de quemados del hospital MedStar Washington, en el centro de la ciudad. Y dado que esta instalación se halla a unos ocho kilómetros kilómetros al nordeste del Pentágono, habrá dejado de estar operativa, si es que aún existe.
En la unidad de quemados quemados del Johns Hopkins, a unos setenta setenta kilómetros al nordeste, en Baltimore, Baltimore, hay menos de veinte camas especializadas, pero todas están a punto de ocuparse En total, en los cincuenta estados que conforman Estados Unidos hay unas dos mil camas camas en unidades especializadas para este tipo de heridos.
En cuestión de segundos, la radiación radiación térmica del ataque al Pentágono con una bomba nuclear de un megatón ha provocado graves quemaduras en la piel a aproximadamente otro millón de personas, el 90 por ciento de las cuales cuales morirL Académicos y científicos especializados en defensa se han pasado pasado décadas elaborando estos cálculos.
La mayoría de esas personas no lograrán lograrán más que dar unos pasos desde el punto en el que les ha sorprendido la Ficha de autor Anníe Jacobseri (1967), perIodista de investigación estadounidense especializada en temas de defensa e inteligencia. «Finalista del Premio Pulitzer (2016) es autora, entre otros libras de Área 51: Una historia sin censure de la base militar de alto secreto de Estados Unidos». rán en lo que los expertos en defensa civil de la década de 95o, cuando empezaron a manejarse estas espeluznantes espeluznantes cifras, llamaron «muertos in situ». «Muertos in situ», (Administración Federal de Defensa Civil de Estados Unidos) En la base conjunta de AnacostiaBolling, AnacostiaBolling, una instalación militar con una superficie de cuatrocientas hectáreas situada en la ribera opuesta del Potomac, Potomac, en el sudeste, hay otras diecisiete mil victimas, incluido prácticamente todo el personal del cuartel general de la Agencia de Inteligencia de Defensa, de la sede de la Agencia de Comunicaciones Comunicaciones de la Casa Blanca, de la estación de la Guardia Costera de Estados Unidos en Washington, del hangar de helicópteros helicópteros Marine One y de otras muchas instalaciones federales fuertemente protegidas y que velan por la seguridad del pais. En la Universidad de Defensa Nacional, la mayen a de los cuatro mil estudiantes que hay en el recinto están muertos o agonizan.
En medio de esta tragedia, no deja de ser irónico que sea en esta institución (financiada por el Pentágono e inaugurada en el bicentenario bicentenario de la fundación de Estados Unidos) Unidos) donde los oficiales de carrera aprenden a emplear estrategias para garantizar garantizar la seguridad de] pais en todo el mundo. Esta universidad no es la única institución militar de educación superior superior que desaparece con el primer ataque ataque nuclear.
También dejan de existir con efecto inmediato la Escuela Eisenhower Eisenhower de Estrategia, Recursos y Seguridad Seguridad Nacional, la Escuela Nacional de Guerra, el Colegio Interamericano de Defensa y el Centro Africano de Estudios Estudios Estratégicos. Toda esta zona del frente marítimo, desde el parque de Buzzard Point hasta la iglesia episcopal de St. Augustine, desde el barrio de Navy Yard hasta el puente conmemorativo conmemorativo de Frederick Douglass, queda arrasada arrasada por completo. En el siglo XX, los humanos crearon las armas nucleares para salvar el mundo mundo del mal y ahora, en el siglo XXI, ese armamento está a punto de destruir el mundo. De reducirlo a cenizas. El conocimiento científico necesario necesario para crear una bomba nuclear es muy amplio. El resplandor termonuclear contiene dos pulsos de radiación térmica. térmica. El primero dura una fracción de segundo, segundo, tras el cual se produce e] segundo, segundo, que se prolonga varios segundos y hace que la piel se prenda fuego y se queme. Los pulsos luminosos son silenciosos; silenciosos; la luz no tiene sonido. Lo que sigue es el atronador estruendo de la detonación.
El calor extremo generado por la explosión nuclear crea una onda de alta presión que se propaga como un tsunami desde su epicentro, un muro gigantesco de aire extremadamente comprimido que viaja a una velocidad supersónica.
Arrastra a las personas, las eleva en el aire, les revienta los pulmones pulmones y los timpanos, succiona cuerpos y los escupe. «En general, a los grandes edificios los destruye el cambio de presión presión atmosférica, mientras que lo que arrastra a las personas y los objetos, como como los árboles y los postes de electricidad, electricidad, es el viento», explica un archivero que recopila estas atroces estadisticas para el Archivo Atómico. A medida que la bola de fuego nuclear nuclear aumenta de tamaño, su onda expansiva expansiva siembra una destrucción catastrófica, catastrófica, avanzando como una apisonadora apisonadora otros cinco kilómetros.
El aire tras la onda expansiva se acelera y provoca vientos de varios centenares de kilómetros kilómetros por hora, una velocidad extraordinaria extraordinaria dificil de concebir, En 1012, el huracán huracán Sandy, que causó daños valorados en setenta mil millones de dólares y arreható la vida de 147 personas, predetonación predetonación de la bomba, Se converti.
El infierno en la Tierra El infierno en la Tierra Washingipn D. Ç en «»póib1e ftdü$ cercazin La Óf&22t+Jb un aÁ1rno\flucleatd! tm mefln e1npl#! tS11 tu *2spltb i&áldk t4Ip3bies Ue fltíite 12 lflati im) im) asirfi fi ¡ *21 graa graa 1$fis es 4 $qpetatfl entre &inco v&4*d4i la del *NW41 SoL ¡ n1 primera WIdaegundo de que estflii*bi tbrmonudat tbrmonudat ipacte en 1 úbno, a las afueras de Washington D.C., se produce un destello. Una tenue luz de rayos X de una longitud de onda muy corta. La luz sobrecalienta el aire circundante a mi llones de grados, creando una inmensa bola de fuego que se expande a millones de kilómetros por hora.
Al cabo de pocos pocos segundos, esa bola de fuego alcanza un diámetro superior a un kilómetro y medio (1.735 metros) y genera un resplandor resplandor y un calor tan intensos que las superficies de hormigón revientan, los objetos metálicos se funden ose evaporan, evaporan, las piedras se desintegran y los seres seres humanos se convierten al instante en carbón en combustión.
La estructura de cinco plantas y cinco caras del Pentágono, asi como todo todo lo que contiene en sus más de seiscientos seiscientos mil metros cuadrados de oficinas, oficinas, estalla y queda reducido a un polvo abrasado por el resplandor y el calor iniciales; iniciales; las paredes se derrumban con el impacto casi simultáneo de la onda expansiva, expansiva, ylos veintisiete mil empleados de las instalaciones mueren al instante. Dentro de la bola de fuego no queda nada, da. Nada.
La zona cero queda reducida ala naViajando naViajando a la velocidad de la luz, el calor que irradia la bola de fuego incendia incendia todo objeto inflamable que se halla en un horizonte de varios kilómetros a la redonda.
Cortinas, papel, libros, cercados cercados de madera, ropa y hojas secas arden en llamas y se convierten en yesca para una gran tormenta de fuego que empieza a consumir unos doscientos cincuenta kilómetros cuadrados de la zona que, antes antes del resplandor, era el centro neurálgico neurálgico del Gobierno de Estados Unidos y el hogar de seis millones de personas.
Varios centenares de metros al noroeste noroeste del Pentágono, las 258 hectáreas del Cementerio Nacional de Arlington, incluidos sus cuatrocientos mil osarios y lápidas en honor a los caldos en la guerra, los tres mil ochocientos afroa mericanos liberados enterrados en la sección 27 y los visitantes que han acudido acudido a rendirles sus respetos a primera hora de esta tarde primaveral, así como los jardineros que mantienen el césped, los podadores que cuidan de los árboles, árboles, los guias turisticos que ilustran a sus grupos y los miembros de la Vieja El infierno en la Tierra Este es el prólogo del libro «Guerra nuclear. Un escenario», de la periodista estadounidense Annie Jacobsen Aquí entrega detalles de las circunstancias que las autoridades de su país esperan de un ataque nuclear contra Washington.
Guardia que, con sus guantes blancos, vigilan la Tumba del Soldado Desconocido Desconocido quedan transformados, en un instante, instante, en estatuillas humanas chamuscadas chamuscadas y en llamas, En polvo negro de materia orgánica, en hollirn Los incinerados incinerados se ahorran el horror sin precedentes precedentes que empiezan a sentir los entre uno y dos millones de personas gravemente gravemente heridas y que no han muerto al instante en este ataque nuclear por sorpresa. sorpresa.
En la ribera opuesta del rio Potomac, a un kilómetro y medio al nordeste, las columnas y las paredes de mármol de los monumentos conmemorativos a Lincoln y Jefferson se sobrecalientan, se resquebrajan, resquebrajan, estallan y se desintegran.
Los puentes de acero y piedra y las carreteras (Continúa en b página 14) QIiene de la página 13) que conectan estos monumentos histórices histórices con las zonas colindantes se levantan levantan primero y luego se hunden.
Al sur, al otro lado de la carretera interestatal interestatal 39, el luminoso y diáfano Fashion Centre de Pentagon City, con sus muros cortina y sus abundantes comercios llenos de prendas de marcas exclusivas y menaje para e] hogar, los restaurantes y las oficinas que lo rodean y el hotel Ritz-Carlton desaparecen de la faz de la Tierra. Las vigas de los techos, las escaleras escaleras mecánicas, las lámparas de araña, las alfombras, el ¡ nobiliario, los maniquíes, maniquíes, los perros, las ardillas y las personas personas se carbonizan. Estamos a finales de marzo, son las i5.36, hora local. Han pasado tres segundos desde la explosión. A unos cuatro kilómetros al oeste, en el Nationals Park, se está jugando un partido de béisbol. La ropa de la mayoría de los treinta y cinco mil espectadores presentes en el estadio se prende fuego. Quienes no mueren achicharrados enseguida sufren graves quemaduras de tercer grado. Sus cuer pos, despojados de la capa exterior de piel, dejan a la vista la sangrienta dermis. dermis. Las quemaduras de tercer grado requieren cuidados hospitalarios inmediatos inmediatos y, a menudo, amputaciones de extremidades para evitar la muerte. En el Nationals Park, cientos de personas personas quizá logren sobrevivir en un primer primer momento porque estaban dentro de las instalaciones, bajo techo, comprando comprando comida o usando los aseos. Ahora necesitan desesperadamente una cama en una unidad de quemados. Pero en toda la zona metropolitana de Washington solo hay diez camas especializadas especializadas en quemaduras graves, ubicadas ubicadas en la unidad de quemados del hospital MedStar Washington, en el centro de la ciudad. Y dado que esta instalación se halla a unos ocho kilómetros kilómetros al nordeste del Pentágono, habrá dejado de estar operativa, si es que aún existe.
En la unidad de quemados quemados del Johns Hopkins, a unos setenta setenta kilómetros al nordeste, en Baltimore, Baltimore, hay menos de veinte camas especializadas, pero todas están a punto de ocuparse En total, en los cincuenta estados que conforman Estados Unidos hay unas dos mil camas camas en unidades especializadas para este tipo de heridos.
En cuestión de segundos, la radiación radiación térmica del ataque al Pentágono con una bomba nuclear de un megatón ha provocado graves quemaduras en la piel a aproximadamente otro millón de personas, el 90 por ciento de las cuales cuales morirL Académicos y científicos especializados en defensa se han pasado pasado décadas elaborando estos cálculos.
La mayoría de esas personas no lograrán lograrán más que dar unos pasos desde el punto en el que les ha sorprendido la Ficha de autor Anníe Jacobseri (1967), perIodista de investigación estadounidense especializada en temas de defensa e inteligencia. «Finalista del Premio Pulitzer (2016) es autora, entre otros libras de Área 51: Una historia sin censure de la base militar de alto secreto de Estados Unidos». rán en lo que los expertos en defensa civil de la década de 95o, cuando empezaron a manejarse estas espeluznantes espeluznantes cifras, llamaron «muertos in situ». «Muertos in situ», (Administración Federal de Defensa Civil de Estados Unidos) En la base conjunta de AnacostiaBolling, AnacostiaBolling, una instalación militar con una superficie de cuatrocientas hectáreas situada en la ribera opuesta del Potomac, Potomac, en el sudeste, hay otras diecisiete mil victimas, incluido prácticamente todo el personal del cuartel general de la Agencia de Inteligencia de Defensa, de la sede de la Agencia de Comunicaciones Comunicaciones de la Casa Blanca, de la estación de la Guardia Costera de Estados Unidos en Washington, del hangar de helicópteros helicópteros Marine One y de otras muchas instalaciones federales fuertemente protegidas y que velan por la seguridad del pais. En la Universidad de Defensa Nacional, la mayen a de los cuatro mil estudiantes que hay en el recinto están muertos o agonizan.
En medio de esta tragedia, no deja de ser irónico que sea en esta institución (financiada por el Pentágono e inaugurada en el bicentenario bicentenario de la fundación de Estados Unidos) Unidos) donde los oficiales de carrera aprenden a emplear estrategias para garantizar garantizar la seguridad de] pais en todo el mundo. Esta universidad no es la única institución militar de educación superior superior que desaparece con el primer ataque ataque nuclear.
También dejan de existir con efecto inmediato la Escuela Eisenhower Eisenhower de Estrategia, Recursos y Seguridad Seguridad Nacional, la Escuela Nacional de Guerra, el Colegio Interamericano de Defensa y el Centro Africano de Estudios Estudios Estratégicos. Toda esta zona del frente marítimo, desde el parque de Buzzard Point hasta la iglesia episcopal de St. Augustine, desde el barrio de Navy Yard hasta el puente conmemorativo conmemorativo de Frederick Douglass, queda arrasada arrasada por completo. En el siglo XX, los humanos crearon las armas nucleares para salvar el mundo mundo del mal y ahora, en el siglo XXI, ese armamento está a punto de destruir el mundo. De reducirlo a cenizas. El conocimiento científico necesario necesario para crear una bomba nuclear es muy amplio. El resplandor termonuclear contiene dos pulsos de radiación térmica. térmica. El primero dura una fracción de segundo, segundo, tras el cual se produce e] segundo, segundo, que se prolonga varios segundos y hace que la piel se prenda fuego y se queme. Los pulsos luminosos son silenciosos; silenciosos; la luz no tiene sonido. Lo que sigue es el atronador estruendo de la detonación.
El calor extremo generado por la explosión nuclear crea una onda de alta presión que se propaga como un tsunami desde su epicentro, un muro gigantesco de aire extremadamente comprimido que viaja a una velocidad supersónica.
Arrastra a las personas, las eleva en el aire, les revienta los pulmones pulmones y los timpanos, succiona cuerpos y los escupe. «En general, a los grandes edificios los destruye el cambio de presión presión atmosférica, mientras que lo que arrastra a las personas y los objetos, como como los árboles y los postes de electricidad, electricidad, es el viento», explica un archivero que recopila estas atroces estadisticas para el Archivo Atómico. A medida que la bola de fuego nuclear nuclear aumenta de tamaño, su onda expansiva expansiva siembra una destrucción catastrófica, catastrófica, avanzando como una apisonadora apisonadora otros cinco kilómetros.
El aire tras la onda expansiva se acelera y provoca vientos de varios centenares de kilómetros kilómetros por hora, una velocidad extraordinaria extraordinaria dificil de concebir, En 1012, el huracán huracán Sandy, que causó daños valorados en setenta mil millones de dólares y arreható la vida de 147 personas, predetonación predetonación de la bomba, Se converti sentó unos vientos sostenidos máximos máximos de unos 130km/li. La máxima velocidad de una ráfaga de viento re gistrada en la Tierra es de 400 kni/b, en una remota estación climatológica de Australia. La onda expansiva nuclear nuclear destruye todas las estructuras que encuentra a su paso, alterando al instante instante la forma de edificios de oficinas, complejos de viviendas, monumentos, mu seos y aparcamientos. Todo ello se desintegra y se convierte en polvo. Y el azote del viento que la sigue arrasa lo poco que haya quedado en pie. Derriba grúas. Los edificios se derrumban. Los puentes se hunden. Objetos pequeños, como ordenadores y b]oques de cemento, cemento, y también grandes, como camiones camiones con reniolque y autobuses turisticos de dos plantas, vuelan por los aires como pelotas de tenis. La bola de fuego nuclear que lo ha consumido todo en el radio inicial de 1,8 kilómetros se eleva ahora como un globo aerostático a una velocidad de entre 75 y io metros por segundo. Transcurren treinta y cinco segundos.
Empieza a formarse la icónica nube en forma de hongo, con sus colosales sombrero y tallo, compuesta de personas personas incineradas y residuos de la civilización, una nube que vira del rojo inicial a un tono parduzco primero primero y luego a una tonalidad más anaranjada.
A continuación, ocurre el mortal efecto de la succión inversa, a causa del cual todo, personas y objetos, objetos, coches, postes de la luz, señales de tráfico, parquimetros y vigas de acero son succionados hacia el centro centro de este infierno candente y consumidos por las llamas. Transcurren sesenta segundos. El sombrero y el tallo del hongo, hongo, ahora de un blanco grisáceo, se elevan entre ocho y dieciséis kilómetros kilómetros por encima de la zona cero. El sombrero se ensancha hasta alcanzar quince, treinta, cincuenta kilómetros de diámetro, hinchándose y agrandandose agrandandose cada vez más. Al final traspasa la troposfera, supera incluso la altitud a la que vuelan los aviones comerciales y la región donde se generan la mayocia de los fenómenos climáticos te rrestres. Las partículas radiactivas empiezan a descender y una lluvia radiactiva cae sobre la tierra y sus habitantes. Una bomba nuclear produce produce «una poción mágica de productos radiactivos arrastrados por la nube», advirtió el astrofísico Carl Sagan hace décadas. Más de un millón de personas ha muerto o agoniza y han transcurrido menos de dos minutos desde la explosión. explosión. Es ahora cuando empieza el infierno. infierno. Es distinto de la bola de fuego inicial; es un megaincendio inconmensurable. inconmensurable. Los conductos de gas revientan revientan uno tras otro, actuando como gigantescos gigantescos lanzallamas que escupen llamaradas sin fin, Estallan depósitos ocurre con las fábricas de productos químicos. Los pilotos luminosos de los calentadores y las calderas actúan como encendedores, prendiendo fuego a lo poco que todavia no arde. Los edificios derrumbados se convierten convierten en hornos gigantescos. En todas partes, el fuego abrasa vivas a las personas. Los patios de luces de los edificios actúan como chimeneas. El dióxido de carbono creado por esta tormenta de fuego desciende e invade los túneles del metro y asfixia a los pasajeros en sus asientos. Quienes buscan refugio en los sótanos y otros lugares bajo tierra vomitan, sufren convulsiones, entran en coma y mueren. Todo aquel que contempla directamente la explosión, explosión, incluso desde veinte kilómetros de distancia, se queda ciego. A doce kilómetros de la zona cero, dentro del anillo de veinticinco kilómetros kilómetros de diámetro alrededor del Pentágono, Pentágono, coches y autobuses colisionan unos con otros. En las calles, el asfalto se licua a causa del intenso calor, atrapando atrapando a los supervivientes como si caminaran por lava fundida. Vientos de fuerzas huracanadas avivan cientos de incendios que se multiplican por centenares, por miles. A dieciséis kilómetros de distancia, las brasas y los residuos en llamas transportados por el viento provocan nuevos incendios incendios que siguen propagándose, uno tras otro. Todo Washington D. C. se ve envuelto en una inmensa tempestad de fuego. Un megainfierno. Una tormenta tormenta que en breve se transformará en un mesociclón de flamas. Pasan ocho, quizá nueve minutos. A entre quince y veinte kilómetros de distancia, los supervivientes caminan caminan arrastrando los pies, conmocionados, conmocionados, moribundos. Desconocen qué ha pasado; desesperados, intentan huir. Decenas de miles de personas tienen cuervos, gorriones y palomas combustionan combustionan y caen como una lluvia de pájaros. pájaros. No hay electricidad. No hay cobertura cobertura telefónica. No hay servicio de emergencias. Li pulso electromagnético de la bomba anula todas las emisiones de radio y televisión, también internet. En un radio de varios kilómetros más allá de la onda expansiva, los vehículos con sistemas de arranque eléctricos no se ponen en marcha, Las centrales depuradoras de agua han dejado de bombear. Saturada de unos niveles letales de radiación, toda la zona se convierte en un área prohibida para los servicios de emergencias. Los pocos supervivientes tardarán dias en darse cuenta de que no se ha enviado ayuda a socorrerlos.
Quienes se las han apañado para esquivar la muerte provocada por la explosión inicial, la onda expansiva y la tormenta de fuego constatan de golpe la terrible verdad acerca de la guerra nuclear, Que están completamente solos.
Crai. g Fugate, exdirector de la FEMA, aclara que la única esperanza para estas personas es aprender a «sobrevivir «sobrevivir por sí mismas». Ahora empieza empieza la «lucha por la comida y el agua... ». ¿Cómo y por qué conocen los expertos expertos en defensa de Estados Unidos todo esto con tal grado de precisión? ¿ Cómo ha recabado ci gobierno estadounidense estadounidense tantos datos relativos a las consecuencias de un ataque nuclear al tiempo que se mantiene a la opinión pública a ciegas? La respuesta es tan grotesca como las propias preguntas: durante los años transcurridos desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno se ha estado preparando y ensayando planes para una guerra nuclear general. Una guerra mundial, la tercera, de la que se estima que dejará, dejará, como minimo, dos mil millones de muertos. 1 ti de materiales inflamables Y lo mismo los pulmones reventados. En el cielo, «Guerra nuclear. Un escenaro, edtoria[ Debate. 2024,416 páginas..