Árboles más, árboles menos
Árboles más, árboles menos "T e di un pedazo de tier r a b i e n plantado y amenizado por aguas y ahora me lo devuelves yermo. Ahora sabes. Todo lo di para probarte. Para ver quién eres.
No importa tanto la tierra como lo que hiciste con ella. ¿No es este tu propio rostro?" (Luis Oyarzún, Defensa de la Tierra, 1973). Se atribuye a Oyarzún, poeta y amante de la naturaleza, una terrible sentencia: "El chileno odia al árbol". La imagen me ronda estos días en que, por un vendaval, cientos de árboles caídos sobre la postación y el cableado han provocado una catástrofe urbana, dejando miles de hogares sin electricidad por más de una semana.
Y es que no es fácil que un árbol sano se parta en dos o sea arrancado de cuajo por un fuerte viento; en cambio, un árbol que ha sido mal regado o deformado por podas irracionales es un árbol debilitado.
En Chile, el arbolado urbano ha sido históricamente maltratado por razones idiosincrásicas que deberían ser estudiadas sociológicamente; no hace falta ser botánico ni paisajista para darse cuenta: un paseo por cualquier pueblo o barrio nos enfrenta con las podas más brutales imaginables, dejando árboles tan mutilados que jamás podrán desarrollar su esplendor natural, mucho menos sombrear y embellecer el paisaje. Sumemos a esto la prolongada sequía que ha rebajado los niveles freáticos y una escasez que impide un adecuado riego en superficie. Aun así, numerosas comunas urbanas poseen todavía valiosos derechos de agua que siguen siendo necesarios para mantener en buenas condiciones el arbolado y áreas verdes, aunque algunos ediles no logren comprender su importancia.
No olvidamos la enajenación de los históricos derechos de agua de la comuna de Santiago por un alcalde en 2002, posiblemente el peor atentado jamás perpetrado contra la integridad ambiental de la comuna en toda su historia.
Hoy, con la excusa del desastre recién ocasionado precisamente por árboles mal cuidados, las mismas autoridades y empresas se precipitarán a destrozarlos aún más, para evitar repetir la desgracia y así, en un círculo vicioso, hasta arrasar con todo, excepto postes y cables. ¿En qué momento perdimos el goce de lo bello, el orgullo de lo bien hecho, el rigor de la experiencia, la visión del futuro? Basta cruzar la cordillera para encontrar en Mendoza, hermana en historia y geografía, una ciudad que venera sus añosos árboles y los mantiene catastrados y cuidados uno por uno, parte sustancial de la identidad cívica.
Algo de eso alcanzamos a soñar en Santiago por un instante, con nuestros grandes parques, las frondosas avenidas que aún sobreviven en Ñuñoa, Providencia y El Llano, aunque en ellas los municipios hayan permitido a las empresas de servicios horadar las copas para hacer espacio a la maraña de cables de la que nadie quiere hacerse cargo, que ciertamente lucran con ello, pero en nada aportan al bienestar ni al verdadero progreso, que es la creación de valor permanente.
Árboles más, árboles menos TIERRA DE NADIE Sebastián Gray Arquitecto FRANCISCO JAVIER OLEA ¿ En qué momento perdimos el goce de lo bello, el orgullo de lo bien hecho, el rigor de la experiencia, la visión del futuro?.